El
regreso ilustrado por Sifredi
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Estaba fumando, sentado frente a la puerta, mirando hacia el mar, donde muere la calle entre latas viejas y mantones de basara. Como siempre. Cuando los tres están en la pieza, él sale a la mirar el lugar donde muere la calle. Esto porque es poca prosa y porque es lo único que tiene de común con los otros ocupantes de la pieza, que alquilan juntos “porque una pieza para él solo es mucho lujo". Los otros estaban siempre juntos, conversando. Son conversaciones enredadas, como de mujeres. Después está el Frigorífico lleno de hombres. El tranvía lleno de hombres. La casa donde se come, llena de hombres conversando. Y después, la radio.
Una mañana se encontró con Alvariza. Este es un viejo amigo de su pago, allá por Carapé, donde hay talas, piedras y cañadas. Es un hombre conversador, un "desasosegado" que ha trabajado en mil cosas diferentes, que ha vivido en mil pagos. Bien en todos. Un “sin pago", según Almada. Una vez se lo dijo y Alvariza contestó: —No, hermano... De todos los pagos .. —Viene siendo lo mismo, — le respondió él.
Ahí anda la conversación. Que “allá esto y aquello", dice Alvariza. Que “aquí esto y lo otro", responde Almada. —¿Vivís solo? Contesta que sí, pero se corrige en seguida: —Somos cuatro en la pieza... Aquí te come el alquiler... —Entonces estarás bien... ¡cuatro! —No. eso no. ¿Va uno a hablar con tres, de todo? Además, ¿va un hombro a aguantar lo que conversan tres? ¿Y bobadas?. . Alvariza ríe y responde: —Bueno, ¡pa hacerte hablar a vos! .. —Hablo cuando tengo que hablar... Se callan. Alvariza contenido por la respuesta seca de Almada y éste porque no tiene nada que decir. Alvariza comprende que el amigo está desconforme con la vida. Algo hay en su actitud que se lo dice. Y como es hombre de “pienso y digo” le sale con esto: —Pero, entonces, ¿por qué te viniste? —Si querés que te diga la verdad, no sé .. Fue después de esta contestación que empezó a regresar al pago.
Lo ha desacomodado Alvariza. Aquel ¿por qué te viniste?, le ha quedado dando vueltas en la cabeza. Seguro, piensa, si me vine es porque estaba en venirme... Pero ¿había un porqué? No se acuerda. Habría o no habría... Pero si había era un porqué bobo... Allá eran cinco. El padre, la madre, él, Juan y Basilio. El padre “uñía", cargaba cal en lo de Berrondo y partía para el pueblo. Solo. Los otros carreros se entropillaban. El, solo. El mancarroncito overo poroto. El perro. Un perro que no le hacía fiestas a nadie. Ni a él. Iba y venía. La madre salía para ir a algún velorio. A la casa no llegaban visitas. A Juan lo mandó buscar un tío desde la Patagonia y se fue. Nada más. Pero algo lindo habría porque ahora se acuerda que era más lindo vivir allá que aquí... Supo una vez que Basilio estuvo en Montevideo. A él no lo fue a visitar. No crea, esto no le gustó... Pero hay otra cosa: Basilio a lo mejor ni sabía dónde estaba él. ..
Pero cuando mandó un escribano a comprarle “opción y derecho” del campito de los viejos dio con él... Así supo que les padres eran finados. —Si no fuera por el campito no seria sabedor ni de eso, — le dijo al hombre. Y entonces se consideró un hombre sin familia y no pensó más en el pago Ahora viene Alvariza y le apedrea el camoatí.
Es el mismo Alvariza el que viene a buscarlo. —Hermano, — le dice. — Juan está en el pueblo. Muy enfermo el pobre... Agrega “que todo está en manos ajenas y que el hermano es el hermano”. .. —¿Pero la enfermedad es asunto serio. —Sin vuelta. Usté va a ir casi a lo suyo... Es tan poco lo que tiene que pensar para decidirse que regresan juntos.
Bueno. Va galopando hacia el rancho del hermano empujado por truenos y relámpagos. Cuando llega es boca de noche. Desensilla. Apenas tiene tiempo de carnear. Ahora que tiene la mano tibia de la sangre de la oveja, se siente dueño. Cuelga la res, prende fuego, ensilla el mate. Las llamas juegan en el fogón de llanta de carreta. La caldera comienza a chillar. El humo, a enviones, intenta ganar el campo y retrocede envolviéndolo en rachas. Al fin se desata un chaparrón furioso. Al costado del galpón hay un atajaviento de zinc. Lo saca a la puerta para sentir llover. Es primero un chaparrón barullento. Después la lluvia se asordina. Es un agua mansa y pareja. Son tres días así. Pareja, mansa e igual la lluvia. Como una costumbre del cielo. El fuma, come, mira llover, siente llover. Está contento como si le lloviera adentro. Mira y sienta llover. Contento y sin pensamientos como a árbol.
Ahora que “levantó” y está el sol alto ensilla. Andan levantándose vuelas por todos lados. Desde algún lugar llegan relinchos. Al costado del caballo arma un cigarro. Ahora que está en la luz está menos contento que allá dentro, rodeado de cosas antiguas, familiares y usadas. —¿Qué? ¿Le falta algo? Le llega la respuesta rápida. Haciéndole montar de un salto, ya seguro de saber lo que necesitaba saber. Es un perro lo que él necesita... ¿No ve que él está solo?
Al galope y silbando. Trae en el brazo izquierdo, apretado contra corazón y. pecho, un cacharro — un barcinito — de lo de Gallo. Galopa y silba. Después se calla. Es que anda buscando nombre para el compañero. .. |
cuento de Juan José Morosoli
Publicado, originalmente, en: Suplemento dominical de El Día Año XVII Nº 807 Montevideo, 4 de julio de 1948 (formato pdf)
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
Ver, además:
Juan José Morosoli en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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