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Viejos boliches camino a la Cruz |
El
viejo camino Carrasco, en su largo trayecto, tiene muchos bares con muy
variadas características. De los más antiguos, como alguno con aires de
pulpería que avanzado este siglo estaba por la zona de la Cruz de
Carrasco, ya no queda ni el vestigio. Pero sin embargo se conserva sí un
reducto centenario, que a pesar del tiempo y las reformas mantiene rasgos
que lo ubican en la no muy extensa lista de boliches de barrio que no han
perdido su perfil. Nos estamos refiriendo al bar La Virgen, de Camino
Carrasco e Hipólito Irigoyen. Los
avatares del "progreso" han hecho que ahora esté formando parte
de lo que vendría a ser la esquina comercial del populoso conjunto de
viviendas conformado por Euskal Erría y varias cooperativas, pero se
adivina aún su alejada condición de faro de las noches oscuras donde
recalaban trabajadores de las chacras de Malvín (esas que en la década
de los sesenta todavía existían a ambos lados de la avenida Italia y
hacia el camino Carrasco, unas cuadras antes de llegar a Veracierto), los
ladrilleros de las fábricas que todavía existían más adelante hasta no
hace muchos años por el mismo "camino", e incluso algún
italiano quintero de más allá de "la Cruz" en noche de farra.
Desde afuera dice poco; los sucesivos retoques y reformas han desdibujado
la que sería su original fachada. Lo que sí llama la atención es la
virgen de la que toma su nombre, empotrada en la pared, casi sobre la
puerta principal, la que según cuentan las historias del barrio –e
incluso las que circulan en los tés de la tarde de algunas señoras de la
zona– fue encontrada en la costa del Plata, a la altura de Carrasco,
proveniente sin duda de algún velero hundido en el siglo pasado. Sea
como sea, la virgen está allí, y junto con la cruz de Bolivia y Camino
Carrasco, transforma a esta última calle en una de las más
"religiosas" de la ciudad. Pero entrando al bar podremos ver
otros iconos venerados, de una religión más laica y popular: por un lado
está Gardel, con su inalterable y canchera sonrisa, y por el otro Dogomar
Martínez, con los guantes puestos y en actitud de espera del adversario. El
boliche ha sido modernizado, como lo atestiguan la cármica en sus sillas
y mesas, el piso y el techo. No obstante, mirando las puertas enormes y
desvencijadas, podemos hacernos una idea de los años que debe tener el
local. El mostrador "de estaño" ya no está; en su lugar se
encuentra uno de mármol, tal vez colocado hace unas cuatro décadas. Por
detrás se puede ver una estantería de madera oscura –unos de esos típicos
muebles para las bebidas– que es una verdadera reliquia. Pero lo más interesante es la gente, los parroquianos, pocos pero en apariencia eternizados en gestos que seguramente se vienen reiterando desde hace quién sabe cuánto tiempo. |
Alejandro Michelena
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