Apuntes de una de las posibles lecturas de El cazador de lluvias de Jorge Meretta |
El título del libro ofrece una primera o posible clave para su lectura. El cazador, el que aspira a cazar, aspira a apropiarse de algo que en su estado natural no parece destinado a pertenecer a nadie más que a su propia razón de ser. El cazador aspira a desnaturalizar algo...; aunque sea inspirado por el más noble de los propósitos, la realización de su deseo implica la modificación de un modo de ser, la modificación de un estado de algo. La lluvia, el otro componente del título, es la expresión paradigmática de algo que permanece al mismo tiempo que es fugaz o efímero. La lluvia, a veces ternura, a veces aluvión, que tanto puede convocar a la calidez de un hogar o un amor como a la vulnerabilidad o el desamparo, es femenina. Y es lo que, siendo, se manifiesta como un constante dejar de ser. ¿Cuál es la fantasía que inspira al cazador de lluvias? Sabe o siente que no puede atrapar -desnaturalizar, detener- la fugacidad. Como Fausto, con el conflicto que le provoca la aspiración a la permanencia pese a la convicción de que todo es ineluctablemente efímero o fugaz, el cazador de lluvias aspira a apropiarse de lo inapropiable, detener aquello que solo existe si es movimiento. La fantasía que inspira al cazador de lluvias, sin embargo, es una fantasía realizada en el libro de Jorge Meretta. ¿Cómo lo consigue, cuál es la trampa que utiliza este cazador? Es la siempre mágica trampa de la poesía. El libro está integrado por veinte poemas y seis imágenes. Las imágenes provocan una inquietante zozobra, una rara o fascinante mezcla de incertidumbre, angustias y certezas. Son seis imágenes diferentes, pero también son seis imágenes iguales. Y también, y quizás esto sea lo más alarmante, cada nueva mirada se comporta como mirada inaugural. ¿También aquí está Heráclito? Se mira la misma imagen, pero al cabo de algunos instantes esa imagen ya no es la misma aunque no haya cambiado. Estas imágenes no responden a un uso convencional del código gráfico: son resultado de un uso arbitrario de ese código. Del mismo modo que podemos decir que la poesía es consecuencia de un uso arbitrario de la lengua. Estas imágenes son poesía. Los veinte poemas presentan una peculiaridad apenas perturbada en un par de versos: los verbos están en presente. La mágica trampa de la poesía hace posible que la fugacidad del instante permanezca como en una estampa. Estos poemas son imágenes, son fugacidad detenida. Las imágenes son poemas. Los poemas son imágenes. El lector, siempre vulnerable a todas las trampas, se hace dos preguntas: ¿con qué tipo de cámara se han fotografiado estos poemas?, ¿con qué tipo de pluma o teclado se han redactado estas imágenes? Lo lírico y lo gráfico, códigos diferentes al servicio de la expresión de una fugacidad inapresable (¿la lluvia?) que, no obstante, ha quedado inmovilizada (¿cazada?) en las páginas del libro para decir cada vez, siempre, algo distinto. El poeta, con su cámara lírico-gráfica, ha cazado la lluvia y la comparte porque, como dice el último verso del libro, ‘la música no tiene fin’. |
Prof.
Jorge Miguel
CeRP del Este, Maldonado, 2004
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