Recordando a Tarik Carson y Roberto Fabregat Cuneo

Dos escritores políticamente incorrectos
por Alejandro Michelena

alemichelena@gmail.com

 

Tarik Carson en sus años de madurez.

En el concierto de la Literatura Uruguaya del Siglo XX hubo algunos escritores que a pesar de su calidad y relativo prestigio en su momento, hoy persisten en una eterna penumbra que impide su visibilidad y por ende el acercamiento a los lectores. Esto es así, a pesar en algunos casos de bien intencionados intentos de rescate que no llegan a disipar esa bruma. Son muchos los que han sido desterrados a ese limbo; demasiados quizá…

En esta nota nos vamos a centrar en dos narradores extraordinarios que, por la temática, encare y talante de sus obras, merecieron primero la incomprensión o los malentendidos de la crítica, y después ese sutil ninguneo solapado que fatalmente lleva a que tantas estimables obras encallen –como los barcos del tango “Nieblas del riachuelo”- en los muelles del olvido. Ambos escritores cultivaron, con mayor o menor énfasis, variantes y estrategias del género fantástico, y además fueron sensibles a las temáticas heterodoxas en el camino espiritual.

Pero vale la pena, antes de evocarlos y acercarnos a sus obras, intentar explicar por qué fueron soslayados a pesar de sus valores innegables.

Es sabido que durante los últimos cuarenta años del siglo pasado la Generación del 45 mantuvo un largo predominio en el proceso cultural uruguayo. Esto fue favorecido por la siguiente promoción de escritores y críticos –los del 60- estrictos y disciplinados epígonos, salvo casos puntuales que confirman la regla, de los criterios que habían sido hegemónicos desde la década de los 50. No vamos aquí por cierto a analizar ni siquiera superficialmente este largo proceso; apenas si marcaremos perfiles y tendencias, que explican en gran medida el ninguneo sistemático a ciertas corrientes y escritores durante tantos años.

La Generación del 45 tuvo, en síntesis, dos grandes e indudables virtudes: La primera, que instaló hasta el día de hoy el rigor crítico para analizar la literatura, el arte, y lo cultural en general. Y en segundo lugar supo releer, por ejemplo, a la fundamental y decisiva Generación del 900. Esto último quedó testimoniado en la entrega especial de la revista Número de 1950, donde aparecen brillantes abordajes críticos que arrojaron nueva luz sobre poetas como Julio Herrera y Reissig, Delmira Agustini y María Eugenia Vaz Ferreira; revaloraron la obra dramática de Florencio Sánchez; rescataron a José Enrique Rodó del estereotipo; comprendieron la universalidad de los relatos de Horacio Quiroga. Pero junto a estas virtudes se desplegaron sus grandes defectos: hipercriticismo, y tendencia a imponer un discurso crítico hegemónico.

En narrativa propiciaron y valoraron el realismo, tanto el de matriz tradicional como el que en esos años venía presentándose en formatos más audaces y renovadores. Al mismo tiempo desconfiaban de los encares fantásticos o imaginativos, poniendo “entre paréntesis” a quienes trabajaban en esas líneas. Por tal motivo no fueron unánimes por ejemplo en relación a Felisberto Hernández, haciendo atrasar por lo menos una década la justa notoriedad en torno a su obra magnífica. No fue –como insisten algunos comentaristas ligeros con énfasis equivocado- por su “anticomunismo”, en definitiva un acné de la vejez que poco o nada tuvo que ver con su obra, sino por la incomprensión en cuanto a su especial manejo de lo fantástico y a su estilo nada convencional.

Pero al menos, para bien o para mal, a Felisberto lo tuvieron en cuenta, al punto que Angel Rama y José Pedro Díaz a la postre –luego de colgarle el primero el sambenito de “raro”- publicaron después de su muerte su obra completa en Editorial Arca. Pero hubo otros, como los que ahora nos van a ocupar, a los que la crítica predominante, cuyo patrón medida seguía los lineamientos de la página literaria del semanario Marcha, condenó sin posible redención al purgatorio de lo no visible ni valorable. 

El secreto adiós de Tarik Carson

Hace varios años, en algún momento impreciso de otoño, se fue de este mundo el narrador Tarik Carson. La noticia llegó tarde a estas costas y pasó desapercibida. Seguramente interesaba más a nivel masivo el último romance de alguna bailarina de Tinelli, y entre los inefables avis cultas provincianos la aparición del enésimo libro de alguna poetisa o poetastro de esos que vomitan versos incesantemente y los publican casi de inmediato –valiéndose de la facilidad y ausencia de criterio crítico que hoy campea por estos lares- agregando, parafraseando a Borges “una causa más en la infinita serie de las causas”… pero con aportes nulos al arte poético y literario.

Pero también, en su forma de irse de entre los vivos Tarik Carson se mantuvo fiel al bajo perfil que cultivó siempre. Se había radicado en Buenos Aires pasada la mitad de los años setenta, luego de publicar en Montevideo –en Editorial Géminis y en 1973- su formidable libro de relatos “El hombre olvidado”. Antes estuvo su participación en el Grupo Universo –que editó la fugaz revista literaria del mismo nombre- junto al narrador Hugo Giovanetti Viola, el poeta Guillermo Chaparro, y otros jóvenes escritores en ciernes. En la orilla porteña se inició, de la mano de su hermano en el oficio de orfebre, y poco a poco fue encontrando espacios para continuar escribiendo, entre la adaptación a la gran urbe y las necesidad de ganarse el pan.

Si bien nació en Rivera en el  año 1949, muy joven llegó a Montevideo junto a su madre. La situación económica familiar lo obligó a trabajar precozmente, abandonando sus pretensiones de ser profesor de educación física. Y fue entonces aprendiz de carpintero y también oficinista, mientras llevaba adelante estudios inconclusos de literatura y psicología en Facultad de Humanidades y de dibujo y pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Y entre tanto iba escribiendo sus cuentos de clima agobiante, implacables y duros, sin concesiones; como “Por la patria”, ganador de un concurso en 1969 de la revista literaria Brecha, relato seguramente hoy considerado “políticamente incorrecto” que gira en torno a un delincuente devenido en matón de comité político, que una noche se lleva al club una “sierva” (textual) de Pocitos con la que tiene relaciones sexuales utilizando como colchón la bandera nacional.

“Por la patria” fue integrado al volumen “Un hombre olvidado”, donde lo acompañan otros cuentos donde aparece el perfil de ciencia ficción que luego –ya en Buenos Aires- cultivará profusamente Carson, llegando a publicar en las mejores revistas del género de la Argentina, la región y el mundo. En esta categoría está "Ogedinrof", pesadillesca visión de un futuro cercano donde campea el canibalismo, los hombres son esterilizados –salvo algunos individuos de la clase privilegiada que ofician de sementales de todas las mujeres- y el arte ha sido erradicado hasta del propio lenguaje. Pero lo más interesante del libro es el abordaje de las temáticas ocultistas y esotéricas, algo inusual y hasta mal visto en las letras uruguayas, como en "Inferencias sobre Pérez Loid", "Demasiado Humano", y el que da título al conjunto “El hombre olvidado”.  

La maestría para contar historias, y el especial uso de la fantasía y los elementos sobrenaturales, signan el primer libro de Carson y se proyectan a sus obras posteriores. Inclasificable como escritor, nadando entre lo imaginativo y lo filosófico, influencias diversas que van en amplia gama de Arlt a Lovecraft, de Poe a Onetti, marcan algunos aspectos de su literatura sin ser determinantes. La originalidad es su marca, y lo que lo singulariza y lo destaca.

Luego de “El hombre olvidado” el autor entró en una pausa creativa demasiado prolongada –tal vez a causa de su difícil adaptación al medio porteño y sus necesidades de sobrevivencia- hasta que en los ochenta volverá por sus fueros mediante otro volumen de cuentos publicado en el Uruguay, “El corazón reversible” (Monte Sexto, 1986), que a diferencia del primero causó cierto impacto en la crítica, que supo darse cuenta que estaba ante un narrador de garra. Esto se corroboró y afirmó con la aparición de la novela “Ganadores” (Proyección, Montevideo, 1991).

Pero no es la pretensión de esta nota un abordaje exhaustivo a la obra de Tarik Carson. Lo que nos interesa remarcar es su condición de escritor atípico, singular en su estilo y preocupaciones y temáticas. Lo menos significativo en él es su condición de autor de “ciencia ficción”; en publicaciones de ese rubro pudo ir difundiendo unos cincuenta relatos, muchos de ellos ajustados al género y otros propios del mundo fantástico carsoniano, que trascienden ampliamente esos parámetros.

Y a modo de homenaje del enorme narrador que fue, tiramos sobre la mesa –como desafío a críticos agudos que quieran profundizar en esa línea- su tratamiento de los asuntos ocultistas y esotéricos. Es el único escritor que en su generación se atrevió con asuntos vinculados a lo teosófico, a lo paranormal, que en el medio literario uruguayo –positivista al fin, marcado por el realismo, ajeno a las cuestiones metafísicas alejadas de lo convencional- más que cuestionadas era ignoradas e incomprendidas.

Tarik Carson dejó de escribir avanzados los noventa, dedicándose a perfeccionar algunas jugadas de ajedrez –era un maestro en el juego ciencia- afición que cultivaba en un club perdido de un barrio de Buenos Aires. Y se mantuvo fiel a su escéptica visión del hombre y su destino, tan gráficamente planteada en su formidable obra narrativa. 

El cronista de los cenáculos montevideanos del misterio

Tal fue, ni más ni menos, Roberto Fabregat Cúneo, nacido en los primeros tramos del Siglo XX, perteneciente a la generación literaria denominada del Centenario. Fue profesor, empleado bancario y periodista; publicó ensayos sobre temas filosóficos y sociológicos, e incluso lindando lo económico. Pero si ha quedado en la historia cultural no es por esa múltiple actividad  sino por su obra estrictamente literaria que, aunque tuvo su arranque en 1930, desplegándose en el cuento pero sobre todo en el género dramático, llegará a su madurez y plenitud recién en los años sesenta.

Son destacables en su no escasa producción los cuentos de su libro  “Geest” (Editorial Alfa, 1966), que incluye un formidable y extenso relato que es al mismo tiempo jugosa crónica y recreación narrativa –con toques de humor e ironía- de las tertulias del café Gran Sportman de 18 de Julio y Tristán Narvaja, desde los años treinta. También el ejercicio novelístico en clave gauchesca titulado “El inca de la Florida” (Alfa, 1967). Pero su obra más disfrutable y ambiciosa tal vez sea la novela “La casa de los cincuenta mil hermanos” (de la misma editorial, pero del año 1963).

En poco más de 170 páginas, Fabregat Cúneo recrea, con simpatía y singular ironía, el ambiente social y cultural de la década del 30 uruguaya. El marco epocal se ubica en plena dictadura de Gabriel Terra, y el asunto principal está centrado en la intensa –aunque pueda parecer raro ahora- vitalidad que por aquel entonces tenían en Montevideo los grupos teosóficos, esotéricos y orientalistas. Hay por supuesto un personaje que atestigua y que narra, claro alter ego del autor, al tiempo que la peripecia se despliega en algunos cafés como el Ateneo, de 18 de Julio y plaza Cagancha, y en diversidad de logias y hermandades que existieron y efectivamente cultivaron en aquella época las artes ocultas. La historia, por momentos rocambolesca, incluye una curación con terapias heterodoxas al propio presidente de facto, un personaje que afirma ser la reencarnación del Delfín, el hijo de María Antonieta y Luis XVI, y rencillas e intrigas múltiples por el poder espiritual en grupos variopintos abocados en la búsqueda de lo absoluto a través de añejos conocimientos como la Alquimia o la Kábala. El rosacrucismo y el gnosticismo aparecen perfilados en esas “tenidas” nocturnas, en medio de una sociedad montevideana que en términos generales era más bien cartesiana y poco propensa a ahondar en los arcanos del misterio. Pero la institución omnipresente en todo el relato es la vieja Sociedad Teosófica, por entonces gozando históricamente de su último momento de esplendor antes de entrar en una lenta decadencia que todavía no ha cesado.

Al igual que en muchos de sus cuentos, en esta novela Fabregat Cúneo es narrador y cronista, recreando un micromundo que tuvo vigencia entre nosotros y hoy está olvidado. Y lo hace con buen estilo, con humor e ironía; pero también con cariño hacia un pasado –escribía sobre fines de los años cincuenta sobre sucesos de más de veinte años antes- que fue parte de sus búsquedas de juventud.

 

por Alejandro Michelena

Esta semblanza de dos escritores casi olvidados fue publicada en papel en el semanario 7 n. Escaneada por el editor de Letras Uruguay

alemichelena@gmail.com

 

Ver, además:

 

                   

               Tarik Carson en Letras Uruguay

 

 

                                          Alejandro Michelena en Letras Uruguay

 

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