El Disfraz de Caballo
cuento de Juan José Morosoli

Hay quien junta unas lonas deshechas, cuatro garras resecas y un pedazo de cojinillo y se disfraza de caballo. Gentes que si tuvieran vergüenza no saldrían a la calle. Porque esos no son caballos, son arrastra-mugre.

—Creen que con ponerse unos pingajos y comenzar a corcoviar ya son caballos.

El se disfraza de caballo porque le gusta.

—Como otros se disfrazan de mujer.

—Una cosa que yo hayo que es poco de hombre. . .

—¡Pues!...

Sigue diciendo que él sabe la responsabilidad que se hecha encima. Si no fuera así, no haría los sacrificios que hace para salir a la calle con “un caballo como la gente".

—¿Usté sabe lo que es llegar del horno, medio descaderao de cortar ladrillo de estrella a estrella?

Bueno. Eso es lo que hace el. Y luego se pone a hacer el caballo con herramientas viejas, en el rancho de dos por cuatro, donde apenas caben él, la mujer. cuatro hijos y dos perros.

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La caja del cuerpo es fácil de hacer mimbres retorcidos, asegurados en dos largueros, vienen a ser las costillas. Luego se forra de lona. La tabla del pescuezo y la crinera, de paja mansa, finita y pareja, y al fin “lo más principal": uní el brazuelo del caballo a la rodilla del hombre y todo liviano y seguro. Cosa que el animalito no lo “transija" a usted y no se le descogote en un corcovo y usted ande con la cabeza abajo del brazo.

Como le pasó a Saavedra hasta que un guardia civil lo hizo salir de la plaza.

—Pero amigo, le dijo, un nombre serio como usté haciendo esos papeles! ... ¿Usté no ve que es la risión de !a gente?

Salió.

Otra cosa difícil de hacer es la cabeza —Porque si Ud se descuida le sale con cara de loco o de gente.

Siempre se acuerda que el Vasco Miguel apenas veía venir un caballo lo semblanteaba. Le pasó a él mismo. Venía corcoveando cuando Miguel le dijo a los otros:

—Miren, es igualito a Doña Gregoria, la del zapatero...

El dicho dio vueltas a la piaza antes que el caballo.

—Es que el enemigo del caballo, dice el otro, es el parecido con la gente.

El salió flanqueado por la familia. Corcoveando con juicio. Pero dominado por el hombre, porque “el que monta gobierna''. Lo dejaba espantarse y pararse de manos, y luego lo obligaba “a echarse a lo vaca”. O a acostarse al sentir las bombas de estruendo, como muerto con el hombre arriba, como en la guerra.

Y dejaba para lo último aquello que nadie mas que él hacia: sentar en el anca el Corbata —un cuzco negro— que era el único perro que en el pueblo no le tenia miedo a los cohetes.

Claro está que ha tenido mil encontrones. Sin ir más lejos, hace dos años.

Fue la primera vez que sacó al hijo —un inocente de ocho años— también disfrazado de caballo. Nunca falta un bobo, de esos que se paran en la confitería a reírse de las mascaras, que no salga “con una pata e gallo”.

Pasaba él corcoveando, con el hijo al lado, cuando un mirón de aquellos dijo esto:

—Che, pero es yegua. ¿No ves el potrillo?

El estuvo con ganas de volverse y “rajarlo de una inmoralidad". Pero para demostrarle que era más gente que él se callo.

Pero a la vuelta el gracioso le preguntó:

—¿Che? ¿Y cuándo máma el potrillo?

El le contestó:

—Máma cuando te vayas a la.. . punta de un sauce verde!

Marchó un guardia civil con él y el potrillo para la comisaría. Iba avergonzado porque ni siquiera lo dejaban corcovear en el camino. Y entristecido por el niño que era ajeno a todo, al que le había prometido una fiesta y que ahora iba llorando.

El Suizo José —un hombre a quien le decían El Maquinista porque componía despertadores y gramófonos— le dio aquella idea de ponerle ojos “deveras” al caballa. Le colocó en la cabeza dos lamparillas de auto. Las pilas iban en la maleta terciada en la cruz. Prendía y apagaba las lamparillas a voluntad.

Regresó feliz al rancho —Les vacié la plaza —comentó con su mujer— y además me vine “con la res en el gancho", — los diez pesos del premio que mostraba.

Colgó el caballo en el molinete del rancho y anunció que aquélla había sido la última vez que se disfrazara.

—¿Entonces el caballo es para mí?, preguntó el hijo.

El, serio, feliz y digno respondió:

— Antes de hacer lo que hizo tu padre esta noche, tenés que comer mucho pan.

cuento de Juan José Morosoli

 

Publicado, originalmente, en: Suplemento dominical de El Día Montevideo, Año XVII Nº 793  28 de marzo de 1948 (formato pdf)

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Ver, además:

                      Juan José Morosoli en Letras Uruguay

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