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Las palomas no matan, de Alberto Gallo. Ed. Arca. 1987.

 
 

Revancha de las palomas
Reseña literaria de Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 
 

La primera virtud de esta inicial novela de Alberto Gallo consiste en haber encontrado un modo diferente para encarar el trillado tema de las violaciones a los derechos humanos durante el gobierno de facto. En medio de un panorama donde se han reiterado de manera fatigosa —con las mejores y más generosas intenciones, que poco valen en literatura— esquemas algo rígidos acerca de la heroicidad o la villanía  que no han estado a la altura de la penetración y riqueza que el drama colectivo merecía, Las palomas no matan resalta con luz propia.

Recalcamos esto, pues son pocos los ejemplos estimables en tal sentido —Lugares comunes de Elbio Rodríguez Barilari, La balada de Johnny Sosa de Mario Delgado Aparaín, Las ventanas del silencio de Amílcar Leis Márquez— y demasiado lo forzado, lo retórico, lo que suena a falso o hueco.

Sin duda que el centro del relato es la peripecia de la cárcel, la tortura y la muerte que signaron al país de aquellos años, pero todo está planteado con originalidad, inventiva y tensión narrativa. Gallo sabe contar su historia de modo no lineal —con saltos en el tiempo, interpolación de textos, un final con su vuelta de tuerca pulcramente logrado— y mantiene en vilo al lector equilibrando con eficacia las instancias del desarrollo del relato, enleteciéndolo o apresurándolo con un dominio destacable de sus recursos expresivos.

Su lenguaje es preciso, tiende a la síntesis, y la novela posee una sencillez general en cuanto al abordaje, más allá de la complejidad estructural mediante la cual deliberadamente se plantea, la que no es para nada gratuita y si necesaria a los objetivos de su autor. La figura de Cesare Pavese surge, a través del fervor del personaje por sus libros, y también —lo que es interesante— mediante diálogos con Juan, a modo de alter ego. prefigurando en sus palabras el final del mismo (aunque resulte imprevisible, gracias a la pericia de Gallo, “el cómo”). Por otra parte, la historia que está enterrada bajo las actuales calles del barrio de Arroyo Seco irrumpe, en oleadas, perfilando una válida metáfora que se contrapone como idealidad a la penosa situación nacional que establece el marco de toda la peripecia. Ambos elementos, el  para-texto pavesiano y la referencia historicista no le quitan su vitalidad a Las palomas no matan: por el contrario, ayudan a enriquecer su significación.

Sin contradecir todo lo anterior, se nota en esta novela frescura, a veces casi candor, algunas ingenuidades, cierta desmesura por momentos, todos factores que indican a las claras que estamos ante un primer paso dado en el difícil género novelístico. Pero lo que importa es que el paso  resulta promisorio y preludia futuros textos de más decantada madurez. Mientras el tiempo permite que esto ocurra, saludamos la infrecuente aparición de un novel narrador con valores, que además se animó (y salió airoso) en un tema que quizá por cercano y por demasiado desgarrante ha justificado en lo literario demasiados intentos fallidos de novela, cuento y poesía.


 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

Esta reseña apareció, en el suplemento Espectáculos del matutino La Hora, el sábado 2 de abril de 1988.

 

Texto cedido por el autor en formato papel de diario. Escaneado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 15 de febrero de 2014
 

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