Mojarra se crió solo. El campo y los cerros con su almanaque de plantas le enseñaron las cuatro estaciones. Sabe caminar fuera de los caminos sin perderse. Aprendió cosmografía buscando la huella más corta, cuando se hallaba lejos del pueblo, pues es arriba y no abajo que hay que mirar para encontrar el rumbo seguro. Supo cuando la lluvia estaba cerca, viendo el trajín de las hormigas y oyendo cantar a los horneros. Observando la marcha del ganado llanero que busca el abrigo de las quebradas, conoció el rumbo del viento antes de que éste llegara. Tiene un valor sereno que le ha nacido en los silencios de la sierra, creciéndole pecho adentro.
Ahora es calagualero. El fue el que creó la profesión, porque ser calagualero es una profesión.
Caminaba por el pueblo vendiendo plantas, cuando encontró un hombre que buscaba comprarlas.
− ¿Usted puede venderme muchas plantas como ésa?−. Era una calaguala gigante, de ancha hoja verdinegra.
− Miles.
Mojarra ya no recogió sino calagualas. Hacía mazos que enviaba a la ciudad. Allí las ponían en los grandes ramos que las gentes ricas pagaban muy caros. Recogiéndolas de distintos lugares las lograba de distintos tonos.
Del abra soleada, las verdes luz. De la musguera en sombras, los verdes hondos. Es un pintor que pinta con ramas.
Los yuyeros se asombraron al principio. Luego supieron el destino de aquellos miles de mazos que Mojarra traía de la sierra.
Al fin fueron muchos los que comenzaron a cruzar quebradas y torrentes y volvían con los carritos pertigueros llenos de plantas. Mojarra había inventado una industria.
Familias enteras vivían de aquellas plantas que la ciudad compraba para adornarse.
− Ahora todos son calagualeros, pero yo fui el que descubrió el negocio… − Y termina: − Como me dijo el maestro, yo soy un industrial que ha hecho mucho bien al pueblo…
Y se queda contento porque un industrial es una cosa muy importante…
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