Funes Cuento de Juan José Morosoli
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El automóvil paró allí, frente a la plaza, cargado de valijas y banderines rojos. El hombre que lo manejaba bajó de el. Funes que estaba como siempre. allí mismo, se le acercó. Como era hábil para abrir prosa, en seguida supo lo que tenía que saber. El hombre dio que era ingeniero, que iba a la estancia de Fuiano de Tal... —Muerto, interrumpió Funes Si. Muerto. Ahora iban a abrir la sucesión. El iba a mensurar los campos. Precisaba un hombre que le acompañara. Que conociera el camino que supiera cocinar, que... Otra vez habló Funes. —No siga. Tá hablando con él... Así se arregló todo y los dos fueron al campo a mensurarlo.
Funes siempre está ahí en la plaza que es adonde vienen a parar todos los coquimbos con plata. Gente que viaja. Gente que necesita saber esto, lo otro y lo demás. Que lo preguntan todo como sonseando, sacando de mentira a verdad ¡informes de toda clase. Funes intuye la razón de las preguntas y sabe dar respuestas vacías por las que el otro va perdiéndose. Sabe además vida y milagros de todo el mundo. Donde puede estar fulano a tal hora, qué capital tiene mengano. En la prosa ya, va informando al otro: —"Resultadamenle" oue en el pueblo yo soy el único endilgador cue hay ..
Extraño que cae viene a dar a él. Esto le dice mientras el otro oye el monólogo. Ya entregado totalmente, pues Funes es el hombre que él andaba buscando. —Ahora, le pregunta a él su nombre? El vivía de eso, de mendigar a los extraños? Funes responde por partes. —Mi nombre es Funes... Pero me mal me llaman el capon. Y... El otro va a pregunta: pero Funes lo detiene: —Es un defeto... Y nada más. Usté pregunte por Funes... ¿Está? —Bueno. Sí. Está. Pero de qué vive Funes? ¿De eso? Funes levanta la mano derecha y responde: -Si no hubiera sido por esto —y señala con la otra mano el lugar donde todo el mundo tiene el pulgar— ya me hubiera muerto de hambre... Pero le falta el pulgar. Lo que él señala es lo que falta allí. —¿Cómo, dice el ingeniero, si le falta el dedo? —Sí. responde Funes conmovido mirando aquel dedo que le falta, y el costurón del desmoche brutal, este se gana ocho pesos por mes... ocho pesos por mes!... A veces gana más que los otros dos brazos juntos!... ¡La piedra que se lo llevó fue una lotería! El otro se ha quedado demudado. Hay un silencio y Funes pasa huyendo por él. —También me llevó otra cosa .. Pero no me la reconocieron ... Están en el silencio otra vez. Es Funes el que termina. —Parece que un dedo vale más que eso... ¡y valdrá nomás!...
Estos hombres que llegan tan pronto como se encuentran se pierden. Algunos no saben ni por qué andan. —Parece —dice Funes— que anda mucho "innormal" suelto. Locos no son Pero es gente que tiene les tiros desparejos... Esto mismo de las banderas y de las valijas es uno de esos. Pero lo que pasó fue esto: fueron allá y se instalaron en la casa del finado. El primer día anduvieron mirándolo todo. Iban a caballo. El hombre preguntaba babadas y decía sonceras, pero como hombre no se podía negar aje era una especialidad. Cada vez que sacaba cigarrillos le daba a Funes el primero. Hacía café con una máquina y el primer pocilio era para Funes. Había días en que no trabajaban porque estaban muy lindos. Sentir llover bajo el techo de zinc era para él una música. Funes tiene interés en que esto se entienda bien. —Una música... Se ríe que da gusto y repite: —¡Una música! ¡Agua en un techo!... ¿Eh? ¿Tengo razón o no tengo razón? Y sigue: ...Los días lindos se ponía a leer bajo un árbol o miraba a ojo tendido el campo aquel que no se terminaba nunca. Funes aburrido cortaba un gajo de en vira y le labraba a cuchillo una víbora enroscada. El otro levanta la cabeza: —Fíjese, le dice, en aquellas manchas que van por el campo. Funes mira y no ve nada. Ganado abajo y dos o tres nubes que van despacio por el cielo. Eso ve Funes. —¿Ve? —¡No! Claro, ve la sombra de las nubes. Pero eso no va a ser lo que ie llama le atención al otro. Espera pues que de explicaciones. Pero nada. —Bueno, piensa Funes: si es bobo yo no tengo la culpa. Y termina con el palo que está labrando. La cabeza de la víbora llego a la cola y la muerde. A el le gusta hacer así a las víboras
Antes de aquel suceso se ganaba la vida trabajando en un horno de ladrillos. Después lo ocurrió aquella desgracia. —Ahí tiene usté, a causa de un perro, dice. El italiano que estaba a cargo de los barrenos de la cantera era un cazador numero uno. Tenía un perro que daba gusto. —Le faltaba hablar porque el gringo no sabía hablar él... Los domingos el italiano salía a cazar. Después venía a ia cantina y se envinaba. Los lunes llegaba al trabajo medio dormido. —Este animal -se refiere al hombre— comenzó aquel lunes a cargar el barreno El perro lo había seguido y andaba por ahí. En una de esas le tiró el bolsín de las herramientas y el hombre lo ató. Prendió el barreno y se fue. La explosión casi enloqueció al animal que salvó disparando campo afuera. Des pues anduvo el perro perdido hasta que Funes dio con él y lo aquerenció. —Cuando el italiano lo supo me mandó buscar, me ofreció plata y yo le llevé el perro. Pero el perro en cuanto lo vio casi me saca de arrastro. —Yo — termina — "moralmente'' no comprendía por qué el perro - que es el animal más fiel, no hay nada que hacerle — hacía esto...
Fue entonces que entró de peón en la cantera. El gringo lo que quería era el perro. Y él lo llevaba siempre, cosa de acostumbrar lo al viejo dueño. El perro andaba por allí entre ellos. Mirándolos a veces volvía la cabeza hacia el pueblo. Otras amagaba seguir al gringo pero pensaba un poco y volvía donde Funes. Todo siguió bien hasta que un día un barreno perdido a flor de tierra reventó entre ellos. Volaron cinco o seis piedras que alcanzaron a Funes en el vientre y la mano. —Del perro no se supe más nada... Mi dedo quedó perdido en el pedregal... Le envuelve un silencio que le baja la cara y levanta la mano hasta la frente. Y agrega: —Cuando salí del hospital ya salí con el mal nombre... —Pero —pregunta el ingeniero— ¿lo operaron... también? —Sí dice él... Bien desgraciadamente... Y se da vuelta ocultando la cara, simulando prender un cigarro contra el viento. |
cuento de Juan José Morosoli
Publicado, originalmente, en: Suplemento dominical de El Día Montevideo, 13 de agosto de 1944 Año XIII Nº 604 (formato pdf)
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
Ver, además:
Juan José Morosoli en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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