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La prensa obrera del 900: |
Los
márgenes ideológicos
Los años iniciales del siglo pasado fueron ricos en cuanto a la presencia actuante y vital de los nacientes gremios obreros a través de su prensa. Es más, recién va a ser en el último recodo del siglo XIX que -coincidiendo con las grandes oleadas inmigratorias- comenzó a sentirse la realidad proletaria, aunque todavía de modo muy incipiente. Era natural que sucediera así, pues Montevideo no contaba con desarrollo industrial, y sus pequeños talleres casi artesanales propiciaban más bien el aislamiento y la falta de conciencia en la clase trabajadora. Es
cierto que, en cuanto a ideas, se habían dado antes algunos esbozos de
pensamiento socializante. Cuando la Guerra Grande aislaba la ciudad, a
través de la pluma de los jóvenes exilados argentinos, como fue el caso
de Esteban Echeverría, que escribían encendidas páginas en revistas
como El Iniciador de nuestro compatriota Andrés Lamas. Pero se
trataba de posturas individuales, provenientes de un sector del
patriciado, radicalizado para su tiempo en algunas cosas pero no menos
elitista y hasta aristocrático en los hechos. Ese socialismo lírico
-asimilado por la vía de románticos como Víctor Hugo- era nada más que
parte de las agudezas de una juventud dorada que muy pronto se encauzaría,
al menos en su mayor parte, en el liberalismo que ideológicamente Francia
y en lo económico Inglaterra sugerían como única posibilidad de
progreso.
Debió
darse -como siempre sucede- ese parto necesario de los hechos sociales que
creara la base material de un comienzo de industrialización, para que
entonces sí fructificaran en sus verdaderos destinatarios las ideas
obreristas que en Europa estaban en pleno desarrollo. Así lo expresa en
su Ambiente espiritual del 900, de modo preciso, Carlos Real de Azúa:
"En las capitales del costado atlántico (hace el autor
referencia a las de América Latina) se va formando por aportes
extranjeros lo que ya tiene fisonomía de un proletariado; es allí también
que las corrientes inmigratorias dan a la vida un tono que se ha
calificado equívocamente de cosmopolita y que más valiera calificar de
multinacional".
Este
fundamento entonces, junto al peculiar clima democrático que se vivía en
la primera década del siglo XX en el Uruguay, permitió que se generara
ese crisol de ideas que fue marco ineludible de los periódicos obreros.
Algo de esto es lo que evoca -con cierto matiz de añoranza- un testigo de
ese tiempo, Roberto Giusti: "Soñábamos un orden mejor... una
sociedad armoniosamente organizada sobre la ley de una más justa
distribución de los bienes de la vida... Vagamente se creía que el
fruto, sazonado por el irresistible calor de los movimientos populares,
caería maduro del árbol. Ya veíamos la luminosa ciudad soñada, al
extremo de la oscura calle por donde marchaba desde tantos siglos,
fatigada y doliente, la humanidad". Más allá del estilo epocal,
es un fragmento ilustrativo de como ciertos sectores juveniles de la pequeña
burguesía urbana hicieron suyas las reivindicaciones libertarias, o más
estrictamente, prestaron la fluidez de su escritura a la causa del
naciente movimiento obrero.
A
la vez, como no podía ser de otra manera, los trabajadores -es lo que se
refleja a través de su prensa- eran influenciados por ese entrecruzarse
de ideologías, en muchos casos contradictorias, que dio el perfil de
nuestro Novecientos. Por allí se debe buscar la explicación para que
junto con el positivismo pragmático (que era la doctrina de recibo para
la eufórica clase alta del momento) se colaran de contrabando en los artículos
de aquellos periódicos, tanto los ecos de conceptos nietzscheanos, como
elementos de cristianismo social de raíz más eslava que franciscana en
los que mucho tenía que ver la difusión de la obra de Tolstoi. Tampoco
faltaba el matiz decadentista, aunque apenas insinuado y sin la
importancia que tuvo en los ambientes intelectuales y artísticos. Toda
esta mezcla no resultaba en el momento contradictoria con las renovadoras
ideas sociales que se iban poniendo en circulación, entre las que confluían
-al menos en los primeros tiempos-, las de origen anarquista, resabios del
socialismo utópico y primeras noticias del marxismo.
Sólo
comprendiendo la encrucijada ideológica, donde se daban lo viejo y lo
nuevo simultáneamente, que fue una de las características más agudas
del Montevideo de aquellos días, sabremos aquilatar mejor en su aspecto
conceptual a los comienzos del periodismo obrero, con sus titubeos y
confusiones pero también germinales y lúcidos aciertos.- La
escenografía Al
referirnos al 900, abarcamos más o menos un período de quince años; que
es en definitiva lo que los estudios -tanto desde la óptica histórica
como literaria- consideran el ámbito temporal de influencia de ese modo
de ver el mundo y estar en él que caracterizó a la llamada "belle
époque" (que no era tan bella, ciertamente). Por eso pudimos tomar
en cuenta tanto publicaciones del primer año del siglo como del comienzo
de la segunda década. Montevideo era en aquel momento, una ciudad en muchos sentidos menos provinciana que hoy. Afirmamos esto, a partir del hecho de que un enorme porcentaje de extranjeros recorrían sus calles como recién llegados desde Italia, España y otros lugares (la actual zona del Cerro se llamó en primera instancia Villa Cosmópolis, aludiendo al sin fin de lenguas que hablaban sus pobladores). Eran los tiempos en que comenzaba a brillar con fuerza la personalidad política de José Batlle y Ordóñez, y también la de la última guerra civil que precedió al largo periodo de compromisos políticos entre los partidos tradicionales que está en la base de la solidez institucional del país anterior al terrismo. El incesante martillo de remates de Francisco Piria vendía terrenos por los alrededores -sin cuidar demasiado de la coherencia urbanística-, plantando la semilla de lo que hoy son gran parte de las barriadas de nuestra ciudad. José Enrique Rodó caminando encorvado y mal vestido por las calles de la Ciudad Vieja y Carlos Vaz Ferreira preparando sus primeras conferencias en la umbrosa quinta del Prado, se constituían ya en los dos vértices de nuestra reflexión intelectual. Los poetas modernistas en sus cenáculos añoraban una París generalmente nunca vista, y despreciaban la "aldea" que los rodeaba mientras la mayoría daba a luz versos que hoy nos parecen nada más que decorativos (salvo los del notable Julio Herrera y Reissig). Pero no todo era protagonizado por élites de cualquier tipo. Una educación bastante extendida y una clase media en ascenso económico, junto a la masificación del libro -gracias a la editorial Sempere de Barcelona- que por primera vez era barato y estaba a mano, propició la aparición de esa especie que un lúcido protagonista de aquellos días como Alberto Zum Felde definiera como la del "intelectual de café". En antiguos recintos hoy desaparecidos, como el Polo Bamba, el Tupí-Nambá, el Británico y tantos otros, jóvenes de largas melenas y enormes chambergos leían con avidez literatura, pero también a Nietzsche y los clásicos del anarquismo, y hasta a veces escribían furibundos anatemas contra la sociedad capitalista que en general no trasponían las fronteras del café. Algunos de entre ellos llegaron a integrar los reducidos equipos que hacían las publicaciones obreristas de entonces. Estas,
por su parte, se imprimían algo precariamente, en sótanos donde se
respiraba un clima de conspiración; en general los impresores venían de
hacer ese mismo trabajo en sus países de origen, pero en un entorno de
verdadera persecución de las actividades sindicales o afines, y en la
nueva tierra seguían en la misma actitud semi-clandestina. Se vendían
luego de mano en mano, en lugares de trabajo o en la oportunidad de algún
acto. Las había de cierta permanencia y otras de circunstancia (a propósito
del 1o. de Mayo, por ejemplo). Su prédica, en general dura y militante,
no era bien recibida por la mayoría de la prensa "grande" de
ese Montevideo donde apenas circulaban los primerísimos automóviles y el
tranvía eléctrico era una novedad.- Anarquismo
lírico La ideología que primaba en aquellos inicios del periodismo de los trabajadores, era naturalmente la que traían los tanos o gallegos, o los hombres de tantas nacionalidades -que conformaban la mayoría de los operarios de los pequeños y medianos talleres novecentistas-, motor de los avances hechos hasta el momento en ese campo en los centros industriales de la vieja Europa: el anarquismo. Puede
resultar curioso, en una observación superficial, que proliferara este
tipo de prensa, siendo como era tan poco desarrollada todavía en ese
entonces la actividad sindical, por estar el país muy parcialmente
industrializado. Pero la explicación la encontramos, más que nada en dos
aspectos: la tendencia especulativa y deliberante que es característica
de los anarcos, unida al variadísimo crisol de ideas que fue nuestra
ciudad en el 900, abierta a todos los vientos de renovación. Pero hubo
otro factor, en cierta medida agudizante del afán teórico que estuvo en
la base de aquel conjunto de medios de comunicación obrera, y es que
muchos intelectuales del momento asumían -al menos en teoría- una
postura a favor del explotado; por ese motivo surgió el Centro
Internacional de Estudios Sociales, y por eso mismo Florencio Sánchez, Álvaro
Armando Vasseur y Ángel Falco, junto con otros escritores colaboraron con
el periodismo sindical e incluso llevaron a su obra el compromiso social.
Todo esto se debe tener en cuenta a los efectos de comprender más
cabalmente la insólita germinación de publicaciones de la clase obrera o
dedicadas a ella en una ciudad de burguesía reducida y provinciana y
clase media pujante, donde se estaban ya sentando las bases para el estado
benefactor que daría el perfil del país por lo menos durante medio
siglo.
En
un vistazo genérico, podemos decir que tales periódicos estaban formados
por no más de dos hojas, que oscilaban entre el tamaño de un cuaderno de
los grandes y el tabloide de los actuales semanarios. No llevaban
ilustraciones, a lo más un dibujo alusivo junto al título. Comenzaban
con un editorial, que tenía siempre tendencia a culminar en la referencia
directa a la meta final emancipativa de todos los explotados. Se trataba
de incluir, también en primera página, una salutación a los proletarios
del mundo entero (no se debe olvidar que aquel era un sindicalismo que fue
definido sociológicamente como de "acción directa", en el que
las reivindicaciones inmediatas no importaban demasiado y sí la lucha y
su finalidad última). Luego se colocaban, en forma somera, las
informaciones sobre el gremio específico, seguido de un noticiario breve
de los conflictos y huelgas a nivel nacional y a veces hasta
internacional. Era de rigor -por todo lo dicho antes y por el gusto
popular de entonces- un poema de algún romántico que hubiera sido
sensible a la injusticia social, junto con fragmentos de Bakunin y otros
teóricos y las colaboraciones de intelectuales solidarios. Nunca faltaba
la sección cultural, donde se anunciaba desde el último estreno de
teatro a la presencia de Caruso en el Solís. En
ese momento -algo ingenuo, como todo comienzo- se consideraba necesario
darle un vuelo lírico y altisonante a las propuestas o declaraciones que
aparecían en esas humildes hojas sindicales, mal diagramadas y con
problemas de impresión. Este era un claro resabio del estilo siglo XIX,
cuando aún no se había llegado a encontrar el "tono" justo
para el periodismo popular. También, como lo dijimos más arriba, hay que
tener en cuenta que ese período fue entre nosotros particularmente
privilegiado en lo que tiene que ver con la interconexión
obreros-intelectuales. A la luz de este encuentro -que luego se quebraría
por décadas, para volver a darse de modo, más maduro en los años
sesenta- podemos comprender mejor por qué aparecían, por ejemplo, en El
obrero panadero (de 1895), entre denuncias muy crudas acerca de la
realidad de ese sector, apelaciones a la "fraternal armonía",
o versos que decían: "Oh! potentados
ingratos... en su cueva embebecidos". Revisando
dos periódicos obreros Tomamos
en consideración, en primer lugar, el órgano oficial del Sindicato de
Artes Gráficas, que tenía ese mismo nombre. En su primer número -de
setiembre de 1916- leemos lo siguiente: "Horas hace que las
campanas anunciadoras de la organización gremial han iniciado su vuelo,
despertando del letargo a la Familia Gráfica, e infundiendo en esta nueva
etapa de su vida, una dirección enérgica, para vitalizar todos sus músculos
y lanzarse a la lucha en no lejano día". Una pátina florida en
el estilo, que hoy nos puede resultar demasiado añeja; gusto por lo metafórico
en la referencia a las campanas, y también en la comparación del gremio
con un cuerpo que necesita fortalecer su musculatura (por otra parte, las
imágenes de tipo gimnástico eran muy recurridas en aquel entonces,
cuando recién comenzaba a valorarse el cultivo de lo físico como valor
en sí). También encontramos la divulgación -que en nuestro país fue
bastante precoz en relación a otros- de ideas como el evolucionismo
darwiniano, en forma indirecta pero evidente, en estas líneas que atendían
a la condición de la mujer: "... no olvidemos que esas obreras
que hoy malvenden sus energías en los talleres gráficos, serán las
madres del mañana, y con estos antecedentes, tendremos una generación de
hombres inútiles, pues la ley de la herencia se cumple en todos los casos
irremisiblemente". Es válido aclarar, por las dudas, que el
articulista venía denunciando las increíbles condiciones de trabajo
femenino, peores que las de los hombres. En
otra página se informa sobre una huelga en la imprenta La Rural -una de
las peores en cuanto al trato de los obreros- que fue ganada logrando el
inmenso triunfo de "puntualidad en el pago". Al no
demasiado querido propietario de esa empresa se le llama "el burgués
Ramos", o simplemente "el amo". Finalizando la
entrega se dan a conocer, para juicio de todos los compañeros, Los
balances trimestrales de entradas y gastos; los primeros por concepto de
cuota sindical, los segundos por rubros tan variados que van desde el
alquiler del local a la compra de "plumas" (los bolígrafos
estaban aún muy lejos). El segundo número de esta publicación de los gráficos
editorializa bajo el título de "Retrospectiva", analizando la
problemática producida por la traición amarillista propiciada por las
patronales, y acerca de la unidad que se concreta a través del sindicato.
Después se informa sobre una noticia internacional, la huelga y el
"boicot" establecidos en contra de la revista Caras y Caretas
por la Federación Gráfica Bonaerense, donde se da un parte de la
solidaridad que trasciende fronteras: "... hemos fijado en todos
los rincones de esta ciudad una cantidad de afiches remitidos por la F.G.B.
y destinados al pueblo uruguayo, lo que dio motivo a que fuéramos
continuamente molestados por la policía". Es
interesante enterarse de cómo ciertos emblemas del periodismo no fueron
ajenos a las idas y vueltas de la realidad, concretamente en este caso a
la injusticia social. De tal orden es un suelto de este periódico, que
informa sobre la manera poco digna con la que una empresa periodística
mezquinó la rebaja de un aviso fúnebre a propósito de la muerte de un
obrero de la misma y como unos días después: "despidió a un tipógrafo,
porque éste, víctima de un accidente, sufrió fractura de un brazo,
estando por lo mismo imposibilitado durante 20 días de concurrir al
trabajo, cuando volvió, ya curado se le comunicó que estaba despedido,
puesto que en la casa no querían obreros que se enfermaran" (el
diario en cuestión era, nada más y nada menos, que la legendaria Tribuna
Popular, de larga vida y fama populista). El otro periódico al que le echaremos una mirada es La Siembra, de agosto de 1916. No tiene el tono de combatividad e inmediatismo del anterior y utiliza un lenguaje más sereno. En el editorial leemos: "impulsados por un sentimiento generoso, una mañana, la más hermosa de nuestra juventud, nos acercamos a la ventana de la Vida y acomodándonos a ella vimos... ...Una dolorosa e interminable caravana de hombres, mujeres y niños, tristes, pasivos, silenciosos que, en columna de marcha avanzaban pausadamente por medio de una pradera floreciente a enterrar su dolor y su martirio en las modernas ergástulas industriales, implorando, no el derecho a vivir, sino la dolorosa compasión que les permita morir junto a las grandes y complicadas máquinas". La larga cita es válida como forma de captar el enfoque, de más vuelo que el otro, más solemne (se utiliza la palabra "vida" con mayúscula, y el que escribe se ubica en una perspectiva algo privilegiada y bastante alejada del conjunto de esa multitud que a la postre es su preocupación primordial). No se le teme -pese a tratarse de un órgano obrero- a las palabras difíciles; ejemplo de ésto: "ergástulas", término de casi nula utilización popular, ni siquiera en aquella época. El conjunto es, indudablemente, rodoniano, en concepto, vocabulario, construcción; la influencia del autor de Ariel, muy poderosa en ese entonces a todos los niveles, también llegó, a través de esta revista, a la clase trabajadora. Hasta el tema de esa nota editorial: ¿no son acaso parecidos -paralelos diríamos- estos seres que el cronista contempla en su marcha con aquellos niños desolados de La pampa de granito, que estaban condenados a envejecer plantando y cuidando el crecimiento de un árbol en medio del yermo, bajo la fría mirada de un viejo implacable? Si
continuamos pasando las páginas de La Siembra, llegaremos hasta un
texto muy jugoso, el "Credo del soldado"; "¿Qué pensáis,
Capitán -le dije- del rol que desempeñan nuestros soldados? El capitán
respondió: Yo no pienso. Obedezco. ¿Pensáis que es un deber vuestro
matar a uno de vuestros compatriotas o contribuir al triunfo de un tirano?
El Capitán respondió: Yo no pienso. Obedezco". En forma
dialogal y cadenciosa, encierra sin embargo una áspera denuncia acerca de
la estructura militar.
Más
adelante nos enteramos de ciertos datos curiosos, como que Montevideo en
esa segunda década del siglo XX tenía tres sociedades sindicales de
mozos y dos de cocineros (cosa que al periódico le parece, naturalmente,
contrario a la unidad), lo que habla a las claras del auge en ese periodo
de los tradicionales cafés, de restaurantes, de los hoy mitológicos
"cabarets". Nuestra ciudad -si nos ajustamos a los testimonios
de cronistas populares como El Hachero o el Loro Collazo- poseyó desde
ese tiempo y por unos cuantos años una vida nocturna dinámica y muy
intensa. Entre los avisos comerciales (que invariablemente se colocaban al final), se destaca uno que dice: "Restaurant vegetariano. Herbolario de la Institución Armónico-Naturista El Faro. Plantas medicinales indígenas y extranjeras". La moda del naturismo en medicina y costumbres fue también de gran arraigo en aquellos momentos, llegando incluso, por medio de "La Siembra" en este caso, hasta los sectores laboriosos de la población. |
Alejandro Michelena
Este ensayo fue merecedor, en su primera versión, al Primer Premio en el concurso organizado por la revista HOY ES HISTORIA (1985)
aledanmichelena@gmail.com
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