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Naturaleza muerta con gato y luna
Alejandro Michelena

“Llega tu recuerdo en torbellino,
vuelve en el otoño a atardecer..."

El último café
Cátulo Castillo

Fue la última vez que nos vimos. Recuerdo aquel cielo profundo y hostil, custodiado de frío. Yo estaba cómoda sintiendo la presión de su mano sobre mi hombro. Le contestaba con monosílabos, y me hacía la molesta, la aburrida. Los edificios parecían criaturas de otro mundo; nos miraban y parecían reírse, pero hubiera sido mejor que lloraran, porque sus risas eran muecas sutiles que se ubicaban en los lugares más imprevistos –a veces en una puerta, otras en el alero o en la cornisa–, que sólo yo veía. El no.

Ahora que el tiempo pasó me arrepiento. ¿Por qué lo rechacé tan cruelmente, dándole de mí la falsa imagen de una casquivana caprichosa y cínica? Pensar que después de haberme burlado en su cara tantas veces, volvía a casa y me encerraba a llorar. Y sufría. Pero seguía mintiendo y mintiéndome.

Este bar me gusta. Puedo estar tranquila sin tener que soportar miradas indeseables. Estoy cansada del vacío que fue mi vida; los mejores años malgastados entre brazos que me eran indiferentes. Busqué la felicidad ansiosamente, pero ahora sé que erré el camino. De tal certidumbre debe provenir esta paz espiritual, esta plenitud nueva que estoy sintiendo. No quisiera pensar en nada y borrar el pasado, pero no puedo. Sabía que aquella era mi oportunidad; la mano que el destino, o Dios, me tendía, pero hice mal uso de mi libertad al rechazarlo y así rechazar mi propia verdad.

¡Qué tarde más extraña! El sol brilla de un modo enfermizo. Está casi igual que cuando lo conocí, hace tantos años... Hacía meses que no iba a pasear por el parque. Ellos estaban sentados en un banco a pocos metros de nosotras. Nos miraban con insistencia. La glorieta parecía un extraño ser vegetal, con esqueleto de hierro, y vigilaba entre susurros cada uno de nuestros gestos con cientos de ojos en forma de flores. Nos levantamos y empezamos a caminar lentamente. Enseguida sentimos las voces, al principio algo cortadas y tímidas, que nos decían frases amables. Desde el principio supe cuál estaba dirigida a mí.

La gente transita por la vereda y no se da cuenta de nada. Parece que fueran autómatas. No comprenden que el mundo, mi mundo, sufre en estos momentos una convulsión final, aunque secreta... El único ser que siento cercano a mí es ese niño. ¡Cómo me observa! Hay en sus ojos un candor y una dicha que sólo reciben un esbozo de sombra por mi presencia, que le inquieta, que le despierta curiosidad... Me enternece su clara sabiduría esencial en medio de tanta ceguera.

Ya estoy delirando. Esto es el principio. Lo previsto. Quisiera salir, moverme, respirar, ver ponerse el sol una vez más. Pero no va a ser posible. La debilidad está llegando; la siento en mis entrañas. Son como desgarramientos. Como si estuviera por parir un parásito aberrante. Lejos oigo campanadas; ¿o acaso son timbres? Tengo necesidad de vomitar. Suerte que a nadie le importo; ni siquiera al niño, que se ha distraído con una hamburguesa.

Me duele mucho la cabeza. Es algo parecido a martillazos secos e intermitentes. ¡Qué sueño tengo! No puedo razonar con claridad. ¿Qué estoy haciendo aquí?... Si yo fuera una linda muchacha que espera a su novio estaría feliz, y todos satisfechos. Si estuviera por ser madre las caras resultarían simpáticas... ¡No habría expresiones desconcertadas, no me mirarían como a un fantasma!

La vista se me nubla. Ya no tengo brazos, ni cuerpo, ni nada...  

Es de mañana y he cumplido tres años. La casa de la tía es grande y vieja, y me encanta recorrerla tambaleando. Cada día descubro algo nuevo y entonces pego grititos de alegría. El jardín del fondo pertenece a la zona prohibida, allí donde no debo ir. Pero hoy me animo a traspasar la puerta misteriosa con sus vidrios opacos. Estoy temblando al hacerlo, pero la monotonía del cantero sin flores me tranquiliza. Veo una escalera de hierro que va hacia la azotea, y en el último escalón ronronea Mistigrí, contento en la gracia del tibio sol de la tarde de invierno que lo envuelve. Me parece que me sonríe, como el gato de Cheshire lo hizo con Alicia en el país de las maravillas... 

"No se preocupe... No le sucedió nada... Fue un simple desmayo... Es algo común... Estará bien dentro de un rato".

¡Qué necios! Sé que lo dicen de buena fe; que tratan de ayudarme. Si sospecharan por un momento la verdad: que he muerto hace mucho tiempo. Que tomo el vaso con agua que me alcanzan y cruzo las piernas con cierta gracia y sonrío y doy gracias, pero que en el fondo estoy lejos de aquí, a siglos luz... Esta vez calculé mal la dosis, pero no importa, llegará el momento de no errarle. De cualquier forma, es mejor que haya quedado esta sombra que soy, más sombra que nunca, para engañarlos, para despistarlos.

Siempre estuve sola. De la peor forma muchas veces, que es la soledad en compañía. Pero desde este momento acepto la soledad como una bendición. Estaré en contacto solamente con aquellos que han muerto, y con los que todavía no han llegado a este mundo.

Alejandro Michelena

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