Es una de las residencias más notables de la Avenida Lezica, con sus torres con reminiscencias de castillo medieval y su amplio y umbroso jardín» Los planos son de 1896, y pertenecen al arquitecto Alfredo Massue. Los materiales y el mobiliario fueron traídos de Francia, y la construcción se afilia al neoclasicismo, estilo en boga en el fin de aquel siglo.
La concreción de esa fastuosa residencia fue iniciativa de la Sra. Matilde Baños de Idiarte Borda, en tiempos en que ejercía la presidencia de la República su esposo, Juan Idiarte Borda. Éste, víctima poco después del único magnicidio de la historia uruguaya, no pudo disfrutar de la nueva casa.
El jardín que rodea el edificio por el frente y sus costados, es obra del paisajista francés Carlos Thays, que ya había diseñada en nuestra ciudad el Parque Urbano (después rebautizado Rodó) y la Plaza Zabala, entre otros espacios verdes. El mismo que en Buenos Aires creó el Jardín Botánico y la parte nuclear de los parques de Palermo.
Senderos curvilíneos entre los canteros de plantas; especies exóticas, pero también cedros, palmeras y abetos. Profusión de jazmines del cabo, azaleas junto a las rejas, un sugestivo cañaveral de bambú enmarcando el Jardín de Verano, santarritas en una antigua glorieta. Todo este esplendor vegetal ubicado dentro de un diseño armonioso, que evoca los parques de Paris. Por otra parte; un invernáculo, un estanque poblado de papiros, un camino bordeado de perales que conduce a la cochera; limoneros y membrillos complementando la reminiscencia de la antigua huerta.
El caserón se desarrolla en dos plantas, y las escaleras ostentan mármoles de Carrara. En la planta baja se ubica el comedor, tapizado en nivel gobelino y con pinturas al aso en el 900. Hay en ese nivel otros salones, y hasta una capilla familiar, así como una gran cocina octogonal. Mientras tanto, en el piso superior se ubican los dormitorios y dependencias de la familia.
Dos construcciones se destacan por detrás del castillo. Una de ellas estaba destinada a cochera y establos, con vivienda para el cochero. La otra era la residencia de la servidumbre.
A partir de los años sesenta del pasado siglo, el castillo de Idiarte Borda permaneció en abandono durante décadas, entrando en una lenta pero persistente decadencia. En algún momento estuvo en manos de una organización religiosa (que lo cerro a cal y canto para los montevideanos). Y más adelante -sobre el final de los noventa- fue objeto de un emprendimiento gastronómico-comercial poco feliz e inadecuado.
Hoy, por fin, el Castillo de Idiarte Borda pareciera encaminarse -ya como edificio considerado patrimonio cultural- por la senda del respeto y la recuperación. |