Sea socio fundador de la Asociación de Amigos de Letras-Uruguay |
Dos
tazas de té |
Están
sentados y miran la noche. Él inmóvil en su silla de Viena; entre la
tenue penumbra puede verse el pelo en mechones sobre las orejas de largo
pulpejo, el mapa oscuro de la vejez sobre la piel del cráneo. Mira
sin ver, los ojos fijos, la boca entreabierta. La inmovilidad parece
combar la espalda magra, curvada en leve y desganado agobio. Ella, a su
lado, apenas balancea la mecedora. El pelo blanco recogido en un breve moño
sobre la coronilla, desnuda la nuca fina y las mejillas laxas y pálidas,
aun con restos de tersura. El cuerpo menudo se ilumina en la oscuridad con
el resplandor de una puntillada pechera. Tomados de la mano miran y callan, ante ellos las persianas abiertas al balcón, a la hilera de pequeñas macetas, geranios, malvones, lazos de amor, algunos helechos. Apenas se entrevé el antepecho sobre el |
|
vacío, presumibles en la oscuridad los barrotes, las cintas y lazos de hierro negro contra un cielo sin estrellas.
Suben
de la calle, cinco pisos abajo, bocinas y un ulular de sirenas,
la grita de los niños, petardos, bullicio. Interpuesta
entre ellos una mesita en fina caoba, breve mantel de crochet, y sobre éste
una bandeja y dos colmadas tazas de té. La noche arreboza la habitación,
sus olores y maderas antiguas. Del empapelado en flores purpúreas penden
algunas fotos, un joven aviador militar, una pareja de novios, él de pie,
altivo, la mano sobre el hombro de ella, sentada y de busto erguido y con
una flor blanca en el regazo. Hay también un mar turbulento y un
velero, una imagen religiosa, el retrato
de un anciano en ancho marco oscuro, una pequeña pila de agua bendita. A
espaldas de ambos, contra la pared opuesta al balcón, la suntuosa cama
matrimonial de alta cabecera en madera labrada. Hay un relumbre de sábanas
y almohadones de tensa y planchada blancura, una colcha de hilo de largos
flecos que rozan la alfombra. Y hay lentes y libros en las idénticas
mesas de luz. En una de ellas, en marco de plata, el retrato del joven
aviador militar. Sobre la cabecera, un crucifijo y un ramo de olivo. Permanecen
con las manos unidas y callan. En el aire, desde la calle, de entre los
gritos de ofertas y los pies presurosos tras las compras finales, bocinas,
motores y frenos violentos, se disparan de tanto en tanto luces y altas
bengalas, flores efímeras de un jardín coruscante y virtual. Algunas
llegan más altas, y allá arriba se deshacen en otras inflorescencias
concéntricas sobre el cielo negro: Otro
fin, Matilde. Sí, otro. Se oye, lejos, una discusión violenta, gritos,
tumulto, una sirena y un auto que huye veloz. ¿Cuánto falta? Diez
minutos. Hoy hace treinta años, Matilde, fue a esta misma hora, iba a ser
medianoche. La voz es apenas un susurro siseado. Ella sabe lo mismo que él,
todo ha sido vivido en común, mitad y mitad, ninguno tiene más dolor que
el otro, ninguno ha olvidado nada, custodios celosos de un mismo
inventario. Dos memorias fieles, infalibes y unidas. ¿Brindamos,
Matilde? Sí, es hora. Permanece inmóvil un momento, luego se levanta y
avanza a tientas hacia la cómoda, alta y oscura como la cabecera del
lecho nupcial: Recuerdas,
estábamos leyendo cuando nos avisaron, fue en el mar. Vuelve,
esquiva un taburete, se guía por el roce del dorso contra los pies de la
cama, tropieza, enfrenta la pequeña mesa y se inclina con recogimiento de
oficiante. Algo sostiene en las manos temblonas que aproxima con medido
cuidado hacia las tazas. Se oye el gorgoteo de un líquido, abundante y
espeso: Matilde, el té ya estaba frío... No importa, querido, no
importa. Se
yergue, toma una de las tazas y la ofrece, luego alza la suya. Se
aproximan con contenido cariño y apenas rozan sus rostros. El cielo parece ahora un tembloroso trebolar de luces; frente al balcón estallan en infinita cohetería altas espigas de fuego, altas espigas de plata, mientras beben con segura lentitud, alumbrados por las luminarias que relampaguean sobre sus rostros. Es medianoche.
|
Jaime
Monestier
monest99@adinet.com.uy
Publicado en el Mensuario de Psicología "Relaciones" No.253
Junio 2005, Montevideo, Uruguay
Ir a índice de Narrativa |
Ir a índice de Monestier, Jaime |
Ir a página inicio |
Ir a índice de autores |