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Manuel Espínola Gómez: retrato de pintor en la mesa de café |
Muchos lo recuerdan bien, en los últimos años de su vida, sentado durante horas detrás de la ventana de algún café céntrico de Montevideo. Era un hombre grande, siempre luciendo una boina de vasco en su gran cabeza, con su melena blanca y rebelde, con las inmensas cejas descuidadas. Era imposible que pasara desapercibido. Solía estarse horas concentrado; leyendo, dibujando, o realizando interminables crucigramas. Casi siempre estaba solo, pero cuando tenía compañía su voz resonaba potente en todos los rincones del lugar. Sus temas eran variados, pero siempre culminaba de una u otra forma aludiendo a los problemas y desafíos del arte. Fue uno de los más conocidos pintores uruguayos contemporáneos. |
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Desde que empezó a hacerse conocer en mitad del siglo pasado el nombre de Manuel Espínola Gómez fue sinónimo de inquietud permanente y exploración empecinada de lo nuevo. Comenzó su camino con aquellos retratos realistas —pintados en su pueblo natal de Solís de Mataojo— como el que realizara del músico Eduardo Fabini quien lo protegiera e impulsara en su juventud. Y más tarde, ya instalado en la capital, iba a sostener a través de los años una curiosidad y rigor estético ejemplares. En los años sesenta fue marcado intensamente por la abstracción. Aunque se podría aventurar que ha sido por sobre todas las cosas un buceador solitario, siempre nadando en aguas desconocidas. Tan es así, que sobre el filo de los ochenta volverá a la representación a través de sus enormes cuadros hexagonales, evocativos de costumbres y personajes del Solís de su juventud. |
En los últimos años se ha advertido —por parte de críticos, investigadores y artistas— acerca del fenómeno creciente de la mercantilización del arte. Espínola Gómez fue, en ese aspecto, uno de esos creadores notorios que en el Río de la Plata se negaron a transar con las modas en materia pictórica. Persistió en su trabajo personal, destacándose su labor por la acentuada audacia de sus propuestas. Estuvo siempre abierto a lo multidisciplinario, y a trabajar en las posibles variantes de la relación del arte y la sociedad. En tal sentido va su trabajo de los años sesenta y setenta, diseñando logos y afiches políticos. Pero también tiene que ver con esas búsquedas la peculiar decoración llevada a cabo por Espínola Gómez en el Palacio Estévez, la antigua Casa de Gobierno del Uruguay a la salida de la última dictadura. Y avanzados los años 80, la pintura decorativa sobre los viejos tanques del gas en la rambla montevideana. En la actualidad su nombre convoca a públicos que van mucho más allá del previsible circuito cultural, gracias a dos grandes y oportunas retrospectivas: la de 1980 en Galería Latina, y la de 2000 en el Subte Municipal. |
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El artista en el café: reflexión y polémica Su afición a los cafés fue proverbial. Tal vez se originó en su maravillado descubrimiento juvenil del Tupí-Nambá, en los años cuarenta. Pero también fue habitué por muchos años del viejo Sorocabana. A cierta altura se autoimpuso la norma de no frecuentar aquellos recintos ubicados del lado norte de la avenida 18 de Julio... Y cumplió rigurosamente por algunos años, hasta que un día consideró que bien podía violar su propio código cafeteico, y desde entonces se le vio indistintamente en una u otra margen de la calle mayor de Montevideo. Polemista y polémico. Supo debatir largo y tendido (por escrito, por radio, y por supuesto que en mesas de café) sobre la novedad de las vanguardias, la solidez de las permanencias artísticas, la vacuidad del más reciente postmodernismo, y hasta —last but not least — vinculado a las ventajas de las siestas dormidas en ranchos rurales de terrón y de techo de paja... |
Alejandro
Michelena
alemichelena@gmail.com
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