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 Del libro "Cuerpo de mujer - Reflexión sobre lo vergonzante"
 
 

Cornudo vientre de la Diosa
Hilia Moreira
hiliamoreira5@gmail.com

 
 

De la prehistoria a Brigitte Bardot

En las tradiciones primitivas, entre los signos de energía y renovación cíclica, los cuernos ocupan un lugar destacado. A veces, se considera que no son sólo un signo de esa energía sino su misma encarnación. También pueden constituir factores estimulantes en el proceso del devenir. En grutas destinadas a cultos prehistóricos en Dordoña (Francia) aparecen pinturas de mujeres desnudas que representan a la Diosa Madre gestando. Esas mujeres tienen cuernos de bisonte en las manos levantadas. La duración del embarazo en la hembra del bisonte y en la humana es la misma, lo que contribuye a explicar la conexión de ese animal cornudo con la Diosa. La importancia del bisonte se percibe en el hecho de que su cabeza, rodeada de plantas y semillas, frecuentemente se encuentra pintada en el centro de la caverna.

Con el advenimiento de la vida sedentaria, cuernos, estatuillas y vasos en forma de vaca, cabra o toro aparecen por todas partes en Europa y Oriente Cercano. En las pequeñas poblaciones agrícolas que se establecen alrededor del octavo milenio A.C. esas estatuillas representan a la Diosa. La mayoría de los santuarios están presididos por la figura del toro. Inicialmente, éste no es una manifestación masculina sino un signo de la Diosa de la Regeneración. También suele representársela como mujer asociada con

animales cornudos. En épocas posteriores, en Grecia y Roma, se pinta y esculpe la imagen de Cibeles o Demeter (que constituye una manifestación de la Diosa Madre) coronada de rayos (asimilables a los cuernos). A menudo aparece en un carro tirado por cabras. Junto con el toro, la cabra es el principal signo del poder regenerativo de la Madre, cuya manifestación es de carácter sexual. En ese tiempo el sexo no tiene significado moral sino religioso: a través de él se renueva el Universo. En la cerámica producida por la civilización minoica (Creta), la cabra se asocia con la luna, las plantas y el árbol de la vida. También se han encontrado piezas de metal que representan, de un lado, un par de cabras copulando. Del otro lado hay una pareja, igualmente entregada al amor. Puede tratarse de representaciones del Matrimonio Divino o de un ritual propiciatorio para el renacimiento vital. La copulación también puede ser el signo mismo de la Diosa, que se manifiesta a través del vigor sexual con que beneficia a sus criaturas. Su culto supone relaciones físicas, cuyo significado es impersonal y sagrado. El culto a la Diosa por medio del sexo subsiste hasta hoy entre los indios americanos. A causa de los significados de "inmoralidad" con que lo han asociado los conquistadores, los inmigrantes y sus hijos, se transformó en uno de los motivos que justifican el exterminio de las poblaciones autóctonas. En cambio, en la mente de quienes practican el culto, el sexo se vincula con imágenes de asimilación de las fuerzas naturales y amor a la vida. En un reciente viaje de extensión universitaria a Carmelo, personas del lugar me informaron acerca de una costumbre practicada por inmigrantes y sus hijos en el Uruguay del siglo pasado. Como existía una pequeña comunidad india en las cercanías de un poblado "humano", sus habitantes atribuían al "culto del cuerpo" un significado prostibulario, del que se aprovechaban. La anécdota pone de relieve la importancia que puede revestir la semiótica para sociedades interesadas en una convivencia cultural más comprensiva y respetuosa.

En imágenes posteriores, la cabra se sustituye por un macho cabrío, de cuya espalda surge una planta. La relación entre cabra, plantas y resurrección es ostensible. Así, en vasos funerarios griegos, aparecen escenas que muestran cabras saltando sobre plantas que florecen. Motivos folclóricos similares subsisten hasta hoy en el arte europeo aunque, en las creencias populares, el papel simbólico del macho cabrío se ha fundido con el del dios indoeuropeo del rayo.

Pero tal vez la forma que más frecuentemente reviste la Gran Madre sea la de vaca lunar, la cual sigue siendo sagrada en India, pues se considera signo de la Diosa Kali. Los himnos védicos son textos milenarios que, según el hinduismo, serían de inspiración divina. En ellos se celebra a la vaca: "La Vaca ha danzado sobre el océano celeste trayéndonos los versos y las melodías. La Vaca es todo lo que es, Dioses y hombres, héroes, sabios y almas de muertos. Ella es inspiración y profecía". O también: "...en ella reside el orden divino, la santidad, el ardor cósmico. Sí, la Vaca hace vivir a los Dioses, la Vaca hace vivir a los hombres" (Ved262-63). Entre los hindúes, en el decir de Gandhi, "la vaca conduce al ser humano más allá de los límites de su especie. Por su intermedio se realiza su identificación con todo lo que vive. En la medida en que millones de niños beben su leche, la vaca se transforma en madre de la humanidad". Por eso, es terrible alimentarse del manso animal que materna al hombre.

Una de las más antiguas diosas indoeuropeas relacionadas con los cuernos y la leche es Marsa o Mara, también llamada Madre de la Leche, Madre de las Vacas, Vieja Pastora de Vacas o Destino de las Vacas. Su presencia les trae fertilidad. Es responsable del fácil nacimiento de los terneros y de la abundancia de leche de sus madres. Cuando se la invoca, puede producir vacas enormes, que son inagotable fuente láctea. También hace crecer el pasto en abundancia. En Egipto las diosas Isis y Hator se representan bajo la forma de mujeres con gran cornamenta. El cuerpo de la Vaca es el firmamento y, diariamente, da a luz al dios Horus Ra, el sol, su ternero dorado. Tal vez Horus sea el becerro de oro que combate Moisés (Ex 32).

El nombre de "Italia" tiene origen polémico. Según algunos estudiosos vendría de la palabra vitello, que quiere decir "becerro". Por lo tanto, Italia sería la "tierra del becerro", lo que la transformaría en otro don de la Diosa Cornuda. En monedas italianas anteriores al predominio de Roma aparece la efigie de un toro. Hera es una de las divinidades más veneradas del Panteón Olímpico. En sus templos se le ofrendan animales cornudos, pues se la asocia con la pastura y las vacas y novillas que pacen en los valles. Homero la llama "cara de vaca" u "ojos de novilla". También posee plantas mágicas y aparece coronada. Su nombre alternativo es lo, cuyo signo es la novilla. Con el advenimiento de una percepción masculina de la divinidad, la Diosa se habría fragmentado. Esos fragmentos rivalizan por conseguir el amor del Dios. Así, en mitos grecorromanos tardíos, Hera e lo compiten por la atención de Zeus. Pero, originariamente, son la misma vaca celeste. Importa destacar que hoy, en italiano popular, vacca, el antiguo nombre de la Diosa, constituye un insulto grosero.

Los celtas que habitaban lo que hoy sería la región de Yorkshire (Inglaterra) adoraban a Verbeia. Su nombre significa algo así como "Ella, la de los ganados". Sus representaciones, encontradas en frisos, la muestran con serpientes sagradas entre las manos. Su imagen está relacionada con una santa irlandesa llamada Brigite, que se asocia con el ganado y lo protege. Esa santa es de existencia histórica improbable. Significativamente, sus milagros están relacionados con alimentos lácteos. Multiplica la manteca para los pobres. Sus vacas dan leche tres veces al día. A veces se confunde con María, la Gran Madre del cristianismo. En Irlanda su popularidad sólo puede compararse con la de San Patricio. También es venerada en Gales, Inglaterra, Francia y Alemania. No sólo es dadora de alimentos físicos: es patrona de poetas y sanadores. En general se la representa con una vaca a los pies que, según la tradición cristiana, significa su juventud, durante la cual era una monja cuidadora de vacas. Aun el Diccionario de santos de Oxford reconoce que Brigite presenta signos característicos de la Gran Diosa Cornuda. Al promediar el siglo XX, el cine francés lanza una "diosa del sexo": Brigitte Bardot, que exhibe grandes escotes o muestra su cuerpo desnudo. Sólo que ese cuerpo se ha trivializado: es sexy. Ha perdido sus significados de preservación y regeneración de la vida. Es "diosa" porque tiene gran éxito de taquilla. Sin embargo, en filmes como Y Dios creó a la mujer, aparece constelada de animales que cuida, especialmente de pájaros, a los que libera. Termina adquiriendo otras prerrogativas divinas. Es su busto el que representa la República en las esculturas oficiales de Francia. ¿Signo del "alma francesa"? ¿Protectora de la población y sus esperanzas? Transformada en mujer mayor, Brigitte usa los medios de comunicación para realizar una campaña por los animales cuyos cuerpos vivos son mutilados y destruidos en provecho de industrias como perfumería, peletería o cosmética.

Se anunció que viajará a Uruguay para apoyar la aparición de una ley que proteja a animales sometidos a experimentos inútiles y atrozmente crueles en la Facultad de Medicina. ¿Una nueva manifestación de la Diosa, que materna por igual a todas sus criaturas, luchando por mantener el equilibrio del planeta?
 

Brigitte Bardot: un signo de la Diosa que vela sobre nuestro planeta, protegiendo el equilibrio entre las especies?

 

Los cuernos de la luna

Como los del bisonte, los cuernos de cabra, vaca y toro constituyen una metáfora de la luna. Según una inscripción camboyana, la luna creciente es el cuerno perfecto, signo de la Madre divina. Por eso, los cuernos siempre están en relación con ella. En las pinturas prehistóricas la luna, bajo estilizada forma de cornamenta, aparece asociada con relámpagos, lluvia y rombos (símbolo femenino). Los cuernos traen imágenes de fuerza vital, creación periódica y vida inagotable, porque la Madre Luna preside la fertilidad de campos, animales y mujeres. En la tradición grecolatina, la luna se llama Artemisa o Diana. A pesar de ser una Diosa Virgen, propicia los partos y, en general, la fertilidad de animales y plantas. Su hermano Apolo, dios solar, vinculado a la inspiración artística, en cultos más antiguos estaba asociado con la luna. El cristianismo preserva la imagen lunar, vinculada con una figura femenina. En el libro del Apocalipsis (o Revelación) se dice que: "Apareció en el cielo una señal grandiosa, una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas" (Ap 12, 1). Hasta hoy, según la interpretación oficial de la Iglesia Católica, esa mujer es María. En el siglo XVII, Velázquez y otros pintores la muestran de pie sobre la luna y envuelta en luz lunar. En el siglo XIX, la Virgen se aparece a Catherine Labouré, una hermana de caridad. En la visión, el vestido de María y su propio cuerpo tienen el blanco resplandor de la luna. En esa manifestación, la Virgen instaura el culto de la Medalla Milagrosa, muy popular en Uruguay.

Los artistas uruguayos siguen sintiendo el influjo lunar. En la mencionada novela de Porzecanski, los personajes le rinden un culto prohibido: "Eumenio había sido encerrado por haber estado contemplando, durante quince noches, la luna o sus pedazos". En el terreno, considerado pedestre y cotidiano, de los medios de comunicación, la luna continúa vinculándose con la maternidad. En canciones de grupos juveniles como Mecano, se dice que: "Luna quiere ser madre... Si el niño llora menguará la luna para hacerle una cuna".

Cornudo vientre de la Diosa

¿Existen otros motivos por los cuales los cuernos ocupan un lugar tan eminente en el simbolismo del devenir? En su investigación sobre signos de nacimiento y muerte en la prehistoria, Dorothy Cameron muestra un diagrama del aparato reproductor femenino, tomado de un texto cualquiera de medicina contemporánea. Parecería que la clave se encuentra en la similitud que la cabeza cornuda guarda con la matriz y los trompas de Falopio, pertenecientes a dicho aparato femenino. En los frescos de muchas cavernas, la cabeza taurina está pintada en la región pélvica del cuerpo de la mujer. Por lo tanto, parece claro que, en la prehistoria, el toro no significa virilidad, como ocurre en representaciones indoeuropeas más recientes. Su cabeza es una metáfora de los órganos generadores de la mujer. Es probable que los hombres prehistóricos hayan adquirido conocimientos de anatomía mientras separaban la carne de los huesos durante ciertos ritos fúnebres. Cuando el cuerpo femenino se encuentra en posición yacente, las trompas de Falopio se vuelven hacia arriba, como astas. Es en esa posición en que deben haber sido percibidos durante el proceso de descamar el esqueleto. En representaciones del toro que datan del Neolítico, esos cuernos aparecen cubiertos con rosas o estrellas, con lo cual la similitud con los órganos femeninos se acentúa. En Ucrania se han encontrado vasos donde se representan los cuernos, las faces de la luna y, en el centro, una serpiente enroscada. Otras veces, el toro aparece llevando el disco lunar en su cornamenta. En dicho disco hay líneas que lo dividen, probablemente signos de las faces de la luna (relacionadas, como veremos más adelante, con el ciclo menstrual femenino). El toro también aparece asociado con huevos, símbolo por excelencia del principio femenino de la vida. Es interesante señalar que hoy, en español popular, los huevos son metáfora de los testículos. La palabra "huevón" es un insulto. Pero "tener huevos" quiere decir "tener valor". ¿Otras tantas formas secretas de degradación y admiración, de ambigüedad en relación con la Madre? En muchos vasos prehistóricos, de un lado se representa un toro con cuernos enormes. Del otro, se encuentran imágenes de huevos, conectados con los cuernos a través de líneas ondulantes que podrían significar el agua, otro símbolo vital femenino. A veces se representan los huevos en el interior del cuerpo del toro. Otras, aparecen pájaros, generalmente marinos, con huevos en sus vientres. Por encima de esos pájaros hay un par de cuernos, que suelen estar rodeados por una serpiente. Así, en la prehistoria, el toro es fuente de vida. Su relación metafórica (es parecido a ella) y metonímica (es representado en el lugar que ella ocupa) con la matriz explica la asociación del toro con símbolos de regeneración, del mismo orden que la luna y las plantas. También se piensa que del cuerpo muerto del toro surge la nueva vida. Por eso, es frecuente encontrar animales cornudos en sarcófagos: constituyen un símbolo de renovación. De los cuernos puede surgir una abeja, que significa la victoria de la vida. Otras veces, la cornamenta se asocia con serpientes, pues ambas son símbolos de renacimiento eterno.

La pareja como invento del varón

De acuerdo con J.J. Bachofen, en la prehistoria rige el derecho materno. En su marco, las mujeres controlan religión, propiedad y relaciones sexuales. En épocas históricas, el predominio femenino es sustituido por el masculino, en cuyo encuadre los hombres gobiernan y se adora a la divinidad bajo forma de varón. Morgan relaciona el matrimonio monógamo con el nacimiento de la sociedad de predominio masculino. Es interesante pensar que, de acuerdo con una larga tradición, la mujer es la más interesada en el matrimonio y la más responsable de su mantenimiento. Las fantasías femeninas, alimentadas por cuentos de hadas primero y por los medios de comunicación después, giran en torno a la pareja estable y legítima: "se casaron y vivieron felices durante muchos años". El último capítulo de la novela destinada "a señoritas", de la radionovela y el teleteatro, generalmente muestra una fiesta de bodas. Sin embargo, el matrimonio legítimo y duradero sería invento del varón. Hasta hoy, en comunidades donde la mujer tiene respaldo económico, la pareja estable suele ser descartada. En un reciente viaje a Estados Unidos, conocí casualmente a una haitiana, probablemente obrera, pero en situación desahogada. Vive en una casa relativamente amplia, con su madre y su padre, su hermana y una cantidad de hijos y sobrinos. Interrogada sobre los padres de los niños, contestó: "Los maridos van y vienen. Los que permanecen son la madre y el padre de una, sus hijos y Jesús".

Engels sostiene que el surgimiento de la propiedad privada, controlada por un cabeza de familia masculino, conduce al "derrocamiento del derecho materno" y a la "derrota histórica del sexo femenino". El desarrollo de la propiedad privada también llevaría a la guerra con metas de apropiación (de ganados, nuevos territorios, etcétera). Según el historiador de las religiones Geoffrey Ashe, las actividades guerreras no permiten una visión de la divinidad como madre dulce sino como varón violento. (Hay que subrayar, sin embargo, que los trabajos contemporáneos en torno a la Diosa Madre como diosa de la paz están muy influidos por movimientos pacifistas. Al datar de épocas prehistóricas, casi no existe literatura original sobre la Diosa. Pero, aparentemente, Istar o Astarté era una diosa guerrera, justamente por ser Diosa de muerte y resurrección.) De acuerdo con otros investigadores, el pasaje de sociedades de predominio femenino a sociedades patriarcales depende del descubrimiento de la función del esperma, que se habría producido entre el 6500 y el 6000 A.C.. Como las relaciones sexuales no necesariamente implican fecundidad, hasta entonces el sexo viril se habría considerado estimulante pero no necesario para la concepción. El principio masculino en tanto fuerza propiciatoria para la vida se representa bajo forma de un hombre con astas de toro o cabrón. Su influencia contribuye al crecimiento y prosperidad de todas las criaturas. El danzarín extático con máscara de toro o macho cabrío puede ser interpretado como signo del dios Dionisos o como un adorador de la Gran Diosa. Dionisos es un dios muy antiguo, cuyo origen se desconoce. Se piensa que su culto se haya iniciado en Grecia, Tracia, Creta o el Asia Menor. Pero, en la prehistoria, todas esas regiones pertenecían a la misma cultura de la Diosa. Dionisos es un dios toro, de la renovación anual, imbuido de toda la urgencia de la naturaleza. En Las Bacantes de Eurípides hay numerosas manifestaciones del dios bajo forma taurina: "Se encontró un Dios cornudo, un Dios coronado de serpientes". En Tracia el ritual de Dionisos incluye hombres que invocan al dios mugiendo como toros. Las mujeres que lo adoran llevan cuernos durante el culto, pues se piensa que tiene cabeza de toro y así suele representárselo en el arte. Dionisos también se manifiesta bajo la forma del toro Zagreo, despedazado por los gigantes. Entonces baja al mundo subterráneo y luego renace. En consecuencia, la idea de renovación predomina en sus festividades, que tienen lugar durante el pasaje del invierno a la primavera. En ellas, se busca un escenario agrícola orgiástico, que conlleva comida en abundancia, representaciones fálicas y el casamiento del hombre toro Dionisos con la Reina o Gran Diosa. El propósito de esas festividades es exaltar la vegetación y todos los dones de la tierra. El culto a Dionisos también incluye flores, abundantes bebidas y alegría general. El vino se distribuye entre todas las personas que tienen más de cuatro años. Durante la fiesta, la mujer de un hombre revestido de autoridad se casa con el toro. Se trae una imagen de Dionisos o un actor coronado con cuernos aparece para completar los ritos nupciales. Así, aun en cultos a divinidades masculinas, la Diosa de la Naturaleza, pájaro, vaca o víbora, mueve el tiempo de la vida hacia la muerte y de la muerte hacia la vida, de la noche oscura hacia la luna creciente, del invierno hacia la primavera.

En la novela José y sus hermanos, Thomas Mann describe la fe de Jacob en el Dios de Abraham y de Isaac. Sin embargo, la sombra fecunda de la Diosa Madre Istar se proyecta sobre su lecho de bodas, mientras muge en el cielo el toro celeste: "Cuando las videntes manos de Jacob dejaron el rostro de su novia y encontraron su cuerpo y la piel de su cuerpo, Istar los atravesó hasta la médula, bramó el toro del cielo y su aliento era el aliento de los que se abrazaban. Y, durante toda aquella noche ventosa, Jacob encontró en la hija de Labán una compañera gloriosa, grande en el deleite y poderosa en la concepción y ella lo recibió muchas veces, otra vez y otra vez aún, tantas que ya no las contaron, pero los pastores dijeron que eran nueve". No sólo la Diosa Madre confiere deseo y fecundidad a los amantes, haciéndose una con ellos bajo forma taurina. Son pastores, cuidadores de cornudos rebaños, los que cuentan las uniones encargadas de propagar la vida.

El toro celeste

Con el surgimiento de las sociedades patriarcales, la sabiduría y las pasiones del hombre se funden con la figura del toro, que evoca imágenes de vigor irresistible. Su cuerno se transforma en signo de potencia masculina. Aunque brama con ferocidad, su generosa simiente fecunda la tierra. El dios hindú Indra se manifiesta bajo forma taurina. En Irán y Oriente Cercano, los dioses se significan con figuras de toros, cameros y cabrones. De acuerdo con la tradición persa, la luna, bajo forma cornuda, es depositaría de la simiente taurina. Toro y rayo son signos conjugados de divinidades atmosféricas. Uno y otro constituyen manifestaciones de las fuerzas fecundantes. En Grecia, Urano, dios del cielo, se representa como toro, en razón de su fertilidad infatigable. Zeus, divinidad de trueno y relámpago, toma forma de toro deslumbrante para seducir a la princesa Europa. Se le aproxima mansamente y se tiende a sus pies. Ella lo acaricia, reposando sobre su lomo. Al instante, él atraviesa con ella el cielo y la deposita en Creta, donde se unen. (Como ya dije, Creta es una isla en la que, en tiempos anteriores, se adoró a la Madre bajo forma de cabra o vaca. Por lo tanto, es posible que el mito del rapto de Europa constituya otro signo residual de la Diosa.) Además de Zeus y Dionisos, el dios griego Pan también lleva cornamenta. Se manifiesta con cara y torso de hombre, pero con astas y patas de cabra. Es dios de ganados y sexualidad fecunda. Como en griego su nombre significa "todo", en etapas posteriores se pensó que dicho nombre se refería a una deidad universal.

Los cuernos, signos de Dios

Como signo de fuerza creadora, el cuerno representa al dios semítico El (aparentemente, predecesor de Yavé), unido en matrimonio sagrado con la Vaca Ashera. Aunque Yavé prohibe expresamente el culto del becerro, el cuerno y el rayo están entre sus signos más importantes. La palabra hebrea queren tiene esos dos significados. En la primera versión latina de la Biblia (conocida como Vulgata a causa de su función divulgativa), el término "rayos" es traducido en el sentido propio de "cuernos". En traducciones posteriores, los cuernos son casi totalmente borrados del texto bíblico. Tal desaparición se debe, probablemente, a significados "ignominiosos" adheridos a ellos en tiempos más recientes. También es interesante destacar que Yavé "baja a la vista de todos sobre el monte Sinaí"(Ex 19,11). La denominación de dicho monte viene de Sin, nombre de un dios lunar mesopotamio. El toro blanco parece haber sido una de las formas en que se encarna Sin, cuya sagrada montaña escala Moisés para recibir las tablas de la ley. Cuando Moisés desciende del monte después de haberse puesto en presencia de Yavé, "no sabía que de su rostro salía un rayo (cuerno)" (Ex 34, 29:35). Por eso los artistas de la Edad Media representan a Moisés con cuernos, que tienen el aspecto de la media luna. También Miguel Ángel lo muestra bajo forma cornuda en la escultura que puede apreciarse hoy en la iglesia de San Pedro Encadenado, en Roma. En consecuencia, resulta sorprendente que, en su artículo sobre "El Moisés de Miguel Ángel" (1914), Freud cite a críticos que afirman que Miguel Ángel se habría inspirado en estatuas del dios griego Pan. La versión escultórica de Miguel Ángel es traducción fiel del mensaje bíblico. En las palabras con que Moisés bendice a José antes de morir, el toro reaparece: "Como el primogénito de su toro es su gloria" (Deut 33,17). La llegada de Yavé al Sinaí se anuncia tocando un cuerno (Ex 19,13 y 19). En el monte, el Señor se manifiesta por medio del trueno y el rayo (Ex 19,16). Los cuatro cuernos del altar de los holocaustos, situado en su templo, designan las cuatro direcciones del espacio: el carácter ilimitado del poder divino (Ex 27, 2). En el cántico que entona David a Yavé por haberlo librado de sus enemigos, le dice: "Dios me defiende y el cuerno (rayo) de Ishaí está a mi espalda" (2 Samuel 22, 2). En los Salmos, el cuerno simboliza la iuerza divina, que es la más poderosa defensa de quienes la invocan. Para designar a Yavé, en el Salmo 18, 3, se usan expresiones similares a las de David: "Roca en que me refugio, mi escudo y mi cuerno de liberación". En el Salmo 132, 17, Yavé le dice a su pueblo que "hará retoñar el cuerno de David". Cuando ora, el profeta Habacuc habla de la mano divina, de la que surgen cuernos: "Su fulgor es como la luz/ surgen cuernos de sus manos" (Hab5: 4,5). En 1 Samuel 2,1, Ana agradece a Dios por el nacimiento de su hijo Samuel, diciendo: "Mi cuerno es exaltado en el Señor". También afirma que Yavé "exaltará el cuerno de su Ungido" (1, Sam 2, 10). Por otro lado, el cuerno puede simbolizar la altivez de los arrogantes, a quienes rebaja el Señor: "No levantéis al cielo vuestros cuernos" (Sal 75, 6). Yavé también ordena que se le ofrezcan animales cornudos. Así, en Levítico 1ó, 5, manda que "se tomen dos machos cabríos para expiación y un carnero para holocausto". Más adelante, en el versículo 10, agrega que "el macho cabrío sobre el cual caiga la suerte de Azazel será presentado vivo delante de Yavé, para hacer la reconciliación sobre él". En los versículos 15 y 16, el macho cabrío y el becerro aparecen como animales de purificación, que limpian de culpas al pueblo de Israel. Por eso, en algunas comunidades rurales europeas hasta hoy hay un cabrón al que nadie pega ni molesta. Es el encargado de captar el mal que amenaza al pueblo, protegiéndolo.

Cuerno y corona, poder y abundancia

Los cuernos están vinculados con la antigua creencia tántrica según la cual si el hombre logra retener su simiente, la energía mística sube hacia la cabeza, transformándose en poder y sabiduría, que se hacen visibles bajo forma de cuernos. En su obra El arte del Tantra, Phillip Rawson sostiene que: "lo que crece de la cabeza es específicamente significativo. Los animales cornudos son los más sagrados, puesto que llevan el signo visible de que el poder que se encuentra en el interior de la cabeza se ha desarrollado al punto de manifestarse exteriormente. Los toros, carneros, machos cabríos y ciervos muestran ese poder de fertilidad física y espiritual, de fecunda sabiduría. Hay amplia evidencia de que en Europa, hasta la Edad Media, existe una asociación entre los cuernos y la potencia sexual del varón". Todavía hoy, en italiano popular, la palabra corno designa el sexo viril. Por eso, romper un cuerno significa romper la potencia sexual y, en términos generales, el vigor y coraje. Aqueloo, transformado en toro, combate contra Hércules por el amor de Deyanira. Pero cuando Hércules le rompe un cuerno, se declara vencido.

Como los cuernos son un arma poderosa de los animales que los llevan, en la mente de los hombres se asocian con imágenes de fuerza terrenal o ultraterrena. Los jefes políticos y religiosos (reyes y chamanes) los colocan sobre sus cabezas. De ese modo, se apropian metonímicamente del vigor de los animales cornudos. La palabra "corona" viene del latín cornu y expresa la misma idea de elevación, poder, iluminación. Sus puntas imitan astas o rayos. El soldado romano victorioso añade un cornículum a su casco. Alejandro Magno se hace representar bicorne. Según algunos investigadores, busca asociarse con el dios Dionisos, simbolizando en las astas su poder y genio. De acuerdo con otras fuentes, toma la cerviz del Libro de los Muertos egipcio, donde el dios Amón es llamado "señor de los dos cuernos". Por medio de la cornamenta, Alejandro busca emparentarse con la naturaleza divina y asegurar la prosperidad de su imperio. Los guerreros de diversos pueblos (especialmente celtas y escandinavos) también llevan cuernos, como signo de vigor. En Montevideo se eleva un monumento al presidente Luis Batlle Berres que representa una parábola. El humor popular lo designa con el nombre de "cuernos de Batlle". Sin embargo, por debajo de la burla subyace el significado de "aptitud para el mando" que conlleva la cornamenta. De la tradición grecorromana nos viene el cuerno o "cornucopia", que connota significados de abundancia y de dicha. Lleno de semillas y frutas, con la abertura hacia arriba, lo vemos representado en múltiples cuadros, esculturas y frisos. Su imagen se vincula con la de Dionisos y Demeter, con constancia y buena fortuna. La cornucopia sería un cuerno de la cabra Amaltea, quien amamanta a Zeus en su niñez. Zeus lo rompe jugando con ella y se lo devuelve lleno de todos los dones divinos. Cuando se lo muestra como cornucopia, el cuerno roto de Aqueloo también se transforma en signo de opulencia y felicidad. Aqueloo es el río más grande de Grecia, hijo de Océano y Tetis, diosa marina, primogénito de todos los ríos de Grecia y padre de innumerables fuentes. Con el tiempo, los significados de la cornucopia se transforman en liberalidad, diligencia, prudencia, esperanza y caridad. Se relaciona con la estación otoñal de equidad, hospitalidad y cosecha abundante.

Yavé deja su signo (rayos o cuernos) sobre la cabeza de Moisés.

Cristo en los cuernos del ciervo

En sus Odas, Píndaro habla de una "cierva de cuernos de oro", que pertenece a Artemisa. La diosa lunar engancha cuatro ciervas a su carro. Hércules persigue a la quinta hasta el país de los sueños, entre los hiperbóreos, que habitan "más allá del viento norte". Esa cierva consagrada a la luna, tras la cual Hércules corre durante un año entero, sería la Sabiduría, difícil de alcanzar. También entre los celtas, la caza de la cierva simboliza la búsqueda de la sabiduría, que únicamente se encuentra bajo un manzano, árbol del conocimiento.

Por su alta cornamenta, el ciervo es mediador entre cielo y tierra. Como sus astas se renuevan periódicamente, se lo compara con el árbol de la vida. Hay una relación entre árbol, cuernos y cruz. En su Homilía III, Orígenes, uno de los Padres de la Iglesia, afirma que "el ciervo es el cazador de serpientes". Como, desde el Génesis, la serpiente ha dejado de ser signo vital de la Diosa para volverse signo de muerte y culpa, el ciervo que la destruye se transforma en enemigo del mal. Por lo tanto, constituye un símbolo de Cristo. Entre las leyendas cristianas relativas a la cornamenta del venado, cabe recordar la de San Eustaquio, un mártir probablemente venido del Este, que vive en una época incierta o no tiene existencia histórica. Los hagiógrafos (o biógrafos de santos) lo ubican en tiempos del emperador Trajano. Habría sido un general romano llamado Placidas. Durante una jornada de caza, después de una larga carrera en pos de la presa, se le aparece un ciervo con una cruz luminosa entre las astas. Generalmente se lo representa en el instante de encontrar ese ciervo. A partir del momento en que ve la cornamenta con la cruz, Placidas cambia su nombre y el de su familia, renuncia a su fortuna y muere en el tormento. Desde el siglo VIII se le dedican iglesias en Roma, Constantinopla e Inglaterra y alcanza gran popularidad. Otros santos conocen la revelación de Dios a través de la visión de una cornamenta. San Huberto (siglo VIII) es el obispo que evangeliza Ardennes (actual Bélgica). A partir del siglo XIV, probablemente a raíz de una superposición con la historia de Eustaquio, se cuenta que su conversión se produce un viernes en que sale a cazar. Al internarse en el bosque se le aparece un venado con la imagen de Cristo crucificado entre las astas. Huberto es representado con un libro donde hay pintado un ciervo o con un pequeño venado a sus pies. Porque el venado atrae hacia sí al cazador, se le compara con Cristo, que llama a las almas. Así, el ciervo es símbolo del esposo divino quien, infatigablemente, señala el camino a esas almas, sus esposas.

Cuerno de salvación

Hay otro animal cuyo cuerno está constelado de significados místicos. Esta vez se trata de una bestia mitológica: el unicornio, que se representa como caballo o cabrito con un solo cuerno sobre la frente. Algunas catedrales europeas guardaban entre sus tesoros el cuerno de un unicornio: una hermosa espiral de marfil, de alrededor de un metro de longitud. En la periferia de París, la catedral de St. Denis se jactaba de tener un cuerno de unicornio excepcionalmente largo y pesado. Un extremo del cuerno se mantenía sumergido en un recipiente con agua. Metonímicamente, esa agua producía curas milagrosas. Durante siglos se piensa que el cuerno de unicornio tiene propiedades curativas. Evidentemente, era difícil obtener un cuerno de unicornio. Por eso, originariamente, sólo testigos de sangre real pueden certificar su autenticidad. Hay varias formas de probar si el cuerno pertenece al unicornio. Una de las más simples es ponerlo en agua. El cuerno es real, como el de St. Denis, si el agua hace burbujas. Si se quema un cuerno auténtico, de él debe emanar el más dulce perfume. Otra prueba consiste en colocarlo en un recipiente junto con unos cuantos escorpiones. Luego se lo tapa y se lo deja por varias horas. Si, al descubrirlo nuevamente, los escorpiones están muertos es un cuerno auténtico. También se piensa que todos los animales y plantas venenosas mueren en presencia de un verdadero cuerno de unicornio. Una araña, colocada en la cavidad del cuerno o, simplemente, en la huella circular dejada por él, perece. Quien bebe en una copa hecha con el cuerno de un unicornio no sólo evita la embriaguez, sino que previene la agresión de cualquier veneno. Basta con colocarlo sobre una mesa en la que hay comida o bebida envenenadas: el cuerno transpira. Como en esos tiempos el veneno es un medio común para deshacerse de los enemigos, muchos hombres poderosos pagan altos precios a marinos y viajeros para obtener cuernos o trozos de cuerno que, supuestamente, provendrían de unicornios. En Inglaterra, Isabel I, Jacobo I y Carlos I tienen cuernos de unicornio. También se hacen cucharas y saleros de ese material. A veces, las copas se fabrican de oro y plata y se incrustan en ellas supuestos fragmentos de cuerno. Las familias más ricas suelen colgar de una cadena el cuerno de un unicornio y mantenerlo suspendido de una pared en aquellas habitaciones donde se despliegan banquetes y fiestas. También es de uso que, al comienzo de un festín, un sirviente con el cuerno en la mano rodee la mesa y toque con él todas las comidas y bebidas para demostrar que no contienen ponzoña alguna. Tal costumbre persiste en la corte de Francia hasta la Revolución Francesa. Hacia el fin del siglo XVI, los farmacéuticos prescriben polvo de cuerno de unicornio, no sólo como antídoto de venenos sino como remedio para fiebre, mordeduras de perro, epilepsia, parásitos y peste. La sustancia aparece con tal frecuencia en el recetario de la época que, en el siglo XVII, el unicornio suele ser signo distintivo de las farmacias europeas.

El unicornio aparece en algunas leyendas del rey Arturo, como por ejemplo un viejo romance francés llamado El caballero de Papegeau. En esa historia del siglo XIV, en el curso de su primera aventura, la barca del rey queda varada en una extraña tierra. Cerca de la costa, Arturo encuentra a un enano que vive en una torre roja. El enano le cuenta que también él y su esposa una vez se hallaron perdidos en la ribera misteriosa, pero ella murió al nacer su hijo. Después de darle sepultura, el enano toma en brazos al niño y se refugia en el tronco hueco de un árbol. Allí vive una cantidad de diminutas criaturas, semejantes a cervatillos, cada cual con un cuerno en el centro de su frente. Súbitamente aparece la madre de las pequeñas bestias: una enorme unicornia, de afilado y poderoso cuerno. El enano se esconde, pero el bebé llora de hambre en sus brazos. La madre unicornio se apiada y lo amamanta. También da leche al enano y lo ayuda a construir su casa. Gracias a la leche de la madre unicornio el bebé enano se transforma en gigante y construye la gran torre roja para proteger a su padre contra los animales salvajes. (Aquí aparece de nuevo la conexión prehistórica entre cuerno, leche y transmutación: lo que era diminuto pasa a ser enorme.) El enano le confía al rey Arturo que la madre unicornio todavía acompaña al gigante en todas sus aventuras (la sombra de la Madre se proyecta siempre sobre él, protegiéndolo). Después que el enano cuenta su historia, él y el gigante comparten una comida con Arturo (el hecho de compartir alimentos hasta hoy se relaciona con la figura materna). Con su cuerno, la Madre Unicornio desentierra el barco del rey, varado en la costa misteriosa, y Arturo puede regresar a Inglaterra.

En la base del cuerno del unicornio suele encontrarse un carbundo, el más hermoso de todos los rubíes, considerado como "el rey de las piedras preciosas". Dicho rubí debe llevarse sobre la piel como talismán protector y proveedor. No sólo tiene el poder de curar todas las enfermedades físicas que el cuerno propiamente dicho sana, hecho polvo y disuelto en un vaso de agua o vino, también alivia la tristeza con su escolta de pesadillas. Un verdadero carbundo encontrado bajo el cuerno de un unicornio brilla tan esplendorosamente que, cubierto con las ropas más gruesas, su luz se percibe en la oscuridad.

Único en medio de la frente, el cuerno del unicornio significa flecha espiritual, rayo solar, espada de Dios, revelación divina, penetración de lo divino en la criatura. De acuerdo con un bestiario muy apreciado durante la Edad Media, titulado El fisiólogo, el unicornio es un animal fabuloso por su fuerza, velocidad y belleza. Sólo una virgen sin mácula puede capturarlo. El delicioso perfume de su pureza transforma la natural ferocidad del unicornio en dulzura y mansedumbre. Como un cordero, reposa la cabeza en su regazo. En 606, el papa Gregorio el Grande es el primero en encontrar una analogía entre el unicornio y Jesús. Hacia el siglo XIV se ha vuelto una metáfora establecida para significar el amor de Cristo por la humanidad. Sería una forma de encarnación del Redentor, que alza un cuerno de salvación por nuestros pecados. La virgen que lo atrae es María, su madre, cuya virtud no puede resistir. María se sienta en el "huerto cerrado", símbolo de su doncellez, rodeada por otros signos de esa virginidad, como el oro y la planta de lila. El arcángel Gabriel, vestido de cazador, aparece con un grupo de perros que representan Justicia, Verdad, Misericordia y Paz. Asaltan al unicornio, cuya cabeza reposa en el regazo de María, y le imploran por la humanidad. Así, la joven acompañada por un unicornio representa a la Virgen fecundada por el Espíritu Santo o a la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen. También hay himnos medievales que describen a Jesús como al salvaje unicornio a quien la Virgen acoge y domestica. En 1563, el Concilio de Trento prohíbe esa alegoría de la Encarnación en el arte cristiano.

Considerando sus distintos significados, se desprende que el sentido general del unicornio es el de pureza obrante, fuerza sobrenatural que emana de lo inmaculado. Para los males físicos y espirituales trae cura y para las desgracias, salvación.

Los cuernos del diablo.

Es posible que el signo del diablo (dedo índice y meñique levantados) sea originariamente un signo de la Diosa o de un animal a través del cual se manifestaba. En Apocalipsis 12, 3:4, la "Serpiente antigua" (¿o Madre arcaica?) que los ángeles expulsan del cielo tiene "diez cuernos" y "siete coronas". Como ya señalé, en la sociedad griega patriarcal los cuernos pasan a divinidades masculinas, entre las cuales se encuentra Pan, con su cortejo de faunos (que todavía perduran en la música de Debussy). El diablo es cornudo porque toma elementos de Pan y de los faunos. Por desconocimiento profundo de su simbolismo, los cuernos de esas deidades se transforman en signo de ignominia. Ya en el siglo I A.C., en los Épodos 10 y 23, el poeta latino Horacio llama "libidinoso" al macho cabrío. Así, la libido empieza a significar desmanes sexuales y no fuerza generadora. En inglés, la palabra bornie (donde está la idea de born, cuerno) designa a la persona lujuriosa. Así, en Escocia, el diablo es llamado "viejo cornudo". Desde la Edad Media se lo muestra bajo forma de macho cabrío. En las representaciones del Día del Juicio, los pecadores están ubicados a la izquierda y, a veces, se los significa con un cabrón a la cabeza de una manada de cabras. Ese cabrón designa a los poderosos por dinero o prestigio, que arrastran por mal camino a los débiles. Pero, aunque sea para el mal, todavía hasta la Edad Media los cuernos son signo de un antiguo poder. Sobre el cabrón o sobre un palo de escoba montan las brujas para ir a rendir culto al diablo (culto que, como atestiguan recientes investigaciones, no es otro que un ritual propiciatorio para la fertilidad de la Diosa).

El marido cornudo

En muchas culturas de predominio masculino, el ideal del hombre honorable se expresa en la palabra "hombría". La misma incluye tanto coraje como virilidad. En España y otros países, ese "honor" se manifiesta a través de un signo sexual: los "cojones". En consecuencia, el concepto de "deshonor" se asocia con la idea de castración. Según Cirlot, el significado de los cuernos asociado con el marido engañado viene del simbolismo del buey, animal manso y laborioso, castrado por el hombre. Del significado "castración" derivaría el de "ignominia". También puede tratarse de un caso de inversión simbólica. En fiestas como el carnaval, las imágenes de potencia política y sexual atribuidas a la corona (y a los cuernos de los que ésta deriva) se revierten, transformándose en significados de incapacidad y debilidad. Por otra parte, en el folclor medieval se inicia la creencia de que en la cabeza salen cuernos cuando se dicen mentiras (a través de una identificación con el diablo, supremo príncipe de engaño e ilusión). O esos cuernos aparecen en la cabeza del marido a consecuencia del engaño de su mujer. En estampas italianas del siglo XVII se ve cómo ésta traiciona al hombre con ayuda del demonio, que sopla sobre aquél.

En las sociedades de predominio masculino, el honor de un varón y el de una mujer entrañan modos de conducta diferente. Una mujer queda "deshonrada" a causa de su conducta sexual ilegítima. En cambio, el hombre no mancha su honor a través de su propio cuerpo. Pero ese honor puede verse maculado por medio del cuerpo de su mujer. Un hombre debe emplear su hombría en defender la vergüenza pasada y presente de su esposa (debe cuidar de que no se "contamine" sexualmente o repudiarla si ya lo está). De lo contrario, él mismo queda contaminado y ensucia a la comunidad familiar de la que proviene. Así, la libertad sexual de la mujer constituye una falta al derecho del varón. Tradicionalmente, quien se casa con una mujer que no es virgen es "cornudo retroactivo", pues el marido debe exigir de su esposa un "cuerpo nuevo". La expresión "mujer usada" subsiste en el humor rioplatense, por lo menos hasta la década del sesenta. En la célebre novela decimonónica La dama de las camelias (que ha sido incansablemente adaptada a cine y tevé en este siglo), la cortesana Margarita Gauthier mantiene una relación amorosa con Armando Duval, un joven de "buena familia". Para que no recaiga una "cornamenta retroactiva" sobre esa familia excelente, el padre de Armando le pide a Margarita que renuncie al amor de su hijo. El cuerpo de una mujer que ha sido tocado por otros no sólo contamina a su amante sino a todos los que lo rodean.

Siglo XVII: Una mujer se apresta a engañar a un varón con ayuda de un diablo cornudo

Cuernos y homosexualidad

En el teleteatro Dueño del mundo, Felipe (Antonio Fagúndez) es un prestigioso y adinerado médico. La primera vez que el personaje aparece, está teniendo una aventura con una paciente en su consultorio. Mientras, el marido aguarda en la sala de espera. Posteriormente, Felipe comunica ese dato excitante a un amigo suyo: "Fue de locura. Y el esposo, sentadito". El mismo día se entera de que un empleado suyo está por casarse con una joven virgen (Malú Mader). Organiza viajes, destruye documentos, inventa mil mentiras hasta que logra colocar una "cornamenta retroactiva" sobre la cabeza de su funcionario: la esposa ya no es virgen cuando llega a la noche de bodas. Dueño del mundo propone el viejo tema del "otro hombre", que René Girard estudiara en la literatura occidental, desde Cervantes a Dostoievski. Lo que el seductor desea no es la virginidad o el cuerpo de una mujer, sino la posesión de un objeto que pertenece a otro. En última instancia, lo que desea es "ocupar el lugar", "tener", "ser" ese otro. El objeto anhelado no es la mujer sino su "dueño", cuya propiedad él manosea. El que, compulsivamente, "pone cuernos" sobre la cabeza de otros hombres, ¿no sería un homosexual reprimido, que toca "mujeres ajenas" porque no puede aceptar que desea tocar a los varones que las "poseen"?

Los cuernos del débil

En el Diccionario de la Academia, "cabrón" es aquél que consiente el adulterio de su mujer Consiente: siente con ella. A través de esa "solidaridad" con el sentimiento femenino, el marido queda profanado. Cae bajo dominio del diablo y debe llevar su signo como mancha que atestigua la concupiscencia de su esposa. Las sanciones populares son el ridículo y la burla, como destructores de reputación (aunque en algunas legislaciones se establece un castigo preciso para al marido complaciente).

Los cuernos del esposo traicionado también pueden representar el signo fálico del amante, con quien la mujer satisface su lujuria. En su estudio sobre el honor, el antropólogo Pitt Rivers menciona un caso, ocurrido en Andalucía, en que un hombre rico se hizo amante de la esposa de uno pobre. En los chistes populares, éste pasó a llamarse "cuerno de oro". Así, el adúltero no sólo traspasa al esposo el cuerno, signo de su virilidad, también desplaza hacia él su poder económico, que se transforma en signo de vergüenza del engañado. La literatura española ya había consignado un caso semejante. En el siglo XVI, Lazarillo de Tormes exhibe sus "cuernos" con aparente desvergüenza. Niño pobre y sin padre, su madre lo entrega a un ciego, que se lo lleva a trabajar con él. A lo largo de la infancia, pasa de un amo a otro, golpeado, humillado y hambreado. Al finalizar la obra, ya hombre, se casa con la concubina de un cura. Para él también los cuernos no son sólo signo de "ignominia" sino de un poder, político o económico, que se ejerce sobre marginales y desamparados. El antiguo signo de la Diosa se transforma en el de sus hijos despreciados por una sociedad de lucro e irreligiosidad. Originariamente, "religión" significa "religarse". Pero, en sociedades individualistas, donde el dinero es la primera meta y la naturaleza es degradada, los hijos, desligados de su Madre, llevan su cornamenta, no como signo de fecundidad sino de ignominia.

Los cuernos en la película La historia oficial

En su película La historia oficial (Oscar al mejor filme extranjero 1985), el director Luis Puenzo agrega un nuevo significado a la cornamenta. El protagonista masculino de la historia es Roberto (Héctor Alterio), importante jerarca de una empresa argentino-estadounidense. La misma se beneficia con el golpe de estado militar. La avasalladora intervención extranjera y el despojo de la economía nacional se significan a través de grupos de ejecutivos impecablemente trajeados que avanzan hablando en inglés, con el cuerpo muy erguido. La actitud corporal y la vestimenta les confieren un aura triunfante. Ante ellos, la cámara retrocede con un movimiento que, cinematográficamente, se conoce como travelling back. Dicho movimiento de cámara subraya el significado de fuerza incontenible. Sin embargo, uno de esos ricos empresarios estadounidenses está casado con una argentina quien, ostensiblemente, "le pone cuernos". La patria está siendo diezmada por extranjeros. Pero una argentina se las arregla para humillar a los interventores en la figura de su esposo. Adjudicándole "cuernos" a un "yanqui", Puenzo expresa su rechazo a la política estadounidense en América Latina.

La mujer no es cornuda

La gravedad de los cuernos masculinos es tal que, para borrar su ignominia, es necesario que corra la sangre de la adúltera, de su amante o de ambos. La novela de Jorge Amado Gabriela, clavo y canela se inicia con un crimen. Un marido ha "limpiado sus cuernos" matando a su mujer y al amante. El protagonista (que en el cine fue Marcello Mastroianni) ve el hermoso cuerpo de la joven esposa y decide no casarse nunca porque, en el caso de que su mujer lo engañe, no quiere verse obligado a asesinarla.

Otras veces, ante la mera duda se requiere un ignominioso abandono. El caso más célebre es el de César, que repudió a su mujer sin que el adulterio estuviese probado "porque nadie debe dudar de la mujer de César". El caso más popular es el de Red Buttler (Clark Gable), en Lo que el viento se llevó. Ante la sospecha, abandona a Scarlett (Vivien Leigh). Cuando ella le dice, llorando, que lo ama, él responde: "Francamente, mi querida, no doy un bledo". La versión original es mucho más grosera ("I don't give a damn"). Hasta hoy las revistas de difusión sostienen que se trata de la secuencia más aplaudida del cine de todos los tiempos. Más recientemente, en el popular teleteatro Vale todo, es claro que director y guionista están de parte del marido (Cacio Gabos Méndez), cuando violenta a su esposa (Gloria Pírez) al enterarse de su adulterio. La doxa exige que el esposo por lo menos humille a la mujer que echa sombra sobre su honor.

En cambio, la mujer tiene la ventaja de no transformarse en "cornuda" cuando su marido la engaña. No está obligada a matar al esposo o a la amante. Más bien, la doxa simpatiza con ella, porque tiene que soportar esas "cosas de varón". Como la mujer es buena semióloga, libros y películas tampoco la presentan como propiamente "burlada". Rosalie, la protagonista de la novela La engañada, de Thomas Mann, sabe que "los frecuentes desvíos de la fidelidad conyugal de su amable marido sólo constituían manifestaciones de una vitalidad exuberante". Rosalie no se siente "deshonrada" cuando afirma: "Constantemente tenía que cerrar yo los ojos ante su comportamiento, lo que prueba los elásticos límites de la vida sexual masculina". En el ya mencionado filme Un día muy especial, aunque él ni lo sospecha, Antonietta ha leído las cartas que el marido y su amante intercambian. En la película Sexo mentiras y videos, Anne (Andie Mac Dowell) encuentra en el suelo de su propio dormitorio la caravana que su hermana ha perdido. Pero, antes de hallar signo alguno, intuye el adulterio. "Si no me engañas, ¿por qué siento que lo haces?", le pregunta a su marido. En el filme de Woody Alien, Alice (Mia Farrow), revestida de poderes chamánicos, entra en el escritorio del esposo, sorprendiéndolo in fraganti. Algunas de estas esposas toman el "traspié" del marido con filosofía, otras con indignación. Pero sobre ninguna recae la ignominia. Aparentemente, los cuernos de la Diosa sólo pueden revestir significado de corona cuando están sobre las cabezas de sus hijas.

El cornudo como mal semiólogo

Sea que cierren los ojos o que los abran, esas esposas muestran que el marido adúltero debería ser mejor semiólogo, capaz de eliminar signos (cabellos, marcas labiales, perfumes) o de inventarles significados diferentes. En cambio, los maridos cornudos, cuando no son complacientes sino propiamente engañados, aparecen como semiólogos deficientes. En su pieza teatral La mandrágora, Maquiavelo presenta a Nicia, el marido cornudo, como alguien incapaz de "leer" la realidad. Nicia es un hombre mayor, casado con Lucrecia, una mujer bella y joven. A pesar de que el matrimonio dura desde hace un tiempo, los hijos no llegan. Entonces, el médico le aconseja que utilice la mandrágora. De acuerdo con una leyenda, ya Raquel, la esposa de Jacob, habría usado con éxito esa planta para combatir su esterilidad. Pero, según el médico, la mandrágora plantea un problema. La mujer que ha bebido un té hecho con ella, mata al hombre con el que tiene relaciones inmediatamente después de tomarlo. Sólo tras esa muerte, su cuerpo fértil deja de tener efectos fatales. En consecuencia, la estrategia sería la de ofrecer el té a Lucrecia y ponerla luego en brazos de algún infeliz, cuya desaparición nadie percibiría. A partir de entonces, los hijos vendrían en abundancia. Lucrecia se rehúsa a "someter su cuerpo a semejante vituperio y a ser la causa de que un hombre muera por vituperarla". Pero el marido solicita a su suegra y a un fraile que ejerzan presión sobre ella. Finalmente, la esposa accede. Así, Nicia demuestra ser un pésimo semiólogo, capaz de atribuir sólo un significado a los signos que lo rodean. Con su esposa, asocia únicamente la imagen de la reproducción. Olvida que otros pueden vincularla con imágenes de deseo y amor. Efectivamente, la historia de la fatalidad de la mandrágora ha sido inventada por Calimaco, un joven enamorado de Lucrecia. Una vez que pasa una noche en sus brazos, ella percibe la diferencia que existe entre él y su marido. En consecuencia, lo acepta como amante estable. Mientras, Nicia, encantado, la manda a la iglesia, pues piensa que, después de haber bebido el té de mandrágora, "Lucrecia ha nacido de nuevo".

En las últimas décadas, el cine ha ofrecido imágenes de maridos cornudos asociadas con autoritarismo, poder económico y libertinaje. Esos hombres están demasiado absorbidos por sus ideas fascistas o por hacer dinero. Sobre todo, están demasiado distraídos con sus aventuras amorosas. Por lo tanto, son incapaces de descubrir los signos del descontento de sus esposas. En Un día muy especial, la elección de los actores confiere un intenso halo semiótico a los personajes y a las relaciones que entablan entre sí. Antonietta, la esposa engañada, es interpretada por Sofía Loren, "diosa" internacional del sexo durante las décadas del cincuenta y el sesenta. Al iniciarse la película, el esposo se seca las manos en sus polleras. Cuando ella masculla que "no es un repasador", el marido contesta que "da asco". Mientras, los espectadores están viendo a una mujer que, por su belleza, ha salido en las carátulas de innumerables revistas y hasta ha dado su nombre a calles de ciudades. Si un hombre la trata como a un repasador y la considera "asquerosa", significa que no sabe "leer" la realidad. Durante ese "día muy especial", en que su marido y sus hijos se van a presenciar el encuentro de Hitler y Mussolini, Antonietta conoce a Gabriele y hace el amor con él. Es una experiencia sensual y emocional que nunca había conocido y se siente profundamente enamorada. Cuando el marido regresa, Antonietta lleva los signos de ese amor. El vestido está desprendido a la altura del escote. Durante la cena, su mirada erra, sin prestar atención a los relatos sobre el "histórico evento". A veces, una ligera sonrisa aparece en su cara. Pero lo único que percibe el marido es que Antonietta "es una infeliz: ¡qué día se ha perdido!".

En Sexo, mentiras y video, la primera vez que aparece John, el marido, se está lamentando de no haberse casado antes: "¡Las mujeres caen como moscas cuando ven en su dedo el anillo nupcial!". Mientras Ann, su esposa, le está contando al psicoanalista que el contacto físico con su cónyuge la repele. Hacia el final de la película, John se enfurece al saber que Ann ha aceptado dejarse filmar por Max (James Spader), un joven impotente. "Por lo menos, estoy seguro de que no tuvieron relaciones", dice. Ann lo mira en silencio. Max la atrae profundamente y ha logrado hacerle recuperar su virilidad. John la considera una "niña inocente", incapaz de tomar iniciativas sexuales. Demasiado convencido de su propio encanto, atribuye al rechazo de su esposa un único significado: el de la "inocencia".

En el filme de Woody Alien, Alice está casada con un hombre rico y buen mozo (William Hurt). Pero se siente infeliz. El primer signo de insatisfacción es el dolor de espalda. El segundo, su súbita atracción hacia otro hombre. Preocupada por su sintomatología, consulta a un chamán. Este le da unos polvos mediante los cuales cobra coraje y se declara al que será su amante. Luego, bebe otros polvos que la vuelven invisible. De ese modo, escucha los chismes de sus amigas. Así, se entera de que su marido siempre le ha sido infiel. Esa noche, al acostarse, le pregunta-"¿Me engañas?". El marido responde que no y luego, con aire irónico, pregunta a su vez: "¿Y tú?". Pero en seguida se arrepiente y dice: "Perdona, Alice. No tienes que contestarme". Alice ha pasado la tarde haciendo el amor con su amante. Pero el marido sólo puede asociarla con significados de formalidad conyugal.

También son interesantes las imágenes que estos filmes ofrecen de los amantes. Son hombres a quienes los maridos jamás vincularían con significados de seducción. Gabriele es homosexual. Max es impotente. Ninguno de los dos se asocia con la tradicional imagen del seductor experimentado y avasallante. Esos esposos creen que los únicos signos de seducción son los de viril agresividad. Son incapaces de imaginar que ciertas imágenes masculinas, consideradas ignominiosas (homosexualidad, impotencia) pueden ser muy atractivas para sus esposas. No consideran que esos hombres ofrecen modelos que permiten a sus mujeres identificarse con ellos. Por una vez, son ellas las que conquistan hasta conseguir no una "posesión" sino una entrega. "Con mi marido es tan diferente", le confiesa Antonietta a Gabriele después del amor. En el caso de Alice, su amante no significa para ella el descubrimiento de la pasión sino un paso hacia el conocimiento de sí misma. Deja al marido, no para casarse con otro hombre, sino para realizar metas frustradas que yacían en su interior. Pero las imágenes de confianza y ternura que Gabriele y Max suscitan en Antonietta y Ann o la imagen de realización personal que su amante despierta en Alice, no son comprendidas por sus maridos. Ellos sólo asocian con sus esposas significados fijos: "no es deseable", "no es deseante", "es inocente", "es católica". No ven que hay fisuras significativas y posibilidades paradojales. Sólo leen sus propios signos o los que impone la doxa. Así, en esas películas, el cineasta, el personaje femenino y el público disfrutan de la falta semiótica del cornudo.

Cuernos y heroísmo

Según una conocida definición, el héroe es aquél que va más allá de las regiones pobladas, más allá de creencias aprobadas y leyes establecidas, para traer a la comunidad un nuevo conocimiento. Muchos son los peligros de ese viaje. Su soledad y desamparo pueden desatar la locura. La búsqueda de un conocimiento prohibido o, simplemente, no previsto por la opinión común, suele desencadenar severos castigos de parte del orden social. Sin embargo, el héroe lleva adelante su aventura. A veces, después del ostracismo, la sabiduría adquirida le supone recompensas. Otras, el reconocimiento sobreviene tras su muerte. Así ocurre con las ideas planteadas en torno al matrimonio por Percy Bysshe Shelley (1792-1822), el ilustre poeta inglés. Es el inicio del siglo XIX, el imperio británico combate a Napoleón, también porque, hasta cierto punto, es un peligroso difusor de las teorías sociales de la revolución. En ese momento, caracterizado por un particular conservadurismo y autoritarismo de la sociedad británica, el joven Shelley se permite cuestionar las instituciones religiosas, las jerarquías sociales y la incipiente industrialización de Inglaterra, con su margen de cantegriles. Como consecuencia, es expulsado de Oxford y se le impide el acceso a todas las universidades del Reino Unido. Más tarde, sus padres no sólo le prohíben regresar al hogar paterno: también vetan la mención de su nombre entre las paredes del hogar. Casi todos sus amigos dejan de recibirlo. Un tribunal le retira la custodia de los hijos nacidos de su primer matrimonio. A los veintinueve años se ahoga, a consecuencia de un naufragio en el Golfo de la Spezia (Italia). Muchos diarios ingleses festejan su muerte como el fin de un demonio. Las demandas de Shelley en favor de la libertad religiosa o de una mayor igualdad social indignaron a la opinión pública. Pero nada desató tanto odio como su ataque a las instituciones encargadas de legislar amor y sexo y su puesta en práctica de esas ideas. Shelley defiende la libertad de hombre y mujer. Le repugnan las "escapadas" autorizadas al marido, cuyo precio de ignominia sólo la amante paga. Pero también afirma que es la amistad la que debe permanecer entre los integrantes de una pareja. En el caso en que uno de los compañeros se sienta atraído por una tercera persona, el otro debe aceptar esos sentimientos. Shelley desafía a "un sistema moral que tiene una tan estrecha concepción del amor*. En un "orden renovado, el llamado 'honor' del varón y la castidad de su compañera serán despreciados o no tendrán significado alguno", afirma. En la sociedad inglesa de la época y en algunas legislaciones vigentes hasta este siglo, el matrimonio sólo puede disolverse por adulterio de la mujer. "Hay que leer el contrato matrimonial, antes de someter a una mujer amable y amada a semejante degradación", escribe Shelley a un amigo. Lo que lo subleva especialmente es que la esposa aparezca como propiedad del marido en un sistema donde la propiedad es la mayor fuente de prestigio. Por eso, la infidelidad femenina constituye, sobre todo, un atentado al derecho de propiedad del varón. En un sistema semejante, no sólo las mujeres sino los propios hombres "generalmente sólo encuentran frustración en sus relaciones con el otro sexo". El poeta afirma que, si la exclusividad emocional y sexual (que se exige principalmente a la esposa) desaparece, las relaciones entre los sexos se volverán más felices para ambos. La doble moral, la resignación femenina, la convivencia de personas que han dejado de estimarse y que se faltan el respeto delante de sus hijos, el fracaso afectivo y sexual pueden solucionarse. En cambio, la amistady la aceptación por otras inclinaciones del compañero o compañera contribuyen a una relación más satisfactoria. "La unión de la pareja es sagrada únicamente mientras sus integrantes encuentran plenitud en ella." Reiteradamente, en sus cartas, sostiene que la pareja establece compromisos de amistad y mutua asistencia para los que la forman. Pero, como dice en su poema "Epipsychidion", "otros amores no dividen sino aumentan el amor". En 1992, en su investigación multidisciplinaria sobre Maternidad, lenguaje y subjetividad, Barbara Charlesworth señala que, más allá de un cambio institucional, lo que Shelley busca es una nueva comprensión de la afectividad humana. En el fondo de su crítica social, el poeta está proponiendo identidades emocionales más flexibles. Rechaza a una mujer cuyo centro es el marido y los hijos. Desaprueba a un hombre cuyo núcleo vital es el trabajo y, eventual-mente, alguna "escapada". Al tener escasa presencia en el hogar, el hombre entiende poco la vida afectiva que allí se desarrolla. La esposa se siente frustrada porque para ella el único hombre posible es un marido que no la comprende. En cambio, una mujer con mayor presencia social y una vida afectiva menos focalizada en la familia y un hombre más presente en la crianza de los hijos y más comprensivo de las necesidades de la compañera, pueden desarrollar una relación más feliz.

El "infame Shelley" paga un alto precio por esa búsqueda. En cambio, después de la segunda guerra mundial, las vidas y los trabajos de Sartre y Simone de Beauvoir son bien acogidos, por lo menos dentro de un círculo de opinión. La propuesta de la "pareja abierta" aparece como un ideal que pueden alcanzar las personas, si se muestran maduras y generosas. La novela de Simone de Beauvoir La invitada, y, sobre todo, sus libros de memorias, donde detalla los avatares de su "pareja abierta" con Sartre, constituyen un éxito en medios intelectuales y aun en otros, ajenos a la "vanguardia cultural".

El cornudo como héroe en cine y tevé

En las sociedades patriarcales existen leyes que protegen el derecho del marido. Pero, desde el surgimiento de la poesía trovadoresca, alrededor del siglo XII, existe una doxa que exalta, por lo menos desde el punto de vista estético, a la esposa adúltera. En su trabajo sobre El adulterio en la novela, Tony Tanner afirma que, sin ella, "la historia de la literatura occidental hubiera sido muy diferente y mucho más pobre". En cambio, tanto en el terreno moral como en el estético, el marido, "cornudo" porque comprende las necesidades de su esposa, está menos respaldado. Así, el cine lo ha mostrado relativamente poco. Pero, en general, cuando aparece, tiene carácter heroico. En 1970 , David Lean realiza su filme La hija de Ryan, que se ambienta en el inicio de este siglo, en un pueblo costero de Irlanda. Es la historia de un maestro mayor (Robert Mitchum) que se casa con la hija de Ryan (Sarah Miles), una joven alumna suya. Es ella quien se le declara. El futuro marido queda encantado con esa presencia juvenil que se le ofrece. Pero, desde el principio, muestra ser un buen semiólogo. Antes de aceptarla le advierte: "No me amas a mí sino a Byron, cuyos poemas estudias conmigo; o a Beethoven, cuya música te hago escuchar". Comprende que poemas y sonidos le han conferido una aureola de imprecisos significados. En el deseo de la joven, su maestro se ha transformado en músico, poeta, amante, héroe, porque lee libros de poetas heroicos y escucha a grandes músicos. Rápidamente, la jovencita experimenta su matrimonio como frustración. Poco tiempo después, conoce a un joven soldado de la ocupación inglesa en Irlanda. Porque es adúltera y porque se ha hecho amante del enemigo, la comunidad entera la rapa y desnuda públicamente. Pero también el marido recibe una golpiza y es obligado a presenciar el castigo de su mujer. En una conversación con la esposa hacia el fin de la película, admite haber conocido su romance desde antes que se iniciase: "¿Pero tenía yo derecho a impedir tu felicidad?". Después de la afrenta pública, abandonan juntos el pueblo. Ella lleva su cabeza rapada cubierta por un sombrero y se sujeta al brazo de su esposo. Todos los postigos están cerrados. Pero una jovencita se escapa corriendo de su casa y les entrega un ramo de flores. John Boldman, el guionista de la película, dijo que había sido una difícil tarea escoger al actor encargado de representar al marido. Sólo un intérprete con un halo semiótico de fuerza y valor, elaborado a lo largo de muchos roles, podía encargarse de ese papel, que la doxa considera "ignominioso".

La misma difícil elección recae sobre Claude Sautet cuando, en 1972, filma César y Rosalía. César es un chatarrero enriquecido que tiene una relación de convivencia con la bella Rosalía (Romy Schneider), una mujer de condición cultural mucho más alta que la suya. Al iniciarse la película, Rosalía reencuentra al hombre que amó años atrás (Sami Frey). César tiene violentas explosiones de celos. Finalmente, compra la casa de playa donde Rosalía pasó su infancia y logra así separarla del amante. Pero, pocas semanas después, va a buscarlo. Rosalía no es feliz. César es un hombre poco familiarizado con la llamada "gran cultura". Sin embargo, su explicación del estado de Rosalía tiene que ver con la definición de "imaginario" que da el psicoanalista Jacques Lacan: "Rosalía está enamorada de tu ausencia. Yo no puedo combatir las fantasías que le produce. Que sea feliz contigo. Si tu presencia la defrauda, tal vez vuelva a mí. Pero yo no deseo ser la causa de su infelicidad". De nuevo, para interpretar a César, Sautet eligió un actor cuyo halo semiótico es el de la poderosa seducción. El encanto de Yves Montand hace tolerable la práctica "ignominiosa" de su personaje.

Recientemente, un teleteatro también planteó el tema. En La reina de la Chatarra, Laurita (Gloria Meneses) confiesa a su cuñada que está enamorada de un hijo de su marido, unos años menor que ella. La cuñada murmura: "Fedra". Como a Fedra, a Laurita le espera una muerte terrible, que significa el castigo debido a su "culpable amor". Por otra parte, el teleteatro la asocia con todas las maldades. Así, paga tributo a una opinión que todavía exige la fidelidad de la esposa y prohíbe a la mujer mayor enamorarse de un hombre joven. Sin embargo, su marido no es Teseo. Para él, los milenios no han pasado en vano. A causa de un accidente, hace años que no mantiene relaciones con su mujer. En una secuencia filmada tan rápidamente que pasa casi desapercibida, le plantea que la ama bastante como para comprenderla. El no puede colmar sus necesidades emocionales y sexuales. Por lo tanto, el contrato matrimonial no debe ser un obstáculo para su libertad. Pero Jorge Fernando, el director del teleteatro, no se atreve a desarrollar la propuesta del marido. A pesar de la libertad que le reconoce, Laurita mata al esposo. Quiere verse viuda para iniciar la (infructuosa) seducción de su amado. Con el crimen de Laurita, el teleteatro desautoriza el planteamiento de relaciones menos tradicionales y, acaso, más satisfactorias.

Referencias

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Hilia Moreira
hiliamoreira5@gmail.com

 

Capítulo primero del libro "Cuerpo de mujer - Reflexión sobre lo vergonzante", de Hilia Moreira

Colección Pandora
Ediciones Trilce, 1994
ISBN: 9974-32-072-
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Digitalizado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 13 de octubre de 2015. Twitter: @echinope

o echinope@gmail.com  (Autorizado por la autora)
 

 

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