Desde hace un tiempo atrás se puede encontrar en librerías una disfrutable crónica que nos remite a un fragmento casi olvidado del acontecer cultural de nuestra lejana década del treinta. Es debido a la buena pluma y la minuciosa memoria de Julio Bayce, quien fue testigo juvenil de la experiencia de "Arte y Cultura Popular" y del salón literario-musical del apartamento 741 del Palacio Salvo. El autor evoca de manera cordial pero también documentada, la singular aventura que alentara desde 1932 hasta 1946 María V. de Muller, cantante y profesora de canto de origen español, la que nacionalizada uruguaya primero formó toda una generación en el arte lírico para luego transformarse en su madurez en una formidable promotora de cultura.
El libro que nos ocupa es valioso por varios motivos. Primero, por el hecho de llamar la atención sobre un fenómeno de significación artística e intelectual que la crítica —concretamente, la del 45 y epígonos— en su afán desmitificador miró de soslayo y con desprecio. Como bien lo apunta Bayce, aquellos eran los tiempos del "casalismo" (término surgido a partir de la extrema benevolencia laudatoria aplicada sin cortapisas por el poeta Julio Casal, director de la revista Alfar), pero en lo que hace a las conferencias, recitales de poesía y música organizados por "Arte y Cultura Popular" en el Paraninfo de la Universidad durante catorce años, su eclecticismo selectivo "no significó un equilibrismo, una ausencia de sentido crítico, una indefinición valorativa". Y esta
