El coquimbo [1]

cuento de Juan José Morosoli

Suplemento dominical de El Día  

Montevideo, Año XVIII  Nº 844 - 20 de marzo de 1949 pdf

Un hombre que llega a un lugar como aquel a entenderse con quince montaraces, tiene que andar con mucho tino. Mas, si el hombre es como Ibarra, medio universitario y acostumbrado a la vida muelle. ¿Por qué fue allí? Eso lo sabrá él. La cuestión es que el hombre al poco tiempo estaba allí como nacido.

Cuando llegó al monte. —mediodía de enero— la gente sesteaba bajo loa árboles cerca de las playas de los quemaderos de carbón. Un negro y un perro lo recibieron. Un perro tan indiferente como el negro. Ambas lo vieron acercarse y llegar sin moverse de donde estaban. Ibarra le tendió la mano al negro y aludió al perro bromeando:

—¿Y éste?... ¿No ladra?

—De día no... De noche es otra cosa.

Ibarra le informó que era el nuevo administrador. Después pidió agua para lavarse y dijo:

—¿No se anima a ayudarme a hacer un asado?

—¿Ahora? Mientras terminamos son las dos...

El había almorzado ya. Allí estaba la olla, mediada de guiso de fideos, porotos y boniatos. Por decir algo —¡qué iba a comer aquel guiso el hombre!— la señaló y preguntó:

—¿No se le anima?

Ibarra contesté:

—¡Comonó! Tengo un estómago de fierro y un hambre bárbara...

—Meno mal. El sueño y el estomago es lo principal...

—Eso es.

Como yo. Lo mismo duermo en una otomana que en un cardal...

Lavó un plato de lata y sirvió el guiso

—¿Pan? —preguntó Iban a.

—Aquí no. Galleta.

Ibarra intentó "abrir” la galleta introduciendo el cuchillo entre las lajas.

—No, no, asi—dijo el negro—y la golpeó fuerte contra la punta de la parrilla.

Ibarra probó el guiso.

—Lindo —dijo

El negro vio con alegría cómo Ibarra comía con gusto. Se quedó un rato callado con un asombro feliz al ver al hombre comer con fruición el guiso grueso. Luego se levantó lentamente.

—Bueno —dijo— me voy a mandar vista...

Caminó quince a veinte metros y se tiró a la sombra de un coronilla. Desde allí le gritó señalando un árbol cercano:

—Si va a sestiar, ojo con ase que es aruera...

Al momento roncaba. Ibarra comía lentamente. El perro intentaba dormir aplanándose en el suela pero en seguida levantaba la cabeza, miraba al coquimbo y volvía a tenderse.

El silencio dorada manchado de verde bajo los árboles, dejaba entrar el aserrín de hierro de las cigarras.

Al rato se sintió un golpe sordo a la distancia que despertó el monte.

Un monteador reiniciaba la jornada.

*****

Hizo grupo con Churi, Dalmiro Prieto y el negro...

A los tres o cuatro días Ibarra se sentía tan natural allí como los otros con él. Ellos, al principio desconfiados, se habían entregada ahora. El grupo tenía un compañerismo de campamento. Sin tonterías, donde cada uno es como es y muestra sus flores y sus espinas.

Ibarra también empezaba a ser como debió ser a lo mejor...

Si había caña tomaba caña. Fumaba tabaco de fardo —miliquero y fuerte— y había abandonado la costumbre de acostarse con sábanas. La barba se la dejaba un mes o dos. Y si se miraba alguna vez en el espejo —grande como una hoja de libreta— era porque le gustaba verse así.

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Festejaban un mes de funcionamiento de la “cooperativa de producción y consumo. Este mes cada montaraz había cobrado el doble, por lo menos. Ahora compraban el monte parado, por cuenta de ellos. Quemaban y vendían cuando querían.

—Ahora —decía el negro— nos "mandamo" nosotros. ..

El negro tocaba el acordeón. Se dormía sobre el gusano curvo del instrumento, lento y elástico, escuchándolo antes que tocandolo. A veces, buscando acordarse, o improvisando —vaya a saber— levantaba la cabeza como una gallina tomando agua.

Dalmiro Prieto —flaco, lampiño y de voz finita— se puso a imitar pájaros y bichos del monte. El gato montes mandando callar al chajá era de matarse de risa. Y el zorro bailando alrededor de la zorra y retorciéndose el bigote para enamorarla “peor, pa reirse más“. Y al fin aquello del bolichero gallego, tratando a un cliente estanciero brasileño y rico y a un cruza camino pobre como las ratas...

—Pará, pará —gritaba Churi— que reviento...

Ibarra era feliz. Estaba viviendo sin revisarse la vida como en el pueblo.

—Mejor que una planta —dice él.

 

Cada cierto tiempo venía Arbelo a vender contrabando: caña, tabaco, goyabada y cabrestiando a la vieja Juana Pelo y tres o cuatro mujeres de la ranchada cercana.

Eran mujeres que se entendían con contrabandistas, carreros y troperos. También acudían allí los soldados del cuartel brasileño fronterizo. Los ranchos estaban allí en la boca del pueblo acechándolos y tragándolos. Como un sapo a las moscas.

*****

Se quedaron dos o tres días. El negro vio como Ibarra iba interesándose "hasta demás“ por La Pulga. Aquello lo entristeció. Juzgó necesario hablar con el hombre.

—Mire —le dijo— que esa es de domar con apadrinadores...

Ibarra se rió.

—Cuando quiero la ensillo, y cuando quiero la echo al campo...

—Usté abra oojo... Esa quiere plata y nada má... Amás es una jerga e’sucia...

*****

Al otro día Ibarra resolvió terminar aquello.

—Mañana —le dijo a Arbalo— tiene que marchar con su gente...

Fue en la noche cuando reaohrió obsequiarle unos pesos.

—“Efetivo" no — dijo ella—. Si querés obsequiarme dejame un día más contigo.

—No.

Ella intentó unos arrumacos.

La mujer ya le había dado en cara y él ordenó severo:

—i Deja te de bobadas!

Ahora podía estar conforme el negro.

*****

Ella entró al rancho Ibarra te quedó solo en la noche, que estaba sin ruidos, oyendo el acordeón distante del negro.

Tenia la carne lejana y una lasitud feliz. Tomó caña cuatro o cinco veces y luego se dejó resbalar por el sueño, ya liviano de estar sin la mujer otra vez.

*****

Cuando despertó encontró el rancho vacío. La Pulga había partido con toda la plata de la cooperativa. Allí estaba el cajón de velas, donde la guardaban, sin un centésimo.

Ibarra —callado como un ladrón— partió hacia el pueblo al otro día. Había perdido una fortuna de golpe: Quince hombres.

Nota:

[1] Coquimbo: Forastero. Hombre de paso. El que arraiga.

cuento de Juan José Morosoli

Publicado, originalmente, en: Suplemento dominical de El Día   Montevideo, Año XVIII  Nº 844 - 20 de marzo de 1949 pdf

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Ver, además:

                      Juan José Morosoli en Letras Uruguay

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