Enrique Amorim, el narrador |
Cuenta Samuel Smiles que Erasmo de Rotterdam compuso su
Elogio de la locura en siete días pero en su obra condensó el resultado de los estudios de una vida entera. Acaso en la orilla opuesta de la creación Enrique Amorim desarrolló una vasta labor literaria durante cuarenta años. En ese tiempo que le tocó vivir dispuso el persistente ejercicio de dos arduas pasiones: la literatura y la vida. Su intenso trajinar viajero lo llevó a Europa, en varias ocasiones, E.E.U.U., Canadá, Chile y U.R.S.S. Desde su Tangarupá natal, al norte de Salto, al mundo ancho y ajeno. Su sensibilidad, su inteligencia, su activo humanismo, lo acercaron a las teorías sociales que pronto llevó a una praxis de compromiso político-social. Sintió, asimismo, la dual atracción del espectáculo: cultivó las formas dramáticas pero también fue un cineasta aficionado que desembocó en crítico de cine, en
palmaria receptividad de las transformaciones culturales que se operaban en el mundo de principios de siglo. Ejerció labor periodística, fue atento ensayista que trazó singulares semblanzas literarias (de su coterráneo Horacio Quiroga; del crítico argentino Juan Carlos Castagnino). Debutó en el género lírico a los 20 años con un libro cuyo título celebraba justamente esa instancia vital. Era el primero de una larga serie de libros de poesía que escribiría y publicaría entre 1920 y 1960. Prodigó su talento en todos y cada uno de los géneros literarios; lo hizo extensivo a la amistad, de cuyo testimonio da cuenta la nutrida correspondencia que recogieron los años; los múltiples y fecundos viajes, verdaderos estímulos de creación y vida. Cumplió, en fin, durante los 60 años que vivió entre 1900 y 1960, un periplo vital y artístico cabal hasta que llegó el instante de la partida definitiva. El
crítico ordena,
posteriormente, las
diez novelas
en tres
grupos que
corresponden a
tres períodos
en los
cuales se
producen importantes
cambios vitales
en Amorim.
Así, un
primer grupo
de novelas
incluiría Tangarupá,
La carreta
y El paisano Aguilar.
En ellas
se aprecia,
sustantivamente, la
fuerza y
el poder casi
mágico de
la tierra, comienza
a entreverse
el diálogo
del hombre
con la
llanura como
expresa el
propio Amorim
en El paisano
Aguilar. Lejos
de la
experiencia romántica
es ésta
una relación
diferente a
la metafísica
del hombre
en su inmersión en
el ámbito
natural. Hay
una visceralidad
más honda,
expresada en
modo realista.
Es la
experiencia del
campo, acaso
desde una
visión ciudadana
enriquecida por
el conocimiento
directo de
la cultura europea,
pero, asimismo,
intrínseca, hondamente
sentida, sensibilizada. El
segundo grupo
de novelas
se integraría
con: El caballo y su
sombra, La
luna se
hizo con
agua, La
victoria no
viene sola,
Todo puede
suceder. Escritas algunos
años después,
muestran una
mirada diferente
del creador.
Son novelas
donde el
tiempo ha
transcurrido, el
mundo ha
cambiado y
el autor acusa
las transformaciones
en la
ejecución de
su narrativa.
Aparecen más
nítidamente ciertos
enfoques sociales
y, a
veces, el
tema social
se vuelve
dominante. El
tercero y
último grupo
de novelas
incluye: Corral abierto, Los
montaraces y
La desembocadura.
Estas obras
fueron escritas
cuando el
autor ya
conocía su
frágil estado
de salud,
la enfermedad
que lo llevaría a
la muerte.
Eran obras
creadas a
favor de
la vida, contra
el tiempo
que se
escurría entre
los dedos,
con la
conciencia de
la cercana
muerte. En ellas,
extremando su
vida y
su talento consiguió
Amorim culminar
su mundo
narrativo. Arturo
Sergio Visca
centra el
estudio de
Amorim en
el análisis de
sus tres
novelas más
representativas: La
carreta, El
paisano Aguilar,
El caballo
y su sombra. La
carreta
surge como
novela a
partir de
un cuento de
1923 titulado
Las quitanderas
donde creaba
Amorim un
tipo humano
(mujeres de
la vida dedicadas
a diversas
formas de
comercio, inclusive
de sí
mismas, que
atravesando los
campos, centralizaban
su actividad
en una carreta) si
bien realista,
probadamente ficticio,
imaginario. * Ahí
puede percibirse
la potencia
creadora del
autor que,
desde la
fantasía, elabora
en una
descripción firme
y convincente,
figuras humanas
que terminan
por insertarse
verosímilmente, en la
realidad. En la narrativa de Amorim la desaparición del gaucho ha ido ganando espacio para el surgimiento del paisano. El campo responde a una nueva realidad histórica y el escritor, lúcidamente, convierte la novela en el reflejo del mundo. Partiendo de un personaje se nos muestra cómo opera el campo sobre el carácter del mismo. Con la sensibilidad alerta y la mirada profunda que Serafín J. García notaba en Amorim. La
dualidad cultural
en Amorim
y Borges Varios
críticos y
cronistas coinciden
en marcar
que la
escritura de
Amorim parece
trazada sobre
una dualidad
cultural, acaso
frecuente en
los escritores de
su época:
por un
lado, el
tema campero,
las voces y modismos
criollos, el
terruño, lo
nacional; por
otro, la
formación intelectual
culta,
nutrida de
experiencias internacionales, las
lecturas y
el arte cosmopolita.
Bien se
conjugaban en
su estancia
Las
nubes los
cuadros de
Blanes y
Figari junto
a dibujos
de Picasso
o Portinari.
Si bien
Amorim vuelca
sus ojos
al campo
hay, en
su vasta
producción, narraciones
donde asoma
lo
fantástico o
lo policial :
en Feria
de farsantes
anota Ricardo
Latcham[3]
que “existe
algo novedoso:
la mezcla
de un asunto policial
con una
finalidad política
destinada a
combatir el
fascismo. Los
inconvenientes de
tal procedimiento
se superan
y la ficción predomina
haciendo recordar
la técnica
de El asesino
desvelado, otra
muestra de
su versatilidad
imaginativa que
saltaba de
la ciudad
al campo,
de lo
psicológico a
lo meramente
descriptivo, del
cuento poemático
a lo
social...”. El
lector atento
ya habrá
descubierto cierto
paralelo con
Jorge Luis
Borges. También
en Borges
hay una
dualidad cultural
que surge
del entramado
entre su
educación y
aprendizaje europeos
y su inserción juvenil
en la
cultura argentina
y rioplatense
de los
años veinte.
Pero, mientras
en Borges
predomina el
criterio esteticista
tendiente a
su inclusión
en el grupo de
Florida,
atento a
la máxima del
arte
por el
arte, en
Amorim, el
criterio esteticista,
que también
existe, se
filtra por
la realidad y
lo inscribe
en la
tendencia social
del grupo
de Boedo.
Para Borges,
el entorno
es un medio para
el desenvolvimiento
de un
fin determinado:
el ambiente
rural, los
sombríos callejones
cruzados por
compadritos, el
rancho o
la casa
de pueblo
con sus
personajes típicos,
sirven como
pretexto para
el desarrollo
de una
aporía fantástica,
una proposición
metafísica, una
postulación cosmogónica,
en todo
caso, la
vastedad múltiple
de la
especulación filosófica,
lógica o
matemática. Así,
Funes el
memorioso por
ejemplo. En
el caso
de Amorim
la trama
narrativa opera
como mostración
de una
realidad social
acuciante y
cuando toca
la temática
de índole
fantástica habría
que preguntarse
hasta dónde
no hubiera
podido incidir
en dicha
elección la
proximidad familiar
y amistosa
con Borges.
No debe olvidarse
que, como
anota Alicia
Jurado[4]
refiriéndose a Borges:
“...en febrero,
mes de
vacaciones del
padre, visitaban
a unos
primos de
la madre
de apellido
Haedo, en
su quinta
de Montevideo,
en un lugar llamado
Paso del
Molino. Allí
jugaban los
tres, Norah,
Georgie (Borges)
y una prima Esther
Haedo ( casada
después con
Enrique Amorim
)...” (el
subrayado nos
corresponde ). Como
puede apreciarse
la relación
familiar indujo
a una
estrecha amistad
entre Borges
y Amorim:
ambos escritores,
ambos formados
en una
cultura de
influencia europea,
ambos lúcidos,
formales, de
depurado estilo.
Acaso con
una única
diferencia: la
predilección borgeana por
la literatura
fantástica que
enuncia una
línea de
escritura eminentemente idealista ;
en Amorim,
en cambio,
una sensibilidad
dispuesta hacia
el hombre
y su medio, las
confrontaciones con la
tierra y
la llanura, el
entramado social,
en una
línea de
expresión realista
que acaso
también explique
por qué
Borges eligió
la narración
breve, el
cuento, el
ensayo, en
tanto que
para Amorim
fue la
novela el
modo más eficaz
de expresar
su orbe
creador. En
una fotografía
de 1933,
tomada en
Las
nubes, se
puede apreciar
a ambos
escritores. Eran
casi de
la misma
edad (Borges
nacido en
1899; Amorim
en 1900),
los unían
atributos e
intereses comunes,
similar educación
y razones
de parentesco.
No sería
casual hallar,
en la
obra personal
de ambos,
referencias alusivas
que se
tienden como
puentes o
guiños al
lector. En
Funes
el memorioso
se habla
de un primo de
Borges de
apellido Haedo.
En obras
de Amorim
se incluyen
figuras reales,
conocidas del
autor, como
personajes literarios,
preservando el
recurso que
utilizara Dante
y Borges
lector de
Dante. Amorim
publica El asesino desvelado
en la
colección Séptimo
Círculo que
fundaran Borges
y Bioy
Casares. ¿Acaso
imita a
Borges en
el cuento a
él dedicado
titulado Gaucho
pobre? Es
a instancias
de Amorim
que la
Sociedad Argentina
de Escritores
crea en
1944 el
Gran Premio
de Honor
y se
lo otorga
a Borges
como desagravio
por no haber obtenido
el Premio
Nacional de
Literatura de
1942 que,
en opinión
mayoritaria, le
correspondía al
escritor argentino.
Cuando la
revista Sur publica
su, ahora
famoso e
inhallable No.94
del mes
de julio de
1942, número
de desagravio
a Borges por
el que
circulan algunas
de las más prestigiosas
firmas de
la época, la
de Amorim
es una
de ellas.
Capítulo aparte
merecería un
atento examen
de esta
interinfluencia mutua
entre dos
de los
mejores narradores
rioplatenses. Hay, pues, varios rostros en Amorim: el novelista del campo y de la ciudad, los ejercicios policiales, la modernidad europea y erótica de Eva Burgos, el periodista detrás de los múltiples seudónimos, el aficionado a la imagen cinematográfica, el poeta precoz que preserva lo poético dentro de lo narrativo, el hacendado de fortuna que coexiste con la fraterna preocupación social por los desposeídos, el amigo constante a través del tiempo, el viajero curioso, incansable, atento a los cambios y novedades del arte cosmopolita, el hombre apegado a la tierra y al sufrimiento de los hombres inclinados sobre esa tierra. En fin, una vida intensa y una obra múltiple que reclaman una percepción múltiple como forma de eludir el estereotipo engañoso o la reiteración del lugar común. Referencias: [1]
Rodríguez Monegal, Emir: Literatura uruguaya del medio siglo. Alfa, Montevideo, ed. 1966. [4]
Jurado, Alicia: Genio y figura de Jorge Luis Borges. EUDEBA, Buenos Aires, 1964. Bibliografía consultada
Amorim,
Enrique: El
paisano Aguilar.
Editores Asociados,
Montevideo,
1989. Vs. autores: Enrique
Amorim. Enfoques críticos.
Compiladores: Alvaro Miranda Buranelli
y Carlos
Nodar Freire. Editores Asociados, Montevideo, 1990. Zum Felde, Alberto: Proceso
intelectual del
Uruguay. Librosur, Visca,
Arturo S. : Antología
del cuento
uruguayo contemporáneo Universidad de
la República, Montevideo,
1962. Borges, Jorge Luis: Mito y realidad del gaucho en La carreta. (Edición alemana de 1937. Reedición en semanario Marcha del 5 de agosto 1955). |
Conversaciones
Versaciones Con - por Alvaro Miranda Buranelli
alvaro@alvaromiranda.com
Ir a página inicio |
Ir a índice de Ensayo |
Ir a índice de de Miranda, Alvaro |
Ir a mapa del sitio |