El Tupí Nambá: arquetipo del café cosmopolita

Un día de mayo de 1889, concretamente el 8 de ese mes, el inmigrante español Francisco San Román fundaba un café –en la esquina de Buenos Aires y la plaza Independencia– al que bautizó Al Tupí Nambá. El nombre aludía a los indios tupí-nambás de la región de San Vicente, en el nordeste brasileño; con él San Román quería evocar sus primeras andanzas en el continente americano, que tuvieron por escenario justamente la tierra del grano aromático.

El recinto se convirtió desde el comienzo en el gran café que aquella Montevideo de fin de siglo, en vertiginoso crecimiento, estaba necesitando. Allí hubo tempranamente una variedad de mesas: de políticos, de intelectuales, incluso de toreros (antes que se prohibieran las corridas). Un busto de Voltaire presidía uno de sus salones, puesto allí por San Román por la fama de gran bebedor de café que tuvo el filósofo francés, asiduo integrante de las ruedas del Proscope de Paris.

En el amanecer del nuevo siglo el Tupí Nambá renovó su apariencia. La decoración estuvo a cargo de artistas y estudiantes de la novel escuela de Artes y Oficios fundada por Pedro Figari. El resultado fueron esos atractivos ambientes que tantos montevideanos veteranos todavía recuerdan con nostalgia: espejos y lambrices de buena madera, sillas thonnet y mesas de mármol, alto mostrador, salones con amplios ventanales al exterior, y hasta algunas estatuas, cuadros y plantas.

El 8 de mayo de 1899 –al cumplir diez años– Francisco San Román asocia a su sobrino, Casiano Estévez, quien continuará al frente del negocio cuando el fundador se retire, en 1911.

El Tupí fue uno de los escenarios privilegiados de las peñas de la juventud bohemia del 900, con sus chambergos de ala ancha, sus grandes corbatas de moña y sus melenas al viento. Allí recalaron los dramaturgos Florencio Sánchez y Ernesto Herrera, los poetas Álvaro Armando Vasseur y Ángel Falco, el crítico de teatro Samuel Blixen, entre muchos otros representantes de aquella generación.

 

Así pasaban los años, multiplicación de tertulias

 

Pero fue a partir de los años veinte –al desaparecer otros cafés que atraían a los intelectuales, como el legendario Polo Bamba propiedad del hermano menor de Francisco, don Severino San Román– cuando el por entonces ya tradicional Tupí Nambá se constituyó en el "gran café del centro", privilegio que iba a mantener hasta la mitad del siglo. Allí hacían tertulia los escritores del grupo Teseo; rodeaban a la figura tutelar de Eduardo Dieste el narrador Manuel de Castro, los poetas Juan Parra del Riego, Emilio Oribe, Enrique Casaravilla Lemos y Vicente Basso Maglio. Los acompañaba la poetisa Blanca Luz Brum, esposa de Parra y una de las pocas audaces que se atrevían por entonces a frecuentar los cafés. Pero también se reunían allí los plásticos: se podía ver en forma asidua al dibujante Adolfo Pastor, a los pintores José Cúneo, Carmelo de Arzadum y Domingo Bazurro, y a los escultores Severino Pose y Bernabé Michelena.

Sobre una de las ventanas que daban a la calle Buenos Aires, desde donde se contemplaba el Teatro Solís, se nucleaba la alegre barra de Carlitos Gardel cuando este venía a nuestra ciudad, algo que resultó frecuente en el final de los veinte y comienzos de los treinta. En el medio del café se ubicaba la mesa del gran arquitecto Julio Vilamajó, a quien acompañaban colegas y además su amigo el escultor Antonio Pena.

 

El viejo Tupi resiste al tiempo

 

Con los años el Tupí adquirió el apelativo de "viejo", para diferenciarlo del homónimo que funcionaba en pleno 18 de Julio casi Julio Herrera, más suntuoso y con aire de confitería, vinculado a los espectáculos en vivo de las orquestas de tango del momento. Y en su ámbito cordial y apacible siguieron conviviendo las mesas de políticos de todas las tendencias –Luis Alberto de Herrera y Eduardo Víctor Haedo, Luis Batlle Berres y su gente, Emilio Frugoni rodeado de compañeros socialistas–, pero además las había de deportistas, de comerciantes, de rentistas, de industriales, de simples empleados, de gente variopinta. Y no dejaron de frecuentar el lugar las figuras vinculadas al arte, predominando desde el final de los cuarenta los teatreros, concretamente a partir de la fundación de la Comedia Nacional y la Escuela municipal de arte dramático.

Por allí hicieron tertulia entonces –en los diez años finales del café– grandes maestros de las tablas como Margarita Xirgú y Orestes Caviglia; el creador del teatro oficial, el escritor y político Justino Zavala Muníz; los primeros actores Alberto Candeau, Enrique Guarnero y Maruja Santullo; alumnos aventajados como Estela Medina, Estela Castro, Concepción "China" Zorrilla y Eduardo Schinca; glorias del teatro universal de visita por aquí, como los franceses Louis Jouvet y Jean Louis Barrault.

El añejo y clásico café Tupí-Nambá, con su amplitud rumorosa, su penumbra coloquial, su condición permanente de microcosmos del diálogo y el intercambio cultural, cerró sus puertas en 1959, privando para siempre a Montevideo de su café paradigmático, que significaba para esta ciudad lo que el café De la Parroquia para Veracruz, el Florian para Venecia, o el San Marco para Trieste.

Alejandro Michelena
Crónica que forma parte del libro Antología de Montevideo (Ed. Arca, Montevideo, 2005).

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