En
los años pasados se habló y escribió mucho acerca de la existencia de
escritores secretos, sobre todo narradores, que por la temática de sus
obras o por la situación de languidez cultural en la que estuvo sumido
el país, no daban a conocer sus textos pese a tener edad más que
suficiente para ello. Muchas expectativas se abrieron a la espera de lo
que aportaría esa cara desconocida de nuestras letras recientes; las que
no se cumplieron, desde el momento en que no llegó a producirse la
aparición masiva de talentos que guardasen lo suyo celosamente en los
cajones. Pero el final del 85 deparó una sorpresa en tal sentido, con la
publicación de Canción de Severino, de Guillermo Álvarez
Castro, un estricto exponente -de nivel literario- de ese grupo aún no
surgido como tal de escritores "secretos".
El autor de esta novela pertenece, por edad, a la promoción de
escritores que ya eran veinteañeros en tiempos del golpe de estado,
entre los que se puede nombrar a Tomás De Mattos, Milton Fornaro, Mario
Delgado Aparaín, entre los más conocidos. A diferencia de ellos, no tuvo
parte activa en el quehacer cultural de fines de los setenta y comienzos
de los ochenta. Su propuesta narrativa posee no obstante, puntos de
contacto con la de sus coetáneos: el interior del país como escenario de
parte sustancial del relato, la afiliación al realismo, la originalidad
de la búsqueda de modos expresivos (bordeando lo experimental, sin
dejarse atrapar por un afán vanguardista).
