Esta fue la consigna que sintetizó la paz concretada el 8 de octubre de 1851. Un mes después, con la firma del Presidente de la República Joaquín Suárez y de su ministro Herrera y Obes, se cambió el nombre de la localidad, que pasó a llamarse desde entonces Villa de la Unión. Eran momentos en los cuales había surgido en el país un movimiento de opinión favorable a la superación de las divisas, que se denominaría Política de Fusión. El nombre de La Unión responde en parte a ese espíritu.
Para los intereses del poblado, el fin de las hostilidades no trajo buenos augurios. La decadencia fue grande, sobre todo por la clausura del puerto del Buceo. De todos modos, durante el gobierno de Giró se intentó impulsar en algo el desarrollo unionense, y uno de los actos encaminados a ello fue la concreción del proyecto de Roberto Larravide consistente en la implementación de una línea de ómnibus-diligencias desde Montevideo a la Villa.
La etapa del gobierno de Venancio Flores -quien una vez fallecidos Rivera y Lavalleja y culminado el Triunvirato que con ellos integraba, había sido designado Presidente- , le aportó a la Unión entre otras cosas el empedrado de cuña que fue un adelanto para la época. De ese período es también la Plaza de Toros, construida por el arquitecto Fontgiball e inaugurada el 18 de febrero de 1855. El éxito del espectáculo fue rotundo, concitando en los días de "corrida" unos cinco mil espectadores promedio. Bajo Máximo Tajes, en 1890, las fiestas taurinas fueron suspendidas en el país "por su crueldad", pero se reinstalaron en 1899, clausurándose de modo definitivo en 1910. En 1923 la añeja Plaza de Toros fue demolida.
Será en 1868 que se instalará la primera línea de tranvía de caballo. La novedad, ya en auge en las principales ciudades del mundo, implicó una más acelerada y habitual comunicación entre la Villa y la ciudad. Poco después el tranvía tendría la competencia del tren; concretamente de la línea que por la actual calle Avellaneda conducía al novel Hipódromo de Maroñas.
Sobre la década de los noventa del siglo pasado, La Unión entraría en otro cono de sombra decadente. Testimonios periodísticos de la época consignan el mal estado de los caminos de acceso, el carácter ruinoso de su mercado antes pujante, el desaliño de la plaza que había perdido sus faroles y estaba "hecha un pastizal". Sus construcciones eran a la sazón todas ya viejas y muchas ruinosas, sobresaliendo apenas en altura la iglesia y el asilo de mendigos con su alta torre.
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