Es posible que el recuerdo de una ceremonia parecida se preserve en el
cuento Los cisnes salvajes de H. Ch. Andersen. En ese cuento, la reina
pone tres sapos en el baño de la princesita Elisa. Aunque el sapo
aparece tardíamente asociado con significados diabólicos, desde tiempos
prehistóricos es símbolo de la luna y la fertilidad femenina. La
historiadora de la menstruación Janice Delaney señala que en Estados
Unidos, en diversas regiones habitadas por culturas prehistóricas, se
han encontrado "anotaciones menstruales". Las mismas consisten en dos
sapos mirando en direcciones opuestas con una luna entre ellos. En el
sexto milenio A.C., en la región que hoy se denomina Bohemia (Europa
Oriental), la Diosa del Nacimiento suele manifestarse bajo la forma de
sapo. El sapo también está vinculado con agua, tierra, humedad y, por lo
tanto, con la mujer. La arqueóloga Marija Gimbutas señala que, en
numerosas iglesias de Baviera, Austria, Hungría, Moravia y Yugoslavia
hasta hoy se ofrecen a la Virgen sapos hechos de cera, hierro, plata y
madera. Algunos tienen cabeza humana. Otros llevan una representación
del sexo femenino en la parte de abajo. Significan un pedido de
protección contra la esterilidad o la interrupción del embarazo. Todavía
hasta la década del cincuenta, en Uruguay, las curanderas suelen pedir a
las posibles madres que les traigan un sapo para diagnosticar la
existencia de embarazo.
Cuando la princesita Elisa sale del baño, en lugar de los sapos hay tres
amapolas rojas. Los signos lunares se han transformado en la sangre que
la luna preside. Al verla, la reina cubre el cuerpo de Elisa con tierra
y jugo de frutas, de manera que nadie pueda reconocerla. Probablemente,
la acción de la reina simbolice que nadie puede reconocer a la niña
porque se ha transformado en mujer.
Aunque son numerosos los intentos de estudiar los significados rituales
de la pubertad femenina, la mayoría de ellos permanece oculto a causa de
la tesonera mudez guardada por las mujeres. En 1949 el antropólogo y
psicoanalista George Devereux analiza las ceremonias correspondientes a
la menarca entre los Mohave, una comunidad india de Estados Unidos.
Según éstos, la menstruación fue instituida por un dios durante el
período de la creación del mundo. De ese modo, el mes femenino queda
asociado con significados sagrados y cósmicos. La aparición de la sangre
trae felicidad a la niña y a su familia, pues significa el florecimiento
de la feminidad. En cuanto a los ritos que la acompañan, son aceptados
como un mal necesario. La niña mohave es informada por su madre con
cierta anterioridad y no se siente repugnada o asustada por el hecho.
Cuando ocurre, lo comunica a aquélla para que tome las medidas
necesarias a fin de que los rituales se inicien. Tales ceremonias son
secretas, pues afectan a la reproducción de la sociedad y todo lo que
tenga que ver con la continuidad por vía sexual debe permanecer en
silencio. El propósito de estos ritos es asegurar la belleza y la salud
de la niña pubescente y conferirle una larga fertilidad. Tcatc, una
informante de Devereux, atribuye la esterilidad creciente de las mujeres
mohave a la falta de observancia del ceremonial. Es probable que el
mismo empiece con cantos y danzas. Luego viene un período de encierro en
la choza de la niña pubescente. Lo más importante de tal encierro es que
la jovencita permanezca sola, aunque de vez en vez la madre o la abuela
vengan a verla, para confirmarle que ya no es meramente una criatura y
recordarle cuáles son sus nuevas obligaciones. La tercera parte del
ritual consiste en el entierro de la niña. El pozo en que se la sepulta
es semejante a los que se hacen para colocar a un recién nacido. De
acuerdo a otros informantes, el pozo sería similar a la cama de la madre
del recién nacido. De ese modo, la comunidad significaría la muerte de
la niña y el parto o nacimiento de la mujer.
El sopor mortal de la niña pubescente ha
quedado consignado en famosos cuentos, como Blanca Nieves y La
Bella Durmiente. En el caso de esta última, el largo sueño
sobreviene precisamente después que la princesita se pincha un dedo,
derramando así su sangre.
La iniciada mohave yace en el pozo, cubierta de tierra hasta las axilas.
Se apoya sobre su estómago o espalda con las piernas estiradas para que
su cuerpo se desarrolle bien. (Si se acostara sobre un costado, uno de
sus pechos crecería más que el otro.) De acuerdo a distintos
informantes, debe pasar de una hora a cuatro días en el pozo. Se le da
un palito para que se rasque, ya que no debe tocar su cuerpo. Mientras
duran las ceremonias, tampoco debe mirarse en un espejo ni en la
superficie de un estanque, pues terminaría bizca. (Devereux supone que
el verdadero significado de esa prohibición sería prevenir el narcisismo
propio de la jovencita.) La finalización de los ritos va acompañada de
un baño purificador.
Es probable que tradicionalmente las niñas mohave se sometieran a las
cuatro etapas del ceremonial. Sin embargo, cuando Devereux realiza su
investigación, se está procesando un deslizamiento a favor de una
sexualidad placentera y estéril y muchas niñas dejan de plegarse al
mismo.
La historiadora de África Sylvia Ardyn Boone, se refiere a estudios
realizados en la costa norte de Guinea, que describen iniciaciones de
niñas pubescentes. En comunidades radicadas en esa región en el siglo
XVI existen dos sociedades secretas, una de varones y otra de mujeres.
Para ambas, al llegar a la pubertad, las niñas se revisten de la mayor
importancia social. Son mantenidas en un área apartada durante un
período de alrededor de un año bajo la vigilancia de un anciano.
(¿Blanca Nieves entregada a la custodia de los siete enanitos,
sexualmente inofensivos como el anciano?) Durante ese tiempo de
ostracismo reciben nuevos nombres (que significan la muerte de su
identidad infantil y el nacimiento de su identidad de mujeres). Se les
dan, además, los elementos de una "cultura femenina" (consistente en
cocinar, cuidar, curar). Al finalizar su aislamiento, se las viste con
los mejores trajes y se las lleva a fiestas donde los hombres jóvenes
eligen esposa. (Pensemos cuántos cuentos de hadas relatan una historia
semejante: la Cenicienta, la Cuidadora de Ocas, Piel de Asno son niñas
confinadas entre la ceniza del hogar o en una porqueriza, donde sufren
penosas pruebas durante un período prolongado. Finalmente, en el marco
de un baile, encuentran marido.) El explorador John Matthews hace la
siguiente descripción de los rituales guineos: "Durante la estación
seca, la primera vez que aparece la luna las jovencitas en edad de
casarse son reunidas. En la noche anterior al día del ritual iniciático
(que supone dolorosos cortes en sus cuerpos) son conducidas por las
mujeres del pueblo a lo más profundo del bosque. En el camino se colocan
toda clase de encantamientos con el fin de mantener alejados a los
curiosos. Mientras dura ese confinamiento en el bosque, cuando el cuerpo
está sometido al dolor y la mente se va tranquilizando gradualmente a
causa de la completa quietud reinante, las flamantes mujeres aprenden
las costumbres y creencias de su pueblo. Antes de la iniciación, aunque
las hubieran oído, no habrían sido capaces de escucharlas".
También Blanca Nieves se interna en las profundidades de un bosque que,
en la versión cinematográfica de Walt Disney, recibe caracteres
aterrorizadores. En cuanto a Elisa, la protagonista de Los cisnes
salvajes, una vez que la reina la cubre de tierra se interna en un
bosque que "se hizo más y más oscuro. Estaba tan quieto que podía oír
sus propios pasos: el sonido de cada palito, de cada hoja que se
desmenuzaba bajo sus pies. Los árboles crecían tan cerca unos de otros
que Elisa sentía que estaba presa en una empalizada. ¡Oh, en ese bosque
estaba más sola de cuanto hubiera podido nunca imaginar!". Allí Elisa
aprende la sabiduría necesaria para salvar a sus hermanos, hacerse amar
y respetar por un esposo, ser madre y reinar sobre un pueblo.
Ardyn Boone estudia la actitud ante la menarca de los Mende, una
comunidad que vive actualmente en Sierra Leona (África Occidental). Los
Mende constituyen una organización patriarcal y los maridos a menudo
tratan con dureza a sus esposas. No obstante, es opinión común que las
mujeres tienen más posibilidades que los hombres y que en su destino hay
más acontecimientos sorprendentes. Tales sucesos y posibilidades son los
de la vida y el deleite. La niña mende se prepara para ellos en el seno
de una sociedad exclusivamente femenina, llamada Sande. Su ingreso a la
misma es considerado un acontecimiento mayor. La sociedad Sande tiene
una arboleda iniciática, la kpanguima. El núcleo de la
kpanguima consiste en una choza encerrada por altas murallas de
arbustos. La misma ha sido construida por hombres dirigidos por un
ngegba (el único varón admitido en el interior de la vivienda, cuya
función consiste en cuidar el mantenimiento de su estructura). Ngegba
es un hombre que ha debido pasar por alguna forma de iniciación
femenina: de otro modo no podría soportar las calamidades físicas y
espirituales que recaen sobre el que viola el recinto de las mujeres.
La sociedad Sande pone especial énfasis en
el aprendizaje de ciertas actividades como el baile y la preparación de
los alimentos (una actividad casi universalmente reservada a las mujeres
y que, como veremos, les confiere cierto poder a veces relacionado con
la regla). Las niñas están bajo el cuidado de las sowei, mujeres
mayores y poderosas, quienes las entrenan alternando el afecto con el
rigor extremado. La figura de estas mujeres, que suele revestir un
carácter amenazador, también parece encontrar su correlato en cuentos de
hadas. En esos relatos a menudo hay madrastras o malvadas madrinas (que
son siempre reinas, hadas o grandes señoras) quienes exigen de las
jovencitas que trabajen penosamente. En su estudio sobre los cuentos de
hadas, el psicoanalista Bruno Bettelheim sostiene que esas exigentes
figuras femeninas simbolizan a la madre. Durante la adolescencia, ésta
suele volverse odiosa para su hija, pues requiere de ella el penoso
entrenamiento sin el cual no podría acceder a la vida adulta.
En el interior de la kpanguima las niñas mende son nutridas en
abundancia. Con ello se procura darles una reserva de energía que
facilite el inicio de su ciclo menstrual. De acuerdo con el Centro de
Estudios sobre Población de Harvard, el régimen a que son sometidas esas
niñas prepúberes es mucho más saludable que el adoptado por las delgadas
adolescentes estadounidenses. De ese modo, la comunidad hace un esfuerzo
para asegurarse la fertilidad de sus mujeres.
En Poderes del horror, Julia Kristeva señala que la intensidad de
los sentimientos suscitados por la menarca y la dureza de los rituales a
los que la jovencita es sometida, en parte dependen del ecosistema de la
comunidad a la que pertenece. De hecho, la primera menstruación es el
signo del poder recién adquirido por la niña para incidir sobre su grupo
social reproduciéndolo o teniendo hijos con varones de otros grupos.
Semejante poder es tan significativo para cualquier sociedad como
misterioso resulta el súbito manar de la sangre femenina.
Ese manar misterioso suele revestir significados benéficos, no sólo como
promesa de fertilidad, sino de cura física y espiritual. Entre los
apaches, los sacerdotes se arrodillan ante las niñas en su menarca para
recibir la bendición de su contacto. Tal contacto también curaría a
bebés y ancianos.
Pero el misterio de la sangre también puede asociarse con significados
maléficos. En las creencias de diversas comunidades indias, el primer
período coincide con la posesión de la niña por un espíritu maligno, que
le confiere gran poderío. Por eso, a la llegada de la menarca, en muchas
sociedades se intenta expulsar el mal de la niña purgándola, pegándole,
lavándola y fumigándola con humo con tal intensidad que, en ocasiones,
su vida corre riesgo. Lo que con estos procedimientos se intenta detener
no es un mal físico. Más bien se busca una purificación espiritual. Se
trata de alejar una fuerza sobrenatural y desconocida. Acaso ese "mal"
que ha penetrado en la mujer es el deseo que se desenrosca en ella,
dejando sentir plenamente sus exigencias. Recordemos que, en Génesis
(3, 16), una de las tres maldiciones que Yavé lanza sobre Eva es su
deseo del varón.
Los medios de comunicación siguen explotando estas creencias con
finalidades de lucro. Es el caso del best-seller Carrie publicado
por Stephen King en 1972 y llevado al cine en 1976 por Brian de Palma,
con la protagonización de Sissi Spaceck. Al llegar la primera
menstruación, Carrie adquiere poderes parapsicológicos de funestas
consecuencias para la comunidad en la que vive. Su madre, una
fundamentalista fanática, los asocia con el despertar de la sensualidad.
(Sobre esta novela de gran éxito comercial volveremos más adelante.)
La convicción de que no sólo la sociedad debe protegerse de la
pubescente, sino protegerla de sí misma, es común a un gran número de
pueblos. Así, la joven debe permanecer con la vista fija en el suelo.
Tampoco puede tocarse la cabeza (que generalmente significa la sede del
alma) ni los cabellos (que usualmente se asocian con significados de
fructificación). En general, no debe rascarse ni acariciarse. El
significado de esta prohibición sería impedir que la jovencita lleve la
contaminación menstrual a otras partes de su cuerpo. Pero,
probablemente, por debajo de ese significado denotado exista otro.
Aunque muchas comunidades llamadas primitivas son tolerantes con
respecto al onanismo infantil, desde el momento en que la niña se vuelve
fecunda sus propias caricias pueden impulsarla a buscar un deleite
compartido, que ahora tendría consecuencias para ella y su comunidad. En
numerosas sociedades, las muchachas, al aproximarse el tiempo de su
menarca, son encerradas en jaulas suspendidas a alguna distancia del
suelo, para que queden aisladas de cielo y tierra. En algún caso pueden
permanecer allí durante años hasta que se reintegren a la comunidad como
esposas. De ese modo su fertilidad y también su posible curiosidad
sexual permanecen bajo control. Otras jóvenes son obligadas a guardar
cama o a recluirse en sus casas. En Camboya, por ejemplo, la nubilidad
de la joven da lugar a su "retirada en la sombra". Ese período de
reclusión varía de una a varias semanas, según el apego de las familias
por las costumbres ancestrales. La joven debe vivir en una cámara
tapizada de tejidos blancos (para olvidar acaso el color rojo de su
sangre) y no ver a ningún hombre.
El antropólogo James Frazer y, posteriormente, el antropólogo y
semiólogo Vladimir Propp sostienen que muchos mitos y cuentos de hadas
que circulan en Occidente encontrarían su significado profundo en esa
costumbre. En Rapunzel, un cuento perteneciente a la tradición
europea y recogido en el siglo XIX por los hermanos Grimm, al cumplir
doce años la princesita Rapunzel es encerrada en una torre. Sale de ella
para desposar al príncipe. Otras veces todas las precauciones resultan
inútiles. Dánae, hija del rey de Argos, es confinada por su padre en una
torre para que nadie pueda aproximársele. Sin embargo, Zeus desciende
sobre ella bajo forma de lluvia de oro, fecundándola. En un cuento ruso,
la princesa también es encerrada en una torre. Pero entre los ladrillos
hay una raja. La princesa se para delante y el viento la fertiliza. En
otras versiones, la princesa sale de su reclusión para pasearse por el
jardín, pero pasa una serpiente (símbolo fálico y también metáfora
menstrual, pues la serpiente muda su piel periódicamente) y se la lleva.
Cenicienta no derrama sangre
En muchas partes del mundo, todavía tienen lugar ceremonias de
desfloración durante las cuales la jovencita es "abierta", a veces por
un anciano o una anciana dotados de poderes mágicos, que se valen para
ello de un instrumento cortante. Se piensa que, de otro modo, la niña no
sería fértil. Mediante el procedimiento de "abrir" se pretende provocar
la primera menstruación. La confusión entre la sangre virginal y la
menstrual persiste tal vez porque en ciertas culturas las mujeres son
entregadas en matrimonio hacia el fin de su infancia. En consecuencia,
se debe pensar que la desfloración provoca la menstruación. Algo de esa
tradición perdura en Cien años de soledad. La sangre de la
menarca de Remedios Buendía y su sangre virginal se derraman casi
simultáneamente.
De acuerdo a la Ginecología, de Sorano, médico de la corte romana
en el siglo II D.C., la palabra "virgen" sólo corresponde a las niñas
antes de su menarca. Trazas de esa idea se encuentran en la versión que
los hermanos Grimm dan del famoso cuento Cenicienta. El príncipe
busca a la jovencita a quien pertenece el zapato perdido para hacerla su
esposa. El zapato, como toda cavidad, es símbolo del sexo femenino. Las
hermanastras de Cenicienta se cortan los dedos o los talones para que
sus pies entren en el zapato. El príncipe, por dos veces engañado, lleva
primero a una hermanastra, luego a la otra, en su carroza. Pero el
zapato es de cristal y los pájaros, al ver a través del material
transparente, gorjean: "Hay sangre en el zapato". Según el psicoanalista
Bruno Bettelheim sólo Cenicienta, cuyo zapatito está completamente
limpio pues no ha sangrado aún con su menarca, es la virgen perfecta.
Por eso, únicamente ella puede desposar al príncipe.
Sangre ecológica
Parece existir una incompatibilidad entre la mujer y las presas de caza,
que se debería a la semejanza entre la sangre menstrual y la sangre de
la víctima. Es imposible registrar el número de poblaciones llamadas
"primitivas" en las que las mujeres representan un peligro para el
cazador. Por no mostrar más que unos pocos ejemplos, entre los kiwai de
Nueva Guinea, un hombre cuya mujer tiene la regla (o está dando a luz)
no debe ir de caza o de pesca. De lo contrario, un jabalí o un tiburón
lo matarían. Los comanches, que se hacen llevar el escudo por sus
esposas preferidas, no salen cuando éstas menstrúan. Los pescadores de
ballenas en las Islas Aleutianas (que se extienden desde Alaska a la
costa oriental de Asia), no dejan sus amuletos de pesca en contacto con
mujeres menstruantes. De lo contrario, en el momento de matar al cetáceo
serían atacados por una violenta hemorragia nasal, capaz de conducirlos
a locura o muerte. Las mujeres no deben tocar las armas de los hombres,
pues las volverían ineficaces o las romperían. Tampoco pueden cazar ni
frecuentar sitios por donde pasan animales de caza. No tienen que
encontrarse con sus maridos en las salidas de las excursiones de caza ni
aproximarse a animales muertos antes de ser troceados. Prohibiciones
similares existen en caso de guerra. Porque la mujer sangra, no sólo
puede impedir que el hombre mate sino también exponerlo a que se le
mate. Desde la óptica de nuestra propia cultura, estas costumbres de
pueblos llamados primitivos pueden dar al menstruo significados
políticamente aprovechables en favor de la paz y el respeto por las
demás especies. Así, esa sangre de la vida constituye un potencial
estandarte de la lucha ecológica y antiarmamentista.
La diosa lunar y el cine
argentino.
Es grato pensar que en los matriarcados prehistóricos reinaban paz y
respeto por las especies. En su libro sobre La Diosa Madre, el
psicoanalista Erich Neumann exhibe fotos de estatuas que muestran a la
Diosa cubierta de pechos de cuello a cintura. De esos pechos
innumerables reciben alimento niños y animales: nutre por igual a todas
las especies vivientes. Sin embargo, la Diosa Madre también puede
significar violencia. A Astarté le gusta bañarse en la sangre de los
guerreros. Hécate sirve a Perséfone, que reina sobre los muertos.
También protege a los cazadores, por lo que a veces se la confunde con
Artemisa, que preside la matanza de animales silvestres. Sin embargo,
esas diosas se asocian a una multiplicidad de significados que no se
encuentran en los dioses guerreros. Thomas Mann describe a la diosa
india Kali en su cuento "Las cabezas trocadas": ella es "La que da la
muerte mientras trae la vida", es decir, la que destruyendo renueva,
portadora de inmortalidad. Artemisa, diosa cazadora, es también diosa
lunar y, por lo tanto, está vinculada a la sangre femenina. En su
investigación sobre la mujer griega, la historiadora Hellen King analiza
un conjunto de textos conocido como Cuerpo hipocrático. Los
mismos reciben su nombre de Hipócrates, un médico del siglo V
considerado como "el padre de la medicina". El Cuerpo es tá
formado por tratados escritos por sus discípulos, que datan
probablemente del siglo V o IV AC. El mismo incluye un estudio titulado
"Sobre las enfermedades de las vírgenes". Dicho estudio propone
dos abordajes a la primera menstruación. Uno constituye una mirada
estrictamente médica. La otra aproximación es a través del culto de
Artemisa: después de la menarca, se le hacen ofrendas.
Artemisa no menstrúa, no es desflorada ni da a luz. Sin embargo, a pesar
de ser virgen, es divinidad lunar. En consecuencia, rige el ciclo
femenino. De nuevo se manifiesta la relación de exclusión entre "virgen"
y "sangre derramada". Artemisa, eterna doncella, no se enrojece con
ninguna de las funciones femeninas. En cambio, derrama la sangre de
otros. Es cazadora y preside el proceso a través del cual una virgen se
convierte en mujer con familia, que sangra en menstruación, desfloración
y parto. Estar pronta para el matrimonio es estar lista para sangrar.
Por ese motivo, en Grecia, las futuras esposas son comparadas con
ensangrentadas presas de caza. Artemisa, que preside la caza y las
transiciones femeninas, ayuda a las mujeres a cruzar los umbrales que,
en tanto que hembra independiente y poderosa, rechaza para sí misma.
La percepción de la jovencita como "presa
de caza" perdura hasta nuestro siglo. Cuando es "de buena familia",
suele vigilársela para mantenerla lejos del "depredador". En el filme
Miss Mary (1986), la directora María Luisa Bemberg muestra las
costumbres del patriciado rural argentino durante un período que va
desde la década del treinta a la del cincuenta. A la llegada de Miss
Mary (Julie Christie), la gobernanta que debe hacerse cargo de dos
adolescentes, el padre tiene una conversación con ella. Le advierte que
no debe perderlas de vista ni por un momento. Miss Mary se asombra: "¿La
Argentina no es un país civilizado?". El padre contesta que "no hay país
civilizado donde se encuentran solos un hombre y una mujer". Y pregunta,
con tono insinuante, si los ojos de la miss son azules o violetas. Las
imágenes del hombre como cazador y de la mujer sola como víctima que hay
que proteger se dibujan claramente.
En una secuencia posterior, durante la noche, la menor de las niñas
corre a la habitación de Miss Mary gritando: su hermana está por morir.
Ante los gritos, el hermano se asoma para informarse de lo que ocurre.
Miss Mary le contesta que "no es asunto de hombres". Ese silencio tenaz
en lo que se refiere al propio ciclo recuerda el que preside los ritos
de la menarca en algunas sociedades que estudiamos. Pero, en las
sociedades arcaicas, el silencio significa poder y orgullo, mientras que
en ésta significa pudor y vergüenza.
Al llegar al dormitorio de las niñas, Miss Mary encuentra a la mayor,
perpleja en medio de sus sábanas rojas. Las dos niñas quedan
horrorizadas al saber que eso ocurrirá todos los meses. Con algunas
dificultades, Miss Mary las tranquiliza: "La menstruación es un signo
natural; comunica la capacidad de ser madre". Dado que su ciclo le es
presentado como inicio de una nueva etapa de la que debe estar
orgullosa, la niña mayor quiere hacer una fiesta. Pero la sociedad
occidental y patricia está lejos de ser un espacio donde la sangre
femenina se venere. Miss Mary queda horrorizada: "Nadie debe saberlo. Es
un secreto de mujeres". Le ordena a la niña que no salte, no nade, no
cabalgue y no se lave los cabellos. Está enferma: debe permanecer en
cama durante varios días con las piernas planas y los brazos paralelos
al cuerpo "para que la sangre circule bien". Esta última recomendación,
sin embargo, trae a la memoria el rito Mohave de acuerdo al cual la niña
debe permanecer en una posición horizontal precisa durante un tiempo
determinado.
En el discurso de Miss Mary se percibe una figura que ha sido estudiada
por expertos en comunicación como Paul Watzlawick y su equipo.
Watzlawick la llama instrucción paradójica. La misma consiste en
dar una orden ("Alégrate que se trata de un signo natural y positivo") y
la contraria ("Cuídate y ocúltate que se trata de una enfermedad
vergonzante") al mismo tiempo. El uso permanente de la instrucción
paradójica en el seno de una familia puede acarrear esquizofrenia. Hacia
el fin de la película, en parte a consecuencia de ése y otros discursos
paradójicos relativos al cuerpo femenino, esa adolescente contrae una
severa enfermedad mental.
"Ella que con su sangre creó al mundo"
Cuando se confrontan los diversos significados atribuidos al menstruo en
diferentes culturas, se comprende que, por lo menos hasta cierto punto,
los mismos dependen del poder de cada sexo en esa comunidad dada. Así,
los kaliaia de Nueva Bretaña, que constituyen un grupo de fuerte
predominancia masculina, sostienen que el embrión está constituido
exclusivamente por la simiente paterna. La madre se limitaría a
proporcionar el continente en el que éste se desarrolla. En cambio, en
sociedades matrilineares, donde la identidad del grupo familiar se
transmite a través de la mujer, se afirma que el embrión se forma con el
menstruo. Por ejemplo, entre los habitantes de las islas Trobian
(Melanesia), cuya concepción de la vida ha sido exhaustivamente
estudiada por Malinowski y, más recientemente, por el antropólogo Bruce
Knauft, el embrión está totalmente integrado por la sangre de su madre.
El líquido masculino no desempeña papel vital alguno. La madre concibe
cuando los espíritus baloma, que también pertenecen al linaje
materno, fertilizan su mes.
Sin embargo, en algunas sociedades patrilineales, como los mae, de las
montañas de Nueva Guinea, parecen existir trazas de un culto a lo
femenino. Dichas trazas se manifiestan en el significado atribuido al
menstruo. Los mae también creen que el embrión está formado por sangre
materna y dan muy poca importancia al papel biológico del padre.
En otras sociedades patriarcales, existen tradiciones de acuerdo a las
cuales, en tiempos remotos, el poder sobre todas las cosas habría
pertenecido a las mujeres. Estas lo adquirirían gracias al influjo de su
sangre menstrual. Según las investigaciones de la antropóloga Françoise
Héritier, los baruya de Nueva Guinea, que constituyen una sociedad
patriarcal, reservan significativas instancias rituales de iniciación
para sus varones. Durante las mismas, les cuentan que son las mujeres
quienes inventaron el arco y las flautas ceremoniales. La flauta es un
medio de comunicación con el mundo sobrenatural de los espíritus. Por lo
tanto, al inventar semejante instrumento las mujeres adquirieron poder
absoluto. Pero los hombres se las robaron de las cabañas menstruales
donde ellas las ocultaban y, de ese modo, lograron someterlas. Los dogón
de África Occidental tienen un mito de acuerdo con el cual las mujeres
fueron desposeídas de su poder sobrenatural cuando los hombres les
robaron sus máscaras teñidas de rojo. En todos esos casos, el poder del
hombre busca justificarse en la lucha contra un matriarcado original que
atribuye a la menstruación importantes significados.
En India, la grande y terrible diosa madre Kali, está cubierta con ropas
ensangrentadas. Esos vestidos se consideran de gran valor medicinal. Se
piensa que la diosa, como la tierra, necesita sacrificios sangrientos
para renovar el de su propia sangre, con la que luego recrea a sus
hijos. Esos sacrificios se entretejen con otros ritos sexuales, con el
duelo por los muertos y con la roturación de la tierra, que luego
renacerá pródigamente, dando abundantes frutos. La asociación del
menstruo con la flor o el fruto reaparece en diversas lenguas de India,
donde la sangre es nombrada con palabras que significan "flor" o
"néctar". Cuando una niña menstrua por primera vez se dice que "ha dado
a luz la Flor". El historiador de las religiones Robert Graves habla de
una bella figura femenina presente en la mitología celta. Su nombre es
Blodeuwedd. Se inicia con la partícula blod, que parece
aludir a la sangre (en inglés: blood). Su cuerpo está enteramente
hecho de flores. Como toda flor lleva un fruto, también la sangre
uterina sería la flor que contiene potencialmente a las futuras
generaciones. En inglés todavía hoy se utiliza eufemísticamente el
vocablo flower para designar la regla. En realidad la palabra
remite literalmente a lo que fluye (to flow= fluir). Más adelante
veremos la persistencia de la metáfora menstruo/flor en la literatura y
en el material onírico de nuestros contemporáneos.
La sangre menstrual significaría así la esencia del poder de la Gran
Madre, cuya flor da el fruto de todas las criaturas vivientes. Rastros
de ese poder estarían presentes todavía en ciertas religiones y en ritos
practicados por grupos marginales.
En el yoga tántrico se piensa que el hombre puede alcanzar su meta
última sólo si tiene relaciones con una mujer menstruante, de modo que
ella le traspase su energía roja. Según la tradición tántrica, la sangre
menstrual sería el vino de los sabios. De ese modo, existiría un
ceremonial para cuya celebración sería indispensable que la sacerdotiza
encargada de significar a la diosa estuviese menstruando. Después de
haber tenido contacto con ella, un hombre podría transformarse en gran
poeta y señor del mundo.
Algunos Sacerdotes católicos de la Edad Media afirman que las brujas
usan sangre menstrual para comulgar. El brujo Thomas Rhymer se pone bajo
la tutela de la Reina de las Hadas, quien le dice que en la falda tiene
una botella de vino clarete y lo invita a descansar la cabeza en ella.
El clarete es bebida tradicional de los reyes y también simbolizaría la
sangre. Su nombre connota las ideas de claridad, clarividencia,
iluminación. De acuerdo a una tradición celta, el vino clarete estaría
relacionado con la sangre lunar. Todavía en el siglo XVII, los médicos
británicos comparan la fermentación de la sangre menstrual con la
fermentación del vino.
Entre las poblaciones indígenas de América se encuentran numerosos
ejemplos de la recuperación de la fuerza negativa de la sangre
menstrual. En Alaska, los tinné la emplean para curar enfermedades y
atan al cuello de los niños endebles materiales impregnados con ella
para acrecentar su resistencia. En otros casos, se pide a una mujer
menstruante que corra desnuda sobre sembradíos afectados por alguna
plaga. El mal se vuelve contra el mal y el campo fructifica.
Entre grupos juveniles marginados, como los autodenominados "Ángeles del
Infierno", que habitan los suburbios de ciudades de Estados Unidos al
promediar los años setenta, un aspirante a miembro no puede integrar la
comunidad juvenil si no prueba que ha tenido relaciones con una mujer
menstruante. De ese modo significa su virilidad y coraje delante del
grupo.
Otro símbolo antiguo del manar misterioso perviviría en la alfombra
roja. Aunque su significado de fuerza vital se haya olvidado, continúa
siendo recorrida por aquellos que tienen un poder especial (reyes,
líderes, jefes religiosos) y por las oficialmente encargadas de propagar
la vida: las novias.
"Nada más inmundo que una mujer..."
Pero el triunfo de la Madre es sinuoso. En cambio, es ostensible su
derrota. Ella determina que, en la tradición grecolatina, entre judíos o
musulmanes, la menstruación, signo de maternidad potencial, cambie de
significado. El flujo de sangre se inserta en una nueva productividad
significante, sobre la que pesa una ley patriarcal de separación de lo
materno. Bajo la severidad de la norma, como un eco, se escucha el miedo
(mezclado con envidia) del hombre ante el sangrante abismo de la vida,
atributo exclusivo de la Madre. A medida que las sociedades de
predominio masculino se generalizan, la Gran Madre se transforma en
diosa terrible o en despreciable pecadora. Lo sagrado se vuelve inmundo.
Lo que fue poder se convierte en maldición y vergüenza. Para muchos
pueblos llamados "primitivos", el rojo signo parece producir
exclusivamente imágenes mentales de horror y repelencia. En su clásico
trabajo antropológico titulado La rama dorada, sir James Frazer
dedica un amplio espacio al significado que, entre algunos de esos
pueblos, se atribuye a la sangre menstrual. Comunidades localizadas en
territorios muy lejanos entre sí como Australia, Asia, África o América
manifiestan idéntico deseo de abyectar (arrojar lejos) ese manar
misterioso conjuntamente a aquella de quien fluye. En la Isla de la
Reunión (Océano Indico), una mujer menstruante que se deja ver por
hombres es apaleada por su padre o marido: se piensa que el varón que la
mira encanece y pierde su vigor. La mujer australiana en su período
tiene prohibido bajo pena de muerte tocar nada en uso de los hombres. Ni
siquiera se le permite caminar por el sendero por donde éstos circulan,
pues se cree que el varón que posa los ojos en ella corre el riesgo de
morir. En términos generales permanecerá apartada del fuego, que
constituye un principio masculino. Durante sus reglas la mujer contamina
la pesca si come pescado. Los ganados mueren al pisar una gota de su
sangre. Las flores se marchitan y los árboles se secan. Si mira el
cielo, el tiempo será malo. Por eso algunas comunidades le solicitan que
se cubra la cara y el pecho con un gorro especial hasta después de haber
pasado su muda menstrual: su sola vista constituye un daño social y
cósmico. En otras sociedades, se le exige que salga de la casa por una
puerta especial y que se bañe lejos. Así, la reclusión mágica en la
choza menstrual adonde se retiraba para reunir su poder se transforma en
limpieza, purificación de la comunidad. En la cabaña puede ser visitada
únicamente por mujeres, quienes le alcanzan alimentos, frecuentemente
sujetos a severas restricciones.
No son sólo las sociedades "salvajes" las que apartan a la mujer en su
muda. En las leyes de Manú (India) se declara que la sabiduría, poder y
vitalidad de un hombre que se acerca a una mujer en su mes se desvanecen
para siempre. Por oposición, si la evita mientras está en esa condición,
su energía aumentará. En El Corán, o libro sagrado de los musulmanes,
Alá dice a Mohamed, su profeta, que la menstruación es una enfermedad y
que la mujer debe permanecer sola durante ese período (Surah II,
222).
La cultura grecorromana atribuye al significante "menstruación" los
significados de "abyección" y "pestilencia". En el ya citado Cuerpo
hipocrático, el menstruo es descrito como sangre que puede errar a
través del cuerpo, causando tuberculosis si entra en los pulmones. En el
libro 7 de su Historia natural, Plinio el Viejo (siglo I D.C.)
dice que el contacto con una mujer en su período agria el vino. Las
cosechas se vuelven estériles, los injertos mueren, las semillas se
secan, los frutos caen de los árboles. La superficie de los espejos se
enturbia, el brillo del marfil y el acero se apagan, el bronce y el
hierro se herrumbran. Las abejas mueren, los perros enloquecen y su
mordisco infecta con un veneno incurable, mientras un horrible olor
colma el aire. Las afirmaciones de este ilustre hombre de ciencia de la
antigua Roma circulan largamente por Europa. Hasta entrado el siglo XX,
en regiones rurales de diversas partes del continente europeo se pensaba
que la presencia de una mujer menstruante agriaba la leche, echaba a
perder el vino y estropeaba la cerveza. Hasta la década del cincuenta en
Uruguay se decía que una mujer con su regla no podía hacer mayonesa
pues, bajo su contacto, las yemas no se unían.
Si la metonimia es la figura semiótica que actúa por contagio,
contigüidad, irradiación, el menstruo, tanto en el seno de las
comunidades "primitivas" como en el de las "civilizadas", opera
metonímicamente. Mácula roja, cuyo poder se expande por los reinos
mineral, vegetal y animal hasta que, trascendiendo las fronteras de lo
sensorial, repercute en las inasibles regiones donde mal y bien se
enfrentan.
Para muchas comunidades patriarcales, el cuerpo de la mujer parece
albergar el mal justamente porque está "sucio" de esa sangre que, en
otros contextos, ha tenido significado sagrado. El terror que suscita
atrae nuevos significados, como el de culpa y pecado. Se piensa que la
mujer menstruante paga el precio de un mal esencial, el cual formaría
parte de su naturaleza. En su investigación sobre los símbolos de la
sangre, el historiador de las religiones Jean-Paul Roux recopila una
serie de mitos que presentan curiosas semejanzas con la historia del
Génesis y las leyendas, judías y católicas, que la misma suscitó.
Por ejemplo, entre los bambara se cree que la menstruación se origina en
una falta. Por lo tanto, es el resultado de un castigo. En Tierra de
Fuego ese castigo explica los tabúes relativos a la menstruante: no
reír, mantener los ojos bajos, no jugar con los niños y obedecer. El
tema de la serpiente que ha mordido el sexo de la mujer se relaciona con
el simbolismo fálico de ese reptil y justifica la idea de que la mujer
con la regla sea particularmente proclive a atraerlo. Entre los selk'nam
de Tierra del Fuego, se cuenta que es un héroe el responsable de la
aparición de la regla y, al mismo tiempo, de la instauración de la
monogamia. Según ese mito, una joven está casada con dos hermanos.
Mientras el mayor se ha marchado al bosque para cazar y recolectar, el
menor y la joven permanecen abrazados. Cuando el cazador regresa, la
esposa le dice que prefiere al otro. Furioso, el cazador la hiere
diciéndole: "En adelante no todos tus días serán iguales y tendrás por
esposo a un solo varón". De ese modo, la mujer pierde el libre uso de su
cuerpo y debe considerar como castigo las funciones del mismo.
En Nuevas Hébridas la menstruación se relaciona con el origen de la
agricultura y la rivalidad de día y noche. Este mito muestra la
importancia de la luna y, al mismo tiempo, manifiesta una particular
analogía con la historia del Génesis. Tortal, amo del sol y
espíritu del día, tiene una esposa humana, Avin. Avin vive feliz y
ociosa en un huerto maravilloso, que a todas horas le procura los más
preciados alimentos. Una noche, despreciando las advertencias de Tortal
y aprovechando su ausencia, se une a Ul, señor de la luna y espíritu de
la noche. A su regreso, Tortal se entera del adulterio y expulsa a Avin
del huerto. A partir de entonces, la mujer está condenada a trabajar
para alimentarse y a sangrar periódicamente.
Eva (en hebreo Hawab) significa "madre de todos los vivientes".
Los griegos traducen su nombre como Zoé (vida). Ese nombre sería un
signo residual de la creencia en la Gran Madre. Sin embargo la exégesis
rabínica lo conecta con el arameo hewva (serpiente), observando
que "ella fue la serpiente de su marido". Pero sabemos que la serpiente
es signo de la menstruación y, en términos generales, de la Gran Diosa.
La etimología de Eva se conecta no con "la serpiente de su marido" sino
con la serpiente divina Hwt, adorada por los fenicios. También puede ser
que el origen de Eva como costilla de Adán no sea sino otro signo
residual de la Diosa. La palabra sumeria tí significa a la vez
costilla y vida. Así, puede ser que la Diosa de la Vida mesopotámica
esté detrás del motivo costilla/vida en la historia bíblica. En todo
caso, de acuerdo a ciertas leyendas judías recopiladas por el
folclorista Louis Ginzberg, Satán elige a la serpiente para seducir a
Eva. O la serpiente misma quiere hacer pecar a Eva, pues la desea. Se
acerca a ella en lugar de Adán, porque sabe que las mujeres se dejan
persuadir más fácilmente. Inicialmente Eva vacila, pero al tocar el
árbol y ver que no le ocurre ningún daño, come el fruto. Inmediatamente
el Ángel de la Muerte se presenta ante ella. La investigadora Nel
Noddings estudia específicamente la reversión de los símbolos maternos
en la tradición del Antiguo Testamento. La mujer nace del hombre. El
árbol que da fruto y que, por lo tanto, es símbolo femenino, se
transforma en árbol de la tentación. La serpiente, signo de la Gran
Madre y de su menstruación sagrada, se convierte en símbolo de mal y
destrucción. Como en otras culturas patriarcales, el mes femenino se
vuelve uno de los castigos que acompañan la expulsión del Paraíso. Louis
Ginzberg muestra que, en las leyendas judías, el menstruo es visto como
una maldición que se atrajo Eva por haber comido del fruto (lo que, en
estadios matriarcales de la sociedad no habría significado sino ponerse
en contacto consigo misma).
En Levítico (15: 19-31), Yavé habla faz a faz a Moisés y a Aarón,
diciendo que cuando la mujer tiene flujo de sangre es inmunda y debe ser
apartada durante siete días. Pero no sólo ella es "sucia": también son
sucias su ropa y quien la lava, así como los muebles sobre los que se
sienta o recuesta. Su presencia contaminaría el tabernáculo divino que
está entre los hijos de Israel. Y si la mujer padece el flujo de su
sangre por mucho tiempo, durante todo ese tiempo será inmunda.
En su estudio sobre la mujer judía en la Antigüedad, Léonie Archer
avanza una hipótesis según la cual las prohibiciones de Levítico
no habrían sido estrictamente observadas hasta el cautiverio en
Babilonia, durante el siglo VI A.C. Por mucho tiempo el culto de Yavé
coexiste con el de una Diosa Madre Ashera o con el de su hija Anath,
Istar o Astarté, la Reina de los Cielos. Esta Diosa aparece en Jueces,
en los dos libros de los Reyes y en el del profeta Jeremías.
En Jueces y en Reyes, pero también en Génesis,
Éxodo y el primer libro de Samuel se representa a mujeres
asociadas con hombres santos o a mujeres que cumplen funciones en el
culto. Sería después del dramático acontecimiento de la destrucción del
Templo a manos de los babilonios en 587 A.C., que los varones hebreos se
habrían hecho un replanteamiento fundamental frente a su Dios. El mismo
habría significado el triunfo de una percepción neutra (pero
representada mediante palabras de género masculino) de la divinidad.
Habría supuesto también el abandono del culto a cualquier manifestación
divina de tipo femenino. Así, las funciones corporales de la mujer
habrían perdido definitivamente su significado sagrado para conservar
sólo el significado "inmundo", adjudicado en Levítico. Esto tiene
gran importancia tanto desde el punto de vista de la concepción misma de
lo divino como desde el ángulo de quienes practican el culto. Los
legisladores del exilio están obsesionados por la "limpieza ritual".
Como consecuencia, las mujeres se habrían visto expulsadas del templo
durante buena parte de su vida fértil. Dicha expulsión signa la
tradición hebrea posterior y dura hasta hoy entre los judíos ortodoxos.
En el Talmud (recopilación de comentarios de la religión, leyes y
tradiciones judías) se afirma que si una mujer menstruante pasa entre
dos hombres, uno de ellos muere. En el Misná, colección de
comentarios jurídicos judaicos, existe una parte que trata sobre la
menstruación. Continuando la tradición establecida en Levítico,
se explica su carácter poderosamente impuro. En las leyendas judías
contenidas en el Génesis Midrash (600z 1200 D.C.) se sostiene que
la menstruación constituye un signo recordatorio de que fue Eva quien
derramó la sangre de Adán. Entre algunos sectores sociales ingleses y
estadounidenses el período femenino sigue designándose con la palabra
curse (maldición), que recuerda que el cuerpo femenino fue maldito al
abandonar el Paraíso. En Uruguay todavía se hacen preguntas como
"¿Caíste?" o "¿Te enfermaste?", para averiguar si una mujer ha comenzado
su regla.
El papel de Eva en el relato de la Caída, combinado con los misterios de
su sangre, contribuye a que a menudo mujer y serpiente (que, en última
instancia, significarían la mujer y su menstruo o la Gran Madre) sean
representadas como el Mal. Los hermanos Limbourg y Jerónimo el Bosco en
el siglo XV, el pseudo Met de Bles y Miguel Angel en el XVI, pintan al
Diablo con cola de serpiente y torso de mujer. Los especialistas en
demonios que viven entre los siglos XV y XVII examinan los nombres,
aspectos exteriores y actividades específicas de los diversos demonios,
recogiendo para ello creencias esparcidas en la Antigüedad, pero
recibiendo también algunas tradiciones populares. Así, por ejemplo,
entre los diablos en cuya existencia se cree está Gomory, que
tiene forma de bellísima mujer y otorga el amor femenino, especialmente
el de las muchachas. Esa tradición continúa en la llamada "literatura
gótica", que se inicia a fines del siglo XVIII. En una de las novelas
góticas más populares, El monje, de Malcolm Lewis, el diablo se
aparece al monje bajo la apariencia de la irresistible Matilde. En el
siglo XIX Cazotte escribe la historia de El diablo enamorado, en
que, bajo forma de hermosa mujer, el demonio intenta seducir al
protagonista. (Sin embargo, importa destacar que, por lo menos en una
ilustración de El espejo de la salvación humana, de 1470, la
serpiente tiene torso de varón.) A fines del XIX, Paul Gauguin produce
un cuadro titulado "Palabras del maligno" en el cual una figura
demoníaca está hablando a una mujer. Esta se lleva un trozo de tela al
sexo, como signo de su menstruación.
Al contrario, en muchas representaciones cristianas, María, la nueva
Eva, aparece aplastando bajo su pie a la serpiente. En contraposición,
la Gran Madre de la antigua civilización minoica muestra triunfalmente a
ese//animal como a uno de sus más genuinos atributos, que sostiene en
las manos o enrosca en los brazos. Noddings analiza esa particular
imagen de María (quien, sin embargo, como veremos más adelante,
reivindica el valor de las funciones femeninas). Pero según Noddings,
representada con una serpiente bajo el pie, parece un llamado a repudiar
los antiguos poderes maternos así como la fisiología de la mujer.
Algunos Padres de la Iglesia afirman que la menstruación tiene la
capacidad de polucionar. "Nada tan inmundo como una mujer en su período.
Lo que toca se vuelve impuro", dice San Jerónimo en el siglo IV. En el
siglo VII los mitos atinentes al poder destructor de la sangre menstrual
están en su apogeo. El arzobispo Isidoro de Sevilla insiste en que el
contacto con una mujer en su período puede evitar que un fruto madure y
hasta provocar la muerte de la planta. Los grandes eclesiásticos de los
siglos XII y XIII hablan de la menstruación como de una fuente de
contaminación. En 1486 el Papa solicita a Heinrich Kramer y Jakobus
Sprenger, dos dominicos alemanes, que escriban un tratado donde se
explique por qué la brujería está más difundida entre las mujeres que
entre los hombres. El resultado es un libro titulado El Martillo de
las maléficas, que se edita en 1487 en la Facultad de Teología de
Colonia. En 1520 se han publicado dieciséis ediciones y en 1660, treinta
y dos, con traducciones al alemán y francés. En este texto oficial, que
conoce una popularidad tan extraordinaria en los siglos XV y XVI, se
sostiene que: "... la mujer es más carnal que el hombre, lo que es claro
si se tienen en cuenta sus numerosas abominaciones carnales".
Ese temor, vivo en la Edad Media, se habría visto reafirmado por
lecturas populares en el siglo XVI, como la Magia Natural de
Giovanni Battista della Porta y El secreto de las mujeres
(supuestamente) de Alberto Magno. Así, la menstruación aparece como uno
de los principales signos del "satanismo" femenino. De manera
intermitente, hasta el siglo XVII, se desaconseja a la mujer menstruante
que tome los sacramentos y aun que concurra al templo. Hasta la década
del setenta, las iglesias rusa y etíope mantienen tal restricción. En
esa misma década, la historiadora Joan Morris escribe su libro La
dama era un obispo, que se agota rápidamente. De acuerdo al mismo,
la limitación de la autoridad femenina en la Iglesia encontraría sus
raíces en el antiguo miedo a la pestilencia del menstruo. El hecho es
que, en su seno, la autoridad de la mujer ha permanecido limitada.
Menstruación y caridad cristiana
Jesús dirige su prédica a hombres y mujeres por igual. Las cosas del
cuerpo (y, en consecuencia, la menstruación) le interesan poco. En
Mateo (9: 20-22), Marcos (5: 25-34) y Lucas (8: 43-48)
se cuenta que una mujer que padece flujo de sangre desde hace doce años
viene por detrás de Jesús, toca su manto y se cura. Jesús conoce que ha
salido poder de sí y la mujer, que tiembla por no haber quedado oculta,
se postra a sus pies. Jesús le dice: "Hija, tu fe te ha salvado; ve en
paz".
Este es un episodio de particular significación para la mujer, pues
remueve uno de los obstáculos que le han sido impuestos para acercarse a
lo sagrado. El papa Gregorio Magno muestra entender el mensaje de Jesús
cuando, en 601, recibe una carta del arzobispo Agustín de Canterbury,
quien le pregunta si una mujer menstruante puede entrar en la iglesia.
Gregorio contesta:"... si aquella mujer que padecía flujo de sangre tocó
el manto de nuestro Señor y fue justificada en su atrevimiento, ¿por qué
lo que se le autorizó a una no sería permitido a muchas...?".
Gregorio, sin embargo, se mantiene apegado a la tradición de acuerdo a
la cual la menstruación es un efecto del pecado de Eva. Y, como ya
adelantamos, los Padres de la Iglesia no se apoyan tanto en el legado de
Jesús como en las leyes y creencias judías y en el pensamiento
aristotélico.
En la Generación de los animales, Aristóteles sostiene que el
embrión está hecho con el menstruo (lo que, de nuevo, parece ser un
signo remanente de la Gran Madre). Pero la simiente paterna es la que le
confiere la forma o espíritu. El papel femenino sería entonces, según
Aristóteles, exclusivamente material. Del mismo modo, los Padres de la
Iglesia ven a la mujer como signo de la materia y al hombre como signo
espiritual. San Jerónimo recomienda a Eustóquima, una joven que se halla
bajo su dirección espiritual, que evite la comida y el vino. También le
aconseja que busque como compañeras a aquellas que se encuentren
empalidecidas y adelgazadas por el ayuno. El ayuno es prescripto para
ambos sexos. Pero, en el caso de la mujer, por ese medio se procura
hacer desaparecer la menstruación, temporaria o definitivamente. Así, la
maldición de Eva quedaría eliminada. Blesilla, otra adolescente que se
encuentra bajo la dirección de Jerónimo, habría muerto a causa de la
severidad de la dieta impuesta.
Si bien ese caso extremo suscita la indignación eclesiástica, la
equiparación de carne, menstruación y mal continúan. Cuando se llaman a
sí mismos "mujeres", los varones cristianos del Medioevo frecuentemente
buscan denigrarse, recordando la "sucia" característica de la feminidad.
En algunos de sus Sermones y en su Epístola a los Gálatas,
Helinando de Froidmont castiga a sus hermanos con una metáfora
recurrente: "¡Ved que sois comparables a las mujeres... y no meramente a
las mujeres, sino a aquellas que están menstruando!".
Así, la mujer medieval se ve a sí misma como símbolo de la materia y usa
ascetismo y ayuno como instrumentos para elevarse espiritualmente y
hacerse semejante al hombre. En el siglo XIII, Alberto Magno nota que
algunas mujeres santas dejan de menstruar a causa de sus ayunos y de su
extrema austeridad y que no pierden por eso la salud. En el mismo siglo,
Richard Bacon trata de explicar el fenómeno de un modo naturalista,
argumentando que la materia que la mujer no deja fluir hacia el exterior
le permite sobrevivir sin comer.
Es posible que esas mujeres desearan suprimir la sangre propiamente
femenina porque significaba parte del castigo de Eva. Juliana de
Comillon, María de Oignies, Catalina de Siena y Catalina de Génova,
casadas o no, empiezan a ayunar a partir de la pubertad. Así, aquellos
procedimientos imaginados para suprimir la menstruación connotarían un
significado negativo del propio cuerpo. Sin embargo, en su investigación
sobre la mujer medieval en el marco de la Iglesia, la historiadora
Caroline Walker Bynum muestra la ambigüedad de la actitud religiosa
masculina en lo que se relaciona con la mujer. Bynum analiza numerosos
escritos de varones católicos de la Baja Edad Media donde la comparación
hombre/mujer aparece en un contexto positivo. Muchos religiosos desean
expresar su renuncia al poder y al prestigio mundanos ante un Dios que
ha bendecido a los humildes y a los mansos de corazón y que ha dado la
vida por sus amigos. En sus Obrítas, San Francisco de Asís habla
de los frailes piadosos como "novias de Dios" y les enseña que deben
asumir actitudes maternales para con sus hermanos. Por otra parte, se
hacen frecuentes los testimonios de mujeres cuyos cuerpos se vuelven
fuente nutricia no sólo de leche, sino de otras sustancias milagrosas
como el aceite o una dulcísima saliva que tiene la propiedad de curar.
Esos prodigiosos efluvios están relacionados con oclusiones prodigiosas:
a menudo, las mujeres santas no menstrúan. Los hagiógrafos conectan la
cesación de la regla con el manar de líquidos extraordinarios. Más aun,
la sangre que fluye misteriosamente de otras partes del cuerpo femenino
se interpreta como signo de gracia que se combina con la desaparición de
la regla. Ida de Lovaina, Ida de Léau, María de Oignies, Lutgarda y
Beatriz de Nazaret tienen violentas hemorragias nasales durante sus
éxtasis, hemorragias que son consideradas como signos del favor divino.
Sobre la frente de Rita de Cascia aparece una herida que recuerda a las
producidas por la corona de espinas.
Colette de Corbie es una monja franciscana del siglo XV que, tras
superar el rechazo oficial del clero, funda diecisiete conventos y
reforma otros tantos, algunos de los cuales continúan existiendo. Como
la de Francisco de Asís, la devoción de Colette por Jesús se expresa a
través de un amor maternal por todas las criaturas: hombres, animales y
plantas. Su hagiógrafo enfatiza el hecho de que nunca menstrúa. También
el hagiógrafo de Columba de Rieti afirma que ésta le confió a su
superiora que no menstruaba jamás. La misoginia internalizada y el deseo
de asimilarse al varón no constituirían el significado dominante de la
cesación de la regla. Según Bynum, la disciplina del ayuno sugiere otro
significado, más hondo. Al cerrarse a la comida común y absorber sólo al
Señor en la Eucaristía, la mujer santa se hace una con el cuerpo divino.
Así, de ese cuerpo femenino santificado ya no manan flujos
involuntarios, sino efluvios libremente escogidos. De ese modo, lo que
podría haber sido "corrupto" se convierte en sustancia de nutrición y
purificación, que salva al mundo. Lo que tratan de hacer las mujeres al
manipular sus cuerpos a través del ascetismo y el ayuno va mucho más
allá de emular al cuerpo de los varones: es una búsqueda de imitar el
cuerpo mismo de Dios, que se transforma en alimento de vida y salvación.
Juana de Arco
Jean d´Aulon, escudero de Juana de Arco, asegura que la Doncella de
Orleans nunca menstruaba: "Lo he oído decir por muchas mujeres, quienes
vieron a la Doncella mientras se desvestía y que conocían sus secretos.
Ella jamás sufrió de la secreta enfermedad de las mujeres. Nadie pudo
notarla ni por medio de manchas en su ropa ni de ninguna otra manera".
Este testimonio se transforma en uno de los signos de la representación
tradicional de Juana. El Almanaque de Gotha, escrito en 1822,
constituye un sobrio resumen de su historia. Pero también insiste en el
punto: "Finalmente hay que agregar una notable peculiaridad. La misma
manifiesta claramente los planes que Dios tenía para Juana. Femenina por
su pudor pero eximida, por un designio particular, de la debilidad de su
sexo, tampoco estaba sometida a esas periódicas e inconvenientes deudas
que, más que la ley y la costumbre, impiden a las mujeres comunes el
hacerse cargo de las tareas de los hombres". En 1844, Jules Michelet
publica su Historia de Francia, donde afirma que: "En cuerpo y
alma, Juana había recibido el don divino de permanecer como una niña.
Creció, se volvió bella y fuerte, pero no conoció nunca las miserias de
la feminidad". Sabemos que, como otras mujeres cristianas, Juana comía
poco y procuraba tener el mayor control posible sobre su cuerpo. Para
sus contemporáneos, la falta de menstruación era signo de su santidad.
Era mujer pero permanecía en su estado primordial, como Eva antes de la
expulsión del paraíso. Marina Warner, una de sus más importantes
biógrafas contemporáneas, señala que la tensión de la vida guerrera bien
pudo ocasionar la ausencia de la regla. En mi opinión, hay todavía otro
significado en el que pensar. Tanto en la cultura occidental, deudora de
la tradición bíblica, como en culturas no occidentales de predominio
masculino, se establece una gran diferencia entre las imágenes de la
sangre femenina y la masculina. De la mujer fluye pasivamente: es algo
que le ocurre sin que pueda evitarlo. El hombre derrama la sangre de
otros hombres o de animales por su propia elección. La sangre femenina
se transforma así en signo que muestra a la mujer como mero objeto de la
naturaleza. La sangre que corre por voluntad del cazador o el guerrero
es signo de su poder y libertad. Sin embargo, como vimos a través de
diversas prácticas, las santas medievales eligen interrumpir su
menstruación. Así significan la libertad ejercida en relación con sus
cuerpos. Juana no sólo ejerce esa libertad. También escoge no derramar
la sangre de sus adversarios. La Doncella lleva el estandarte de Francia
y va a la cabeza del ejército. Pero no mata y se esfuerza por proteger a
los enemigos heridos. Después de transcurrida la batalla, no niega a
nadie sus cuidados. En las horas de desesperación de los suyos, es
fuente de fe y esperanza. Nunca derrama su sangre de madre. Organiza el
derramamiento de la sangre viril, sin embargo, se singulariza por su
compasivo gesto de inspiración e indiscriminado consuelo.
Hay una figura femenina de nuestro siglo que también comandó ejércitos
sin perder esa actitud de piedad tanto para los suyos como para sus
adversarios. Es Mika Etchebehere, combatiente de la guerra civil
española. En su libro Mi propia guerra de España, Mika cuenta esa
época de su vida. Hipólito Etchebehere, su marido, es un joven alto, de
cabeza un poco desguarnecida, que muere luchando a los veintitantos días
de iniciada la guerra. Mika encara la posibilidad de no sobrevivirlo.
Pero siente la voz del compañero: "¿Y nuestros principios? Ya pondrás
orden en tu pequeño destino individual una vez que termine la guerra, si
no consigues que te maten. Esta no es hora de morir por sí mismo". Mika
siente piedad por sus enemigos y nunca termina de aceptar el espectáculo
de una violencia que detesta, la ejerza quien la ejerza. Pero cuando le
piden que se haga responsable de una brigada del POUM (Partido Obrero de
Unificación Marxista), acepta. No sólo conduce a los hombres a la
batalla. También hace de hija y de madre para ellos. Sus milicianos se
inquietan porque come y duerme poco y porque arriesga mucho su vida.
Mika les toma el pulso, les pone ventosas, les da medicamentos. Ella
misma se asombra: "¿Se habrá visto a un capitán administrando a sus
soldados jarabe para la tos en plena guerra, en el fondo de una
trinchera cavada a ciento cincuenta metros de las posiciones enemigas?
Frasco y cuchara en mano, les tiendo la poción a los enfermos con el
aire más natural del mundo y ellos la tragan de igual modo". Alguno
bromea: "¡Qué no habremos visto! Una mujer comanda la compañía y los
milicianos lavan los calcetines. ¡Para una revolución, es una
revolución!". Mika es joven y bella. A menudo comparte el jergón con un
soldado. Pero jamás tiene un amante. La castidad es una condición para
que esos marxistas, muy autoritarios en el terreno sexual, continúen
respetándola. Y aprovecha que los hombres están dormidos para arrojar al
fuego, disimuladamente, un algodón que no está embebido en sangre
enemiga sino en su "impura" sangre de mujer. Recordemos que, en muchas
comunidades, la mujer menstruante no puede permanecer en presencia de un
cazador o de un guerrero, pues su sangre le acarrearía la derrota. ¿Es
acaso porque quien derrama la propia sangre no puede evitar un
sentimiento de amor y compasión hacia la sangre derramada, sea de amigos
o de contrarios?
María
Porque su cuerpo produce leche milagrosa, que cura tanto las
enfermedades corporales como los pecados, en la Edad Media se reivindica
la menstruación de María. Los eruditos medievales, que buscan signos del
Nuevo Testamento en el Antiguo, encuentran una referencia a María en el
Cantar de los Cantares (4,7), donde se lee: "Eres perfecta, amada mía;
eres inmaculada". A partir del significado de la palabra "inmaculada" se
populariza la creencia de que la Virgen habría sido concebida "sin
pecado". Los eruditos medievales se dicen que también es probable que
María se haya visto libre de la maldición de Eva. Sin embargo, por un
lado los primeros textos sobre los que se basa el culto mariano, como el
Protoevangelio de Santiago (siglo III), aluden a su menarca. Por
otra parte, desde un ángulo laico, la medicina europea, apoyándose
nuevamente en La generación de los animales, sostiene que la
leche es sangre menstrual transformada. Como ya dije, esta creencia es
decisiva: desde el siglo II al siglo XV se extiende el culto a María
Lactans (María que nutre con su leche), quien, con su blanco efluvio,
salva al mundo.
Por otra parte muchos teólogos, atentos al mensaje del cristianismo,
afirman que, al aceptar la misión de ser madre de un Dios venido a
compartir su vida con todos los hombres, María acepta también compartir
las funciones de todas las mujeres. Existen pocos datos relativos a ese
aspecto de la vida conventual en la Edad Media, pero parecería que,
cuando las niñas tienen su menarca en los conventos del Medioevo, las
monjas les presentan el ejemplo de María. Así como su Hijo asume los
pecados de los hombres aunque él mismo no tiene pecado alguno, la Virgen
asume la menstruación, aun cuando se halla libre de la maldición de Eva.
Henry de Bracton, un famoso abogado del siglo XIII, señala que no hay
rey que pueda gobernar con su sola voluntad y prescindir de la ley. Como
ejemplo, muestra a Cristo, que por su propia voluntad se somete a la ley
de aquellos a quienes debe redimir. Lo mismo ocurre con la Madre de Dios
quien, como tal, está por encima de la ley. Sin embargo, para dar
ejemplo de humildad, no se niega a someterse a las leyes establecidas.
Así, la menstruación de María, nueva Eva como Jesús es un nuevo Adán, no
significa maldición o castigo. Al contrario, se convierte en signo de
mansedumbre, solidaridad y amor.
Menstruación y necesidad de amor
La comida es una tarea históricamente vinculada con la mujer y
susceptible de conferirle poder. Es posible que la razón por la cual,
entre muchos pueblos, ésta sea apartada de los alimentos durante su mes
se deba a la suma de significados mágicos atribuidos a menstruación y
cocina. Tanto entre comunidades africanas como americanas, se destruye
la vajilla tocada por una mujer menstruante. Esta tampoco puede preparar
la comida de su familia ni, en particular, la de su marido. En Nueva
Guinea algunos maridos se muestran complacientes con sus esposas por
miedo a que los embrujen dándoles de comer gotas de su menstruo
mezcladas con la comida.
Cuando los hombres medievales proyectan su
hostilidad sobre las mujeres, sospechan que sus esposas manipulan los
alimentos, mezclándolos con veneno. Entre muchos pueblos, no existe
veneno más poderoso que la sangre menstrual. Un relato de origen
dominicano cuenta que, cuando se la hierve, se impregna con ella una
cantidad de abejas y luego se las lanza contra los enemigos para que los
piquen en los ojos, aquellos son inexorablemente derrotados. En el
Noroeste argentino suele usársela para "hacer el mal", ya que se la
asocia con bajas pasiones, impurezas corporales y diabolismo mental.
La creencia en el carácter venenoso de la sangre menstrual no se
encuentra sólo en el marco de pueblos primitivos o creencias populares.
Se incluye también en el discurso científico. Como lo explica el médico
francés Riverius en su obra La práctica de la medicina (siglo
XVII), cuando la sangre menstrual queda retenida en el interior el
cuerpo se corrompe, transformándose en un veneno de malignos poderes.
Una creencia semejante, que sería de origen precolombino, existe en el
Noroeste de Argentina. Si la sangre no fluye hacia el exterior, se va a
la cabeza, enloqueciendo a la mujer. En ese mismo siglo, en Inglaterra
(como en otras partes del mundo, aun hasta hoy), se piensa que algunas
mujeres (generalmente de costumbres "ligeras") hechizan a sus enamorados
dándoles pociones en las que entreveran gotas de su sangre. Las mismas
operarían como poderoso afrodisíaco. Según la Enciclopedia femenina,
de Barbara Walker, ése habría sido el procedimiento seguido por Madame
de Montespan para aumentar el deseo de su amante, el rey Luis XIV. Pero
en 1651, en Inglaterra aparece un libro titulado Los secretos
revelados del cuerpo humano, según el cual la sangre menstrual no
puede provocar amor sino apenas una ilusión fugaz. Es a Satán a quien la
sangre deleita y su reino es pasajero.
En cambio, en diversos casos de brujería ocurridos en México durante los
siglos XVII y XVIII, las mujeres forman cadenas de todas las clases y
castas para despertar las fuerzas mágicas que duermen en ellas y
transmitírselas más allá de barreras sociales, cuando un hombre se
muestra violento o infiel. Esas fuerzas están vinculadas con
menstruación y comida: frecuentemente los sortilegios consisten en usar
gotas de sangre en la elaboración de bebidas que se sirven a maridos o
amantes. Por medio de su propio fluido, las mujeres intentan subvertir
hasta cierto punto el orden social, adquiriendo más poder que los
varones. También utilizarían su deber de cocinar con el fin de revertir
el orden natural, penetrando al hombre y dejando en su interior el
líquido femenino. Para dar sólo un ejemplo, Francisca de los Ángeles,
una mulata casada, comparece ante la Inquisición en 1692. Desea confesar
"ciertas cosas que habían despertado sus sospechas porque parecían
extrañas". Ana, una indígena amiga de la familia, se había dado cuenta
de que Francisca era desdichada con su marido, quien "le daba mala vida
y la hacía sufrir mucho" y le había revelado que "para atontar y amansar
a un hombre, es bueno darle la costumbre de las mujeres". Francisca se
lo confiesa al sacerdote, quien la envía a la Inquisición para que la
absuelvan. También en Guatemala las mujeres piensan que los desechos
menstruales son un arma poderosa contra golpes, insultos y engaños de
los esposos. En el Noroeste argentino, la sangre menstrual sigue
teniendo poderes mágicos, cuyo origen se remonta a la época
precolombina. El hombre indiferente que la bebe ya no puede olvidar a la
mujer que se la dio.
Parecería que en esas culturas, el grupo femenino, marginado y oprimido,
rechaza los esquemas religiosos de la mayoría opresora (en este caso, el
catolicismo sustentado por varones). Las mujeres invierten esos
esquemas, confiándose a una religión demoníaca, contraria a la oficial.
Esta inversión también incluye residuos de patrimonios religiosos
anteriores a la colonización.
Sin embargo, en muchas mujeres, a pesar de malos tratos e injusticias,
se desarrolla un fiel amor a Jesús, inspirado probablemente por su
costado manso y materno. Por lo tanto, tarde o temprano, se niegan a
aliarse con el demonio. En su investigación sobre la mujer colonial, la
historiadora Ruth Behar presenta varios casos de mujeres contritas, que
confiesan ante el sacerdote o el tribunal inquisitorial el haber llevado
a cabo tal alianza. En dichas confesiones, el diablo suele aparecer como
signo metafórico: físicamente es muy semejante o completamente igual al
marido o concubino. Pero se diferencia de él en que nunca es violento,
infiel o indiferente. Al contrario, da a la mujer innumerables pruebas
de aprecio y ternura. Así, el supuesto "diabolismo" femenino no
expresaría sino una necesidad de más amor, respeto y comprensión.
Cuando se confiesan, en general estas mujeres aducen que prefieren
"estar del lado de Dios" o que "es Dios quien debe castigar al esposo y
no ellas". La enseñanza cristiana, que les ha sido transmitida por vía
eclesiástica, suele ser percibida por las teóricas feministas como signo
de humillación. También puede ser comprendida como signo de dignidad. No
sólo la moral de Jesús aconseja ocupar el lugar del bien, aunque sea un
lugar doloroso. Esa es, también, la moral que imparte Sócrates a sus
discípulos, exclusivamente masculinos, en la Grecia clásica. Así, con
sus confesiones, las mujeres darían prueba de autocontrol, capacidad de
resistencia y coherencia con sus principios. Estas virtudes,
tradicionalmente consideradas como características varoniles, no son
demostradas sino negadas por los hombres que las maltratan.
Horror menstrual, "alta cultura" y best-sellers
A causa de su menstruo, las mujeres también han sido acusadas de traer
monstruos al mundo. En el siglo XVI un médico flamenco llamado Lievin
Lemnes escribe un trabajo titulado Ocultos milagros de la naturaleza.
El capítulo VIII está dedicado al nacimiento de monstruos. Una copia de
esa obra puede encontrarse todavía en la Universidad de Boloña. Junto al
título, una mano de ese mismo siglo ha escrito su advertencia: "Para
aquella gente casada que es loca y mugrienta".
En su libro, Lemnes se refiere a las esposas que "quieren gratificar sus
poco honestos deseos sin esperar el tiempo oportuno". Agrega que las
mujeres flamencas, especialmente aquellas que viven cerca del mar, se
precipitan atolondradamente sobre sus maridos. Estos, que son marinos y,
en consecuencia, están ávidos de un postergado abrazo, tampoco se
preocupan por el mes femenino. Sin embargo, durante ese período, la
simiente del varón no puede dar forma a la materia femenina. (Lemnes se
apoya en la mencionada teoría de Aristóteles, según la cual la madre
proporciona la materia del embrión, que sería la sangre menstrual; pero
el padre, con su simiente, le imprime la forma.) Así, continúa el médico
flamenco, a causa de la desobediencia a la ley de Moisés vienen al mundo
monstruos.
Sin embargo, aunque en Levítico se prohíbe cualquier contacto con
una "mujer inmunda", no se menciona que el mismo pueda producir
criaturas enfermas o deformes. En cambio, un signo de esta idea se
encuentra en uno de los cánones del Primer Concilio de Nicea, escrito
probablemente después de 325. Allí se afirma que "no está permitido a
los maridos el acercarse a sus esposas cuando están menstruando, para
que no aparezcan en sus cuerpos ni en el de sus hijos los efectos de la
lepra o la elefantiasis".
En el siglo XII, para comentar el libro de Levítico, Robert de
Deutz se inspira en ese canon para afirmar que los niños concebidos
durante el mes femenino nacen leprosos o afligidos de elefantiasis. En
El secreto de las mujeres (siglo XIII), se advierte que se debe
evitar el contacto con una mujer menstruante por sobre todas las cosas,
pues el hombre que la toque puede contraer lepra. Cuando analiza los
textos aristotélicos (pero sin duda con la Historia Natural de Plinio
en la cabeza), Michele Savonarola hace un curioso juego de palabras: "Se
dice menstruo casi monstruo, porque Aristóteles ha explicado que
la substancia menstrual tiene propiedades extraordinarias".
En 1573, Ambroise Paré, médico de la corte de Francia, publica su libro
De la generación, donde observa que, si la concepción ocurre
durante el flujo menstrual, el embrión puede tener alguna marca en su
cuerpo. Pero si la mujer es sana, su sangre también lo será y no
transmitirá al bebé enfermedad alguna. Ahora bien: la palabra "monstruo"
tiene la misma raíz que la palabra "mostrar" y durante mucho tiempo se
pensó que los monstruos eran signos divinos a través de los cuales Dios
buscaba demostrar la maldad de los hombres (y, especialmente, de las
mujeres). Así, en las primeras páginas de su libro Sobre los
monstruos, aparecido en ese mismo año, el propio Paré explica que
los niños deformes son el resultado de un juicio divino contra los
progenitores que cometen abominaciones, sin respetar las leyes que se
encuentran en el libro de Esdras (Antiguo Testamento).
La creciente severidad sexual que caracteriza a la Europa del siglo XVI
muestra la interacción entre lo teológico y lo embriológico. Así se pone
en evidencia la dificultad, propia de cualquier época, de pensar sin
contradecirse cuando se está sumergido, consciente o inconscientemente,
en corrientes de opinión de diverso orden. Sin embargo, si se lee el
libro del escriba Esdras, ubicado entre Crónicas y
Neemías, el pasaje aludido no se encuentra. Es que el Esdras
mencionado por Paré es el conocido como 4 Esdras, uno de los
libros apócrifos del Antiguo Testamento, que fue dejado fuera del
Canon en el Concilio de Trento.
4 Esdras es una compilación escrita en arameo por un judío
desconocido que habría vivido entre los siglos I y III D.C.. La versión
original se perdió completamente, pero quedan fragmentos de la versión
griega y se conservan íntegras las traducciones al latín, arábigo,
armenio y etíope. En 5:8 de la versión latina se halla la afirmación:
"La mujer menstruante engendra monstruos". Como la palabra "menstruante"
no aparece en las versiones arábiga, armenia ni etíope, la historiadora
Ottavia Niccoli señala la probabilidad de que se trate del error de un
traductor anónimo. En las otras versiones sólo dice "La mujer engendrará
monstruos", como un signo que anuncia el fin de los tiempos.
El error de este copista no puede analizarse sólo con criterios
filológicos. Tal vez una lectura de La psicopatología de la vida
cotidiana, de Freud, permita comprenderlo mejor. En todo caso, es
otro buen signo del horror experimentado por los hombres ante el mes
femenino.
Hasta el siglo XVI la versión latina de 4 Esdras se difunde
ampliamente en Occidente, en parte debido al extenso uso que de él hace,
en el siglo IV, el obispo Ambrosio en De la buena muerte, que
todavía se usa indirectamente en la liturgia católica. Hasta el siglo
XVII, 4 Esdras también aparece en numerosas Biblias
vernáculas católicas y especialmente calvinistas, en Italia, Francia,
Suiza, Holanda e Inglaterra. Lutero, en cambio, se niega a traducirlo,
por lo que casi no tiene difusión en territorios luteranos.
La opinión científica según la cual el menstruo engendra el monstruo
desaparece de la literatura médica bajo la presión de los
descubrimientos anatómicos realizados en el siglo XVII. Pero susbsiste
como superstición popular. En su Higiene del amor, publicada en
1877, el médico Mantegazza observa que alguna gente cree todavía que la
relación con una mujer menstruante puede generar un monstruo. En sus
"Notas sobre superstición", publicadas en 1915, el doctor Crawford
señala que, de acuerdo a tradiciones ampliamente expandidas, la relación
con una mujer en su regla es susceptible de engendrar un ser deforme. En
el contexto de la Europa que inicia la Era Moderna esta creencia es uno
de los signos de la actitud negativa hacia las funciones femeninas.
Dicha actitud continúa siendo central en la literatura médica de este
siglo, desde donde pasa a los medios masivos de comunicación. Por
ejemplo, en 1950, en la Revista internacional de psicoanálisis
aparece la investigación de un médico llamado Isidor Silverman. Este
pretende mostrar que "la mujer, durante cada período menstrual, regresa
a niveles pregenitales como respuesta a experiencias psicológicas que
surgen de la embestida hormonal". Algunas mujeres, dice el doctor
Silverman, muestran una obsesión por la limpieza que traduce rasgos
paranoicos. (El hecho de que estos "rasgos paranoicos" no sean el
resultado de la "embestida hormonal" sino del peso de una tradición
social muy negativa no se plantea.) Otras mujeres manifiestan tendencias
involutivas que se expresan a través del deseo de estar en los brazos de
la madre o de permanecer en cama en sus dormitorios. Especialmente una
de sus pacientes tiene la creencia, supuestamente enfermiza, de acuerdo
a la cual adquiriría una fuerza renovadora durante cada mes.
¿Probablemente un psicoanálisis de este doctor pondría en evidencia su
pánico inconsciente ante el antiguo poder de la Madre? En todo caso es
de lamentar la falta de perspectiva cultural que acompaña a menudo a
aquellos que deben ocuparse de la salud. Todos experimentamos nuestro
cuerpo, enfermo o sano, a través de un marco cultural. Es acaso el
recuerdo ancestral de las cabañas menstruales, es sin duda la necesidad
profunda de tranquilidad y aislamiento durante el ciclo, lo que hace que
algunas mujeres prefieran el silencio de su dormitorio. La teoría de una
"involución patológica" lleva en cambio el signo inconfundible de
Plinio, Levítico, 4 Esdras, etcétera. Este signo se
hace estridente a medida que la investigación del doctor Silverman
avanza. Por ejemplo, le parece "importante enfatizar que todas las
mujeres observadas, incluso aquellas que aparentan ser maduras y
normales, muestran ciertas reacciones patológicas hacia el flujo
mensual". Por más que a una niña se le explique que la menstruación es
signo de salud y crecimiento, dice Silverman, cuando ve su propia sangre
se siente sobrecogida por un miedo inmenso a causa de su aterrorizante
complejo de castración. Según este médico, cuando, en casos
excepcionales, la niña experimenta orgullo por haberse transformado en
mujer, tal orgullo tiene como finalidad la de equilibrar su terror a la
castración y su enorme sentimiento de inferioridad frente al varón. El
doctor Silverman señala que, "para toda mujer, la menstruación es una
espada de Damocles que pende sobre su cabeza, como un eterno recuerdo (¿Silverman
cree que la menstruación dura toda la vida?) de que el destino o la
naturaleza tienen un castigo reservado para todas las mujeres, en la
medida en que, en mayor o menor grado, todas quieren volver a la niñez".
(Sería interesante que el doctor Silverman leyera a una colega suya, la
psicoanalista Christiane Olivier. En Los hijos de Yocasta,
Olivier señala que, en la medida en que la esposa se encarga de su
comida, los cuidados de su salud y de su vida práctica, el hombre,
aunque parezca un profesional adulto y responsable, permanece hasta
cierto punto en la niñez. En cambio la mujer excepcionalmente encuentra
un marido dispuesto a ocuparse de la casa, los hijos y la salud
familiar, aun si ella trabaja. En consecuencia, reencuentra más
difícilmente el paisaje de la infancia.) "Aunque se supone que las
mujeres vuelven a ser equilibradas después de cada menstruación
-continúa Silverman- no todas lo logran. Los primitivos, con sus
actitudes irracionales y sus supersticiones, muestran la misma tendencia
a la regresión." (Lamentablemente, el doctor no especifica a cuáles
"primitivos" se refiere. ¿A Aristóteles tal vez? ¿O a los autores
bíblicos?) Según él, durante la menstruación todas las mujeres muestran,
desde signos psicopáticos más o menos leves hasta síntomas
maníacodepresivos. o esquizofrénicos. En el material clínico de sus
pacientes, durante esos días abundan las expresiones de un deseo de
castración dirigido indiscriminadamente hacia todos los varones, así
como fantasías suicidas o asesinas.
Tales pesadillas médicas continúan ejerciendo un poderoso atractivo a
nivel masivo. En la ya mencionada novela de ciencia ficción Carrie,
se narra la historia de una adolescente que, desde la niñez, viene
soportando espantosas agresiones, tanto de parte de su madre como del
círculo social que frecuenta. También es portadora de un gen
identificado como "TC", que le da enormes poderes parapsicológicos. En
dos oportunidades en que ve amenazada su vida, Carrie usa esos poderes.
Después de su primera menstruación, percibe algunos signos de simpatía
de sus compañeros. Como consecuencia, se hace ciertas ilusiones de
llegar a tener una vida normal. Pero, por el contrario, sus pares la
someten a una humillación particularmente brutal. Como respuesta, Carrie
no sólo destruye su colegio sino todo el pueblo. El texto narrativo está
entretejido con otro, supuestamente científico, que describe el gen "TC".
Aunque Carrie es la única portadora conocida, el futuro puede deparar
nuevas portadoras. Ese hecho plantea un dilema a la sociedad: "El
potencial TC se manifiesta como parte de la pubertad. Y ¿permitiría el
pueblo de Estados Unidos que una hermosa chica fuese separada de sus
padres a los primeros signos de la pubertad para ser encerrada en una
bóveda por el resto de su vida?". Después de esta lectura debemos
inferir que Carrie no se vengó como una reacción a malos tratos de
carácter aterrorizador. Se habría transformado en una asesina porque,
como dice el doctor Silverman, y como sostiene una larga tradición de
textos que no son novelescos, la menstruación conlleva impulsos
homicidas.
El macho envidioso
Pero sabemos que todo lo prohibido, vedado, peligroso es susceptible de
recubrir significados sagrados. Como vimos, la actitud masculina hacia
la menstruación denota repelencia y connota deseo de dominación. Pero
connota, también, un profundo atractivo. Ese manar misterioso es
percibido como ambivalente e insólito. Por su separación y aislamiento
del resto de la cotidianidad, toma un valor suplementario y enigmático,
como si otra cosa lo habitase bajo su apariencia (desde el demonio hasta
el gen "TC").
Por otra parte, las prohibiciones que
rigen sobre las personas impuras son las mismas que las que recaen sobre
las personas sagradas. Las cosas manipuladas por una mujer menstruante
matarían al que las toca. Pero lo mismo ocurre con aquellas que roza un
jefe sagrado. En Totem y tabú, Freud señala que el ceremonial
desplegado en torno a los reyes, que denota respeto y protección,
también connota una venganza de los súbditos por los honores concedidos.
En su libro Heridas simbólicas, que lleva por subtítulo El
macho envidioso, el psicoanalista Bruno Bettelheim sostiene que en
el hombre existiría una envidia de la menstruación por lo menos tan
poderosa como la envidia del pene que, según Freud, experimentaría la
mujer.
Bettelheim plantea una hipótesis según la cual, como signo evidente de
fecundidad, la menstruación ha elevado a la mujer en tal medida ante los
ojos del varón que, por envidia, ha necesitado denigrarla. Para ello, se
apoya en una amplia documentación antropológica, así como en el material
proporcionando por adolescentes perturbados bajo su observación. En
varias ocasiones, esos muchachos le confían su envidia de las chicas,
cuyo cuerpo les parece "más dramático" que el del hombre. A través de la
menstruación, ellas pueden saber que han madurado sexualmente, mientras
que, según esos adolescentes, los hombres nunca pueden alcanzar tal
certeza. Bettelheim también observa que muchos adolescentes perturbados
se inflingen heridas mensuales de carácter ritual y que atribuyen a la
pérdida de sangre el significado de una menstruación. El propósito de
esos ritos sería el asegurar que el hombre también puede alumbrar. En
consecuencia, Bettelheim rechaza la teoría sobre la circuncisión,
expuesta por Freud en Tótem y tabú.
Según Freud, en épocas primordiales, el padre habría castrado a sus
hijos adolescentes. La circuncisión, que entre los primitivos constituye
frecuentemente un elemento ritual de acceso a la edad viril, sería un
residuo de aquella ceremonia. Sin embargo, otros psicoanalistas, al
observar las reacciones de analizandos ante sus propias circuncisiones,
testimonian que éstos vivencian la herida en su pene como una vagina
sangrante. Tal vivencia va acompañada de sentimientos mezclados de temor
y deseo de tener el otro sexo. Bettelheim sostiene que, mediante la
circuncisión, los hombres intentan probar su madurez sexual y adquirir
funciones y órganos equivalentes a los femeninos. El secreto que rodea
al rito entre muchos pueblos podría servir para disimular la
imposibilidad de alcanzar una meta semejante.
La menstruación es una camelia
Entre animales y también entre comunidades humanas donde el curso de la
naturaleza regula los asuntos tribales, las uniones se rigen por el
deseo de la hembra, no del varón. Sólo cuando está en celo, aquélla
permite a éste que se acerque. De acuerdo con la psicoanalista Esther
Harding, desde el punto de vista psicológico debería considerarse la
menstruación como equivalente al celo. En consecuencia, de acuerdo a las
prácticas animales, los días del menstruo deberían estar eximidos de
prohibición. En el mundo animal, nada contiene el influjo que ejerce el
deseo de la hembra en celo. Todos los machos son atraídos desde un
amplio sector hasta ella, incapaces de fijarse en otra meta mientras la
hembra permanece en esa condición. No comen ni duermen. Si están
domesticados, abandonan sus deberes como bajo eL imperio de un embrujo.
Si ocurriera lo mismo en sociedades humanas, se rompería la organización
comunitaria. Cuando los hombres tienen que bailar toda la noche para
concentrar su atención en la próxima cacería, una mujer menstruante, con
el poder de su deseo, puede hacerlos abandonar su danza y deponer esa
cacería. Tal sería una de las razones profundas por las que la mujer en
su regla es considerada como particularmente peligrosa para cazador y
guerrero. La supervivencia de la tribu depende de que se aparte a quien
ejerce un influjo tan poderoso como para desestructurarla.
Antes que Esther Harding, en su trabajo Tótem y tabú, Freud había
sugerido que la mujer menstruante entraría dentro de la categoría de
aquellos que se hallan "en un estado apto para despertar las apetencias
prohibidas de otros". Esas "apetencias prohibidas" también constituyen
una amenaza para las mujeres. Algunos mitos primitivos sugieren que,
ante la excesiva exigencia viril, las mujeres se impusieron abstinencia.
Se sobrepusieron al zenit del deseo, que sobrevierte en los días
inmediatamente anteriores o posteriores al mes. Por ejemplo, de acuerdo
a un mito australiano, la menstruación se originó porque, durante la
edad heroica, los hombres del clan bandicoot tenían intercambios
demasiado frecuentes con las mujeres del clan lubra (los bandicoot
pueden casarse con las lubra pero no con las bandicoot). El exceso de
abrazos produjo gran pérdida de sangre en las mujeres, que se pusieron
hierba en la cabeza y se escondieron en agujeros, para que los hombres
no pudieran encontrarlas. Desde entonces, durante su mes, permanecen
recluidas y los hombres no tienen derecho a tocarlas.
Hasta hoy es conocido el recurso de usar
la menstruación para alejar a esposos o amantes no deseados. Pero,
también, para aguijonear su deseo. La creencia en la atracción de la
sangre menstrual es retomada por best-sellers gruesos, como el de
Stephen King. La madre fundamentalista de Carrie se indigna cuando sabe
que la hija ha tenido su menarca: "Después de la sangre vienen los
chicos. Olfateando como perros...".
Otros best-sellers, anteriores e incomparablemente mejores desde el
punto de vista artístico, también han aludido a esta creencia. La
exhibición metafórica de su ciclo es tal vez uno de los muchos
atractivos de Margarita Gauthier, la célebre Dama de las Camelias que
protagoniza la novela de Alejandro Dumas y, más tarde, una ópera e
innumerables versiones para cine y tevé.
Durante veinticinco días del mes, las camelias de Margarita son blancas,
y durante cinco, rojas. Los habitúes del teatro al que concurre
asiduamente (y entre los cuales se encuentran sus clientes del momento o
del futuro), observan ese cambio de colores. Armando Duval, el
protagonista masculino, que es también el narrador de la novela,
recuerda la ocasión en que le pide a Margarita que sea su amante. Ella
vacila y se desprende de sus brazos. De un gran ramo de camelias rojas y
frescas toma una y la coloca en el ojal del hombre, respondiéndole "que
no siempre se pueden cumplir los tratados el día en que se los firma".
Para Armando la respuesta resulta "fácil de comprender". Pero,
abrazándola de nuevo, le pregunta ansiosamente cuándo volverá a verla:
"Cuando cambie de color esta camelia".
En la versión cinematográfica de George Cuckor, Margarita (Greta Garbo)
le tiende la flor a Armando (Robert Tylor), diciéndole: "Cuando esta
camelia se marchite". El estruja la flor, vuelve a estrechar a Margarita
y, con esa efusión, termina la escena. Como la película es en blanco y
negro, el espectador permanece recatadamente ignorante del color de la
camelia. La influencia ejercida por esta novela en sueños que figuran
inocencia, menstruación y deseo, ha sido consignada por Freud. En La
interpretación de los sueños recoge el sueño de una mujer que
"desciende por extraños barandales, alegre de no desgarrar por ellos su
vestido. En la mano lleva una rama florida".
Al interpretar su sueño, la soñante piensa primero en la imagen del
Ángel de la Anunciación, que generalmente es representado con una rama
de azucenas blancas. La rama representaría su propia inocencia. Pero la
vara del sueño está cargada de flores rojas, muy parecidas a las
camelias. Esas flores se marchitan a medida que avanza. En su camino
encuentra a un hombre joven, quien la abraza y la invita a ir a otro
jardín. La invitación, que se parece a la de traspasar los límites del
jardín del Edén, es sentida por la soñante como un intento de
transgredir alguna ley sin recibir perjuicio alguno. El sueño presenta
simultáneamente significados de inocencia premenstrual (inmaculada como
la de Cenicienta), menstruación y amor carnal. El vestido que permanece
sin desgarrarse a pesar del largo camino y del abrazo, y la sensación de
no recibir castigo, significarían que no hay culpa en el deseo y la
caricia.
Mes femenino, duelo y consolación
Numerosos son los testimonios de mujeres encarceladas, torturadas,
sometidas a trabajos forzados o encerradas en campos de concentración
que pierden su capacidad de menstruar. En algunos casos, simplemente la
necesidad de adaptarse a situaciones nuevas conlleva la ausencia de la
regla. Esa falta aparece como un signo de luto que transmite el
organismo. O, en ocasiones menos dramáticas, constituye el modo a través
del cual el cuerpo femenino expresa el extremado esfuerzo al que se ve
sometido. Pero, de acuerdo a algunos psicoanalistas, el menstruo en sí
puede ser vivido como un signo de duelo por diversos motivos. Según
Helene Deutsch, la menarca confirma el sentimiento de castración de la
niña. Con su primera sangre ésta lloraría la esperanza, definitivamente
cancelada, de tener el sexo del varón. Pero, paulatinamente, al
transformarse en mujer, se consuela pensando que el nacimiento de un
hijo puede compensarla por el miembro que le falta. En consecuencia,
cuando cada mes pierde sangre, en ella significa un niño perdido y
llorado. Más recientemente, desde otra corriente psicológica, Erik
Erikson afirma que, para muchas mujeres, su menstruación es "un grito
que clama al cielo por el hijo que no fue". Ninguno de esos
psicoanalistas considera los casos (numerosísimos a lo largo de la
historia) de mujeres que han elegido no ser madres. No se refieren
tampoco a los casos, aún más numerosos, de mujeres que desean controlar
el número de sus hijos.
Muy otro es el significado que atribuye al menstruo el dramaturgo John
Pielmeier en su obra Agnes de Dios. Aunque no he podido leer ese
texto, conozco la versión cinematográfica de Norman Jewson. En dicho
filme, Agnes, una monjita adolescente (Meg Tilly), no come para tratar
de evitar su regla. La Madre Superiora (Anne Bancroft) le hace repetir
una y otra vez que la menstruación no es pecado. Luego, tomándole
tiernamente la cara entre sus manos, le cuenta la historia de una monja
amiga suya. Esta mujer recibía su mes como un consuelo. Aunque había
escogido libremente renunciar a la maternidad biológica, su cuerpo le
daba un signo periódico de su capacidad para gestar.
Menstruación, historia y lucha popular
Durante siglos, la menstruación ha estado ausente del discurso
histórico. Por un lado, es considerada función biológica femenina sin
significado alguno (como si pudiera existir alguna función corporal
desprovista de múltiples significados culturales en permanente
evolución). Por otra parte, la "decencia" la exilia de ese discurso. Las
sociedades patriarcales imponen mudez a las mujeres. Pero también ellas
cubren sus cuerpos de silencio, como forma de reservarse la exclusividad
en algún área de conocimiento y acción. Después de la Segunda Guerra
Mundial, los historiadores manifiestan un mayor interés por temas tales
como demografía y estructura familiar. Entonces se vuelve imposible
evitar una función básica para comprender el funcionamiento general de
una sociedad. Demos sólo un ejemplo de la importancia histórica de la
menstruación. Menarca y menopausia dependen de la dieta, el ejercicio y
la relación que mantiene el tejido graso con otros tejidos. En
consecuencia, el conocimiento del tiempo que dura la menstruación en las
mujeres de una época dada constituye un factor muy importante. El mismo
permite determinar la alimentación de las distintas clases sociales, la
distribución del trabajo entre los sexos, las actividades autorizadas a
las mujeres, etcétera. Ya en el siglo XIX, el novelista Emile Zola
comprende esos significados menstruales y los usa para la defensa de la
clase obrera. Así, en su novela Germinal, que, en el siglo XX, se
transforma en uno de los estandartes del Partido Comunista francés, Zola
describe el infierno que es la vida de los mineros franceses. Jornadas
interminables, trabajo físico durísimo para niños, mujeres y ancianos,
pésimas condiciones higiénicas, ausencia de seguro de salud, falta de
protección contra accidentes, alimentación descompensada, etcétera.
Todos esos factores retrasan la menarca de Catherine, la protagonista,
quien tiene relaciones con un hombre antes de haber conocido su mes. Más
tarde encuentra a Stephan, un joven obrero que es lo contrario del
hombre brutal con el que Catherine mantiene relaciones: la trata con
respeto y dulzura. Por no ser virgen pero también por no haber
menstruado nunca, Catherine se siente disminuida frente a él: "...se
acusaba como de una falta de aquel largo retraso de su pubertad". En
Germinal, Zola contribuye a echar los cimientos de un nuevo abordaje
ético de la vida. Aquí estamos lejos de la "maldición de Eva". En el
mundo que comienza a emerger en el siglo XIX, lo sentido por la muchacha
como culpa personal y lo denunciado por el escritor como injusticia
social, no es la sangre femenina sino su ausencia. Hacia el final de la
novela, Stephan y Catherine se ven encerrados en la mina por un
desprendimiento que los patrones, por ahorrar, no se han ocupado de
prevenir. En medio de la horrible situación, los jóvenes conocen, sin
embargo, una alegría: finalmente ven llegar la menarca de la muchacha.
Por abrazarla después del descenso de su primera sangre, a Stephan le
parece que es el primer hombre que la abraza. Ese hecho, que los llena a
los dos de ternura, los consuela un poco a ambos ante su inminente
muerte.
Pero no son sólo los escritores socialistas los que abordan el "tema
prohibido". En el siglo XIX hay un historiador francés que se ocupa
extensamente de la regla femenina: es Jules Michelet. Michelet no busca
en ella los mismos significados que le solicitan Zola y los
historiadores contemporáneos. Aunque le atribuye significados
contradictorios, descifra en esa sangre un sentido del tiempo diferente
al del tiempo social y cultural que protagoniza el varón. En tal
sentido, por algunos aspectos de su reflexión, Michelet se aproxima a
las poetas y pensadoras femenistas que están escribiendo sobre el mes de
la mujer en el momento actual. Michelet habla de "ese ritmo divino" que,
mes tras mes, mide el tiempo femenino. De esa sangre obtiene una nueva
organización del universo. Su muda periódica identifica a la mujer con
la naturaleza y, por ello, la opone al hombre, que no conoce crisis ni
renovaciones corporales de índole comparable. Sin vaivenes de fortaleza
y debilidad, el tiempo del hombre es cotidiano, pero no sideral. El
varón puede encontrar una función cósmica en la cultura y en la
historia, mientras que la mujer la encuentra en sí misma. Por eso
Michelet se refiere a la menstruación como a una "crisis sagrada", que
pone a la mujer más allá de la historia. Su sangre está regida por los
astros, como el océano. El tiempo histórico es recto, fugaz e
irremplazable, mientras que los astros, los mares y las mujeres
participan del tiempo de la eternidad. Ese tiempo cíclico circular,
regido por el manar de la sangre, es completo y triunfante. Como ocurre
en las antiguas sociedades matriarcales, Michelet asocia la menstruación
con la serpiente, atribuyéndole a tal asociación un sentido positivo. En
su obra La mujer, compara a ésta con Melusina, una legendaria
figura medieval característica del Sur de Francia, "que siendo
periódicamente una tímida culebra, se ocultaba para mudar. ¡Feliz de
aquel que puede tranquilizar a la bella hada Melusina! Tanto exceso de
intimidad sólo puede ser para el hombre que sienta dicha y fervor ante
la sangre femenina".
La menstruación en ia novela
En el terreno de la literatura, el ostracismo menstrual es semejante. En
primer lugar, durante siglos hay comparativamente pocas mujeres que
escriben. En segundo término, aquellas que se atreven a hacerlo, sufren
bastantes ataques por permitirse ocupar un espacio intelectual o
artístico que, supuestamente, corresponde al varón. En consecuencia,
jamás mencionan un tema que probablemente ellas mismas consideran
"ignominioso". La ya mencionada Historia cultural de la menstruación
contiene un capítulo dedicado a las imágenes de la regla en la
literatura, donde se destaca su casi total exilio hasta la segunda mitad
del siglo XIX. A partir de entonces, se consignan varias novelas y
poemas en que se la menciona en un lugar secundario o central. Dada la
extensión de mi propio libro, me referiré solamente a ese escritor
pionero que es Emile Zola y a Doris Lessing, una novelista sudafricana
contemporánea, candidata al Premio Nóbel.
En La alegría de vivir; Zola acuerda un amplio espacio a la
menarca de Pauline, la protagonista, y a la paulatina adaptación de ésta
a su nuevo cuerpo. En su reciente investigación sobre la mujer, las
historiadoras Anderson y Zinsser recogen testimonios dejados por mujeres
del siglo XIX en cartas o diarios íntimos. En estos textos se registra
que las madres no sólo se niegan a informar a sus hijas sobre las
funciones corporales, en el esfuerzo por "preservar su inocencia",
llegan a decirles, por ejemplo, que la sangre proviene de una herida en
un muslo. Del mismo modo, en La alegría de vivir, la madre
adoptiva de Pauline retrasa el momento de revelarle ese "gran secreto".
A pesar de que el médico de la familia le dice que ha visto jovencitas
que se enferman de terror ante la marea de su sangre, Madame Chanteau se
calla:"... hay muchas niñas a quienes nadie previene. Siempre habría
tiempo de decirle que las cosas eran así, sin exponerse de antemano a
preguntas y explicaciones inconvenientes".
El descubrimiento llega con la violencia de lo inesperado. Ante ese
"arroyo rojo", Pauline cree que su vida ha llegado al fin. Un tiempo
antes, Lazare, el primo de Pauline, había permanecido largo rato tendido
sobre la playa, cerca de la niña, con la mirada sumergida en la bóveda
estrellada.
Súbitamente, para el asombro de su pequeña
prima, había murmurado "Dios mío, Dios mío", sobrecogido por ese cielo
infinito. Es sólo después de ver su nueva sangre que Pauline recuerda y
comprende esa especie de lamento de Lazare ante el cielo sin límites. Lo
que ocurre en el microuniverso de su cuerpo, que se transforma siguiendo
leyes ocultas y eternas, le parece una fuerza tan lejana y misteriosa
como la que rige a las estrellas innumerables. Zola, que se caracteriza
por el desprecio fulgurante hacia las convenciones y el apasionado amor
por la naturaleza, establece una comparación que le da a esa sangre un
significado semejante al de los espacios siderales.
Zola es un escritor naturalista, heredero del entusiasmo científico de
los grandes románticos nacidos a fines del siglo XVIII. En consecuencia,
cree que el universo puede ser enteramente conocido por el ser humano.
De ese conocimiento nacerá una humanidad más feliz. Así, aprovechando
los descuidos de Madame Chanteau, Pauline estudia los libros de medicina
de su primo. Quiere "saberlo todo para curarlo todo". De ese modo, llena
de respetuosa piedad, se asoma sobre el paisaje de las enfermedades
venéreas. Pero descubre también las respuestas a los enigmas de su
propio cuerpo. Su menstruación le parece "un racimo maduro a la hora de
la vendimia", "una lluvia roja que sube y estalla", colmándola de
orgullo. En esta novela, el mes femenino no sólo adquiere un nuevo
significado moral. Transmite también una diversa actitud artística: "Es
la vida aceptada, la vida amada en sus funciones, sin repugnancia ni
miedo, y saludada por la canción triunfante de la salud".
Sin embargo, en 1954, la representación del período todavía constituye
un problema estético para una artista. En su novela El cuaderno
dorado, Doris Lessing transcribe una página del diario de Anna, una
escritora inglesa que milita en el Partido Comunista. Dicha página
corresponde al día 15 de setiembre de 1954. En ese día Anna consigna
hechos muy importantes en su vida pública y privada. Por un lado,
después de largas reflexiones en tomo al descubrimiento de las
represiones estalinistas, notifica al Partido que ha decidido dejar
atrás sus muchos años de militancia. Por otra parte, es el día de la
ruptura con Michael, su amante.
Junto con estos dos acontecimientos tan dramáticos, la escritora, una
mujer divorciada con una pequeña hija, anota los hechos más cotidianos:
preparar la comida, conversar con la niña sobre su jornada escolar,
contarle un cuento. Quiere representar también los hechos más íntimos.
En consecuencia, registra el agua entre sus muslos para borrar el olor
del amante tras su última relación. También consigna el descenso de su
sangre menstrual. Al anotar este último hecho, deja constancia de su
vacilación: un problema estético que todo artista debe considerar es el
del tacto. ¿Qué es lo representable y qué es lo "ignominioso", lo que
debe permanecer sin nombre, exiliado de la representación?
En su Poética, Aristóteles sostiene que aquellos objetos que
acostumbramos rechazar por repugnantes en la vida, pueden producirnos
admiración cuando son adecuadamente representados por el arte. Anna es
una mujer que ha conquistado penosamente su independencia política,
personal y literaria. Sin embargo, sobre ella pesa todavía la antigua
"maldición". Recordando el episodio de la defecación en el Ulises,
de Joyce, decide escribir sobre su menstruación. Se siente llevada por
un sentimiento de honestidad artística que la obliga a registrar la
totalidad de la experiencia que conoce. Los acontecimientos políticos,
laborales, amorosos y los hechos más menudos, quedan ritmados por el
periódico cambio de sus compresas. No obstante, no puede referirse a esa
muda sin consignar también un estremecimiento de asco. Finalmente,
escoge condensar las treinta páginas que ha necesitado para describir su
día. El 15 de setiembre de 1954 es reescrito en menos de media página.
Hay una sola oración para su separación del Partido. Una sola para su
ruptura con Michael. Para la menstruación, nada. Sin duda, el dolor de
los dos cortes es la razón determinante de tal condensación. Hay una
voluntad artística de sintetizar la representación de la pena para darle
así, por ausencia, un mayor peso emocional. Pero tal vez hay otra razón
que justifica un tan magro resumen. Después de pensarlo bien, acaso Anna
decidió que, en el terreno literario, la menstruación debe permanecer
privada de nombre por vergonzante.
Literatura uruguaya: "menstruación y agua de rosas"
En la literatura uruguaya, dos importantes narradores, Felisberto
Hernández y Juan Carlos Onetti, se refieren a la menstruación. Escriben
sobre ella en la marco tradicional que la asocia con "lo inmundo".
Hernández alude a la regla de modo eufemístico en su cuento "El comedor
oscuro", incluido en la serie Nadie encendía las lámparas. El
protagonista es un pianista pobre que se ve obligado a dar conciertos en
el comedor oscuro de una dama sucia y vulgar, llamada Muñeca. Muñeca
tiene una sirvienta, Dolly. La correspondencia de los nombres de esas
mujeres significa una correspondencia mucho más profunda: la de la
suciedad esencial de ambas. La primera vez que el pianista ve a Muñeca,
la confunde con "una mancha violeta pegada al zaguán". Esa misma dama
corta una conversación sobre música para ir a hablar con el carnicero.
Así, conforme a una corriente que parte del pensamiento aristotélico y
de la literatura del Antiguo Testamento, la mujer queda designada como
materia. El hombre, un músico, representa en cambio la cultura, la
civilización, el espíritu. Cada mes, dicha señora y su sirvienta
interrumpen la música del pianista porque necesitan, para el mate, una
caldera de agua que está en el baño. Esa agua mensual, que no se busca
en la cocina sino en el espacio reservado a las necesidades íntimas,
parece constituir un eufemismo para designar el flujo menstrual. Mujer,
carne y menstruación ensucian el mundo. Así, en "El comedor oscuro"
estas mujeres tienen, efectivamente, la capacidad de macular: mármoles,
objetos exquisitos, recuerdos contenidos en ese comedor quedan
profanados por un olor a lechón adobado que ellas han colocado sobre el
mismísimo piano. Cuando el pianista protesta, la sirvienta lo invita a
su cama a comerse con ella un pedazo de lechón.
El cerdo es un símbolo del arquetipo femenino. En Roma y otras ciudades
era sacrificado a Demeter, hermana de Zeus, protectora de la agricultura
y diosa de los misterios eleusinos, de los que debían mantenerse
alejados los que no tuvieran puras las manos. Los días siguientes a los
sacrificios, los iniciados permanecían ayunando. El poeta yámbico
Semónides de Amorgos (s. VII A.C.) convirtió el símbolo sagrado en
burla. Escribió una famosa sátira en la que llama "cerdas" a una
categoría de "malas mujeres". Así, en la civilización griega, lo
femenino se transforma paulatinamente en elemento de peligro o en motivo
de burla, que procura mitigar dicho peligro. El cuerpo antes sagrado de
la Madre se vuelve fuente de miedo. Todavía hoy la literatura registra
signos de tales reacciones, donde temor y asco se entremezclan. El
personaje de "El comedor oscuro" no quiere perder su empleo (su música,
su cultura, su vida espiritual) por un pedazo de lechón y se niega a
acostarse con la sirvienta.
De manera particularmente explícita, Onetti busca fragmentar la figura
de la Madre. Justamente porque es la que gesta y alumbra, quiere
arrebatarle su poder de dadora de vida espiritual. En la novela El
Pozo, Eladio, el protagonista, sostiene que "...el espíritu de las
muchachas muere siempre; terminan siendo todas iguales, con el deseo
ciego y oscuro de parir un hijo. Piénsese en eso y se sabrá porqué no
hay grandes artistas mujeres". En consecuencia, la menstruación como
signo potencial de maternidad aparece asociada con desesperanza e
inmundicia. En su cuento "La novia robada", para mostrar hasta qué punto
los valores de los hombres se han mecanizado y envilecido, los vincula
con la sangre femenina: Barthé, un farmacéutico "sucio de años y moscas
era, también, líder de algún grupo trotzkista que redactaba y firmaba,
con ritmo menstrual, manifiestos, declaraciones y protestas sobre temas
exóticos y diversos". Como vimos más arriba, el historiador Michelet
atribuye a la menstruación el significado de "crisis sagrada". Esa
sangre está regida por los astros, como el océano. Al revés, en la
narrativa de Onetti, los ciclos mismos del universo se vuelven a la vez
triviales y maculados al asociarse con el ciclo de las mujeres:"..
.aquel otoño empezó sin violencia, tan suave como el Kleenex que
esconden las mujeres en sus carteras, tan suave como los papeles de
seda, sedosos, arrastrándose entre nalgas".
En cambio, en la novela Mesías en Montevideo, de Teresa
Porzecanski, la sangre es signo de la Diosa en su aspecto terrible. Las
mujeres le rezan: "Ah, Coruya, no viertas sobre mí tu sangre oscura". "Coruya"
es otro nombre de la lechuza, signo de divina sabiduría femenina. La
sangre también representa la periódica muerte de la mujer y su
renovación, su tiempo no lineal sino multidimensional. Es líquido
mágico, misteriosa sustancia del universo: "Las mujeres... debían
primero darse a luz a sí mismas, desnudas entre sus vísceras, donde
habían guardado durante milenios, la alquimia que, una y otra vez,
repitiera ese código humano". Sangre que roza lo eterno, sangre que es
lenguaje ("código") de entrañable verdad, fundamento mismo de la humana
especie.
El solo hecho de incluir la regla en una obra poética significa darle
entrada a un terreno que durante siglos permaneció casi siempre
reservado a aquellos elementos tradicionalmente considerados como
"hermosos". Integrada al mundo poético, la menstruación adquiere nueva
identidad estética. Así, es con significado muy diverso que aparece en
un poema de Amanda Berenguer, incluido en su libro Materia prima.
(El título del libro ya es significativo. Porque ¿no creían acaso los
antiguos que la sangre era la materia primera, con la que están formados
hombre y universo?) El título del poema es "Inventario solemne". Es el
nombre que, en jerga notarial, se da a un inventario hecho en presencia
de testigos. Esta es la lista de elementos que componen una "herencia
yacente": ha muerto el último miembro de una familia compuesta
mayoritariamente de mujeres. Las cosas que se van registrando permiten a
la poeta reconstruir esas vidas femeninas. De la reconstrucción surge el
Universo. Con resonancias de la Diosa prehistórica y de sus pétreos
santuarios, van emergiendo los diversos signos de la Madre y de su poder
ilimitado. Hay reptiles y peces, gemas y plantas. Hay muchos pájaros,
símbolos de la Diosa Celeste, volando en las cuatro direcciones (su
influjo es infinito). Está la araña, capaz de extraer de su propio
cuerpo la materia con la que teje su mundo. Hay animales venenosos, como
la escolopendra y el escorpión que, en la noche, es signo del mal. Pero,
durante el día, simboliza la abnegación materna pues, según la leyenda,
sus hijos le desgarran los flancos y le comen las entrañas antes de
salir a la luz. Hay "un gato montés copulando con una garza rosada". De
acuerdo con una antigua tradición, el animal cazador sobre el lomo de
una presa no significa muerte sino matrimonio sagrado, que trae
fertilidad sin fin. Se menciona el santuario de la Diosa (o su sexo
divino): "una cueva o nacimiento y sus bisontes cuaternarios". Allí
están los cuernos, que la señalan como reina. También se habla de una
corona. Evidentemente, no puede faltar la serpiente pájaro: "boas
blancas o negras de avestruz o marabú". Hay también un microuniverso de
"objetos chicos, lisos y pastosos, amasados con menstruación y agua de
rosas". Como en la tradición de tantos pueblos, la sangre femenina se
relaciona con las flores. Pero los signos de la Diosa aparecen en medio
de un contexto que los desacredita. La corona está "seca". Araña,
escolopendra y escorpión se encuentran guardados en una "caja de madera"
o ataúd. Los bisontes cuaternarios se hallan en medio de una "tácita
cacería urbana". Los pájaros están enjaulados. Las serpientes emplumadas
y los animales que copulan yacen en "un charco de naftalina". Los signos
de la Diosa ya no se comprenden, transformándose en "materiales
inservibles", "cosas para después y nunca", en medio de ese "libro de
actas, puntual, al día" que es el de la vida contemporánea. Semejante al
caso de la narrativa de Porzecanski, el poema aparece como una
emergencia de la Diosa humillada que, a pesar de todo, logra despertar
imágenes de su esplendor y solicitar atención hacia sus criaturas,
aunque estén muertas y transformadas en carcomidas pieles. Sus signos
parecen "inservibles" y, aparentemente, apuntan al fin. Sin embargo,
nada es insignificante y la presencia de la Diosa significa, después de
la terminación, otro comienzo.
Entre 1987 y 1990, Rosana Malaneschi escribe dos poemas donde, acaso sin
saberlo, recoge tradiciones científicas y folclóricas en torno a la
mujer, que se pierden en la noche de los tiempos. Como Hipócrates,
piensa que los hombres son "secos y calientes", mientras ella es helada
y está humedecida por su sangre. Como probablemente hadan las mujeres
prehistóricas, quiere estar sola, lejos de las miradas masculinas, para
concentrarse en la vida que se significa a través de su sangre. También
para ella, el menstruo se asocia con la flor: "Entre algodones cubro mis
amapolas". Lalo Barrubia también reitera menciones a la menstruación en
su libro de poemas y fotos Suzuki 400. Uno de los poemas ha sido
editado, significativamente, bajo la forma de hoja de agenda (la sangre
que reaparece periódicamente, mide el tiempo). Fluye de su "concha", que
en español rioplatense es una forma brutal de designar el sexo femenino.
Sin embargo, la concha, asociada al mar, es símbolo del origen de la
vida. De ella emerge Afrodita, la Diosa del Amor, cuyo origen nos
recuerda hasta hoy la famosa pintura de Botticelli. Para Lalo Barrubia,
esa sangre la "ilumina", vinculándose no sólo con la manifestación
física sino también mental de la vida: suele aparecer en su cabeza.
Un número de Alternativa, correspondiente a enero de 1990,
publica un poema donde Marisa Silva reconstruye los sagrados ritos de la
menarca. Pero también aquí aparece la degradación: "desesperaré sangre/
tendré once años/ seré sobre la tierra/ todo mi cuerpo". Ya hemos visto
a las jovencitas puna y mohave, a Blanca Nieves y a la Bella Durmiente
tendidas en la tierra. Simbolizan la muerte de la niña y el nacimiento
de la mujer. Pero el ritual de renovación se ha transformado en algo
"desesperado". Es que, como la poeta dice: "Se me ha prohibido la
sangre/ que me nutre/se ha desnombrado la sangre" (de sagrada se volvió
ignominiosa). El poema también protesta contra esa larga tradición que
Miss Mary contribuye a propagar: "la sangre nunca me ha enfermado", dice
Silva. Al contrario, representa su "tanto de misterio". También le
confirma la reiteración de los ciclos: "La naturaleza/ me organiza/ me
desorganiza/ me organiza". A través de ella, siente lo que acaso sentían
las mujeres prehistóricas cuando, durante su mes, procuraban ponerse en
contacto con la Diosa lunar: "soy millones de mujeres/ en los tiempos".
La menstruación en Ia reina de la chatarra
Supuestamente, los teleteatros están dirigidos a un público femenino. La
historia que cuentan (con variantes) es la que empezó contando la novela
helenística en el siglo III. Tanto en la novela griega como en este
género tan actual, la anagnórisis o reconocimiento preside el acontecer
narrativo. De acuerdo con mis investigaciones, no hay ningún teleteatro
durante el cual un hijo no reconozca a sus padres tras un largo período
de separación, o viceversa. Ese reconocimiento tardío ocurre porque la
madre se ha visto obligada a abandonar su pequeño bastardo, porque una
malvada suegra lo ha raptado, etcétera. En consecuencia, la función
femenina de la gestación se transforma en una función narrativa central.
Sin embargo, es tradición teleteatral que otras funciones femeninas
permanezcan silenciadas. La única alusión explícita a la menstruación
que yo conozca se produjo en el teleteatro Brillante, de Gilberto Braga.
Luisa (Vera Fischer) señala que debe ver a un ginecólogo, pues "ha
sufrido un atraso". Obviamente, la razón es que espera un hijo de Paulo
César (Tarciso Meira), hijo que éste reconocerá muchos capítulos
después.
Cuando no está vinculada directamente a la función reproductiva, la
menstruación permanece teleteatralmente "ignominiosa". Siempre en el
marco de mi conocimiento, los teleteatros jamás incluyen a una madre que
explique a su hija en qué consiste el ciclo femenino ni a dos amigas que
conversen acerca de las características físicas y emocionales de la
menopausia.
Sin embargo, en el primer capítulo de La reina de la chatarra, un
exitoso teleteatro de Jorge Fernando, hay una escena que condensa dos
secuencias relativas a la menstruación. Las mismas pertenecen a la ya
citada novela Carrie (y al filme correspondiente). El primer
capítulo de Carríe muestra a un conjunto de adolescentes tomando una
ducha después de una clase de gimnasia. Entre ellas se encuentra Carrie,
cuya madre padece de una religiosidad demencial. La dama cree
literalmente en la leyenda judía (no bíblica) de acuerdo a la cual Yavé
habría maldecido a Eva con la menstruación. Por lo tanto, piensa que si
mantiene a su hija en una completa ignorancia respecto de la
corporalidad, tal vez sobre ésta no caiga nunca semejante maldición. La
extraña madre que tiene y la educación que ésta le da hacen que Carrie
sea una niña diferente. Como ocurre en muchas comunidades humanas y en
algunos grupos animales, el individuo que presenta diferencias es
repelido por ese grupo. Carrie recibe permanentes hostigamientos por
parte de sus compañeras. Pero éstos llegan al colmo ese día, en las
duchas, cuando Carrie comprueba, horrorizada, que está perdiendo sangre
y cree que ha recibido una herida. Las compañeras la encierran en un
círculo mientras la insultan, se ríen de ella y le arrojan tampones y
toallas higiénicas, con las que Carrie no sabe qué hacer. Como
consecuencia de sentirse arrepentida por haber participado en una
agresión tan brutal, una de esas chicas le pide a su novio que invite a
Carrie al baile de graduación. Carrie y su compañero son elegidos los
reyes de la fiesta. Pero otra compañera, que odia a la desdichada
muchacha, ha preparado una trampa especial. Cuando la pareja se acerca
para ser coronada, el novio de la enemiga deja caer sobre ellos dos
baldes llenos de sangre de cerda (que, como sabemos, es un símbolo
femenino). Carrie se transforma en una sinécdoque: no es sólo de una
parte de su cuerpo que mana sangre. Toda ella está enrojecida y
chorreante. |