Ya he hecho práctica en dos cruces bravos:
18 y Constituyente, y en ésta, Jackson y Canelones. Salvé la vieja, que
saqué de entre las ruedas del carro, y he dado otras pruebas macanudas.
Después, tengo estilo. El cuerpo firme, recto, los hombros armados y,
siguiendo el leve gesto del rostro, el alzar los brazos indicadores, con
precisión total y neta. Lo he estudiado bien delante del espejo.
Y luego, ¿qué me dice del girar rotativo, apenas perceptible, a derecha
e izquierda, por turnos, para dar siempre el frente a los cuatro puntos
cardinales?
No en balde me he ganado las jinetas de sargento.
Eurípides Pérez de la Sota, Sargento Primero de la Brigada Tráfico.
Un servidor.
Van a ver, ahora.
Entro de servicio a las ocho.
Cuando la ciudad se despierta, se desliza un tranvía desde allá arriba
como una gota de agua sobre un encerado; trae la campana aun envuelta en
un rebozo de sueño. Lo siguen las jardineras de los repartidores de pan,
los lecheros y esos camiones monstruos achatados bajo los materiales
para las obras. Después aparecen los Fords, arremangados, como obreros
que vinieran a medio vestirse, y coches más burgueses: un Daimler, un
Dodge, arrastran a los patrones a la labor.
La ciudad es un organismo que despierta.
Montevideo, como un niño grande que se divierte, nos empieza a tirar con
vehículos que nosotros paramos con la varita blanca y repartimos, con
señales y pitadas, entre las cuatro gargantas de las calles que, cuando
se atragantan, tosen con bocinazos y campanadas de tranvías.
A las ocho la cosa corre lindo.
A las nueve demuestro mi estilo.
A las diez me río de la descarga de autos nuevos con que me hacen fuego
de las cuatro bocacalles.
A las once se intensifica la danza y mi ojo clínico descubre a las
mujeres por la suavidad tibia que tiembla bajo las telas de colores,
como identifica los autos, los ómnibus, los camiones, por las
trepidaciones del motor, al tranvía por el chirriar de su ferretería.
Ya me obligan a hacer detenciones más largas para desagotar Andes, que
me atropella con sus cargas de Aguada y medio Barrio Muñoz, y de la
Plaza Independencia, bocanadas del Cordón, del Bulevar y de la Unión, me
empujan cual si quisieran llevarme por delante con ellas.
Por 18 abajo ruedan, locos de hambre, los trenes y los autobuses que se
van a hartar a Plaza Zabala y Puerto, y algún taxi y los autos
particulares, —por qué dejan todo siempre para última hora?,— me
taladran los oídos con sus reclamos de urgencia.
Estoy cual sobre un eje en el asfalto.
Soy un faro abanicando miradas y con el imán de la punta de la varita
arrastro y reparto tajadas de tráfico al Norte, al Sur, al Este y al
Oeste.
Como aquellas ruedas de colores del cinematógrafo en pañales, gira una
veleta policroma a mi alrededor: coches, camiones, trenes, autobuses:
verdes, grises, amarillos, azules, rojos, cremas. A momentos se
confunden los siete colores primarios, en el blanco del espectro solar.
De vez en vez la Asistencia Pública llega al corazón de los vehículos
con el reclamo de su campana triste y suplicante: cae un barril de
aceite en la encrespada tormenta ciudadana.. . Pero ya le corren atrás
aullando y por poco le pisan la cola al auto de la Cruz Verde.
Lo malo son los contraventores, las bicicletas intrusas, la exhalación
de las motos, los bisónos con sus choques que hacen perder tiempo.. .
Sacar la libreta, tomar nombres, señas, datos... el parte...
Y este sol, que nos mete una aguja en el medio del cráneo, por la punta
del casco, y dale a horadar cual si quiera fijarnos, —a través del
cuerpo,— en el pavimento.
Y los pies, que se nos hinchan y nos avisan que no van a poder salir de
los botines.
**********
—Pito. Libre 18! Suben: 3 tranvías, 6 autobuses: Pocitos, 2; Unión, 2;
Hipódromo, 1. Y ése? y ése? Línea nueva, el "Franco-Uruguaya" a Punta
Carreta? 8 autos: 6 Fords; 1 Studebaker, lindo coche...
A ese Packard lo conozco... Trenes: 55, 51, 35...
Autobuses: Aduana, Aduana, Aduana...
Pito: pare Andes: cruce gente: uno, dos, siete... nueve.. . Pucha con
ese viejo! Usté será pajuerano? Corra que abro la puerta al 12, al 17,
al 18...
Libre Andes de afuera y de centro.
Siga 18 abajo y arriba.
Marche!
Va macanudo.
Parece todo enaceitado.
Pero deben ser las doce y no viene el relevo.
Se me acalambran las piernas. Me hormiguean los pies dormidos. Tengo
desgonzados los brazos...
Pito: 18... Andes.. . Siga... Pare.. . Gente...
Continúa el chorro: 54 Camino Maldonado... Larra naga... Avenida
Italia.. . Autobús Pocitos... Otro Unión 2, 3, 4... Autos: 12-48...
20-98... 78-56... Un Buick O? Florida. Un Fiat... Un Reo... Citroen,
modelo 1928... A qué se viene ese canario con el charret! Cuidado,
bárbaro!!!
—Pito... Público: march!. . .
—Ese relevo que no viene!
Ese relevooo!
Los árboles se mueven y quieren hacerme la competencia moviendo las
ramas. Las casas intentan venir a darme una broma. No les hago caso. Eso
es un mitin de árboles. Si vendrán a pedir que no los poden! Los
detengo?
La Libertad se apea de su columna de la Plaza Cagancha y desciende por
18, con la cadena rota y la bandera arrollada; la acompañan la Victoria
de Zorrilla y el Gaucho... Ese forajido se viene con la lanza en ristre!
Y no los imita el general Artigas? Un hombre tan serio!!
El público me hace mojigangas y cortes de manga.
Está „todo el mundo loco!
Los ómnibus crecen... Tienen tres pisos, cuatro pisos... Los Fords se
achican, se vuelven insectos, arañitas negras y se me escapan por entre
las piernas.. .
—Respeten! Respeten!
Pito.
Nada.
Digan: se quieren reír de mí?
Oficial! Oficial! Es un desacato!
Procedo: le pego un palo en la cabeza a ese "Bon Amí"; le rompo el alma
a ese "Bella Noemi"; le meto un tiro en un ojo al tranvía!
—Renault, está detenido; usted también, Ansaldo; oiga, obedezca!
No ve? no ve? el Palacio Salvo se me ríe con las 400 bocas de sus
ventanas. Ahora se agacha a decirme un chiste alemán: Ganado en pie...
Es la vista cansada?... El sol... No, es un gato que ha caído en una
canasta de lanas de colores...
Está enredado el tráfico.
Se ha interrumpido la comunicación.
—¡Qué calor! Oficial...
Oficial, debe ser sueño lo que tenemos...
Y Eurípides Pérez de la Sota, Sargento Primero de la Brigada Tráfico,
dejó caer las aspas del molino de sus brazos y se plegó sobre sí como un
acordeón, igual a un helado que se derrite...
Un teléfono llevó el chisme a la Asistencia.
Un auto de auxilio gritó que venía.
Alguien reclamaba un mecánico porque se le había roto la cuerda al
tráfico.
Autos, ómnibus, tranvías, camiones, motocicletas, agudizaban sus
pupilas, estiraban los cuellos, paraban las orejas y con los cláxones,
campanas y bocinas preguntaban:
—Qué hay? Qué hay?
Cuando los practicantes arremangados, con la tacita blanca de sus cascos
y los delantales nítidos le dieron la primera inyección al sargento,
éste volvió en sí y aprobó:
—Era necesario esto. Se precisaba la Asistencia.
Se puso de pie.
Es el barril de aceite en el mar agitado.
Hizo la venia dando las gracias.
Y abrió los cuatro espiches de las calles congestionadas.
—Siga el baile!
Tráfico.
18 y Andes.
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