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El lazo

Acuarela de don Adolfo Artagaveytia

 De "Nuevas fábulas"

Adolfo Montiel Ballesteros

¿De dónde había de aprender el gaucho el uso de su lazo tan útil, que, a su brazo hercúleo le agrega veinte varas para cortar la huida de un toro bravo, para alcanzar un bagual desbocado o un potro salvaje?

Los bichitos más insignificantes nos pueden enseñar tantas instintivas maravillas hasta el punto que, como la propia vida, la naturaleza se nos vuelve una maestra de lecciones inagotables.

El paisano debía andar un poco desamparado en su ruda lucha del campo, cuando sintió la lección que el mejillón le daba a la araña.

Fue el caso que una imprevista crecida del Río de la Plata sorprendió a una arañita sobre una piedra de la costa.

Un sitio amenazador, quizá mortal, rodeó su refugio,

Un mejillón joven, que navegaba por las inmediaciones de la improvisada isla donde se guareció el arácnido, viendo a éste lloroso y compungido, lo animó:

—No se asuste, compañero, que todo en la vida tiene arreglo. Mire cómo yo me compongo para que el agua no me lleve a la deriva. Y le enseñaba un largo estambre blanco con el cual trataba de enredarse en la primera cosa sólida que encontrase, fuese esto una roca, una rama o hasta un pez.

—Yo lo necesito porque debo ponerme a construir mi casa; usted porque tiene que salvar su vida.

Usted que posee una fábrica de hilo y que sabe de resistencia de materiales quizá más que un ingeniero, constrúyase un puente.

La araña obedeciendo a tal sugestión, empezó a arrojar hilos de su tela, procurando se agarrasen a alguna piedra situada a mayor altura que la que ocupaba, para —por la improvisada pasarela— poder escapar del peligro.
 

** *

El gaucho testigo de la escena, no desperdició la enseñanza.

Cortó prolijamente una larga cinta de cuero y tuvo su lazo.

Luego lo fue perfeccionando. Aumentó la resistencia de su creación; le agregó la presilla por donde correría el trenzado de guascas... La dimensión del animal que intentaba apresar lo indujo a variar la circunferencia de la armada que iba a manear las cuatro patas del bruto o a aprisionar los filosos cuernos de los toros.

Y ya imaginó el incipiente corral de la ronda, donde los caballos forman disciplinados; los floreos de los piales, los “tiros de volcau”...

Y hasta volvió arma de guerra a su instrumento laborioso, pues —en los épicos entreveros— supo con él elegir un godo enemigo y de un envión brutal arrancarlo de su cabalgadura.

 

Adolfo Montiel Ballesteros

Libro "Nuevas fábulas"

Montevideo, 1932
 

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