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Naturaleza muerta con gato y luna |
“Llega tu recuerdo en torbellino, |
Fue
la última vez que nos vimos. Recuerdo aquel cielo profundo y hostil,
custodiado de frío. Yo estaba cómoda sintiendo la presión de su mano
sobre mi hombro. Le contestaba con monosílabos, y me hacía la molesta,
la aburrida. Los edificios parecían criaturas de otro mundo; nos miraban
y parecían reírse, pero hubiera sido mejor que lloraran, porque sus
risas eran muecas sutiles que se ubicaban en los lugares más imprevistos
–a veces en una puerta, otras en el alero o en la cornisa–, que sólo
yo veía. El no. Ahora
que el tiempo pasó me arrepiento. ¿Por qué lo rechacé tan cruelmente,
dándole de mí la falsa imagen de una casquivana caprichosa y cínica?
Pensar que después de haberme burlado en su cara tantas veces, volvía a
casa y me encerraba a llorar. Y sufría. Pero seguía mintiendo y mintiéndome. Este
bar me gusta. Puedo estar tranquila sin tener que soportar miradas
indeseables. Estoy cansada del vacío que fue mi vida; los mejores años
malgastados entre brazos que me eran indiferentes. Busqué la felicidad
ansiosamente, pero ahora sé que erré el camino. De tal certidumbre debe
provenir esta paz espiritual, esta plenitud nueva que estoy sintiendo. No
quisiera pensar en nada y borrar el pasado, pero no puedo. Sabía que
aquella era mi oportunidad; la mano que el destino, o Dios, me tendía,
pero hice mal uso de mi libertad al rechazarlo y así rechazar mi propia
verdad. ¡Qué
tarde más extraña! El sol brilla de un modo enfermizo. Está casi igual
que cuando lo conocí, hace tantos años... Hacía meses que no iba a
pasear por el parque. Ellos estaban sentados en un banco a pocos metros de
nosotras. Nos miraban con insistencia. La glorieta parecía un extraño
ser vegetal, con esqueleto de hierro, y vigilaba entre susurros cada uno
de nuestros gestos con cientos de ojos en forma de flores. Nos levantamos
y empezamos a caminar lentamente. Enseguida sentimos las voces, al
principio algo cortadas y tímidas, que nos decían frases amables. Desde
el principio supe cuál estaba dirigida a mí. La
gente transita por la vereda y no se da cuenta de nada. Parece que fueran
autómatas. No comprenden que el mundo, mi mundo, sufre en estos momentos
una convulsión final, aunque secreta... El único ser que siento cercano
a mí es ese niño. ¡Cómo me observa! Hay en sus ojos un candor y una
dicha que sólo reciben un esbozo de sombra por mi presencia, que le
inquieta, que le despierta curiosidad... Me enternece su clara sabiduría
esencial en medio de tanta ceguera. Ya
estoy delirando. Esto es el principio. Lo previsto. Quisiera salir,
moverme, respirar, ver ponerse el sol una vez más. Pero no va a ser
posible. La debilidad está llegando; la siento en mis entrañas. Son como
desgarramientos. Como si estuviera por parir un parásito aberrante. Lejos
oigo campanadas; ¿o acaso son timbres? Tengo necesidad de vomitar. Suerte
que a nadie le importo; ni siquiera al niño, que se ha distraído con una
hamburguesa. Me
duele mucho la cabeza. Es algo parecido a martillazos secos e
intermitentes. ¡Qué sueño tengo! No puedo razonar con claridad. ¿Qué
estoy haciendo aquí?... Si yo fuera una linda muchacha que espera a su
novio estaría feliz, y todos satisfechos. Si estuviera por ser madre las
caras resultarían simpáticas... ¡No habría expresiones desconcertadas,
no me mirarían como a un fantasma! La
vista se me nubla. Ya no tengo brazos, ni cuerpo, ni nada... Es
de mañana y he cumplido tres años. La casa de la tía es grande y vieja,
y me encanta recorrerla tambaleando. Cada día descubro algo nuevo y
entonces pego grititos de alegría. El jardín del fondo pertenece a la
zona prohibida, allí donde no debo ir. Pero hoy me animo a traspasar la
puerta misteriosa con sus vidrios opacos. Estoy temblando al hacerlo, pero
la monotonía del cantero sin flores me tranquiliza. Veo una escalera de
hierro que va hacia la azotea, y en el último escalón ronronea Mistigrí,
contento en la gracia del tibio sol de la tarde de invierno que lo
envuelve. Me parece que me sonríe, como el gato de Cheshire lo hizo con
Alicia en el país de las maravillas... "No
se preocupe... No le sucedió nada... Fue un simple desmayo... Es algo común...
Estará bien dentro de un rato". ¡Qué
necios! Sé que lo dicen de buena fe; que tratan de ayudarme. Si
sospecharan por un momento la verdad: que he muerto hace mucho tiempo. Que
tomo el vaso con agua que me alcanzan y cruzo las piernas con cierta
gracia y sonrío y doy gracias, pero que en el fondo estoy lejos de aquí,
a siglos luz... Esta vez calculé mal la dosis, pero no importa, llegará
el momento de no errarle. De cualquier forma, es mejor que haya quedado
esta sombra que soy, más sombra que nunca, para engañarlos, para
despistarlos. Siempre estuve sola. De la peor forma muchas veces, que es la soledad en compañía. Pero desde este momento acepto la soledad como una bendición. Estaré en contacto solamente con aquellos que han muerto, y con los que todavía no han llegado a este mundo. |
Alejandro Michelena
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