Camino de la Sierra

 
Todo el mundo -el de Cuchilla Negra- sabía que el negro Juan Amorín era lobizome. Pero como había llegado a los cincuenta sin nunca haber asustado a ningún muchacho ni muerto ninguna vieja, vivía serenamente de casero en la estancia de don Marcelino Garzón. Más podemos decir: don Marcelino lo vio algunas veces muy reservadamente, en ocasión de correr algunos de sus parejeros, para que influyera sobre éstos ofreciéndoles raciones extraordinarias, galpones de lo mejor y yeguas a elegir. El negro siempre cumplió.
Pues bien. Una mañana de marzo Juan Aniorin pidió licencia a don Marcelino para con él conversar a solas. El tono y el 'nodo del moreno dijeron al patrón que la cosa era grave.
-¿Qué hay, Juan?
-Vea, patrón: anoche fui llamao al monte pa una reunión de bichos. Venía al tranco pa las casas y un zorro me dio la novedá. En el abra junto al lavadero se habían juntao cuasi todos los bichos del pago. Pero jue el aguará por ser el de más respeto, quien me pasó la orden. Le manda decir a usté si puede dar, cuando le venga bien, a oír una queja y una reclamación que tienen que hacerle tuitos. Ansina es que...
Pensativo quedó un instante Garzón. Comprendió que Juan no mentía.
-¿Queja? ¿Reclamación? ¿Qué negocio tengo yo con ningún bicho?
-Yo le di el parte, patrón: usté sabrá lo que hace.
Ese día anduvo bastante concentrado don Marcelino. De noche conversó con la almohada, como se dice. Y en cuanto amaneció hizo llamar al negro.
-Muy bien -le dijo- viá dir al monte. Pero viá dir con el coronel Penén y el alcalde Ortega. No vaya a ser custión que por falta de autoridá... Anda, pues, y decile a don Aguará que mañana a las diez estamos en el abra.
Y esa fue la hora en que llegaron al punto de cita. Flanqueándolos iba Juan Amorin.
En verdad imponía respeto el espectáculo. El abra era como un inmenso anfiteatro cuyo semicírculo estaba tapado de animales. Presidían la asamblea el yaguareté, el aguará, un ñandú y un lechuzón.
En el bicherío, antes de la reunión, había habido una discusión muy tejida sobre quién tomaría la palabra. Se pensó en el burro, un burro evadido de la hacienda de Garzón, por su conocimiento del hombre. Pero fue rechazado por unanimidad ante las palabras del zorro, que dijo:
-Yo sé que -es viviente muy sabido, que como abogao no tiene par, y que sabe como naides las projundidades del cristiano; pero también muy aficionao a llevarle la contra a tuito. A lo pior se empaca y nos revienta el pastel. No sirve.
Alguien propuso al propio zorro que expuso esto. Pero el lechuzón terció:
-Desculpame, Juan; pero estás muy desprestigiao con el hombre. ¿Con qué razón le vas a salir y con qué respeto te va a oir si te pasás mortificándolo robándole guascas y gallinas, y haciéndole otros bandidajes?
El yaguareté no quiso ser el portavoz.
-En una de esas -manifestó-, me caliento, pego un alarido y se arma un batuque que ni el mesmo diablo dentra a bailar en él. No, no hablo.
Al fin se decidieron por el aguará.
Llegaron, pues, los cuatro hombres con los caballos empinándose, pues en el tufo del bichaje estaba claro y agudo el del tigre. Juan quedó aparte con ellos sosegándolos y vigilándolos. Y se levantó. Imponente y bronca, la voz de don Aguará:
-Siéntense en ese tronco de ceibo, que por ser el más blando se lo dejamos pa ustedes.
Sentáronse los tres hombres. Hubo un impresionante silencio de expectativa.
-Güeno -dijo el estanciero- lo que se ha de decir que se diga.
Entonces don Aguará se compuso el pecho y comenzó:
-Si señor, se dirá. La custión va a ser corta como explicación de bruto, pero no por eso menos rial y verdadera. Queremos saber, tuitos los bichos queremos saber, por qué razón y causa ustedes los cristianos son tan sin yel y tan sanguinarios. ¿Por qué matan tuito lo que se les pone a tiro de pistola o jusil, de puñal o facón? Supongo que a nosotros Dios nos hizo pa vivir en paz; pues no señor, vivimos con el Jesús en la boca. En cuanto sentimos catinga a hombre, y cada vez la sentimos más juerte, se nos encogen las achuras esperando que retumbe el tiro; y no tenemos patas que nos alcancen pa ganar ande sea, cueva o salamanca, y a veces hasta azotamos en l'agua pa sacarles el cuerpo. Carnean dende la vaca a la perdiz, dende el chancho a la mulita, dende el pato al bagre. Si juera a mentar a tuito lo que le meten cuchillo me faltarían bichos, porque ni el lagarto se les escapa, ni el mesmo trabajo de las avispas. ¡Y entodavía tienen chacras y quintas! ¿Es que no les alcanza, pa atiborrarse. con los zapallos, los choclos, los repollos y los moñatos, por nombrar algo, y por el otro lao con las sandias, las peras, las naranjas y los butíases, por también nombrar algo? ¿Qué tenemos que ver nosotros con la mesa de ustedes? ¿Lo hacen por hambre o por desalmaos? ¡Respondan, canejo!
Ese canejo que saltó de boca de don Aguará fue escalofriante.. Los hombres se achicaron, los caballos caracolearon, hasta el yaguareté lo sintió en el hígado... cuando se oyó clara y sonora, la voz del burro, el único no invitado para aquella asamblea.
-Me extraña, don Aguará, que un viviente tan bien asentao como usté se haiga prestao pa este tiatro...
Y allí asomó el burro, avanzó y se plantó entre los de la presidencia. Ni tiempo a tragar saliva les dio. Volvió a sonar su voz:
-¿No saben -ustedes, dende el bicho más chico al más encorpao, dende el más manso al más fiero, quién es el hombre? Pues ya lo debían saber, porque éste es un rosario que viene dende los bisagüelos pa atrás cien bisagüelos más. ¡Que el hombre mata, y carnea, y achura, y cuerea, y pela y escama, y deja secos lechiguanas y camuatíses ¿De qué se asombran, qué canejo reclaman? ¿No sabed que él va más lejos que eso entodavía? ¿No se matan entre ellos mesmos? La mujer de don Garzón, ¿no dejó ética una pobre negrita de una soba que le dio? ¿El coronel Penén -aquí presiente- no ahorcó con un a tambre a uno porque traía cinco kilos de tabaco en las maletas y no le quiso dar tres que le reclamó? ¿El alcalde Ortega -aquí presiente- a su mujer -que era más -güena que ración de maíz- no la hizo emigrar no se sabe pa dónde, pero se carcula que pa muy lejos, pa acollararse con una mulata jedionda? Y el mesmo don Garzón -aquí presiente- aprovechando la chirinada dc hace dos años ¿No mandó degollar al pulpero Trías pa terminar con la cuenta que le debía? Y no sigo la lista que es más larga y trenzada que lazo de dieciocho brazas, porque a cada cual de los nombraos les he mentao una sola de sus muy muchas fechurías que han cometido, y contando que cada hombre que pisa la tierra es igualito a los presientes. ¡Y aura ustedes se salen riuniendo pa reclamar muertes, y mentar zapallos y otros yuyos?
Calló el burro. Se sentía clarito el volar del mosquerío y el resuello de todos. Uno por uno fueron desapareciendo los bichos, convencidos del disparate hecho. Media hora después en el abra estaban solos los tres hombres sobre el ceibo caído, mudos e inmóviles. El alcalde Ortega lanzó un gran suspiro, levantó la cabeza y murmuró: 
-¡Este burro me ha avergonzao del tuito!- La verdá es que seamos unos forajidos...
El coronel tuvo como un sobresalto, salido del fondo de su conciencia, quizá, si es que la tenía. Exclamó:
-A mí también, alcalde. Habló como un dotor ese burro..
Entonces Garzón reaccionó. Se irguió y dijo: 
-Lo que pasa es que este burro jué criao en mi estancia. Una vez se empacó en el carro y yo mesmo le estaba deshaciendo un garrote en el lomo cuando reventó los tiros, aventó como a diez cuadras el carro y ganó la sierra. Lo hubiera seguido ese día, le hubiera metido una bala en el mate, y los bichos y nosotros no hubiéramos oído lo que hemos óido. ¡Miren en lo que hemos venido a cáir!
Entretanto el zorro trotaba, estallando de cólera, entre don Aguará y don Yaguareté.
-¿No les dije -hablaba- que este perdulario iba a reventar el pastel? Aura, con lo que le dijo a los hombres, vamos a tener que emigrar o meternos en el fondo de la Laguna del medio. ¿Les tocó tuitas las mataduras y el corcoveo va a ser fiero!
-Mirá, Juan, callate. Hicimos una barbaridá y ya está hecha. Y te viá decir esto: vos sos quien menos puede alegar. El hombre cría pollos y vos se los pelás muy orondamente sin pagar cercos ni raciones. Por eso a veces uno de ustedes aparece con el lomo rociao de una chumbiada, lo que está muy bien hecho.
El burro llegó a su rancho, donde tenía su patrona. Cuando ésta le preguntó cómo le había ido, contestó:
-De bien tres jemes pa arriba. ¡Vieras la cara que pusieron tuitos, bichos y hombres, cuando les canté las cuarenta!
El negro Juan Amorín había quedado solo en el monte, como petrificado, sentado en el suelo junto a su caballo. Estaba espantado y al mismo tiempo dolorido de lo que dijo el burro, que era una verdad sin levante. Y después de una trágica cavilación, como podía elegir entre ser racional o irracional por su calidad de lobizome, decidió terminar su vida siendo bicho, cualquier bicho... Y con su caballo de tiro se internó en la sierra.

José Monegal
El Lobizón
Cuentos uruguayos del séptimo hijo varón
Mario Delgado Aparaín
La República

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Monegal

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio