Apuntes sobre poesía uruguaya actual |
I.-
La década del 70. Uno
de los males más frecuentes que amenaza el desenvolvimiento de los nuevos
escritores es la fijación obsesiva de los ídolos. La sacralización de
los “monstruos sagrados” opera negativamente en dos planos: impide
conocer nuevos valores que permanecen a la sombra de los ídolos y vuelve
estacionaria, rutinaria, la literatura; disuelve el dinamismo orgánico
que la alimenta; fosiliza, en suma, produce imitadores antes que
creadores. Se gusta de Neruda, de Benedetti, de García Lorca. Punto. Ahí
termina la cultura poética media. Se agrega un nombre aquí, se coloca
otro allá, pero en definitiva, los nombres siempre son los mismos, los
poetas conocidos son siempre los mismos, la canción es la misma. Esta
reiteración, niega, por desconocimiento, la revelación de nombres
nuevos, nuevos poetas, no por el mero gusto de conocer gente recién
llegada, sino por el justo acto de abrir la poesía, de dejarle desplegar
su robusto cuerpo de árbol, de canalizar su savia hacia la inteligencia. Nuevos
poetas. Se podrían llenar páginas con los nombres de interesantes,
originales o excelentes poetas esperando su día en todas partes de América
y del Mundo. Duele comprobar que, en relación con otros países
latinoamericanos, nuestra poesía permanece estática. No hay entre
nosotros nada similar al modernismo o el concretismo brasileños.
Si bien hay cultores puntuales de estas corrientes poéticas norteñas
siempre se trabaja a nivel individual, nunca a nivel colectivo, como hacen
los poetas brasileños con cada una de las corrientes, tendencias, líneas
poéticas que, generación a generación, se preocupan de explorar. Así,
al concretismo le suceden el neoconcretismo, la poesía
praxis, el poema proceso, los alternativos y marginales,
y así sucesivamente. En Uruguay nos quedamos en el círculo reiterativo
de formas expresivas que, a lo sumo, saldan deudas con poetas de las
generaciones anteriores. Recién se ha producido un arranque transformador
hacia finales del siglo XX pero hacia los años setenta se tenía la cabal
sensación de que las revistas literarias que llegaban del exterior nos
advertían que el mundo seguía rotando mientras, entre nosotros, la
sensación era de un mundo detenido sobre el eje generacional del 45 o del
60, (continuación del 45). Por aquellos años los sentimientos eran de
retracción, crisis, confusión, desesperanza, oquedad, sendas que conducían
a nada y que no eran ajenas al contexto político-cultural de la época.
Duele comprobar que, casi cuarenta años después, se ha vuelto casi un
estado de espíritu: metas que se desvanecen, incomprensión, fatiga estéril,
soledad, nihilismo y pérdida. Estos son, muchas veces, los signos de la
actual poesía – por extensión, literatura – uruguaya. En
ese contexto, en absoluto propicio al desenvolvimiento de la creación,
hubo, sin embargo, intentos, proyectos, iniciativas, que procuraban nuevos
cauces de apertura poética. El signo, quizás, era la búsqueda crítica
pero desordenada. Hubo pocos intentos colectivos pero existieron. Había
voces que se perfilaban, otras que el tiempo fue desdibujando, promesas
desvanecidas y realizaciones lentas. En medio del caos social, el miedo,
el peligro, la década del 70 es, de alguna manera, la década de Ediciones
de la Balanza. Más precisamente, la segunda mitad de los años
setenta pues los primeros títulos de esta colección datan de 1976. Allí
publican poetas con obra anterior y aquellos que lo hacen por primera vez.
Su gran valor fue mantener viva la poesía en época extremadamente difícil.
El reconocimiento, pues, le corresponde a las tres figuras que la llevaron
adelante: Laura Oreggioni, Rolando Faget y Julio Chapper. Ella, en calidad
de profesora; ellos, en su carácter de poetas, publicaron sus obras pero
abrieron las páginas a nuevos autores – entre los que me cuento – que
tuvieron así la oportunidad de hacer conocer sus óperas primas.
Asimismo, Balanza rescató poetas y, antes que nada, dio impulso a un género
generalmente no apreciado por demasiados lectores pero ideal para
transmitir la pulsación íntima de una sociedad conmocionada. Ediciones
de la Balanza publicó quince libros en cuatro años de trabajo.
Mientras las editoriales tradicionales del medio se replegaban (Arca y
Banda Oriental), Balanza abrió las puertas al aire nuevo de la poesía.
Allí aparecen voces de los 60 ( Arbeleche) y voces de una nueva generación
en ciernes (Garet, Fontana, Courtoisie, Oroño, Miranda) con algunos
autores veteranos (Capagorry, Elissalde, Macedo, Giovanetti Viola, y los
propios impulsores del proyecto, Rolando Faget y Julio Chapper). Desde
Las Piedras, Libros de Granaldea nos hacía conocer la poesía de
Marcelo Pareja y Alejandro Michelena. En ediciones de autor se publicaban
primeras obras de Roberto Appratto, Eduardo Espina, Elder Silva, quienes
después continuaron la realización de su obra mientras otros autores se
desdibujaron en el contexto de los años siguientes: Cristina Carneiro,
Angel José Oliva, Ana Barcellos, J. Manuel García Rey, Martha Peralta,
Juan María Fortunato, Ramón Carlos Abim, Maeve López, Víctor Silveira
y otros. Guillermo Chaparro, controvertida figura que marcó una inflexión
en el proceso de la poesía uruguaya de los 70; Clemente Padín, siempre
dispuesto a la investigación exploratoria del lenguaje poético.
Editorial Géminis, que respondía a la dirección del injustamente
olvidado narrador Julio Ricci, publicaba una de las obras de un poeta
renovador como Enrique Fierro. Arca se dedicaba más a poetas de los 60
como la inimitable Marosa di Giorgio o Salvador Puig. Y Banda Oriental
editaba poetas de los 60 como Benavides, Hugo Achugar, pero también
dejaba un margen para presentar primeras obras de Alfredo Fressia, Víctor
Cunha, Eduardo Milán, Carlos Pellegrino. La
presente no pretende ser una enumeración selectiva ni crítica sino
simplemente mostrativa del caudal de nuevos autores que venía a sumarse a
los ya existentes. Acaso curiosamente, de todos los géneros literarios,
fue la poesía uruguaya la que reunió mayor número de ediciones, quizás
como presencia contestataria y crítica
de la situación social que se vivía y para reflejar la cual es la
poesía, con sus metáforas, circunlocuciones, elipsis, el instrumento artístico
más solvente para mostrar, analizar y criticar. II.- El problema de las clasificaciones.En
1957, Carlos Real de Azúa escribía para la revista argentina Ficción
sobre la necesidad de recurrir a un sistema de “claves” (categorías)
para designar la realidad de las letras uruguayas en esa época. Utilizaba
las siguientes: -
Intelectual: el
escritor cuyos atributos eran el ingenio, la lucidez, la cultura.
La palabra inmanencia convenía a esta definición. _
Espiritual: el
autor esencialmente intuitivo cuyos rasgos comprendían la
emoción,
el sentido de la vida, los “problemas básicos de la
existencia”. La palabra trascendencia
convenía a esta definición. Aplicando
estas categorías a las revistas literarias de la época, calificó a Número
con la etiqueta de intelectual y a la contemporánea Asir
como espiritual. Veintitrés años después
cuando Wilfredo Penco establece un doble camino en la poesía
uruguaya actual y señala la orientación de algunos poetas hacia el textualismo
ubicando, en forma consiguiente, a los otros poetas, en el emocionalismo,
en rigor otorga nueva designación a
una dualidad tan antigua como la literatura. Pero esa dualidad no es
abarcativa de la compleja realidad actual.
La categoría espiritual trazada hacia 1957 encuentra su
equivalente 1980 en el llamado emocionalismo, así como la clave intelectual
de mediados de siglo es la correspondencia del nominado textualismo.
Acaso más ajustada sería la realización de una tipología de la poesía
uruguaya actual para, recién entonces, conformar una clasificación más
definitiva. A priori, esta traslación se reduce a mera sucesión nominal
que, en modo alguno, refleja el complejo poético nacional. De hecho, el
poeta puede reconocerse en rasgos de una u otra categoría. Los maniqueísmos
pueden ser didácticamente útiles pero la realidad no se deja encasillar
tan fácilmente. El
textualista (versión 1980) sería el poeta en cuya creación se
apela a los elementos culturales, la lucidez, la experimentación
textual incorporando los avances de la lingüística (semiótica,
semiología), hurgando en la estructuración del texto, recurriendo a la
clave formalista antes que a la categoría semántica. La
influencia exterior más notoria parece proceder de Francia y, en casi
igual medida, de Brasil. Ya
en la década del setenta, el poeta Jean Marie Le Sidaner evidenciaba la
preocupación lingüística de los actuales escritores franceses:
“nuestras actividades poéticas – decía – están orientadas sobre
el lenguaje, la escritura misma del poema”. No
otras palabras podrían pronunciar varios autores nuestros. Acendrados vínculos
culturales permiten una atenta asimilación de esta poética y una
solícita vertiente exploratoria se abre en el trabajo creador de quienes
serían – en nuestro medio – portavoces o representantes del textualismo.
De la virtual conjunción del lingüismo y, por ejemplo, el concretismo
brasileño surge cierto textualismo poético uruguayo. La palabra es sometida a trabajo de
laboratorio, el texto se transforma en estructura de estudio cuyas partes
esperan una estricta
vivisección, el poema se somete a microscopio. Detrás hay una saludable
intención de búsqueda, de análisis dinámico, de transformación, en
suma, que es lo que hace a la esencia de la poesía. A veces ocurre que el
experimento es atractivo pero no lúcido, hay magia verbal pero no
hay esencia verbal. La palabra se regodea en la aliteración
ensimismada de su propia fascinación y olvida la energía vital, lúcida,
de los contenidos. En
el otro rincón, el emocionalista
parece seguir una concepción más tradicional de lo poético,
preserva las formas y contenidos líricos, los motivos, el clima,
acaso la coloquialidad narrativa, la expresión de la subjetividad.
Permanece la antigua concepción de la poesía como “arte de transmitir
la emoción”, fino sentimiento, intuición, en todo caso, sensibilidad
expuesta. Desde luego, ya Carlos Real de Azúa descartaba la sentimentalina
(se habla de la buena poesía). Aquí predomina lo semántico
y se tiende a la expresión coloquial, discursiva,
que recurre a la esfera de la cotidianeidad y suele incorporar
elementos narrativos. Es en esta clasificación que encontramos una serie,
acaso indefinida, de subdivisiones, derivadas de la subjetividad
expresiva. En este punto, se nos ocurre que la designación “emocionalista”
es excesivamente amplia y puede producir cierta ambigüedad de
interpretación. Si los “textualistas” se definen por una
postura más o menos uniforme, en los “emocionalistas” hallamos
no una sino varias posturas, acaso tantas cuantas sean las voces,
por ende, varias deben ser las clasificaciones. Se
nos ocurre que, en disposición de clasificar, sería más conveniente
establecer la división según la relación del poeta con el signo,
categorizando por la atención
preferencial hacia el significante o hacia el significado.
Advertimos la necesidad de una clasificación exhaustiva, para lo cual, se
propone ensayar una tipología diferencial de las diversas clases
de poesía en nuestro país. Un estudio más detenido en ese sentido puede
permitir una gradual elucidación de la complejidad presente. III.-Pistas
para una tipología. La
confluencia temática, la analogía estilística, una similar postura
frente al hecho literario, concepciones estéticas compartidas,
constituyen algunos de los elementos a considerar en la conformación de
una tipología poética. Nuestra intención, sin embargo, es dejar
establecidas algunas “pistas” para la elaboración de una
tipología propiamente dicha que, de alguna manera, ayude a clarificar la
complejidad poética uruguaya. La
imbricación generacional que se produce en nuestro medio hace que la
sucesión de promociones literarias sea casi un fenómeno osmótico. La
generación de los años 60, por ejemplo, incorpora a las nuevas voces que
comienzan a proyectarse en los 70, a través del conocimiento de unidades
culturales presentadas como magistrales, muchas de las cuales
efectivamente lo son, generando una empatía continuadora, asimiladora. Así
en la tendencia hacia el “formalismo poético”. La
multiplicidad tipológica se diversifica en quienes representan una línea
que |
Álvaro Miranda Buranelli
alvaro@alvaromiranda.com
Ensayos publicados originalmente en el suplemento literario de
Tribuna Salteña (Salto, Uruguay) los días 27 de julio, 24 de agosto y 5 de octubre de 1980.
En esta versión los tres ensayos aparecen agrupados bajo un único título. Asimismo, se han efectuado modificaciones sustanciales.
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