Deportes
 cuento de María de Monserrat

de “Cuentos mínimos"

¿Viene a jugar al golf?

—¿No juega usted a le ruleta?

—¿Quién le gusta más, Fiera Suelta o Kid Terremoto?

—¿Irá esta noche al partido? Continuamente le preguntaban éstas o parecidas cosas. Pero él no quería saber de juegos ni deportes. Primero dio largas explicaciones, luego negativas rotundas y por último hasta había contestado frases descorteses. En los breves días que estaba de vacaciones sus modales habían sufrido un cambio radical. Desentonaba con los demás. No le gustaba el baile ni la pesca, los juegos de cartas ni otro entretenimiento. En definitiva, no le gustaba nada de lo que le gusta a toda la gente. Entonces temió por su equilibrio mental porque se hizo este claro razonamiento:

—Al no tener ninguna distracción, débese acumular dentro de mi organización psíquica tal cantidad de venenos, que pronto han de hacer su efecto y quién sabe de qué horrible manera. Acaso, ¿no tengo en la vida corriente, mis preocupaciones, mis penas y tropiezos? Bien, ¿por qué vía descargo los malos humores de mi espíritu? ¿Eh?

Lo ignoraba y no pudo contestarse. Entonces comenzó a temer por su futuro. Rehuyó la compañía de sus semejantes y se hizo amigo de un perro callejero. Se entretuvo en limpiarlo, en acariciarlo y en darle de comer. Por unos días ambos se creyeron salvados de sus respectivas penurias. El hombre cambió de humor y el perro, con los cuidados, pareció otro. Entonces los ociosos del hotel no tardaron en descubrirlo.

—¿Sabe que es de raza perdiguera? Debe haber sido abandonado o perdido por algún veraneante de la pasada temporada. ¿Quiere que se lo adiestre? Verá usted que cuando comience la caza...

Se negó con brusquedad y percibió unos curiosos cuchicheos.

—Me creen loco — se dijo —. Y fuése con el perro sin rumbo determinado. A encontrarse en pleno campo, se tendió a descansar, pero el perro en vez de hacer lo mismo, paró las orejas y se puso en actitud de acecho. A unos veinte metros levantó vuelo una perdiz.

El animal disparó como una flecha y se perdió a lo lejos.

El hombre emprendió solo el regreso. A la noche, el fugitivo retornaba al hotel con todos los signos de haberse entregado con frenesí a su pasión cinegética. Pero ya no tenía más amo. Quien lo había sido, abandonaba semejante lugar lleno de hombres y perros deportistas, Y no fue derecho a su casa. Antes pasó por el consultorio de un psiquiatra renombrado y salió tan lleno de interés que volvió al otro día.

Desde entonces no deja de acudir todas las semanas. Por fin se ha convencido de que debe practicar un deporte.

cuento de María de Monserrat

de “Cuentos mínimos"

 

Publicado, originalmente, en Mundo Uruguayo - Montevideo,  Año XXXV Núm. 1770 Marzo 26 de 1953

Gentileza de la Biblioteca Nacional de Uruguay

Ver, además:

                      María de Monserrat en Letras Uruguay

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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