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La primera Aduana de Montevideo Alejandro Michelena |
Fue
en 1770 que el a partir de ese momento llamado "barracón de la
marina" fue deposito para los pertrechos de la gran expedición
-fueron seis naves- que desde Montevideo se dirigieron a Las Malvinas,
para desalojar de las islas a los Ingleses. Esa expedición triunfante,
gracias a la cual la Corona Española derrotó una vez más a Inglaterra,
se preparó en ese edificio montevideano ubicado frente al puerto. En
realidad eran unos barracones provisorios, pero luego de ese triunfo -por
temor a represalias británicas- se construyó un edificio de mampostería
paralelo a la costa se casi 60 metros de longitud, con su frente orientado
hacia la ensenada del "puerto chico". Desde él era
posible vigilar el muelle de piedra y el propio puerto. La construcción
estaba en falsa escuadra en relación al amanzanamiento de la ciudad. Allí
se ubicó, poco más tarde, el
Apostadero Español del Río de la Plata, Patagonia y Las Malvinas. De ese
lugar, por cuarenta años, salieron los capitanes de corbeta destinados a
gobernar las lejanas islas. Pero no sólo esto: la propia vida de la
guarnición de las Malvinas dependía del Apostadero montevideano. Las
medicinas, los vestuarios, los soldados, el dinero, de allí partían. En
el Apostadero Naval tuvieron su despacho los Gobernadores Marinos, que a
la vez eran gobernadores de la plaza de Montevideo y Comandantes de
Marina. El
Apostadero Naval iba a tener un papel estratégico en la defensa de la
ciudad cuando las Invasiones Inglesas. En el brevísimo período de
gobierno artiguista en la Banda Oriental, el Apostadero fue destinado a
aduana, lo que luego de 1830 iba a seguir en vigencia.
También funcionó en el edificio la primera oficina de correos de la
ciudad. Uno
de los empleados más famosos que tuvo la vieja aduana fue el poeta
Francisco Acuña de Figueroa. Todas las mañanas se lo veía llegar al que
fuera Apostadero Naval para cumplir sus tareas burocráticas, para luego
en la tarde, al dejar sus labores, dirigirse a la librería de Hernández
o a algún café a hacer tertulia. Durante
la Guerra Grande, el ya venerable edificio fue cuartel de la Legión
Italiana, y allí tuvo su despacho Giuseppe Garibaldi. Andando
el siglo XIX, el
Estado fue vendiendo partes del añejo edificio a particulares, quedando
preservado solamente el cuerpo central que es el que ha llegado hasta el día
de hoy. Por mitad del siglo pasado el abandono del lugar era irremediable,
y llegó a ser ocupado por personas necesitadas de un techo precario. En
su condición de "inquilinato" lo sorprendió el fuerte temporal
de junio de 1963, cuando el derrumbe de parte de la edificación hizo que
huyeran despavoridos sus ocupantes. Después vinieren años en que
permaneció cerrado, tapiado y en parte apuntalado, hasta que se lo pudo
recuperar y retornarlo a un perfil cercano al que tuvo en sus orígenes. Al presente, en la manzana de atrás de la sede central del Banco de la República, se puede apreciar la austera nobleza del más que doblemente centenario edificio. |
Alejandro Michelena
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