Entre los planes de mediano plazo que involucran a las direcciones de Cultura y de Turismo de la comuna capitalina, hay uno especialmente significativo. La propuesta es —en un plazo de cuatro años— posicionar a Montevideo como “ciudad de tango”.
Esta idea, que a algunos distraídos resultará extraña, porque en mirada superficial el ritmo del dos por cuatro no necesitaría potenciarse entre nosotros, apunta con lucidez a una realidad incontrovertible: nuestra ciudad, que tiene al tango como uno de sus aires musicales más auténticos, sin embargo —a diferencia de la capital argentina— avanzados los años sesenta y hasta casi los ochenta se dio el lujo de darle la espalda a ese ritmo. Se permitió, y en eso la responsabilidad es de todos (organismos públicos y sociedad en general), que languideciera la movida tanguera; como también se dejó morir otras señas de identidad tan nuestras como los grandes cafés, las acogedoras y amables confiterías, las nobles cervecerías (mientras todos estos ámbitos en la orilla de enfrente permanecieron, y ahora están siendo rescatados en un destacado proceso de revaloración cultural).
Por todo esto entonces: bienvenida sea la iniciativa municipal. Para ir concretando la idea, se realizará un acuerdo con el gobierno autónomo de Buenos Aires para publicitar allí las bondades de Montevideo como “ciudad tanguera”. Porque más allá de lo que esta iniciativa tiene de reivindicación de una riqueza musical que es nuestra, existe un factor que tiene que ver con lo turístico y por ende con lo económico. Hay un hecho que poco se conoce por aquí: anualmente llegan a la capital argentina 7 millones de turistas, de los cuales un millón lo hace específicamente motivado por el tango.
Qué es lo que se pretende
Buenos Aires es, desde hace casi un siglo, una ciudad conocida en el mundo, algo que —mal que nos pese— no sucede con Montevideo. Eso facilita la afluencia de viajeros hacia ella. Por eso, lo que se piensa hacer desde la IMM es difundir en la orilla de enfrente, entre ese millón que llega en busca de los aires y la cultura tanguera, lo que puede ofrecer nuestra capital. Eso aseguraría —en estimación de Eduardo León Duter, del Departamento de Cultura municipal— que de diez visitantes que arriben a la urbe porteña, tres crucen por algunos días a Montevideo. De esa forma comenzaría a cimentarse un flujo turístico no atado a la temporada veraniega que puede tener vitalidad durante todo el año.
Por cierto que no será tarea fácil. Habrá que competir con una ciudad que tiene 123 milongas permanentes (en las que se baila el tango todas las semanas) y 152 boliches temáticos dedicados al género. Y nosotros partimos de apenas algo más de una decena de lugares donde se cultiva el ritmo del dos por cuatro. Esta realidad la graficó claramente Fernando González, director de la División Turismo, cuando afirmó: “Nosotros podemos comercializar los productos culturales que se generan en la ciudad, pero antes tienen que estar estos productos”.
Para ir mejorando la oferta en la materia, los jerarcas implicados pretenden que el 3% del presupuesto de Cultura de la IMM se vuelque íntegramente en las actividades vinculadas al tango. Ya se realizó una reunión con todas las organizaciones relacionadas con el tema, a las que se pidió que acercaran propuestas. Las mismas no se hicieron esperar, y ya hay unas cuántas sobre la mesa comunal: la construcción de un gran centro dedicado a la música ciudadana, fortalecer las milongas, llevar el tango a los barrios, que se implemente un espectáculo de calidad que haga giras por el exterior, que exista en el ámbito educativo una materia vinculada al tango.
El toque diferencial
Todos los implicados en la iniciativa, tanto desde el ámbito estatal como privado, estiman que no vamos a poder competir ni en cantidad ni en calidad con los porteños. Pero sí podemos enfatizar nuestro toque de distinción, apoyándonos en aquello que nos diferencia.
En primer lugar: en la movida de esta orilla, junto al tango deberá estar —de manera muy activa— el Candombe, el otro sonido urbano que nos caracteriza. Esto implica potenciar el arte de los tamboriles durante todo el año y en escenarios adecuados. En segundo término: destacar la cordialidad y armonía de nuestra gente y nuestra ciudad, bien diferente al ritmo trepidante y a la natural agresividad de una gran urbe como es Buenos Aires.
Y se podría agregar algo más, que no se ha tenido en cuenta en esta instancia: será saludable destacar los aportes uruguayos y montevideanos al tango, que no son pocos ni menores.
La orilla oriental del tango
Montevideo ha dado lo suyo en relación a la música ciudadana del Río de la Plata, como lo ha probado —con suficientes datos — Juan Carlos Legido en su libro “La orilla oriental del tango” (publicado por Ediciones de la Plaza).
Baste recordar a Gerardo Matos Rodríguez y “La Cumparsita”, a Roberto Fugazot y su “Barrio Reo” (dedicado al montevideano barrio Reus al Norte), a Pintín Castellanos y “La puñalada”, a Romeo Gavioli realizando con su orquesta una verdadera “fusión” de tango y candombe, al maestro Donato Raciatti llenando de música típica el Montevideo de los años cincuenta. Al gran café Ateneo y al Tupí-Nambá de 18 de Julio, con sus palcos sobre el mostrador donde diariamente se oía el ritmo del dos por cuatro. Y son bien montevideanos los tangos de Víctor Soliño, de Juan Carlos Patrón y de Alberto Mastra. Lo mismo que las orquestas de Laurenz-Casella y de Antonio Cerviño, y también los conjuntos de César Zagnioli y Miguel Villasboas.
No hay que olvidar, por otra parte, que figuras emblemáticas del ritmo ciudadano como Carlos Gardel, José Razzano y Francisco Canaro (que dirigió una de las orquestas típicas más afamadas), así como los cantores Carlitos Roldán y Julio Sosa, son todos uruguayos. E igualmente el más reciente Gustavo Nocetti.
Todos estos datos, sin incursionar en el tiempo presente, donde junto a señoras de la canción ciudadana como Olga Delgrossi y Lágrima Ríos, se despliega un conjunto de intérpretes y músicos de gran nivel. |