Mateito
cuento de Juan José Morosoli

ilustrado por Sifredi

Mateito llegó a la conclusión de que a un hombre como Saavedra, "que había sido hasta comisario”, no se le podía sepultar así, en un cajón sin pintar, de esos que daba el municipio a los pobres de solemnidad. Y sin velorio además, porque velas no daban.

—Los que no tienen parientes son parientes de todos, pensó, y resolvió iniciar una colecta de dinero para dar a Saavedra una sepultura como la gente.

Reunió así el dinero necesario para comprar el cajón y prender un velorio de ocho velas.

Machado trajo una botella de caña y medio kilogramo de café para la concurrencia.

Casi al amanecer un camionero que se acercó a peguntar donde estaba la boca de la carretera, dejó cinco pesos.

—No conocía al finado, dijo. Y agregó;

—Soy solo y en el camino ando. ..

Mateíto compró una corona y le puso una tarjeta. Un camionero sin familia, decía.


Lo sepultaron en “el campamento”. Le decían así al espacio que ocupaban las tumbas en tierra. Y le pusieron la corona sobre el lomo de tierra que cubría el cajón. Sobre el pecho más o menos.

Al ascender la escalera que separaba el campamento de la zona de los panteones, allí donde la tierra valía más que frente a la plaza, Mateíto se volvió para mirar la tumba solitaria. El sol hacía arder las hojas doradas de la corona.

Miren —les dijo Mateíto a los otros -señalando el lugar— y digan si no hemos hecho una obra de caridad.

Me gustaría que el del camión viera la corona, respondió Machado.


Mateito era delgado, atildado, amigo de expresarse bien. Calzaba siempre zapatillas de terciopelo bordadas. Andaba siempre como deslizándose, "pisando en el aire". Le decían "el livianito".

Alegando su poca salud trabajaba poco. Lo menos que podía. Y eso en trabajos "livianitos".

—Venta de números de lotería. Repartos de invitaciones para bodas o funerales. Cosas así.

La solidaridad de los pobre, entre si sabia el camino de la casa de Mateíto.

Se nos fue fulano, anunciaban. ¿No se anima a hacer correr una lista?.

Mateito iba por los papeles necesarios. Pedía el cajón al municipio. Lo forraba d» merino. Un merino con olor a miseria que sólo servía para eso y para vestir dolientes tan pobres como el muerto. Luego con tachuelas doradas —que clavaba en la tapa— formaba aquellas letras: P. D-

— Me parece que le erró en las letras don Mateito, observaba alguien..

— No. Dicen paz descanse. Todos los muertos, ricos, o pobres, “llevan” paz descanse, explicaba.   

Luego salía con la lista. Conocía bien la vida del difunto. Por eso no erraba tiro.

—Uno porque fue patrón del finado... Otro porque fue compañero... Usted tiene que conocer bien la vida del muerto para que los vivos le respondan... Los buenos a veces están dormidos y usted faene que despertarlos, despacio.

—Al que le van a pedir, le gusta que le digan  que tiene buen corazón...

Así fue haciendo su profesión porque ahora cada muerto le dejaba algunos pesos para alpargatas.

Ahora estaba allí. Nada menos que de gerente de la Empresa de pompa, fúnebres de Méndez, un gallego que se había enriquecido prestando plata, comprando sueldos y enterrando gente.

—Me fue a buscar —le cuenta Mateíto a un amigo que después de faltar por años del pueblo, está allí visitándole—- El gallego es un rico pobre que no puede con el cuerpo. Tal vez tenga dos toneladas... Y termina:

La gente cree que la riqueza se hace con oro...

Le mostraba la carroza de conducir, los ataúdes al cementerio. Cuatro negros hincados sostenían el techo donde un ángel parado en puntas de pie señalaban el cielo con el índice.

La voy a reformar... ¡Cómo van a estar así esos negros!... ¡Aquí la esclavitud se terminó hace años!...

Ahora los ataúdes. Señalaba en la larga hilera de cajones parados, sin tapa, esperando su carga, el hueco que correspondía a uno de ellos.

—Aquí había uno de roble y esculturas... Lo traje yo mismo calculando que se lo iba a llevar el Doctor. ..

—¿Lemos?

—Si. Se casó con la viuda de Arbelo... Mejor dicho, con el campo. Para irse a Europa y no trabajar más. Y resulta que se lo está comiendo un cáncer... Pero otro le ganó de mana Un burro con plata, de "afuera", que ni panteón tenía. Roble y bronce que fue a parar a un pozo de tierra ... ¡Es así!

Los contratos de "el servicio" se firmaban como vales. Porque la gente cuando muera un pariente llora y encarga lo mejor... Después, al pagar, son las dificultades.

Porque con pagar el servicio no va a resucitar el muerto, dice con sarcasmo Mateito, comentando esto.

Machado estaba allí. Acababa de morir la hermana. Encargaba el ataúd y "la capilla". Quería un servicio de tercera pero con capilla.

—Tenés que conseguir una garantía, le responde Mateíto.

Machado se queda sin respuesta. Le parece absurdo, imposible, que su amigo, su compañero de siempre le haya dicho aquello.

—¡Parece mentira!, dijo al fin. ¡Que cosa horrible!.

Y se fue.

Sentado en una silla como si la frase le hubiera pegado como un palo Mateíto lo vio perderse en la calle.

Venían con e! cajón del municipio cuando Mateíto terminaba el trabajo Ya estaba la finada entre las velas. Al fondo el vidrio de colores con vírgenes y ángeles al que los cabeceos de las velas acercaban y alejaban de la muerta.

Mateíto se acercó a Machado.

—Mañana cuando el gallego me reciba la casa, vengo a pasar el día contigo.

—¿Dejás?

—Dejo

Y se fue livianito y feliz de seguir siendo Mateito.

cuento de Juan José Morosoli (Especial para EL DIA)

 

Publicado, originalmente, en: Suplemento dominical de El Día Año XXII Nº 1057 - Montevideo, 19 de abril de 1953  (formato pdf)

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Ver, además:

                      Juan José Morosoli en Letras Uruguay

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce 

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