Torres García: el maestro en el páramo
Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

Luego de cuarenta años de ausencia de su país de origen. Formado en Barcelona desde muy joven, y habiendo experimentado el fervor parisién de las novedades artísticas y la vibrante modernidad de Nueva York, con un prestigio sólido y en ascenso, Torres García decide volver al Río de la Plata para crear y predicar en el páramo que era entonces el ambiente cultural montevideano.

Muchos estudiosos del arte latinoamericano se han preguntado por qué ese patriarca de una nueva visión estética realizó un camino tan contracorriente por entonces. El, que estaba tan bien posicionado en los centros de irradiación artística del momento, decide iniciar la aventura del retorno. Y la conclusión a que han llegado es que su peripecia guarda perfecta armonía con sus ideas en el arte y en la vida.

La escuela del sur 

El objetivo mayor del gran pintor fue crear, desde estas latitudes, una escuela de arte –a la que denominó sugestivamente Escuela del Sur– para la formación de pintores, dibujantes, escultores, y hasta artesanos, que se alimentaran estéticamente de una síntesis entre los logros esenciales del arte universal y las esencias americanas. Y buscó en su propia obra reflejar ese camino, que implicaba despojarse de la idolatría moderna que considera sinónimos lo nuevo y lo original, y que pasaba por recuperar el sentido de lo clásico y también la dimensión profunda de una búsqueda genuina de raíces.

Tal vez sus aspiraciones rozaban lo utópico, por lo que no logró plenamente sus objetivos. No formó de hecho una escuela que resultara, como era su pretensión inicial, el basamento de un “nuevo arte americano”. Y tampoco fundó las bases de tal vertiente con su trabajo pictórico personal.

“El concierto”, obra de Joaquín Torres García

Sí quedaba en pie –a su muerte– un sólido taller de formación para artistas en manos de un puñado de discípulos tan fieles como talentosos. Y dejaba sobre todo una formidable y proteica obra, integrada por cuadros constructivos pero también por sus elocuentes retratos de hombres célebres, sus ineludibles paisajes urbanos (Barcelona, París, Nueva York, Montevideo)  compuestos en esa tonalidad  paleta baja que fue otra de sus señas de identidad. Y  además sus murales en lugares públicos, como los del Hospital Saint Bois,  realizados en colaboración con sus alumnos.    

Un auténtico trasgresor

En el presente está considerado  un maestro indiscutible del arte continental. Y ha quedado en el olvido la desconfianza, la resistencia, y hasta la hostilidad que despertó su accionar y sus ideas en aquel provinciano medio artístico rioplatense del final de los años treinta y comienzos de los cuarenta. Torres García y su taller rompieron con el orden de cosas amable y medido, casi complaciente, que era lo predominante en la vida artística del Uruguay particularmente. Por varios años, el movimiento estético generado en torno al maestro fue percibido como un inquietante convidado de piedra.

Debieron transcurrir los años. Y tuvo que surgir una nueva promoción intelectual más lúcida –la de los años cuarenta según algunos analistas, o del 45 según el crítico Ángel Rama–, a la que pertenecen tanto el núcleo de artistas que Torres formó, como también intelectuales que difundieron y defendieron sus ideas, caso de Guido Castillo, e incluso poetas en cuya obra influyeron sus ideas de alguna forma, como el malogrado y talentoso Humberto Megget.

Tuvo que asimilarse un poco la renovación objetiva que inspiró Torres García en el arte latinoamericano para que, en sus años finales, le fuera posible dictar una cátedra sobre “arte constructivo” en la recién creada Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de Montevideo. Fue también en sus postrimerías cuando comenzó a cosechar reconocimientos críticos, y encontró un público más sensibilizado a sus propuestas.

A tantos años de su alejamiento de este mundo, la Escuela del Sur es uno de los puntales ineludibles –junto al Muralismo Mexicano y el tropicalísimo brasileño– de esa polifonía con tanta riqueza y matices que es hoy el arte de Latinoamérica.

 

Alejandro Michelena
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