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Las caballadas |
Venían
los ejércitos. Pasaban por las calles del pueblo y acampaban en los
campos de Lavalleja o del Campanero. Tras
ellos venían grandes caballadas. Muchos animales iban quedando por los
caminos, agotados, con los lomos deshechos, o quebrados. Los arreadores,
de chiripá, barbudos y bien montados, nos saludaban con los rebenques de
zotera chata, de cuero crudo. Al fin de la arreada venían las yeguas, con
potrillos de patas largas y cabezas finas y nerviosas, con cascos claros
que parecían romperse en las piedras. Nosotros llevábamos ropa vieja a los hombres y éstos nos regalaban potrillos. Pero en casa nos obligaban a devolverlos para que no se murieran lejos de las madres. |
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Tras
muchos ruegos solían darnos algún petiso maceta, sillón o chapinudo. Éramos
felices con ellos, hasta que venía otro ejército escaso de caballos y se
los llevaba. En la guerra lo que un ejército regalaba se lo llevaba el otro. Porque siempre eran dos ejércitos. |
Juan José Morosoli
De "Perico"
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