La casa en El Prado |
ahora la palabra busca la cámara para trazar en un arco preciso una fotografía del pasado sueño, pero ninguno de los instrumentos me contiene o contiene aquél que fui en la Casa mansa frente al jardín botánico, al verde brillante de las hojas, el arco iris cósmico de los prados con sus flores de alegría, los añejos troncos con sus verdes copas oscurecidas sobre el sendero húmedo. Y el silencio transparente, cristalino el silencio del tiempo subiendo por las raíces hacia el aire apenas cortado por risas infantiles. No hay fotografía, ni cámara, ni palabra, que intente con su artificio aquella recuperación imposible, el inolvidable rincón de mi alma que nacía a un espacio supremo donde se modelaría ese yo que se pasea con mi nombre y apellido. Pero el ser que era se quedó en las estancias que abandonaba sin conciencia, ese niño que protege su vida y su crecimiento, ese adolescente que imagina la pluralidad de los mundos, ese joven que se pierde en confusiones y se suicida al partir hacia otro espacio. Todo acto es impotente. Nada vuelve atrás, a recobrar los muertos queridos que cuidan nuestras inequívocas renuncias. Arrojado a la vida como a la arena de leones y panteras, perdida la tibieza del sol anciano del abuelo, la mansa tarde de cristal, hojas y flores en las manos blancas de la madre, el cierzo que se esfuma, aquel lugar donde fui feliz sin comprenderlo, aquello blanco y sol que se fue... Y ahora la palabra que busca lo imposible. |
Los
lentos remeros sobre espesas aguas
Álvaro Miranda Buranelli
alvaro@alvaromiranda.com
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