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Peñas en el siglo XIX
Alejandro Michelena

La tradición de la tertulia cultural, cuyo comienzo en general se filia entre nosotros en el 900, tiene un origen mucho más remoto. Si vamos hacia el período colonial, tenemos las jugosas referencias de Isidoro de María -ese cronista de memoria prodigiosa y larga vida, que fue nuestro primer historiador de lo cotidiano-relacionadas con los primitivos lugares de reunión en aquel Montevideo de veladas cortas y noches silenciosas. Don Isidoro centra el diálogo cultural de entonces en el café Del Comercio, que estaba ubicado junto a la Casa de Comedias, por lo cual naturalmente recibía en sus mesas a todos los habitúes de la misma. Allí asistían, según consigna este abuelo de los cronistas locales, "los de más copete", y se ponderaban los últimos éxitos teatrales, se comentaban en voz baja o no tanto sucesos europeos (y hasta algún osado aludía tal vez a ciertos libros non sanctos).

Esta primera tertulia iba a languidecer con la "movida" revolucionaria -tan perturbadora para los montevideanos, que eran de natural tranquilo y parsimonioso- en medio de los avatares de luchas y conflictos que condujeron a la Independencia. Sólo a partir del año 30, la librería de Jaime Hernández iba a transformarse en centro de reuniones político-literarias por unos veinte años. El líder natural pero nada formal de estos encuentros casi cotidianos fue el poeta de la ciudad, don Francisco Acuña de Figueroa, una celebridad en aquellos años no tanto por su autoría del Himno Nacional sino más bien debido a la facilidad de su pluma en improvisar versos para cuanta ocasión social se presentaba (mientras iba elaborando, muy en secreto, poemas como el hoy notorio y para entonces escandaloso Apología del carajo).

Otras dos librerías donde también se proyectó la sana costumbre de "tertuliar" fueron las de Pablo Domenech y Esteban Valle, esta última ubicada en las actuales 25 de Mayo y Misiones, que eran frecuentadas por el "tout Montevideo" de entonces.

Un café que supo tener pobladas sus mesas por la mitad del siglo fue el Alianza, donde asistía gente notoria como Simón del Pino, Roque Graseras, Diego Espinosa, Luis Lamas, Agustín de Castro y Samuel Lafone. Su parroquia era variada lo mismo que sus temas, pero no faltaban las referencias a la magra producción poética local -donde se reiteraba el nombre de Acuña de Figueroa-y comentarios acerca de la producción romántica que llegaba desde el otro lado del océano. Por su parte, en Villa Restauración -donde gobernaba Oribe- abrían sus puertas cafés con nombres tales como Los Federales y De las Leyes, para solaz y contentamiento de los muchos ilustrados del campo sitiador.

De todos modos siguieron siendo el marco apropiado para "reír y pasar la noche alegremente"', como lo consignó Pablo Blanco Acevedo, los salones familiares, donde se pudo encontrar seguramente a la gente que rodeaba a Andrés Lamas y Miguel Cané en torno a El Iniciador, como bien lo ha referido -de un modo tangencial, admirándose de las bellas terrazas y damas de Montevideo- el por ese tiempo joven Domingo Faustino Sarmiento.

Alejandro Michelena

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