Los parques fúnebres
del libro "La ciudad revelada"
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Los cementerios no son precisamente un
paseo muy apreciado. Sin embargo, aparte de su condición de remansos
arbolados de genuina tranquilidad, visitarlos con atención despierta y
sentidos afinados puede aportarnos valiosos elementos para conocer mejor
la vida –¡sí, la vida!– de personas de otros tiempos. En panteones,
bajorrelieves, bustos y adornos, se reflejan estéticas, ideas, creencias
y modos de concebir el mundo. La extensa etapa romántica es una de las más interesantes de este cementerio, con sus símbolos característicos. Como las columnas truncas, alusivas a las muchas muertes juveniles que eran numerosas a causa de enfermedades hoy erradicadas o superables, o los enamorados inconsolables, o las inquietantes representaciones de la muerte que podrían hacer temblar al mismísimo Stephen King. El gusto romántico también resalta en los floridos y altisonantes epitafios, infectados de melodrama. |
Una tumba paradigmática del período romántico es la de Bernabé Rivera.
Ese truculento sarcófago, con la frase que reza textualmente: “Yndígena
salvaje indómito habitador de los deciertos”, y advierte de inmediato:
“He aquí tu víctima”. Ya entrado el siglo XX era visitado –cada
aniversario de la emboscada que lo llevó a la muerte– por integrantes
del sector riverista del Partido Colorado opuestos al batllismo. Pero en
la década de mil novecientos ochenta comenzó a poblarse de grafitis su
hasta entonces impoluto mármol blanco, calificando de asesino al sobrino
de Frutos Rivera, en alusión a su directa responsabilidad en la matanza
masiva del pueblo charrúa en Salsipuedes.
Si bien militares encabezan muchos panteones, se ven casi siempre
rodeados por su familia y descendencia, presentes en los despojos y
también en bustos alusivos. Sin que falte la que murió de tisis como
Margarita Gautier, el joven poeta suicida, aunque eso hay que adivinarlo
detrás de metáforas y circunloquios pudibundos, la matrona que llegó a
la vejez venerable, la mayoría que se fue en la edad mediana. |
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La rotonda y el muro principal del Central, obras del italiano Bernardo Poncini, fueron posteriores a la Guerra Grande y estuvieron destinados a darle imponencia y solemnidad. La rotonda –el ahora Panteón Nacional–, al igual que el muro, era visible desde lejos, habida cuenta del buen trecho de campo que la separaba de la incipiente “ciudad nueva”. Sin exagerar: desde una distancia de varios kilómetros. Se llegaba hasta allí por un camino que se transformaría con el tiempo en la actual calle Yaguarón. Tiene en su decoración exterior estrellas de cinco puntas y símbolos de raíz masónica. La parte trasera del Panteón Nacional fue protagonista –en los años cincuenta del siglo pasado– de las excavaciones realizadas por las hermanas Massilotti, dos italianas algo maduras, sobrinas biznietas nada menos que de un Papa. Este, siendo apenas un clérigo y además masón, estuvo en Montevideo por dos meses participando de una misión pontificia que iba camino a Santiago de Chile, y según la leyenda participó del enterramiento de un tesoro relacionado con la Venerable Institución en viejos túneles que unían por entonces la ciudad con lugares alejados como el cementerio nuevo. Ellas pidieron los permisos de búsqueda al gobierno municipal alegando la posesión de un mapa, heredado supuestamente de su pariente el padre Mastai Ferretti, quien años después de sus aventuras en esta parte del mundo sería exaltado al trono de San Pedro con el nombre de Pío IX, trastocándose desde entonces en el enemigo número uno de la masonería y todo lo que oliera a democrático y moderno. Por cierto, más allá de dejar muchos pozos y túneles, y de perturbar la base estructural del propio Panteón Nacional, luego de dos años de trabajo empecinado se tuvieron que ir con las manos vacías. Durante todo ese tiempo los periódicos de la época vendieron más que nunca –en tiempos de bonanza para la prensa escrita– con noticias diarias sobre lo que iba aconteciendo en las excavaciones en el Central. |
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El lugar posee muchos ejemplos de las inquietudes del fin de siglo, donde se entremezclan el neoclasicismo con los rasgos del sincretismo historicista. En ese contexto –entre alardes neogóticos y audacias art nouveau– llama la atención un motivo: el marido superviviente, el viudo desconsolado, representado en tamaño natural junto a su cónyuge yacente sobre un túmulo, que podemos apreciar a poco de entrar, doblando a la derecha y recorriendo algunos metros. Aunque parezca increíble, esta composición fue debida a una promesa realizada a la moribunda junto al lecho de muerte. Está realizada en mármol, en un realismo apabullante.
Un caso curioso lo constituye un monumento ubicado también en el primer
cuerpo, a la derecha de la entrada. Popularmente se lo ha conocido como
La degollada, y representa a una mujer –en tamaño natural– acostada a lo
ancho, con los ojos vendados y el cuello claramente cortado. Es sin duda
una metáfora de la luctuosa labor de la Parca segando la vida; aunque el
ingenio popular prefiere fantasear en este caso con una mujer que
hubiera sido literalmente degollada y que pudo haberse enterrado allí.
Pero, además, tiene que ver –según estudiosos de lo oculto– con la
“muerte mística” por la que todo iniciado auténtico tiene que pasar para
luego poder “elevarse a la luz”. |
El sepulcro de José Pedro Varela se destaca por no exhibir ningún
elemento religioso. Tiene, por el contrario, algunos simbolismos
masónicos evidentes, como el pentagrama, la estrella de cinco puntas. Y
también la escuadra, el martillo y el compás masónicos, discretamente
por detrás. No es el único con estas características, aunque tal vez uno
de los más notorios por tratarse de quien se trata. |
También ubicado de espaldas a la extensa rambla capitalina, pero varios kilómetros hacia el este, se encuentra el Cementerio del Buceo. Este posee características privilegiadas, al reunir en su ámbito épocas antiguas y más recientes. Constituye un entorno muy rico desde el punto de vista visual y como espacio ciudadano. Recorriéndolo podemos apreciar incontables motivos escultóricos o decorativos. En los sectores más antiguos: los más universales de Jesús crucificado, la joven que llora amargamente, la columna partida, la clásica piedad o el niño desolado.
Pero recordemos, antes de seguir adelante, que este ámbito funerario es
auténtico heredero del llamado Cementerio de la Unión, ubicado enfrente,
donde hoy se alzan edificios de vivienda. Antes de que se construyeran
estos, pasada la mitad de los años setenta del pasado siglo, con el
lugar –muy arbolado y umbroso– oficiando de parque, quedaban sin embargo
algunos vestigios funerarios. Uno era la tumba del poeta peruano Parra
del Riego, quien residió y murió en Montevideo; nunca le faltaron
flores, muchas décadas después de su enterramiento, y se atribuye la
gentileza a la viuda de Isabelino Gradín, notable jugador de fútbol de
los tiempos heroicos que justamente –por el año 20– había celebrado el
poeta en uno de sus Polirritmos. Yo no sé si tiene amor la eternidad... |
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Avanzando en el tiempo, la perspectiva de tumbas y monumentos del Buceo
se va refinando. Desde finales del siglo XIX comenzaron a contratarse
escultores especializados, a los que se les daba la oportunidad de hacer
el debido despliegue de su libre fantasía, y también la de los futuros
usuarios de las tumbas, menos atados a las convenciones religiosas del
pasado. Así es que nos topamos –muy cerca de la calle principal– con un
enorme panteón de mármol negro coronado por una esfinge y con motivos
egipcios. Hacia la derecha se encuentra la tumba de Francisco Piria,
considerada por los entendidos como un verdadero artefacto alquímico.
Luce por detrás el uroboros, la mítica serpiente que se muerde la cola
de los antiguos gnósticos, y por delante la lacónica frase: Yo y Ella.
Se piensa que la misma alude a Piria y a su segunda esposa; aunque
algunos entendidos en la ciencia de las transmutaciones y su simbología
consideran que la enigmática frase refiere más bien al encuentro del
Adepto con su Alma Espiritual, fruto de la culminación del trabajo en la
Gran Obra Alquímica. No se conoce quién construyó el panteón, pero es
seguro que siguió las directivas planteadas por el propio Piria, quien
dispuso su última morada muchos años antes de su ida de este mundo. |
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En muchas de estas obras se muestran referencias a filosofías
trascendentales: eso lo vemos por ejemplo en el talante hierático y
reflexivo, a veces enigmático, de los trabajos de Severino Pose y
Bernabé Michelena. Hubiera gustado a Unamuno”. |
Contigo en la distancia... Ha escrito Iván Ilich, antropólogo filosófico, que cada época histórica tiene su “propia, intransferible, muerte”. Lo que equivale a decir que las ceremonias, los rituales que rodean el final del ser humano, son cambiantes siempre. Como variables son las ideas que alimentan esas pompas fúnebres, que en definitiva están marcadas por las pautas culturales más influyentes en ese momento y lugar.
Aplicando estos conceptos a los dos cementerios que hemos recorrido en
este capítulo, llegamos a una interesante conclusión: la historia entera
del Uruguay, en cuanto país independiente, está reflejada en la
evolución y cambio de sus monumentos funerarios. La larga etapa del
siglo XIX en el Central, donde podemos palpar cómo las tumbas pasan de
la frugalidad inicial, con aires propios, todavía, de aquella modesta
Patria Vieja, al despliegue –desde los años cuarenta– de toda la
simbología alegórica del Romanticismo, para desembocar por fin en los
refinamientos del historicismo y el art nouveau. Al tiempo que el Buceo
muestra de manera clara los nuevos aires que trajo el siglo XX: del
modernismo al art déco, del expresionismo a la abstracción. Es el caso
de las obras de Eduardo Díaz Yepes, Severino Pose y Bernabé Michelena. |
Alejandro
Michelena
alemichelena@gmail.com
Editado por el editor de Letras Uruguay
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