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El doble en la literatura |
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Apuntes para un ensayo sobre el parigual |
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¿Por
qué persistes, incesante espejo? ¿Por
qué duplicas, misterioso hermano, El
menor movimiento de mi mano? ¿Por
qué en la sombra el súbito reflejo? Eres
el otro yo de que habla el griego Y
acechas desde siempre. En la tersura Del
agua incierta o del cristal que dura Me
buscas y es inútil estar ciego. El
hecho de no verte y de saberte Te
agrega horror, cosa de magia que osas Multiplicar
la cifra de las cosas Que
somos y que abarcan nuestra suerte. Cuando
esté muerto copiarás a otro y
luego a otro, a otro, a otro, a otro... J.L.Borges, “El espejo” |
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El
doble como tema y como problema.
En la esencia del tema
del doble hallamos la dualidad, y en la de ésta los opuestos. La ciencia así lo reconoce en el universo. En el principio
fue el ser y la nada, la oscuridad y la luz. Los opuestos nacieron,
fictamente, con el universo y la creación. El Viejo Testamento dice que en el principio fue el caos y que Dios hizo la luz. Es la
primera oposición, la dualidad inicial. Más tarde, en la ambigüedad de
un tiempo imaginario, Dios hizo al hombre, y –según el Génesis- varón
y hembra los creó. Suponemos que eones después puso a prueba la
fidelidad de sus criaturas, y prohibió a Adán comer del árbol del Bien
y del Mal, y a la desobediencia siguió el castigo: la expulsión del paraíso
y la condena al dolor y a la Muerte, contrapartida del placer y de la
Vida, de la eternidad prometida y perdida. Después, siempre en un
tiempo impreciso, prosiguiendo con estas antinomias iniciales,
Caín mató a Abel –sedentario labrador de la tierra el primero,
pastor y nómada el segundo-, y el mal ultimó el bien, pero asimismo
–en términos antropológicos-, el sedentarismo puso fin al nomadismo.
El hombre se asentó y trabajó la tierra hasta que el diluvio la arrasó
y castigó, y los malos murieron y sólo los buenos y probos
sobrevivieron. Pero antes de la creación
del hombre, una rebelión se había producido en el cielo, en esa región
elevada, cualquiera sea su nombre, donde
siempre han habitado las deidades: algunos ángeles se alzaron contra
Dios, lo que determinó la aparición del mal primigenio y personificado,
al que se le han adjudicado innumerables nombres. Es el adversario de
Dios, éste del bien, de la sabiduría infinita y de la justicia infinita,
el otro representación del mal, de lo negativo, del dolor y la muerte. La idea del doble no es
nueva ni nació con la literatura. Por el contrario, nace con el hombre:
hombre-mujer, muerte-vida, cuerpo-alma, quizás como una elaboración
neutralizadora del temor a la muerte y como necesidad para atenuar el
dolor por la eternidad perdida. Porque no otra cosa que la sed de
eternidad alienta la idea del alma y su vocación trascendente de pervivir
más allá de la muerte. Justamente es en el alma donde el ethos religioso
radica el bien y el mal, y como consecuencia el juicio y la sentencia, la
salvación o la condenación: es la duplicación al solo efecto de
consumarse en la eternidad. Sir James George Frazer
cuenta en “La rama dorada” que
es frecuente que el salvaje considere su imagen en el agua o en el reflejo
como su alma, o, en último término, como parte vital de sí mismo, y por
lo tanto y necesariamente como una fuente de peligros para su
supervivencia, pues de ser maltratada o dañada o herida el cuerpo
resentiría el daño como propio. En el capítulo “El
alma externada y los cuentos populares”, dedicado a la leyenda de la
separación de alma y cuerpo, ya sea temporaria o definitiva, y el esquema
de la escisión o división –léase duplicación- alma/cuerpo en sus
fases primitivas, dice: “Inhábil
para concebir abstractamente la vida como una posibilidad permanente de
sensación, o como un continuo ajuste de sensaciones internas con las
externas, el salvaje la imagina como algo material, concreta y de magnitud
definida, capaz de verla,
manejarla, guardarla dentro de una caja o jarrón, y susceptible de ser
golpeada, rota o hecha pedazos”. Si interpretamos en sus justos términos
esta definición, veremos que es un esquema primario de lo que hoy
consideramos como división o escisión de la personalidad. En el salvaje
la superstición radica en la identificación del alma con la imagen
duplicada; el doble (literario, artístico) sería la irrupción de esa
superstición (convicción) en el plano de la patología (skhizo).
Pero –y como un anticipo de lo que sucederá mucho después en la
literatura- en el plano de las supersticiones el alma cobra independencia
y puede aparecerse, viajar a distancia, visitar a otros o volver de más
allá de la muerte. Poco a poco las culturas se van poblando de
apariciones voluntarias o convocadas (ultrafanos); recordemos una de las más antiguas, en
el Viejo Testamento (Samuel I-28), cuando Saúl recurre a los
poderes de la pitonisa de Endor y convoca al espectro de Samuel, quien le vaticina su
muerte a manos de los filisteos. Y así hallaremos una y otra vez la
aparición de espíritus –o periespíritus, según definen los
espiritistas--, que con matices vienen a constituir
primitivas alusiones al doble. Dejamos de lado la duda sobre si los
textos que recogen estas protoformas prefiguraron lo que luego vino a
denominarse literatura fantástica, tal como lo afirma Borges respecto de
la Biblia. Otro antecedente del
doble –como cultural rudimentario- lo hallamos en la sombra que todo ser
humano proyecta, y que en determinadas culturas ha sido y aún es
inconscientemente sacralizada, aún cuando esta sacralización haya mutado
en un simple hábito irracional, como lo es en algunas culturas orientales
el hecho de que la mujer no deba pisar la sombra del marido. Frazer da
cuenta de numerosas culturas en las que la sombra tiene todas las características
mágicas del doble, y en las que pisar la sombra, o bien la sombra
deformada o la sombra sin cabeza o mutilada, o la sombra proyectada por la
luna, tiene improntas culturales especiales, como vaticinios de muerte,
desdichas, presagios. Otra elaboración más
reciente que puede interpretarse, en sentido lato, como una duplicación
del ser humano, la hallamos en el “ángel de la guarda” o “ángel
custodio”, no sabemos si aceptada o no por todas las ramas del credo
cristiano luego de sus numerosos cismas. Si bien no se trata estrictamente
de un doble, dado que los ángeles son definidos como entidades de
naturaleza espiritual creados por Dios, lo cierto es que en las
representaciones iconográficas se los ve invariablemente como criaturas
aladas similares al hombre. No cabe duda de que la esperanzada creencia en
una entidad benéfica encargada de la protección de cada ser humano
constituye, cualquiera sea la naturaleza que se le atribuya, una elaboración
cultural que conforma una presencia dual. Pero hasta aquí se han
expuesto las manifestaciones primarias de la duplicación del cuerpo:
alma, sombra, ángel, apariciones o ultrafanos. Es sustancialmente
diferente –y pasa a configurar ya la idea de doble como tema literario-
cuando el doble es elaborado como presencia interna, como existente en el
más profundo basalto de la conciencia, terreno que ya pertenece a la
ciencia, pero en el que a su vez, dadas sus posibilidades dramáticas, ha
penetrado hondamente en las artes en general, y particularmente en la
literatura. Dice Homero que Zeus, dispensador de bienes y de males, toma
un puñado de ambos y lo adjudica a cada ser humano que viene al mundo. El
“Poema de los dones”, de
Borges, y su notable metáfora sobre la ironía de Dios al donarle a la
vez los libros y la noche, sería un buen ejemplo.
También Platón se refirió al sueño como el campo en el que se
liberan los aspectos negativos del hombre, su parte animal, en tanto se
halla dormida la razón, su parte pacífica, su entendimiento. En cada ser humano habría,
pues, una escisión –del griego, skhizo,
yo parto, yo disocio: esquizofrenia-, lo que es decir una partición
que hace que cohabiten, ya en el nonato, el bien y el mal, las pulsiones
positivas y negativas, lo erótico y lo tanático, todo lo que en el ser
normal se sintetiza y suma y hace que en la vida de relación, en el juego
social, se internice y se logre, normalmente, reprimir lo malo y mostrar
lo mejor de nosotros. Hay en cada ser humano pulsiones negativas que
reprimimos en beneficio de nuestra buena imagen, de nuestra acomodación
al juego social, que no otra cosa es el curso educativo, nuestra adecuación
a la convivencia. La vieja sentencia que aconseja no hacer
a los demás lo que no se desea para uno, e inversamente hacer a
los otros lo que se desea para sí, vendría a expresar en términos de
sabiduría popular esa norma de hierro
que regula la convivencia y a la obligada represión de nuestras pulsiones
negativas. Precisamente, el
problema del doble se hace tema en literatura –las dos caras de Janos-
cuando ese sustrato doble de bienes y de males rompe su equilibrio y se
divide: lo malo, lo negativo, se escinde, y el titular no reconoce esa
escisión, no la admite y la ajeniza, la extravierte, la arroja de sí y
la combate porque no la concibe como propia: es como consecuencia de esa
escisión que se produce el nacimiento del doble. Inevitablemente uno será
bueno y el otro malo, uno será noble y el otro perverso, uno generoso y
el otro avaro, uno crédulo y el otro escéptico, veraz y mendaz, blanco y
negro, el yin y el yan, los opuestos: el eterno juego de enfrentamiento
que hallamos ya en primitivos textos orientales y que conforma el cauce de
la literatura de todos los tiempos. Por esa razón, por ser esa la etiología
del problema, cualquiera sea la naturaleza que asuma el doble, siempre, en
última instancia, novela o cuento, doble real o imaginario, el problema
se nutrirá de la relación perturbada del hombre consigo mismo, y el
desenlace será, inevitablemente, el enfrentamiento y la muerte. Esto no significa que el tema, en algunos casos, no dé paso a la comedia, lo que es posible cuando se juega con el enfrentamiento casual de dos personas reales e idénticas, situación al margen de toda formulación psicológica. Tito Maccio Plauto (254-178 AC) nos ha dejado al respecto comedias ejemplares: “Anfitrión” y otra a él atribuida, “Los Mellizos”. Sosia, parigual y
doble. Estos términos no tienen igual peso semántico, desde que los llamados sinónimos. Si bien tienen zonas de significación común, también poseen matices que los diferencian. Hasta no hace mucho tiempo fue frecuente el uso del término
“sosías”, para referir al doble. El término correcto es “sosia”, sustantivo derivado de
Sosia, nombre de uno de los personajes de la comedia Anfitrión de Tito Maccio Plauto (254 a 178
A.C., aprox.), ya usado por Aristófanes en Las Avispas, quizás el más lejano antecedente del tema en Occidente. Plauto -ya se ha dicho- también usó el recurso de la confusión de identidades. En
“Anfitrión” los dioses Júpiter y Mercurio se desdoblan en los personajes de Anfitrión y
Sosia, y crean una complicada situación en la que Alcmena, esposa del Anfitrión original, resulta embarazada de gemelos, uno hijo de Júpiter y el otro de su esposo.
El sosia, si nos
ajustamos a la definición académica, es sinónimo de parigual. Sin
embargo debe distinguirse un matiz, y lo hallamos en la función que
cumplen en uno y otro caso de duplicación. Normalmente el sosia es
buscado y utilizado por alguien para engañar a un tercero (de Plauto a
nuestros días), lo que también es el caso de la persona contratada para
simular la presencia de un personaje importante cuya vida no debe
exponerse: personalidades, líderes políticos o destacados actores de
cine, etc., los que mediante paga asumen riesgos que no es conveniente que
corran los sustituidos. Reservaríamos el nombre de parigual o doble, en
cambio, para el que, con o sin patología, ya sea real o imaginario,
irrumpe en la vida del otro y genera la situación de conflicto. El tema tiene
antecedentes remotos. Siglos antes de Plauto, en el “Ramayana”,
epopeya de la India, uno de los hijos del demonio Ravana asume la imagen
de Sita, esposa de Rama, para confundirlo y derrotarlo. Asimismo en la
leyenda de Narciso aparece nítidamente una referencia al doble en el
reflejo de su imagen en la fuente. Hay una curiosa variante que apunta
Ovidio en su Metamorfosis: según la
leyenda, Narciso habría tenido una hermana que amó profundamente, y es a
la búsqueda de la imagen de
ésta que se inclina sobre el agua. Anotemos que ya en la leyenda de
Narciso aparece el espejo como elemento disociador. El mito de Rómulo y
Remo, hermanos gemelos, es también de antigüedad imprecisa. Hijos de una
mortal y del dios Marte, son condenados por el rey Numitor, pero salvados
al ser puestos en una barquilla, lanzados
al agua y luego rescatados. Señalemos que esta leyenda, gemela de la de
Moisés, también puesto en una barquilla o cesta y salvado de las aguas,
la hallamos en el “Mahabarata”,
en “Las Mil y una Noches” y posiblemente también navegue en otros
textos. Ambos gemelos, Rómulo y
Remo, terminan por sucumbir al inevitable enfrentamiento que genera toda
dualidad. Rómulo mata a Remo y funda Roma. En “Helena”,
de Eurípides, Hera duplica a Helena con sustancias etéreas y engaña a
Paris con la copia, que es la que provoca la guerra de Troya, en tanto que
la verdadera Helena ha sido encerrada en una cueva por Menelao. En las sagas de las
leyendas del Rey Arturo hallamos la falsa Ginebra, hermanastra y doble de
la reina de igual nombre y esposa de Arturo, que intenta asesinarla para
suplantarla en los favores del rey. Poco se ganará con
proseguir un inventario inagotable. Puede hallarse uno magnífico, aunque
incompleto, por supuesto, en la obra de Otto Rank, “El
doble”[1], con introducción y
notas de Harry Tucker (h). Esta obra de Rank, amigo y discípulo de Freud,
nos ofrece un panorama general del tema y su análisis en diversos textos
literarios, más de veinte. En
el capítulo titulado “El doble en la literatura” da especial importancia a la obra de
E.T.A. Hoffman, “El elixir del
diablo”, al que llama “el creador clásico de la proyección del
doble”, tema que refiere en innumerables cuentos dentro de una producción
que abarca más de veinte volúmenes. En dicho capítulo hallamos un análisis
comparativo del tema en las obras de Andersen, Baudelaire, Poe,
Dostoyevski, Goethe, Heine, Thomas Mann, Musset, Maupassant, Stevenson
etc. De él transcribimos este párrafo válido para todo abordaje al
doble: “Los modos de tratamiento
de este tema que hemos considerado hasta ahora –en los cuales resulta
claro que el misterioso doble es una división independiente y visible del
yo (sombra, reflejo), son distintos de las figuras reales del doble que se
enfrentan entre sí como personas reales y físicas, de similitud externa
poco común, y cuyos senderos se cruzan” (pg. 42). Debe tenerse en
cuenta esta distinción, que se ampliará al analizar los distintos tipos
de doble.
Nabokov
y Saramago. Este análisis se
concretará –en lo nuclear- principalmente a dos autores, Vladimir
Nabokov y José Saramago, aunque lateralmente, sobre temas puntuales,
haremos referencias comparativas a otros textos. Como lo señala Rank,
el doble ha sido siempre masculino, aunque con posterioridad Cortázar
introdujo en su cuento “Lejanía”
un doble femenino, Alina Reyes. Puede suceder que otros autores que
desconocemos hayan quebrado definitivamente tal tradición. En las novelas
que abordaremos ambos dobles son masculinos, reales y tangibles y no
entran en la categoría que Rank define como “una división
independiente y visible del yo”, perceptible sólo para la mente
esquizoide, cuyo modelo arquetípico hallamos en la novela “El doble”, de Dostoyevski. Así, en Nabokov es nítida y
visible la presencia de dos personas muy parecidas, pero que guardan entre
sí diferencias, quizás
notorias para todos pero invisibles para el protagonista, Hermann, que él
sí padece la escisión de su personalidad y el consiguiente drama
interior, invisible tras de su máscara irónica y de su sonriente
perversidad. Hay un doble real, sí, pero a su vez hay una escisión
interna de Hermann que genera
otro doble, y es éste el que finalmente cierra la novela. En la novela de
Saramago el doble es también real y visible, pero hay una diferencia
notoria con el doble de Nabokov: ya no se puede hablar de parecido sino de
una absoluta identidad física –no psicológica- hasta llegar a la
duplicación de las huellas digitales, lo que pone a la obra en las
puertas de la literatura fantástica.
Un caso único en la
historia de la literatura, no lo dudamos, es el de un doble creado por dos
autores diferentes: tal el de los dos Quijotes, el de Cervantes y el de
Alonso Fernández de Avellaneda. A Don Quijote se le aparece de buenas a
primeras otro –un supuesto parigual- que anda compitiendo en justas y
torneos en Zaragoza, algo torpe y poco gracioso, que sólo sabe hablar de
gigantes y jayanes y que repite una y otra vez su discurso desaforado. No
le gustó nada a Cervantes la aparición de ese segundón de su héroe,
con su hablar atravesado y aragonés, que omite los artículos y de decir
confuso y fatigoso, y tanto no le agradó que hace que su hidalgo, el
verdadero, evite pasar por Zaragoza para que no lo confundan con el otro;
y más aún, le roba al de Avellaneda un personaje, don Álvaro Tarfe, y
se lo trae consigo a su obra para enfrentarlo al verdadero Quijote para
que éste lo convenza de que él es el único, el auténtico, en una
protoforma del imaginario y trágico alegato de Goliadkin en “El
doble” de Dostoyevski, aunque este símil vaya de nuestra exclusiva
cuenta. Así, tantos desvelos le costó a Cervantes ese doble del Quijote,
que prefirió matar al suyo para hacerlo único e inmortal. Y finalmente, para
terminar esta breve introducción al tema, puntualicemos que: i) Íntimamente
emparentado el desdoblamiento con la sintomatología de la esquizofrenia,
el tema tiene el respaldo de una inagotable bibliografía sicoanalítica
que desconocemos y que pertenece al campo de la ciencia. ii) En este mismo
campo, la posibilidad de la clonación ha sustraído a la literatura y
hecho realidad algo que hasta nuestros días era monopolio de la imaginación
y de lo fantástico. El tiempo dirá en cuál de ambos campos es más
profunda la herida que la crisis de identidad puede
llegar a inferir a un ser humano.
II
Vladimir
Nabokov (1899-1977) nació en San
Petersburgo y emigró poco después de la revolución de 1917. Su biografía
es accesible por numerosos medios, incluido internet. Es un escritor que
se inserta en la tradición literaria más profundamente rusa, pese a que
parte importante de su obra haya sido escrita en inglés, además de
traducidas a este idioma varias de sus obras en ruso. Entre éstas se destaca
“Desesperación”, en ruso “Otchayañe”,
novela escrita en 1932, radicado por entonces el autor en Berlín, y
posteriormente reescrita y publicada en inglés en 1937. Una segunda versión
corregida se publicó en 1966. La novela de Nabokov se
desarrolla en Berlín en la década de los años treinta, prolegómenos
del nazismo. Un comerciante dueño de una fábrica de chocolate, Hermann
Karlovich, viaja por negocios a Praga y da un paseo mientras espera para
encontrarse con el dirigente de una empresa. Por las inmediaciones
encuentra un vagabundo, Félix, cuyas facciones ve idénticas a las suyas:
su doble perfecto. A partir de ese momento el argumento -en primera
persona- se interna en la minuciosa planificación de un delito a través
de cuyo relato Vabokov conduce al lector, le tiende trampas y lo
entretiene burlonamente en un relato que va corrigiéndose y abriéndose
en celadas. El vagabundo, que es músico,
le pide trabajo, y a pedido de Hermann le da los datos para poder
ubicarlo. Éste regresa a su apartamento en Berlín que comparte con su
esposa Lydia, mujer simple a la que menosprecia y a quien nada le cuenta
del encuentro con su sosia ("Yo,
que estaba dispuesto a inventarle millones de maravillas, parecía no
atreverme a contarle, con estos corruptos labios míos, una maravilla que
era real"), secreto que tampoco compartirá con nadie, excepto
con su esposa, y obligado por su plan, en las instancias finales de la
novela. A partir del encuentro el recuerdo de Félix se instala en la vida
de Hermann y comienza a condicionar sus acciones. Determinados giros dan a
entender que desde un principio comienza a planear algo que aún no ha
tomado cuerpo: "Un escritor
-dice- no muestra su primer borrador." Son constantes las
referencias de Hermann a los espejos –elemento inseparable del tema-, a
la copia de imágenes (cuadros y reflejos). El vagabundo -su parigual- le
ha pedido trabajo, y él, para crear un nexo futuro que le permita
mantener contacto, se lo promete, haciéndole creer que es actor de cine,
lo que sí es cierto en el doble de la novela de Saramago. La obra está poblada
de alusiones –directas o veladas- al tema. Un primer encuentro de
Hermann con el espejo le devuelve la imagen de Félix. Ardalión, primo de
su esposa y posiblemente su amante consentido -situación que no se define
totalmente- se empeña en pintarle un retrato, es decir, en duplicar su
imagen. Hay una hoja de arce que cae en el agua y se junta con su reflejo
en copia simétrica y perfecta. Para quebrar un parecido excesivo con
Felix, o quizás por razones más profundas, para reconstruir una
identidad deteriorada por el encuentro, Hermann se deja crecer la barba,
elemento que también aparece en la novela de Saramago. El primo Ardalión
aporta –sin saberlo- el escenario del crimen, en capítulo que es uno de
los cráteres activos -término que tomamos de Vargas Llosa- más
importantes de la obra, su clímax y peripecia. Es propietario de un
terreno en las afueras de Berlín y allí concurre con Hermann y su esposa
en una primera visita de reconocimiento, y luego muchas veces en forma
furtiva para estudiar el campo de operaciones donde piensa consumar el
crimen: hacer vestir a Felix con sus ropas y documentos y endilgarle su
identidad, luego matarlo y dar a su esposa la oportunidad de cobrar un
suculento seguro; más tarde se encontrarán en el extranjero para
comenzar una nueva vida. Para justificarlo ante ésta e implicarla en la
estafa no tiene otra alternativa que inventar un hermano idéntico a él,
deprimido y deteriorado, que piensa suicidarse y que desea beneficiarlo
dejando que saque provecho de la enorme semejanza que los une. El plan es
llevado a cabo y fracasa. La policía descubre la verdadera identidad del
muerto por un detalle insignificante, y en consecuencia la del asesino.
Oculto en Francia, próximo a los Pirineos, Hermann es ubicado y apresado.
En su delirio final simula que la presencia de la policía que viene a
buscarlo es sólo una escena de una película en la que él es actor
principal. En ese refugio, en el lapso entre su llegada y el
descubrimiento de su crimen, Hermann escribe y pone punto final a su
relato, pocos minutos antes de su apresamiento.
José
Saramago
nació en Portugal en 1922.
No daremos sus datos biográficos ni bibliografía, profusamente
difundidos en libros, diarios y revistas, sobre todo a partir de l998,
premio Nobel, y de su fallecimiento. Su novela “El
hombre duplicado” fue publicada en el 2002 y se diferencia de la
novela de Nabokov en que aborda el tema fundamentalmente en su aspecto
psicológico y filosófico: la identidad. "Quién soy", pregunta
que acompaña la Historia desde antes de Sócrates y del budismo Mahayana,
y cuyo referente lo hallamos en
aquella afirmación de
eseidad oída por Moisés ante la zarza ardiente: "Yo
soy el que soy", el Uno sin segundo, sin doble posible. Ya en dos
novelas anteriores, "Ensayo
sobre la ceguera" y “Todos
los nombres”, el escritor portugués había expuesto, subyacente, el
tema del conocimiento propio y consiguientemente el de la identidad.
“El
hombre duplicado” nos
cuenta de Tertuliano Máximo Afonso, un profesor de historia que por tedio
o como secuela de un divorcio reciente sufre un estado depresivo. Un
colega le recomienda que se distraiga con una película en video; la
alquila y la ve. Nada nota al principio, pero se despierta en la noche con
la sensación de una presencia invisible, quizás materialización de una
alteración en su identidad que lo lleva a pensar en un intruso colado en
su casa. El instinto lo induce a repasar la película y a descubrir en
ella algo que le había pasado inadvertido: un actor secundario es su
doble perfecto. La película tiene cinco años de filmada y Tertuliano
busca una foto suya de igual antigüedad: entonces él también usaba
bigote como el actor: la "igualdad"
queda comprobada y la posibilidad de que exista una duplicación
absoluta de su persona -un error de la naturaleza- comienza a torturarlo.
Hace ahí su aparición el sentido común, personaje que Saramago
introduce como inoportuno partenaire del protagonista, que es también la
voz de su conciencia -antecedente en "William Wilson", de Poe-,
intentando evitarle sus frecuentes insensateces, entre otras la de
pintarse con un rotulador, sobre del espejo, los bigotes que luce el
actor. Aparece en esta escena el inevitable elemento inherente al tema, el
espejo -esa obsesión-, que devuelve a Tertuliano la misma imagen del
actor.[2]
“Desesperación”,
la novela de Nabokov, es narrada
en primera persona; no así “El
hombre duplicado”, aunque Saramago se las ingenia -si bien no para
usurpar el sitio de Tertuliano Máximo Afonso- sí para intervenir
directamente en la narración: "Un
paréntesis urgente. Hay situaciones en la narración, y ésta, como se
verá, es justamente una de ellas, en que cualquier manifestación
paralela de ideas y sentimientos por parte del narrador al margen de lo
que están sintiendo o pensando en ese momento los personajes, debería
estar terminantemente prohibida por las leyes del bien escribir."[3]
Porque la presencia
-intromisión-frecuente de Saramago en la novela, -disquisiciones,
comentarios, elaboraciones filosóficas, la emisión de juicios de valor
por intermedio de un personificado sentido común- es, en ocasiones,
perturbadora, sin perjuicio de amenas las más de las veces. Sobre esto
respondió al periodista y escritor Carlos María Domínguez en un
reportaje que le hiciera durante su pasaje por Montevideo:
“Pregunta:
Libro a libro ha ido enfatizando la intermediación del autor
entre el lector y la historia. Respuesta: Sí.
La historia podría pasar al lector, simplemente, pero siento la necesidad
de asumir esa dimensión ensayística en el propio libro. Son reflexiones
suscitadas por determinadas situaciones, pero no tienen que ver
directamente con ellas. Forman, en cierto modo, un área autónoma donde
pienso sobre lo que escribo, al margen de lo que ocurre en la historia”[4]
.
El problema basal de
“El hombre duplicado” es la naturaleza de la identidad, lo que
obliga a adentrarse en los entresijos del personaje, cosa que el profesor
de historia, Tertuliano Máximo Afonso no puede hacer por sí mismo, dada
su cortedad y su perplejidad ante el problema. Es el propio Saramago quien
se encarga de descender a hurgar los móviles de sus decisiones y a
proyectarlos en el complejo firmamento de la condición humana y de sus
sentimientos. Se trata, nada menos, que del cuestionamiento de su
personalidad y del peligro de su usurpación o pérdida, del imposible
pero acechante riesgo de dejar de ser y de ser "el otro":
Tertuliano siente horror, incertidumbre, y la idea de riesgo lo impulsa a
acercarse a su doble y conocerlo para diferenciarse, para poder asumirse. Durante un extenso
primer tramo, el protagonista se aplica a descubrir la identidad de su parigual.
Esta búsqueda se ve morosamente demorada por episodios de irregular
trascendencia: un incidente con el profesor que le recomendó la película,
la presentación de María Paz, amante de Tertuliano, personaje
notablemente tratado, y opuesto -en su delicadeza, gracia, honestidad e
inteligencia- a cierta opacidad y falta de tacto del profesor.
El
secreto. Y aquí debemos señalar
un primer punto en el que las novelas de dobles suelen coincidir: ante la
aparición de su doble, el original tiende instintivamente a guardar
estricto secreto. Ese pudor, ese querer guardar el secreto del
descubrimiento del parigual lo expone ya Dostoyevski en su novela “El doble”, magistral
arquetipo del género. Goliadkin, oscuro funcionario del Estado, camina
hacia su domicilio en compañía de su doble imaginario. Va por calles
apartadas, evitando las principales por temor a que los vean, y cuando se
resuelve a denunciar los hechos ante el Gobernador, lo hace en forma elíptica,
sesgada, ocultando el episodio de la duplicación y clamando solamente por
justicia y defensa de su identidad, pero sin decir en ningún momento en
forma directa que existe alguien que cree es su copia. Es que, como dice
Nabokov repitiendo a Pascal, dos personas idénticas vistas por separado
no llaman la atención, pero juntas provocan un escándalo. En “Desesperación”,
la necesidad de tener que contar con la complicidad de su esposa lleva a
Hermann a inventar una historia y confiar el secreto de su doble a su
esposa, pero lo altera y nada le dice de Felix: tiene un hermano gemelo
que se suicidará para que
pueda cobrar el seguro. Porque desde el principio, cuando conoce a Felix,
ya ha decidido guardar el secreto. Al referir el diálogo con el
empresario que ha ido a ver por negocios anota: "...me
moría de ganas de decirle a mi interlocutor: 'Me ha pasado una cosa extraña,
usted no me lo va a creer'...pero no dije nada, sentando así un
precedente para la reserva". Es explicable el
silencio de Hermann, ya que trama un crimen. Pero
el personaje de Saramago, sin motivo aparente, guarda total secreto
sobre el descubrimiento de su copia. En su desesperación por conocer a su
doble, Tertuliano dice para sí: “Quiero
llegar a él sin que nadie lo sepa y sin que él lo sospeche”. Es
que quizás en su inconsciente abrigue, desde
el principio –lo mismo que en Hermann-, cierta intención
nefasta. Nada dice Tertuliano sobre el motivo de su reserva; intuye un
riesgo que no quiere compartir, quizás por no saber bien en qué
consiste, ya que lo que está en riesgo es su propia identidad, el
indefinible y doloroso pudor de perder la “originalidad” (ser el
original) y ser el fruto de un error de la naturaleza. La posibilidad de
que el doble de Fortunato haya
cambiado con los años igual que él, y que hoy sea su copia fiel tal como
lo fue cinco años atrás, cuando filmó la película, lo lleva a temer
que su existencia sea el fruto de un error genético, un fallo de la
naturaleza que ha hecho dos seres exactamente iguales: “Le
bajó por la espina dorsal una rápida sensación de miedo y pensó que
hay cosas que es preferible dejar como están y ser como son, porque en
caso contrario se corre el peligro de que los otros se den cuenta y, lo
que es peor, que percibamos también nosotros, a través de los ojos de
los otros ese oculto desvío
que nos torció a todos al nacer y que espera, mordiéndose las uñas de
impaciencia, el día en que pueda mostrarse y anunciarse, Aquí estoy”. Y será precisamente
ese secreto –el temor a que se descubra ese error que lo ha duplicado-
lo que determina la peripecia.
Tertuliano sostiene que
la historia debería enseñarse al revés, o sea a partir del presente y
remontarse en el tiempo, lo que por ser tema recurrente en él, es tomado
un poco en solfa por sus colegas. Hay que ver allí, en esa
susceptibilidad y en los motivos de su teoría, un rasgo de carácter que
fertilizará la crisis de identidad ante la aparición del doble, a la vez
que una visión macro del problema que aqueja al protagonista: remontarse
del presente al pasado para averiguar el error, la causa de su crisis de
identidad: cuál de los dos es copia del otro, quién de los dos es el
error. Tímido, retraído,
poco comunicativo, se cerrará sobre sí mismo ante la posibilidad
horrorosa de que su parigual sufra en su cuerpo idénticas alteraciones
que el suyo propio. Cinco años atrás ambos usaban bigote y eran más
delgados. Sería inadmisible, por no decir terrible “....la
posibilidad de que cinco años después, es decir,
hoy, ahora mismo, a esta hora de la madrugada, la igualdad se mantenga,
como si un cambio en mí tuviese que ocasionar el mismo cambio en él, o,
peor todavía, que uno no cambie porque el otro cambió, sino porque sea
simultáneo el cambio, eso sí sería darse con la cabeza en la pared”.
Tales suposiciones y temores justificarían plenamente el pudor y el secreto.
El
“dejá vu” en ambas novelas.
Otro aspecto común a varias novelas del doble es el sentimiento del dejá
vu. Es discutiendo Tertuliano con el director del instituto sobre el
tema de la enseñanza de la historia que éste hace su aparición,
una anomalía de la memoria que nos lleva a pensar que algo que
experimentamos ha sido ya vivido y es recordado. La ciencia también ha
explorado el jamais vu, alteración de orden epiléptico que torna desconocida y
olvidada una experiencia reciente, y el presque
vu, que es la sensación de inminencia de un recuerdo –“lo tengo
en la punta de la lengua”- que nunca llega o que llega mucho después.
Tertuliano siente que ya ha estado en el despacho del director del
instituto donde enseña y al que ha sido convocado por éste, y poco más
tarde, durante el almuerzo, su memoria se ausenta, y mientras conversa con
el director en el refectorio, recorre el pasillo, sube al piso superior,
atraviesa la puerta cerrada del despacho del director, ve lo que esperaba
ver y regresa: “...pero ahora con
una expresión de perplejidad inquieta, un estremecimiento de desasosiego
que rozaba el temor. Era él, era él, era él, se repetía Tertuliano Máximo
Afonso a sí mismo”, mientras continuaba su conversación con los
otros comensales.
"Siempre
que entraba aquí tenía la impresión de haber visto este mismo despacho,
era como uno de esos sueños
que sabemos que hemos soñado pero que no conseguimos recordar cuando
despertamos". También a Hermann le
sucede lo mismo: "...frente a
nosotros, en un terreno más elevado, a casi trescientos pies de
distancia, comenzaba un bosque de pinos. Lo miré y...bien...juro que sentí
como si lo hubiese conocido antes." Lo mismo le sucede en otras
oportunidades, frente a un cuadro pintado por Ardalion, primo y presunto
amante de su esposa, o en la contemplación de una casa celeste, de un
abedul, de una tienda de ropa usada. También cuando va con su doble a un
hotel: "Al entrar a un cuarto
tuve también esa oscura sensación de que el sitio me era familiar; pero
otros asuntos ocuparon mi atención." ¿Qué vinculación hay
entre las perturbaciones ocasionadas por el descubrimiento de un parigual
y el advenimiento del dejá vu, esa
inquietante y falsa memoria? En Nabokov son meras pinceladas, retoques en
una narración poblada de celadas y guiños. Saramago se adentra en cambio
en explicaciones tentativas, hasta
rozar "el majestuoso flujo
circular del eterno retorno”, a que alude Mircea Eliade.
Independientemente del efecto dramático que encierra el enigma, atrapa al
lector esa afirmación que no encierra dudas: "Yo
ya he estado aquí", difusa certidumbre que nada tiene que ver
-aparentemente- con el argumento, salvo el de incitar al lector a la
formulación de hipótesis, como la de que su sosia o copia haya sido
alumno del colegio muchos años atrás: el enigma queda sin resolver, cabo
suelto y sin mayor ni menor vinculación con el tema, salvo que a esa hipótesis
apunte el autor cuando hace decir a Tertuliano:
"Si yo hubiera estado aquí antes de ser profesor del
instituto, lo que estoy sintiendo ahora podría no ser más que una
memoria de mí mismo histéricamente activada", afirmación
que oculta una difusa y tímida alusión al doble. El punto tiene otros
antecedentes. Hace su aparición en Poe, cuando el personaje de su cuento
“William Wilson”, que aborda
el mismo tema del parigual, luego de un altercado con su doble homónimo,
tiene la misma impresión de algo ya vivido: "Sólo
puedo describir la sensación que me oprimía diciendo que me costó
rechazar la certidumbre de que había estado vinculado con aquel ser en
una época muy lejana, en un momento de un pasado infinitamente
remoto." Si bien en principio el doble de W.W. parece real, a lo
largo del relato y en su cierre el doble se revela como una elaboración
esquizofrénica, lo que corroboraría la explicación científica del dejà
vu. También Goliadkin, el
torturado personaje de Dostoyevski atribuye su desdicha a premoniciones
misteriosas: “El señor Goliadkin
tenía la sensación de estarle ocurriendo algo
que desde hacía ya mucho tiempo presintiera. Por un momento trató
de cerciorarse y pensó que
ya el día antes le había sucedido algo análogo”. El enigma queda sin
resolver, aunque cabe suponer que ese ritornello de la memoria hacia un
pasado inasible puede vincularse a una escisión de la personalidad que
toma como ajeno un recuerdo propio, o viceversa. Tertuliano, Hermann,
William Wilson y Goliadkin viven algo anteriormente imaginado. Otro, o el
otro, ha vivido por un instante una copia presente de algo idéntico
anterior, real o imaginario. Hoy –lo decimos sin otro conocimiento que
el mero dato- la psicología se inclina porque el dejà
vu obedece a una división momentánea de la personalidad, una
vivencia esquizoide y accidental de la mente.
María Paz, amante de
Tertuliano y mujer de mucho duende, es anunciada pero no presentada en la
novela sino ya bastante avanzada la lectura, en el mismo capítulo en que
la existencia del doble es develada. La relación del profesor con su
amante es de constante desencuentro: ella intenta el rescate de una
felicidad que quiere estable y duradera, él duda y parece inclinarse
hacia la separación: hombre irresoluto y cobarde -Saramago utiliza ese epíteto
severo, y el mismo Tertuliano así se autocalificará- prolonga una relación
en crisis, no tanto porque le agrade la compañía de esa mujer, sino por
debilidad y temor a tener que vivir las instancia de la ruptura. La investigación de
los videos dará resultado: el doble es Daniel Santa-Clara, nombre artístico
de Antonio Claro, actor de cine. Pero aún en plena investigación, es la
llegada inesperada de María Paz a su apartamento lo que interrumpe la
pesquisa que, video tras video, intenta Tertuliano a la búsqueda de la
identidad de su doble. Instintivamente no encuentra -igual que Hermann,
obligado por el secreto- más remedio que silenciar su problema e inventar
una explicación subsidiaria para aquel montón de cajas esparcidas por el
suelo. Eso llama la atención de María Paz y debe improvisar una
justificación: está
realizando una investigación sobre "las
tendencias, las inclinaciones, los propósitos, los mensajes, tanto los
explícitos como los implícitos y subliminales, o para ser más exactos,
las señales ideológicas que un determinado fabricante de películas va
diseminando, imagen a imagen, entre sus consumidores". Este capítulo,
de belleza ejemplar, contiene
un diálogo de los amantes desavenidos sobre
el orden y el caos, a partir de una casual respuesta de María Paz
que, quizás sin saberlo, repite una sentencia que el autor incorpora como
acápite de la novela y que pertenece a "El
Libro de los contrarios": El caos,
dice María Paz, es un orden sin descifrar,
con lo que alude elípticamnete
a la entropía, complejo tema
de la termodinámica. Los últimos
descubrimientos de la geometría fractal, tema al que sabemos afecto a
Saramago [5],
abordan precisamente este punto a partir de una afirmación en vías de
comprobación: el caos no existe en el universo, sino un orden cíclico de
infinita complejidad, de
estudio actualmente en inicios en el mundo de la física y la astrofísica.
La existencia de ese orden sería -de ahí el sobresalto de Tertuliano
Afonso ante la afirmación de María Paz- el camino hacia una posible
explicación del doble y la eliminación del mismo como error o anarquía
en la naturaleza. Luego de conocer la
identidad del parigual, Antonio Claro o Daniel Santa-Clara, su seudónimo
artístico, el profesor planea el paso siguiente: conocerlo, lo que logra
a través de un lento proceso de llamadas telefónicas y de una carta apócrifa,
que escribe -para su perdición- a nombre de María Paz. Para sus
incursiones en las inmediaciones del domicilio de su doble debe disimular
el parecido por temor a ser confundido por los vecinos; recurre a una
barba postiza, a diferencia del Hermann
de Nabokov, que no tiene ese problema ya que se ha dejado crecer
deliberadamente su barba para diferenciarse. Felix no usa barba, sólo
tiene una barba de tres días al momento en que es descubierto por Herman.
El
espejo y la barba. Las
reacciones de Tertuliano y de Hermann ante el espejo son disímiles. El
primero lo busca; primero lo enfrenta y se alarma al no verse él, sino a
su doble. Para diferenciarse lo enfrenta luego con una barba postiza;
hasta se hace retratar con barba a la búsqueda de su nueva y diferente
apariencia. Hermann, por el contrario, se desentiende del espejo una vez
que se ha dejado crecer la barba: "Desde
que dejé de afeitarme me he desentendido del dichoso artículo",
y a partir de ahí comienza a ironizar sobre ellos, sobre su historia,
sobre los espejos deformantes, los que aplastan la figura o la estiran, lo
hacen hombre toro u hombre sapo. Debe anotarse que el espejo, como
duplicador de imagen, se encuentra invariablemente presente en toda
narrativa que aborde el tema [6].
No es necesario recordar la recurrencia de Borges hacia ese objeto –el
soneto del acápite es ejemplar-, capaz de reproducir al infinito.
El acercamiento de
Tertuliano con su doble es paulatino, a través de acechos recíprocos, de
vigilancias furtivas de uno y otro a los domicilios respectivos. También
Helena, la mujer de Santa-Clara, se siente alarmada y alterada por
la existencia de un ser exactamente igual a su marido. Santa-Clara adopta frente a su doble una actitud bien
diferente de la angustia de Tertuliano. Al parecer menos inteligente, no
subjetiviza el dilema ni es atacado por dudas de identidad; más sutil y
menos dubitativo, ve desde el principio la posibilidad de sacar partido de
la duplicación de su imagen, ya que es precisamente a expensas de ésta
que vive y con la que trabaja. Para un actor de cine -recordemos que
Hermann hace creer a Félix, para seducirlo, que es actor de cine- la
existencia de un doble es un filón tentador. En la novela de Nabokov,
Hermann intenta utilizar a Félix como doble para un supuesto delito que
crea las condiciones para el crimen. Contrariamente a Tertuliano, el doble
de éste da cuenta del hecho a su esposa, Helena, la que se ve afectada
mucho más que él por la existencia de un doble de su marido, hecho que
le causa cierta inquietud o alarma ante una posible e implícita confusión
sexual .
El
cotejo de desnudos en Nabokov y en Saramago. En la novela de Saramago, el acercamiento telefónico
y posterior conocimiento personal de Tertuliano y Antonio Claro pone en
evidencia no sólo su parecido absoluto -son la diferencias y no el
parecido, las que pierden a Hermann-,
sino la igualdad total, no la que pueden tener dos gemelos sino la de la
confusión y duplicación exacta de ambas identidades físicas -hasta en
las huellas digitales- lo que alarma y confunde a Antonio Claro. El encuentro de los
dobles es en Saramago uno de sus vórtices dramáticos: la actitud un
tanto inane y confusa de Tertuliano, profesor tristón y sedentario, se
contrapone al desparpajo burlón y a la astucia de Santa-Clara, que
concurre inútilmente armado con una pistola descargada -símbolo de
prevención y enemistad- y que termina por rendirse a la evidencia del
cotejo, hasta llegar al desnudo, tímido y pudoroso en Tertuliano, natural
en su igual, acostumbrado a exhibirse ante las cámaras.
El cotejo de los
desnudos a la búsqueda de diferencias y semejanzas es otro punto que une
la novela de Saramago con la de Nabokov, y también con "El
doble", de Dostoyevski -antecedente inequívoco de otras novelas
que abordaron el tema-, autor presente y explícitamente aludido como
"Dusty" en la obra de Nabokov.
En dos oportunidades Hermann hace desnudar a Felix -él no se
desviste-, quien mantiene siempre una relación de subordinación, de
dependencia y acatamiento, quizás debida a la promesa de Hermann de
conseguirle trabajo. La primera vez en una pensión: "Yo
lo miraba examinando con avidez aquel hombre desnudo. Su espalda era casi
tan musculosa como la mía, con un coxis más rosado y una nalgas más
feas...", e ironiza luego con detalles y pormenores, el ombligo,
los genitales, las uñas de los pies, todo dicho con humor de comedia
inglesa. En ese cotejo el parecido deja amplio margen a las diferencias. En cambio en “El
hombre duplicado” el enfrentamiento es dramático: "Se miraron en silencio, conscientes de la total inutilidad de
cualquier palabra que profiriesen, víctimas
de un sentimiento confuso de humillación
y pérdida que se sobreponía al asombro, que sería la manifestación
natural, como si la chocante conformidad de uno hubiese robado algo a la
identidad propia del otro”. De inmediato se plantea
a ambos, a Tertuliano y a Antonio Claro, el problema de saber cuál de los
dos nació primero. Quien haya nacido después será copia del otro. El
original es Santa-Clara, nacido pocos minutos antes que Tertuliano. En
Nabokov el problema de original y copia
no se plantea. Hay una somera alusión que queda sin resolver. Cuando
Hermann examina el pasaporte de Felix no menciona la fecha de nacimiento,
pero sí el escaso parecido que descubre en la foto. Puede leerse como un
detalle para subrayar la esquizofrenia de Hermann. En la novela de
Dostoyevski, Goliadkin no coteja su cuerpo con el de su doble y homónimo.
Ambos en el dormitorio, “...el huésped
comenzó a desnudarse y el
propietario de la casa pasó discretamente al otro lado del biombo, en
consideración a que tal vez su nuevo amigo
no tuviera camisa o no la tuviera, al menos, lo suficientemente
limpia, por lo que deseaba evitarle toda mortificación al respecto”. Ahí no correspondía
el cotejo –ni en la literatura ni en la mentalidad rusa de la época
había lugar a una comparación semejante- ya que el señor
Goliadkin no tenía necesidad de compararse con una réplica de sí mismo.
Pero en la novela de
Saramago, Tertuliano –tildado de copia- no se resigna a ser el segundo,
a ser una imitación. No, él no se disfrazará; por el contrario, andará
a rostro descubierto, que "el otro" se cuide y oculte si así lo
desea. Pone en una caja la barba con que había evitado el riesgo de ser
confundido y la envía a su doble: toma, aquí está, disfrázate tú, yo
no tengo porqué, tal el sentido del mensaje, su autoafirmación y
proclamación de fe en su incanjeable identidad. Y despachado ese emblema
de desafío, Tertuliano parte de vacaciones para visitar a su madre. El secreto ha sido
mantenido hasta ahora por Tertuliano. Nada ha dicho a su madre ni a María
Paz; sólo ante el apremio de ésta accede a decirle que hay una situación
que lo acosa, que más tarde, luego de solucionada, se la confiará.
Saramago maneja con maestría la dualidad de conducta de Tertuliano frente
a su madre y a su amante. Teñida de una dependencia amorosa con leves
biseles edípicos, la relación con la madre sigue manteniendo algunos
rasgos de solapada sumisión que lo obligan a la confesión: tiene un
doble, tan parigual que ella no sabría distinguir de entre ambos cuál es
su hijo, aunque ella lo niegue confiada en su instinto. La madre -nueva
Casandra- no sabe bien dónde está el peligro, pero lo intuye y lo
previene; y también sabe que la felicidad del hijo estará junto a María
Paz. Como a un niño pequeño le aconseja e induce a que la acepte: Ojalá
que cuando despiertes, le dice, ella todavía te esté esperando. Y esas
palabras de ensalmo son la contraseña que parece estar esperando el amor
para quitar la venda de los ojos del hijo, que corre a su casa
como niño contento para llamar a su amante y gritarle alborozado
su descubrimiento, su amor y la demorada proposición.
Interín, el tiempo de
la visita de Tertuliano a su madre no ha sido desaprovechado por
Santa-Clara, que ha hecho acopio de rencores a partir de recibir la barba.
Un dato menor –una copia de la carta apócrifa que le enviara
Tertuliano- le permite hacerse de la dirección de María Paz
y se propone ubicarla. Ha dejado en el teléfono de Tertuliano un
mensaje pidiéndole una nueva entrevista. Mientras tanto Tertuliano vive
una paz aparente., pero Claro no ha perdido su tiempo y lo visita -con
obligada barba postiza-, confesándole su propósito: ha hablado con María
Paz y pasará un fin de semana con ella en la casa de campo. Tertuliano
resiste pero es obligado y accede. Este capítulo es fáustico: hay una
presencia maligna y una condena, ya que se ve caer sobre Tertuliano la
culpa de un pacto inaceptable, la entrega de María Paz al precio de un frío
cálculo de revancha. En este capítulo los pariguales se identifican
también en indignidad. El profesor de historia entrega su alma, aquello
que inducido por su madre creyó amar hasta el grado de desear compartir
la vida: María Paz. Claro, por su parte, usurpa a la fuerza la identidad
de Tertuliano para mentir a María Paz y consumar una venganza, y otro
tanto hará Tertuliano con Helena, esposa de Claro. Es en los tramos
finales de la obra donde el Hermann de Nabokov y el Antonio Claro de
Saramago cotejan su perversidad. Porque el parigual espiritual de Hermann
no es Tertuliano, sino su doble, Claro. Tampoco hay simetría en la dupla
Tertuliano-Felix, pobre músico
vagabundo el segundo, profesor de historia el primero. Pero sí están muy
próximos en perversidad el gélido relator de su crimen
en Desesperación y este Antonio Claro que se diaboliza en las instancias finales de
la novela. Similar usurpación de
identidad para cometer un delito hay en la novela de Nabokov. Hermann engaña
a Felix, haciéndole creer que deberá hacerse pasar por él: manejará su
automóvil para crearle la coartada mientras él consuma un delito. El
pobre músico vagabundo se presta y accede. No pierde la honra al
aceptarlo, sino la vida. Tertuliano ve partir a
Claro y a su vez ve abiertas las puertas de una segunda revancha:
sustituir a Claro y compartir la cama con Helena. Saramago interviene
directamente en el relato y –mientras Tertuliano, luego de pasar la
noche con Helena espera el regreso de Claro- ironiza el siguiente
comentario: "Por increíble que
nos parezca, el hombre que por cobardía moral, por miedo a que se
conociera la verdad, dejó ir a María Paz a los brazos de Antonio Claro, es el mismo que, no sólo está preparado para soportar la
mayor paliza de su vida, sino que piensa que es su estricto deber no dejar
sola a Helena en la delicada situación de tener un marido al lado y ver
entrar a otro por la puerta. El alma humana es una caja de donde siempre
puede saltar un payaso haciéndonos mofas y sacándonos la lengua." Tertuliano
se encargó de que esta segunda parte se cumpliera. Y es también acerca
de este juego de parejas cruzadas que Nabokov inserta en su novela un
breve relato concéntrico sobre el mismo tema: un cuento sobre dobles con
intercambio de parejas dentro de una novela de dobles, el relato dentro
del relato, de vieja tradición literaria.
Los desenlaces de ambas
novelas no sorprenden, son previsibles: el fin ya está en los medios. El
crimen de Hermann es descubierto por un bastón con el nombre de Felix que
quedó abandonado en el automóvil, detalle que a Hermann pasó
desapercibido. El engaño de Claro es descubierto por María Paz, luego de
una noche de amor, al descubrir en el anular del usurpador la marca dejada
por el cintillo de bodas, ahora en el dedo anular de Tertuliano. María
Paz sabe que Tertuliano no tiene esa marca. He aquí, milenios después,
nuevamente el anillo como vehículo de anagnórisis, topos de presencia
frecuente en la literatura de todos los tiempos, ya que lo encontramos en
Oriente, en Kalidasa, en “El reconocimiento de Sakuntala”, en Las Mil
y una Noches, en las sagas medievales y en el teatro de los Siglos de Oro.
Igual papel desempeña en Nabokov el bastón de Felix. El pañuelo de Desdémona,
en Otelo, como señuelo de engaño, sería otro entre infinitos ejemplos.
No hay crimen perfecto,
como no hay, dice Hermann, dos personas exactamente iguales. Y en ambas novelas un
automóvil es vehículo de muerte. En “Desesperación”,
un Icarus azul -Icarus, el nombre no es casual- que Hermann promete
dejar manejar a Felix para tentarlo. En “El
hombre duplicado”, un automóvil viejo,
propiedad de Tertuliano. En ambos automóviles muere un doble. Sólo
Saramago puede contarnos el final y lo que sucedió en la cabaña de campo
entre Claro y María Paz: hay un testigo -un chofer- que ve desde la
cabina del camión, en la carretera, en un automóvil que avanza hacia él,
la reyerta y forcejeos de una pareja. En el accidente mueren Tertuliano y
su amante. Porque es Tertuliano quien fictamente
muere según la documentación, pese a que el profesor de historia
esté entonces con Helena usurpando la identidad de Claro. La paradoja se
consuma, la cobardía y el temor
a la verdad se perpetúan más allá de la muerte y Tertuliano termina por
transformarse en Antonio Claro y seguir viviendo con su identidad, ahora
como esposo de Helena. Hay un aspecto a
examinar: la calidad de los sentimientos de Tertuliano hacia María Paz,
si no similares, emparentados con los de Hermann hacia Lydia, su mujer.
Ambos usan y se valen de sus mujeres: en Nabokov, para implicarla en un
crimen; en Saramago, para gozar el placer de la venganza. A través del relato de
Saramago, la figura de Tertuliano va revelándose, cambiando, como en “El retrato de Dorian Gray” –otra novela que aborda el tema de la
dualidad-, y destacándose en el relieve de su personalidad ciertos
biseles de insensibilidad al límite de la crueldad. Los epílogos de ambas
novelas son desconcertantes. “Desesperación”
finaliza con una delirante arenga de Hermann a los pobladores de un pequeño
pueblo en los Pirineos, anunciándoles que su inmediato apresamiento será
sólo la escena de una película en rodaje, con lo que el tema del cine se
perpetúa hasta el final.” El
hombre duplicado” tiene un final tan abierto como enigmático.
Tertuliano, ya instalado en lo de Claro y ocupando su lugar, recibe una
llamada telefónica de otro doble, ya anunciado elípticamente al
principio del relato. El tiempo circular, el eterno retorno, hace que todo
comience de nuevo. Pero hay un detalle significativo que no sabemos si es
la pieza final que Saramago guardaba para terminar de armar el puzzle.
Tertuliano acuerda una cita con el nuevo doble y concurre armado. A
diferencia de Claro, que concurrió al encuentro con el arma descargada,
el profesor de Historia lleva el arma con una bala en la recámara. Esa
bala -puede suponerse que es propósito consciente- pondrá fin a la vida
del nuevo parigual. Esto plantea otro final doblemente enigmático: el
muerto –de identidad desconocida-, será ahora Antonio Claro, y
Tertuliano se liberará así de su torturante impostura; pese a que esté
legalmente muerto reasumirá su perdida identidad. Pero también, paradójicamente,
quizás Tertuliano Máximo Afonso prefiera asumir la identidad de Antonio
Claro, esposo de Helena, ahora apasionado por la historia y su enseñanza
e ignorante del cine y su farándula.
La
semejanza y el sueño. Un
punto común a varios textos sobre el tema es el acrecimiento del parecido
de los dobles durante el sueño. En Nabokov, el parecido deja un margen a
las diferencias, pero éstas, que Hermann reconocerá luego cuando observe
una foto de Félix, parecen desaparecer ante la contemplación del doble
mientras duerme. Hermann ve por primera vez a su doble dormido; tiene la
cara cubierta con el sombrero y con la punta del zapato se la descubre: el
parecido le parece increíble . Impresionado por el encuentro, recuerda
luego: “Ese hombre, sobre todo cuando dormía, cuando sus facciones estaban
inmóviles, exhibía mi propio rostro, mi máscara, la pura imagen
intachable de mi cadáver. Uso esta última palabra, meramente, porque
quiero expresar con la mayor claridad ....¿expresar qué? Primordialmente
esto: que teníamos facciones idénticas, y que en un estado de reposo
absoluto, ese parecido era
asombrosamente evidente”. Tanto en Nabokov como en Poe, y también
en Dostoyevski, la contemplación del doble dormido despierta en el otro
un sentimiento parecido al miedo. En Poe, William Wilson
alumbra a su parigual dormido con una lámpara: la reacción es instantánea:
“Lo miré y sentí que mi cuerpo se helaba, que un embotamiento me
envolvía. Palpitaba mi corazón mientras mi espíritu se sentía presa de
un horror sin sentido...” La
reacción es explicable: es la ajenización del ser, la pérdida de la
identidad, la extraversión objetivada en los sentidos. Durante el sueño
el rostro permanece impasible, no hace gestos y el parecido –lo mismo
que en la muerte- se acrecienta: “Espantado,
temblando más y más, apagué la lámpara, salí en silencio del
dormitorio y escapé sin perder un momento”.
En Dostoyevski,
Goliadkin se hallaba, cuando aún no había conocido a su doble, muy
contento con su imagen: “No bien hubo saltado de la cama, lo primero que hizo fue asomarse al
redondo espejito que había sobre la cómoda. Y aunque aquella cara era soñolienta,
de ojos miopes y pelo lacio, que le ofrecía el espejo, era tan
insignificante que nunca había podido cautivar
decididamente la atención de nadie, pareció su dueño quedar muy
satisfecho de su contemplación”.
Este párrafo está al principio de la novela. Pero luego Goliadkin
recibe a su doble en la casa, cenan, se hace tarde y el huésped se queda
a dormir. Es entonces que Goliadkin se levanta y alumbra, igual que en el
cuento de Poe, el rostro de su doble dormido. Se observa a sí mismo y no
hace ningún comentario sobre el parecido,
no correspondería. Íntimamente sabe que él, el Goliadkin mayor,
es la misma persona que el Goliadkin menor. He aquí el pasaje ejemplar: “Se levantó de la cama, y tomando la bujía, dio la vuelta al biombo,
de puntillas, para ir a ver, por última vez, al segundo señor Goliadkin
que dormía plácidamente y seguía roncando. Frente a él, con la lámpara
en la mano, permaneció mucho tiempo, reflexionando profundamente. -¡Vaya
cuadro más desagradable...! Esto es una farsa...Esto no es más que una
farsa...esto es una verdadera farsa...” Entonces se da vuelta en
silencio y vuelve a acostarse. La cabeza parece que va a estallarle, oye
dentro de ella ruido de cencerros y campanas, pierde la memoria. Quiere
recordar el nombre de un expediente, de una resolución pendiente en su
oficina pero no lo logra. Se duerme sumido en el caos, borracho de pánico.
El parecido
–magistralmente elidido- no se ha mencionado. Singularidad
y alteridad. La presencia de un doble
es alienante: ajeniza, porque esencialmente es un hurto cometido en
nuestra intimidad, de aquello que es nuestro, nuestra singular y única
identidad, que se ve debilitada, inestable y diferente. "Es
conveniente señalar que la identidad y alteridad son construcciones
intelectuales que se conforman en su carácter relacional; se afirman en
la singularidad y la diferencia. La singularidad reclama necesariamente un
exterior de confrontación que mida la identidad en cuanto construcción que inaugura el campo de lo
humanamente posible. La diferencia, presencia fantasmagórica de la
singularidad, necesita poseer un 'locus' que también habilite y permita
su existencia." La cita es de un artículo tomado de Internet (www.henciclopedia.org.uy/autores/VSilvaEcheto/BorgesHawthorne.htm),
titulado "La compleja relación
entre identidad y la alteridad en Borges y Hawthorne”. La crisis de identidad
no es otra cosa que la oposición de ese par de opuestos. Identidad deriva
de idem, el mismo, lo mismo, y alteridad de alter, otro, el otro, lo otro. Son dos conceptos tan opuestos como
ancilares: uno no se concibe sin el otro, uno engendra al otro En los autores que
hemos mencionado y que han abordado el tema de la duplicación, el
tratamiento de este conflicto es disímil, aunque su naturaleza sea única.
En Nabokov, el planteo
y la defensa de las diferencias corre de cargo de Ardalión,
primo de la mujer de Hermann, que en reiteradas veces hace
referencia a la singularidad y hace su defensa: "Todo
rostro es único", "...lo que percibe un artista es,
principalmente, la diferencia entre las cosas. Es el vulgo el que nota su
parecido." Pero Hermann lleva el tema más allá de lo meramente
especulativo y confiesa padecer "una
cierta aberración que, entiendo, no es tan inusual, como pensé al
principio, entre los hombres de constitución fuerte de alrededor de
treinta y cinco años. Me refiero a una clase muy conocida de 'disociación".
Más adelante la refiere como una "grieta diabólica" que
comienza a abrirse cuando se halla en los prolegómenos del amor con Lydia,
su mujer. Se ve con el rostro entre los pliegues del cuello de ésta, pero
a la vez desnudo en medio del cuarto observando la escena. Con el tiempo
perfecciona este proceso de disociación, hasta poder sentarse en
una silla a los pies de la cama y ver su propia espalda sobre Lydia. Pero
aún no es suficiente, y nos cuenta: "
Deseaba vehementemente descubrir algún medio para alejarme por lo menos
unos cientos de yardas del escenario iluminado donde estaba actuando;
ansiaba contemplar esa escena de dormitorio desde alguna galería
superior, remota, en medio de una niebla azulada, bajo las alegorías
flotantes de una bóveda estrellada". Pero en realidad no
llegó muy lejos en sus prácticas disociatorias, sólo hasta la consola
del vestíbulo, desde donde sólo podía ver la imagen de su propia unión
con Lydia cortada por el marco de la puerta, a menos que abriera el
guardarropa para contemplarla a través del espejo (objeto indisociable
del tema). Esta grieta o disociación en la personalidad de Hermann -que
duplica su imagen en observador y observado- no es conflictiva como lo es
su relación con Felix, que es la que formula el conflicto
identidad-alteridad del personaje. Un seguimiento minucioso de los pasos
que lo llevan a dar muerte a Felix, crimen en el que implica a Ardalión,
el presunto amante de su mujer, y a ésta misma, revelan una ajenidad en
el relato que lo disocia de todo juicio moral, que a su vez ajeniza la
narración y que la ampara de toda condena, como obra maestra -la que no
puede pintar Ardalion- y que al fracasar lo conduce, como a Goliadkin en
Dostoyevsi, a la locura final, al asumir la personalidad de un actor de
cine, tal como había mentido a Félix al conocerlo. Pero en ningún
momento la crisis disociativa -que lo lleva a ver su doble en Félix y que
quizás por eso, inconscientemente, lo
mata- alcanza rasgos dramáticos, sino más bien pausados momento de
perplejidad que se resuelven con ironía y buen humor : "Cuando
por fin regresé a mi cuarto del hotel, encontré allí, entre sombras
azogadas y enmarcado en rizado bronce, a Felix, que me esperaba. Se me
aproximó pálido y solemne. Ahora estaba perfectamente afeitado; su
cabello estaba suavemente cepillado hacia atrás, llevaba un traje gris
paloma con una corbata lila. Saqué mi pañuelo, él también sacó el
suyo. Tregua, parlamentar." Frente al espejo, él asume como
propia la imagen de Félix. El conflicto, la crisis, ha nacido. Y más
adelante hace consideraciones sobre el encuentro con Felix: "...recuerdo
que las pequeñas señales de existencia consciente, tales como el polvo
de mi nariz, la suciedad negra entre el taco y la suela de un zapato, el
hambre, y después, en el comedor, el gusto áspero a carne asada,
mezclada con limón, de una gran e insípida costilla de ternera,
absorbieron mi atención en forma extraña, como si yo estuviera
averiguando y descubriendo (e inclusive hasta dudando un poco) que yo era
yo, y que este yo (un hombre de negocios de segunda clase, con algunos
proyectos) estaba en realidad en un hotel, que cenaba y que meditaba
acerca de asuntos de negocios y que no tenía nada en común con cierto
vagabundo quien, en ese momento, se recostaba bajo un arbusto. Luego,
nuevamente, la emoción de esa maravilla suspendió un latido de mi corazón."
La crisis asoma y con ella un plan ya predeterminado para acabar con
ella: el precio es la muerte del doble. La misma ecuación subyace en todo
el discurso de “El hombre duplicado”. Un aspecto a señalar
en la novela de Nabokov es la crítica al comunismo a la grupa del tema
del doble, que utiliza como singular elemento de satirización:
"En mi imaginación
visualizo un mundo nuevo, en el que todos los hombres se parecerán como
se parecían Hermann y Félix; un mundo de Helixes y Fermanns; un mundo en
el cual el obrero que caiga muerto a los pies de su máquina será
reemplazado de inmediato por su doble perfecto, sonriente con la sonrisa
serena del socialismo perfecto." Puede verse que la crítica a la
homogeneización social se formula a punto de partida de la idea del
doble, o sea de la pérdida de la identidad, lo que ejemplifica con la
alteración de los nombres, que intercambian las primeras letras en una
significativa paronomasia. En “El
hombre duplicado” la naturaleza de la crisis de identidad se
manifiesta como en todos los abordajes al tema: ira, miedo, inquietud,
avidez consciente de unicidad. Saramago recurre a un subterfugio que le
permite abordar el problema –en algunos casos- de modo indirecto, y es
hacer al sentido común víctima de una muy humana y en ocasiones risueña
prosopopeya, al transformarlo en un tercer personaje que marginalmente
duplica y enfrenta –la mayor parte de las veces sin éxito- al
enceguecido Tertuliano. La inatención con que el profesor de historia
escucha la voz de su alter ego va dando periódicas señales al lector del
derrotero esquizoide que pauta sus decisiones. Toda la novela del escritor
portugués está jalonada de subliminales manifestaciones de inquietud, de
desasosiego e impaciencia. Tertuliano no se resigna a coincidir en la
misma ciudad con un ser que es su réplica exacta. La primera manifestación
de la crisis es “inconsciente”: se despierta –luego de haber visto
el video- con la sensación de que hay alguien en la casa: hay un
presentimiento de la presencia del doble que aún “no ha visto”,
aunque sí, subliminalmente su imagen fue captada por su subconsciente
durante la visión del video. Eso desencadena la crisis, que va en aumento
en inquietud, en un desesperado afán por –en secreto- conocer a ese ser
que es copia de sí mismo, o del que él es una copia. La crisis de
identidad-alteridad subyace en todo el texto: en el secreto con que desea
amparar su desagradable hallazgo, en su tortuosa actitud y sus peores métodos
para ubicarlo, en su creciente deshonestidad que lo lleva a entregar a su
amante, hasta esa trágica simetría de cambio de parejas y su final trágico.
No deja de llamar la atención el silencio de la novela sobre el padre de
Tertuliano, detalle a tener en cuenta para perfilar su personalidad y
sobre el que Saramago debería dar cuenta para la definición del
personaje. La
alteridad en Poe. En el cuento de Poe, la
crisis emerge cuando el narrador, Willam Wilson, pretendiendo vengarse del
espíritu burlón e inteligente de su doble y homónimo -tienen, como en
la novela de Saramago, la misma edad e igual fecha de nacimiento- se
acerca sigiloso a su lecho y lo contempla dormido: "Lo
miré, y sentí que mi cuerpo se helaba, que un embotamiento me envolvía.
Palpitaba mi corazón, temblábanme las rodillas, mientras mi espíritu se
sentía presa de un horror sin sentido (...) Jadeando, bajé la lámpara
hasta aproximarla aún más a aquella cara. ¿eran ésos...ésos, los
rasgos de William Wilson?(...) No era ese su aspecto...no, así no era él
en las activas horas de vigilia. ¡El mismo nombre! ¡La misma figura! ¡el
mismo día de ingreso a la academia! ¡Y su obstinada e incomprensible
imitación de mi actitud, de mi voz, de mis costumbres, de mi aspecto! ¿Entraba
verdaderamente dentro de los límites de la personalidad humana que esto
que ahora veía, fuese meramente el resultado de su continua imitación
sarcástica?" Y Willam Wilson huye de la academia, sin poder
evitar que su doble -que desde su aparición ha sido un calco de su vida-
lo siga y esporádicamente se le aparezca para desenmascarar su villanía,
en la estafa, en la mentira y en el juego. La crisis de identidad termina
con la muerte del doble, pero también con la muerte moral del William
Wilson, en una escena muy similar -recurrencia del espejo- a las
reiteradas apariciones del doble del Goliadkin de Dostoyevski. Luego de
haberlo herido de muerte, W.W. se vuelve por un instante hacia la puerta,
y al darse nuevamente vuelta ve a su doble de una manera distinta: "Donde antes no había nada, alzábase ahora un gran espejo (o por
lo menos me pareció a mí en mi confusión). Y cuando avanzaba hacia él,
en el colmo del espanto, mi propia imagen, pero cubierta de sangre y pálido
el rostro, vino a mi encuentro tambaleándose" (...) No había una sola hebra en su ropa, ni una línea en las definidas y
singulares facciones de su rostro, que no fueran las mías, que no
coincidieran con la más absoluta identidad." Igual símil hallamos
en dos oportunidades en Dostoyekski, he aquí una de ellas: "El
señor Goliadkin sentíase terriblemente a disgusto. Miró también de
soslayo y distinguió...un huésped muy extraño. En la puerta, que
nuestro héroe tomara hasta entonces por un espejo, como ya otra vez le
había ocurrido...dejóse ver, ya os figuráis a quien: el conocido amigo
del señor Goliadkin", su doble.
Si Schopenhawer hubiese
leído estos pasajes y opinado sobre el tema, habría dicho que,
dando a éste una lectura filosófica,
el doble es en todos los casos la representación objetiva del
duplicado, contra la que avanza y combate para -destruyéndola-
reconquistar y subjetivizar nuevamente su propia imagen extro-vertida,
extraviada en el mundo de la representación. La alienación (ajenización)
de quien se ve duplicado tiene mucho de "voluntad" ciega, sin
otro destino que exterminar aquello que ve como una mutilación y una pérdida:
en los hechos, el que es duplicado es conducido -al verse "fuera de sí"
y con una confrontación de por medio- a un alucinado solipsismo. Aún en
el caso del doble real, sin escisión esquizoide, la confrontación y la
crisis se da con igual intensidad y su final es inevitablemente trágico.
Este último aspecto
-el hecho antinatural de ver extrovertida la identidad- alcanza, a nuestro
juicio, su acmé dramático en Dostoyevski. Ese pobre oficinista de
ministerio, Goliadkin (Goli en
ruso significa pobretón, pobrecito) que ha visto entrar a su oficina a su
doble y que se ha sentado frente a él -se llama igual que él y tiene su
mismo rostro, su mismo cuerpo y su misma ropa- es un personaje conmovedor,
tierno y dramático que va arrastrando a lo largo de la novela su
creciente esquizofrenia y que lo conducirá al manicomio. De nada vale su
bondad, su infinita paciencia, su debilidad conmovedora, su desquiciado
optimismo de que "pronto todo se solucionará". Una y otra vez
su doble teje una urdimbre de intrigas que terminará por perderlo. En un
desesperado intento por salvarse, Goliadkin recurre al ministro, a su
Excelencia, efigie burocrática y autoridad máxima ante la que todos se
prosternan. Es ante él que quiere ir Goliadkin; bastará un magnánimo
gesto de autoridad para verse liberado de la fina red de infamias que
amenaza terminar con su vida y con su honra. Y es en esa imploración –y
también deploración-, que planea y que luego no puede llevar a cabo,
pero que imagina, donde aflora con desgarradora elocuencia la crisis de
identidad: "¡Me voy hacia él,
me echo a sus pies y si es preciso le imploro! En sus manos pongo mi
suerte, en manos de la autoridad; Excelencia, ampáreme y tenga piedad de
mí. Sería un hecho ilegal, no me hunda, Excelencia, se lo suplico; como
a padre le ruego no me abandone...Salve mi honor, mi nombre, mi
familia...Sálveme de la perversidad, de la corrupción de los
hombres...El es otro hombre, y también yo, Excelencia, soy otro hombre.
¡El es él y yo soy yo; verdaderamente, yo soy enteramente yo,
Excelencia; yo soy algo por completo mío! ¡Así mismo, Excelencia! ¡Es
decir, que yo no puedo ser él! Cambie su Excelencia este hecho, mande que
lo cambien y que acabe de una vez para siempre esta duplicidad..."
El discurso no puede ser más explícito. El drama de Goliadkin -ya a esta
altura del relato, casi a su final, envuelto en una serie de indignidades
tramadas por su doble esquizoide, su trasfondo oscuro- no es el peligro de
su cargo y de su empleo, de su situación y estima social -y si lo es se
sitúa en un segundo orden-, sino la sola existencia de su doble, su
crisis de alteridad, la extraversión de su identidad: "Yo
soy algo por completo mío", y nadie puede robarme ese "yo
soy" que me pertenece: he ahí el problema, variante peor que el
dilema de Hamlet: ser yo o dejar de serlo por usurpación ajena, lo que es
peor que morir.
E.T.A.
Hoffman: Medardo, Victorino y el determinismo metafísico. Este
asedio a la crisis de identidad originada por la existencia del parigual
–una de las manifestaciones de la esquizofrenia- se centra en las
novelas de Nabokov y de Saramago, pero su acotamiento obliga al cotejo con
otros autores. E.T.A. Hoffmann y su
novela “Los elixires del diablo” es un clásico en el tema, pese a que
el autor lo abordó también en otros relatos. Su nombre es Ernst Theodor
Wilhelm, aunque sustituyó este último por Amadeus, en homenaje a Mozart.
Vivió apenas cuarenta y seis años, de 1776 a 1822, y en tan breve tiempo
fue abogado, juez, criminólogo, dibujante, ejecutante y compositor de música
y escritor. Si despejamos la trama, bajo los “Los
elixires del diablo” subyace un extenso tratado sobre los sustentos
de la identidad y sus crisis. En el basalto del complejo argumento, puede
descubrirse un alegato contra el determinismo metafísico. No es de extrañarlo,
ya que Hoffmann sabe volcar en una estructura gótica y prerromántica un
fuerte alegato racionalista contra el catolicismo. Hoffmann murió al año
siguiente del nacimiento de Dostoyevski. No hay dudas de que éste conoció
su obra y son muchos los
biseles que emparentan a Raskollnikov con Medardo, personaje de la novela
de Hoffmann. El ruso hizo de Goliadkin el personaje de su novela “El
doble”, perfecto paradigma del tema. Medardo, personaje de
“Los Elixires....”, es
un monje franciscano predicador que custodia las reliquias de un
monasterio, entre ellas un licor que el Diablo entregó a San Antonio en
una de sus numerosas
tentaciones. Débil y en crisis de conciencia, bebe del líquido. Eso hace
que su crisis se diabolice y lo lleve a una vida desenfrenada en la que
comete una serie de crímenes y, más tarde, a la consiguiente expiación.
Uno de sus delitos es usurpar la personalidad del conde Victorino, a quien
cree matar sin quererlo. El azar lo lleva a un castillo en donde es
confundido –en principio- con el muerto, dado su gran parecido, lo que
lo lleva a otros delitos. No
se trata de una identificación por semejanza total, sino por simple
parecido, como en la novela de Nabokov. Uno de los personajes,
Reinaldo, luego de algunas vacilaciones y luego de haberlo confundido con
el conde Victorino, lo reconoce como Medardo, el predicador franciscano a
quien oyó en una oportunidad. Pero el parecido es muy grande, y eso lo
lleva a un doble juego con otros habitantes del castillo, lo que le
plantea la posibilidad de seguir siendo Medardo o de asumir la
personalidad del muerto. Y es en esa oportunidad que dice: “Soy lo que parezco y no parezco lo que soy; soy un enigma
inexplicable para mí mismo: ¡Mi “yo” se ha escindido!, lo que
adelanta en la novela, estrictamente, lo que será la futura lectura
psicoanalítica del trastorno. En la novela de
Hoffmann –que juega a engañar al lector- no se enfrentan los dobles.
Victorino parece haber muerto por accidente al precipitarse a un abismo.
El doble principal, en doble juego, aparece en la escisión de la
personalidad de Medardo, que luego de tomar el elixir desea olvidar su
condición de franciscano y vehiculizar sus deseos mundanos asumiendo la
personalidad de Victorino. Para ello se corta el pelo para ocultar la
tonsura, se viste con elegancia nobiliaria e intenta con éxito borrar las
costumbres y posturas monacales. Obsérvese este pasaje, luego de haberse
mimetizado en noble con ayuda del sastre y del peluquero: “Cuando
me quedé solo empecé a ensayar la manera de andar ante el gran espejo
que colgaba en la habitación. El pequeño peluquero me había dado un
consejo acertado. A los monjes les es propia una cierta cadencia premiosa
y desmañada en el andar, causada por el largo hábito que entorpece el
caminar y por el deseo de moverse con rapidez, como lo exige el culto.
Asimismo se aprecia algo tan característico en el cuerpo inclinado hacia
atrás, en la postura de los brazos, que nunca cuelgan, ya que los monjes,
cuando no doblan las manos las guardan
en las amplias mangas del hábito, que no puede pasar fácilmente
desapercibido. Intenté desembarazarme de todas estas actitudes para
borrar toda huella de mi
estado” (...) “Ahora entraba en un nuevo ser, como si un principio
espiritual se apoderase de la nueva figura y sentía que el recuerdo de mi
existencia precedente, tornándose más y más débil, terminaría por
desaparecer completamente”. Esto significa que Medardo anhela asumir
la personalidad de Victorino, lo que es decir, “ser el otro”. Esta
actitud lo diferencia radicalmente de Hermann y de Tertuliano, los
personajes de Nabokov y de Saramago, que buscan ultimar a sus dobles,
el primero para aprovechar el parecido con fines de lucro, y el
segundo porque no tolera que su identidad sea vulnerada. En Medardo, la crisis
lo lleva a querer ser otro y abandonar, como si mudara de piel, su
identidad monacal. Pero no es tan fácil, ya que siente que un espíritu
aislado –el monje franciscano- vaga aún por la tierra sin destino.
“Pensaba cómo antaño todos saludaban amigables y respetuosos al
famoso predicador, cómo buscaban ansiosos su conversación, incluso sólo
un par de palabras; entonces me asalta una amarga desazón”. Aunque
de inmediato agrega, para
consolarse: “Pero aquel predicador
era el monje Medardo, que yace muerto y enterrado en el abismo de la montañas.
Yo ya no lo soy, pues vivo”. Ahora él es Victorino. Pero la asunción
plena y definitiva no se consumará
nunca, y ese conflicto será el hilo conductor de la novela: Medardo y
Victorino lucharán en el plano de la conciencia, y alternativamente, uno
y otro vencerán una y otra vez hasta la peripecia y el previsible
desenlace. Lo particular en la
novela de Hoffmann es la presencia –cierto que confusa- de elementos
fantásticos –ultrafanos o apariciones-, que el lector puede leer como
sobrenaturales, pero también como síntomas de alteración mental, ya que
es recurrente la alusión a la locura, los síntomas claros de la
esquizofrenia, el tratamiento médico y la internación en un manicomio.
Pero también es clara, en casos aislados, la intervención del elemento mágico,
como lo es la invocación a la mujer amada por parte de Medardo y la
suerte inmediata que le permite ganar una fortuna en el juego.
Un detalle a señalar,
que diferencia esta novela de las otras que bordan sobre el mismo tema, es
que se dan en ella todos los
tratamientos posibles a la duplicidad, hasta llegar, en un caso a la
triplicidad: la visión de una dama misteriosa que
confiesa su amor a Medardo, que luego resulta ser idéntica a
Aurelia, y que finalmente es Aurelia, y a su vez ésta idéntica a la
imagen de Santa Rosalía. El doble por parecido –caso de Nabokov-, lo
hallamos en Medardo y Victorino; el doble absoluto –caso de la novela de
Saramago- en los sueños de Medardo que se ve en hábito de Franciscano, y
también el doble por herencia genética, como lo son el padre de Medardo,
Fernando, y su hijo. Ya hemos mencionado la
anagnórisis o reconocimiento de una identidad oculta –de la verdad-
por marcas, signos u objetos.
También en Hoffmann este topos se da en más de una oportunidad: Medardo es reconocido como tal por una
marca en el cuello y más tarde por el hábito franciscano que tiene su
nombre en el orillo. En algún caso la
historia del doble se hace concéntrica, -narración dentro de la narración-,
ya que lo medular de la novela es relatado por un personaje en presencia
del propio Medardo, lo que hace que éste escuche en boca de otro su
propia historia. Una y otra vez el argumento gira sobre sí mismo en
diferentes versiones, despista al lector, y Hoffmann, a la vez que engaña
a un personaje, también engaña al lector, que recién en las últimas páginas,
y a través de un argumento que gira sobre sí mismo y que se pierde en
infinitos meandros, llegará a la verdad definitiva. También Nabokov
recurre a ese procedimiento, e incluye en “Desesperación”,
concéntricamente, un cuento-espejo de la propia novela. “La
biografía como trasfondo de la literatura”. Este es el título que Otto Rank dio al tercer capítulo
de su obra sobre el doble, en el que declara que pretende demostrar “que
una sección transversal de determinada capa (de la constitución psíquica
del escritor) podría revelar las coherencias complejas
de ciertos rasgos característicos, de los cuales resultan
reacciones psíquicas idénticas”. La característica que comparten
los escritores que han tratado el tema del doble, dice Rank,
“resulta bastante evidente: ellos, al igual que otros de naturaleza
similar, eran personalidades decididamente patológicas, que en más de un
sentido desbordaban inclusivo el límite de la conducta neurótica en
otros aspectos permitida al artista. Sufrían –y de manera evidente-,
de perturbaciones psíquicas o de dolencias neurológicas y
mentales, y durante su vida demostraron una notable excentricidad de
conducta, ya sea en el uso del alcohol, de narcóticos, o en las
relaciones sexuales, con un acento especial, en este último caso, en lo
anormal”. Y analiza a continuación los padecimientos psíquicos
sufridos por Hoffmann y también por el inspirador de muchos de sus
relatos, Jean Paul Friedrich Richter, Maupassant, Poe y
Dostoyevski. Todos ellos, de una u otra manera, sufrieron
trastornos psíquicos y de personalidad de diferente índole, pero que
tuvieron en común, de un modo o de otro, una falla o escisión en el
fondo de su conciencia.
“Tan clara
es la relación psicológica entre las personalidades literarias que hemos
esbozado, que al recapitular sólo necesitamos llamar la atención
en especial a su estructura fundamental. La disposición patológica
hacia la perturbaciones psicológicas está condicionada en gran medida
por la división de la personalidad, con un acento especial en el complejo
del yo, al cual corresponde un interés anormalmente fuerte
por la propia persona, sus estados psíquicos y su destino. Este
punto lleva a la relación característica (...) con el mundo, con la
vida, y en especial con el objeto del amor, con el cual no se encuentra
ninguna relación armoniosa”.
Debe complementarse
este diagnóstico de Rank con el abundante consumo de drogas, alcohol y
alucinógenos, casi sin excepción en los autores que analiza en su obra.
Sobre
el tema del doble. Quizás
el tema del doble sea de los pocos abordados por la literatura que tengan
raíces antropológicas tan profundas. Esa tesis se desprende del capítulo
de la obra de Rank destinado al doble y la antropología (IV). Quizás
para hallar su origen en las manifestaciones culturales haya que buscarlo
en los primeros tanteos metafísicos del pensamiento mágico. Rank señala
el culto de la sombra y del reflejo como su primera manifestación,
conservado hasta el día de hoy en costumbres aún vivas en la tradición
familiar de países occidentales, como la de cubrir los espejos en caso de
duelo, para evitar que el espíritu del difunto permanezca en la casa, el
no pisar la sombra en determinadas circunstancias y la muerte como
castigo. La esencia y fundamento
del tema es la identidad y el riesgo de su pérdida, tema vinculado en sus
orígenes a la identificación del alma con la sombra y el reflejo.
Igual que las huellas digitales, cada ser humano es una entidad con
identidad propia y única, incanjeable, vinculada a su cuerpo, y
especialmente a su imagen, a su yo, sentido,
vivido como exclusivo, excluyente y diferente de los demás, lo que
constituye la persona y sus vivencias, tanto como la continuidad de sus
recuerdos, lo que es decir su historia. Dentro de los grandes géneros
literarios, épica, lírica y drama, y sus correspondientes subgéneros,
canción, elegía, sátira, etc., para el primero, novela, cuento,
leyenda, etc. en el segundo, y tragedia, entremés, farsa, ópera, etc.,
en el tercero, veremos que cada uno de ellos ha abordado infinitos núcleos
temáticos de los que podríamos hacer un inventario interminable. Pero
quizás podamos arriesgar la hipótesis de que pocos temas vinculan al
autor con territorio tan sensible y dramático como el de la identidad. No
podemos afirmar que esa sea la razón de lo afirmado por Rank respecto de
los autores que han tocado el tema, casi todos ellos con trastornos y
padecimientos profundos en su personalidad. R.L. Stevenson, en su
relato “Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, que ubicamos en el género fantástico,
explora el problema de la dualidad. Dice el Dr. Jekyll que la naturaleza
de sus estudios científicos, orientados hacia lo religioso y
trascendental, iluminaron esa zona de lucha de su conciencia en la que se
enfrentaban de continuo el bien y el mal, y que al cabo de muchos estudios
descubrió el ser dual que habita en cada ser humano:
“Fue en mi lado moral y en mi propia persona que aprendí a reconocer la
absoluta y primitiva dualidad del hombre; vi que, de las dos naturalezas
que contendían en el campo de mi conciencia, aunque pudiera decir
correctamente que era cualquiera de los dos, eso se debía sólo a que era
radicalmente ambas”. Eso lo llevó a estudiar su posible disociación
física, y al descubrimiento de la drogan -su elixir diabólico- que
desencadenaría su horrible peripecia.
No creemos que sea de
esencia la clasificación de los diferentes tipos de doble que pueden
rastrearse en los textos, pero quizás ayude a dilucidar, o al menos a
acotar la afirmación de Rank, una clasificación de los dobles según su
naturaleza. El doble esquizofrénico
o patológico (Poe, Dostoyevski)
sería el que más se aviene a confirmar la tesis de Rank. No así el caso
de los gemelos, que ha dado
origen a comedias y sátiras (Plauto).
El doble por simple parecido
(Nabokov) puede adaptarse a cualquier género, aunque en el caso de “Desesperación” se da junto con la escisión patológica del
protagonista. Stevenson ha seguido las huellas de Hoffman y ambos han
tratado el doble real fantástico, ya que en ambos autores la disociación
es alcanzada por medio de un elixir. En Saramago, en cambio, el doble
aparece y se presenta como un ser real de naturaleza fantástica, ya que
se trata de dos personas con
iguales huellas digitales e idénticas cicatrices, lo que sólo cabría en
esa rama de la literatura, tomando lo fantástico, en este caso, en su
sentido restringido, según clasificación de Lauro Marauda[7].
No negamos que esta inclusión del doble de Saramago en el mundo de la
fantasía ofrece puntos vulnerables: entre ellos el pequeño margen de
duda acerca de la posibilidad de que dos personas tengan huellas digitales
coincidentes, y de que, causalmente, también tengan las mismas
cicatrices. Finalmente señalaríamos el caso del clon,
la posible duplicación científica de un ser humano, lo que ya se ha
hecho con animales. No sabemos si este tema ha sido ya abordado en la
narrativa. Borges y el doble. El soneto del acápite alude al espejo, cifra y símbolo del tema. El espejo, y también el doble que en él se refleja, son en Borges elementos retóricos. Ha hecho de su nombre una figura, una catacresis para aludir su obra y su fama como alter ego, personaje del que él es decepcionado espectador y fiel servidor. Hay un ciego un poco cínico que ama y que sufre y que ríe –y que también oculta sus lágrimas entre líneas y metáforas y símbolos y tropos-, que se refiere a cierto escritor mítico llamado J.L.B., al que suceden cosas y del que sobrevivirán sólo algunas páginas memorables. El doble ha sido para Borges –“Borges y yo”- una modalidad soslayada y lúdica de aludirse. Sobre este punto muchos han hablado extensa y también, en algunos casos, innecesariamente, por lo que no lo incluimos como autor de referencia en el tema: su doble, genial tanto como retórico, no integra ninguna de las categorías apuntadas. Notas: [1] Orión, Buenos Aires, l976. Rank fue discípulo de Freud y dedicó años a un exhaustivo estudio del tema, lo que llevó a cabo en esta obra imprescindible. Su primera versión es de 1914. [2] En su visita a Montevideo para la presentación de la novela, Saramago dijo a un cronista que la idea del doble como argumento le fue sugerida por su propia imagen en el momento de afeitarse ante el espejo. [3] Pg. 43. [4] El País cultural No.707. [5] Saramago hace referencia al tema en carta que nos remitiera el 2 de julio de l999: "O 'simple' facto de estarnos no mundo desenvolve, logo desde o nascimento, un proceso expansivo de relaçoes que, con o correr dos anos, pode atingir uma complexidade tal que nos causaria vertigem si consiguessemos abarcá-la em toda a sua dimensäo", dice al referirse al cementerio de su libro "Todos los nombres", aludido por un crítico -a su vez matemático- como ejemplo literario de geometría fractal. [6] En la literatura uruguaya, Leonardo Rosiello, en dos de sus cuentos: El duelo y Cambio de guardia, inspirados ambos en “William Wilson”, de Poe (Banda Oriental, 1993). [7] Marauda, Lauro, Hacia una nueva definición de fantasía. Ponencia presentada en Congreso de APLU (Asociación de Profesores de Literatura del Uruguay), 2005. http://letras-uruguay.espaciolatino.com/marauda_lauro/para_una_nueva_definicion.htm
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Jaime
Monestier
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