Sara Gallardo es una escritora. Con esto -con una afirmación así, en
apariencia tan vaga— queremos aclarar que este libro no es, en
absoluto, una oscilante experiencia todavía primeriza Por el contrario,
sus peculiares narraciones (a veces, casi poemas en prosa) conforman un
mando riguroso y hondo.
La autora tiene en su haber otros libros: Enero;
Pantalones azules; Los galgos, los
galgos, Eisejuaz. A juzgar por el lugar que hoy ocupa, se intuye una
evolución sostenida, una maduración fecunda de sus medios expresivos,
hasta desembocar en relatos que sobrenadan esa zona que alguien definió
bien como "realismo fantástico", pues, no deja en ningún momento de ser
ambas cosas: realidad y fantasía. Precisando más: los elementos
realistas —manejados con levedad, y hasta se podría aventurar que con
cierta cautela- son el firme basamento
de la estructura de estas historias sobre el que se va elevando (sin desprendérsele nunca) el factor maravilloso.
Sus cuentos de animales (ratas, perros, leones y gatos, pero sobre todo caballos) se mueven entre la fábula y las leyendas del campo. También —y esto es aún más creativo y original— logra algo parecido con los trenes; sobre todo en La gran noche de los trenes, donde la mera noticia de la entrada en desuso de los viejos ferrocarriles de Buenos Aires es pretexto para uno de sus momentos más surreales. El punto más alto es, quizá, Un solitario, donde se atiene más rigurosamente a una visión realista, pero hundiéndose en el alma de sus personajes.
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