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Rogelio Navarro: un filósofo a contrapelo |
Era
un individuo peculiar. Solemne, formal, caballeroso, y al mismo tiempo
desmesurado e inquietante. Así se lo veía en el viejo café Sorocabana
de la plaza Cagancha en los años setenta, cuando asombraba a sus
contertulios al dejar de lado una reflexión sobre Jean Paul Sartre para
efectuar un comentario bizarro en relación a alguna mujer vistosa que se
acercaba a alguna mesa. Rogelio
Navarro es hoy un perfecto desconocido, pese a haber publicado más de una
decena de libros. Los volúmenes se caracterizaban por tener como elemento
distintivo diversos sellos editores alusivos a barrios montevideanos
(Ediciones del Faro de Punta Carretas, Ediciones del Cerrito de la
Victoria, etc.). Era su personal manera de rendir homenaje a la mujer de
turno, que aparte de mantenerlo le costeaba por lo menos un libro... Más
allá de lo anecdótico, era ostensible que le quedaba chico el
provincianismo uruguayo y que añoraba sus años en Paris, cuando fue
alumno de Merleau Ponty en el Collége de France. Algo
parecido a un filósofo No
entraremos a analizar el conjunto de su producción. No todas sus obras
mantienen la misma pretensión filosófica y ni siquiera guardan similar
nivel de calidad. Nos detendremos en Fondo Total, ensayo
incluido en su primer libro, que encierra el núcleo de sus reflexiones
más valederas. Su
discurso reflexivo se entronca en una de las vertientes de la filosofía
contemporánea: la línea que parte de Nietzsche y Kierkegaard y culmina
en el existencialismo. También se lo ha emparentado con Emilio Oribe, con
quien se ha sentido identificado explícitamente. Tal
vez su mayor trascendencia esté en el intento de construir, desde su
circunstancia marginal, un aporte válido para el múltiple y matizado
debate en el --ya en su tiempo-- definitivamente inseguro terreno de las
ideas. En el prólogo a otro de sus libros, El pensamiento poético,
lo manifiesta de esta forma:
"Me he preguntado muchas veces si uno, simple uruguayo, tiene derecho
a proponer su pensamiento... " "¿Acaso no basta con que el
yanki, el alemán, el ruso, el chino o el francés, piense por
nosotros?” En
un contexto cultural donde brillaron los eclécticos, Rogelio Navarro,
como extraño caballo de Troya, introduce una voz discordante, solitaria y
sin coros complacientes. En comparación con lo que le antecede —y en
gran medida, sucede— resulta casi chocante. No debe causar asombro,
entonces, el cerco sanitario que montaron alrededor de su pensamiento los
siempre listos defensores del sano discurrir. Fondo
Total
cala en
profundidad en claves de la época: "el
humanismo festeja el sacrificio de lo absoluto aprovechando todo el
caudal de las disculpas. Reúne todas las que puede, sean las disculpas lógicas,
o las sentimentales, o las instintivas, y con este cargamento va
provocando el -estrepitoso suicidio del espíritu en forma interesada,
variable y agradable". Y un poco más adelante nos golpea, de
esta manera: "El carácter de síntoma
se aprecia, por ejemplo, en el modo en que se debate hoy —y a veces por
parte de personalidades aceptablemente serias— la cuestión de la
comunicación. Parecería que desearan una comunicación mejor, más
amplia, más abierta. ¿Cómo es posible que se ponga el acento en aquello
que menos falta? Porque lo único que parece haber, hoy en día, es
comunicación, y si ella falta, su disminución no puede deberse a otra
cosa que a falta de soledad, de veracidad, de individuación"...
"¿Cómo es posible que la comunicación —derecho, deber y
necesidad fundamental de la especie— se haya convertido en un
problema"... Está
claro que Navarro navega contracorriente. Esto le acarreó en vida la
desconfianza de sus pares, y al presente sigue amenazando con condenar su
pensamiento al círculo infernal del olvido irremediable. Pero este
pensador atípico fue algo más que un contradictor; dejó planteada, con
precisión, una postura intelectual válida, que podríamos sintetizar
calificándola como una "desesperanzada lucidez." Entre la reducida, por no decir escuálida, oferta filosófica que ha ido recibiendo en las últimas décadas el lector rioplatense, el rotundo "decir" de Rogelio Navarro se destaca. Y merecería al menos una revisión desprejuiciada, sobre todo de parte de investigadores más jóvenes, libres de los prejuicios de sus estrictos contemporáneos. |
Alejandro Michelena
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