Es una novela poco usual en nuestro medio.
Por ciertas líneas temáticas que plantea, por el manejo de la ironía,
por determinadas referencias culturales que va desplegando, por alguna
libertad estructural que se toma. Es, evidentemente, una obra escrita
por alguien poseedor de una rigurosa formación intelectual, pero de un
carácter cosmopolita y no común aquí.
Se nota en "14" que su autor se ha movido con soltura en
ámbitos más complejos que el nuestro, por eso no sorprende el saber que
ha residido durante años entre Nueva York y Paris.
Lo mejor de esta novela es su condición de crónica de costumbres y de
ambiente. El personaje, octogenario profesor uruguayo en el Nueva York
de los ochenta, evoca -en un interesante contrapunto que va
intermitentemente del presente a recuerdos juveniles- aquel Montevideo
del año 29, cuando era un estudiante y se avecinaba el Campeonato
Mundial del 30, cuando moría Pepe Batlle y el país vivía aún esa etapa
catalogada alguna vez con certeza por Martínez Moreno como "alegre y
confiada". Sobre todo, lo que resulta más eficaz y logrado en "14"
es la minuciosa reconstrucción, plena de ironía y también de goce, de un
Montevideo que ya no es, desde su clima político a sus costumbres, de la
psicología de los diferentes sectores a los detalles ambientales. Es tal
vez este aspecto (que evidencia una paciente tarea investigativa, ya que
el escritor es muy joven) donde se logra lo mejor del texto, donde
Loustaunau demuestra claras dotes de cronista capaz de recrear un clima
epocal a través de una escritura a la vez critica y cordial.
Pero "14" pretende ser mucho más que esto. En la otra
punta del péndulo está el presente, Nueva York, la cercanía de la muerte
y la decrepitud sin desmedro de la lucidez. Y es aquí donde a nuestro
modo de ver la narración no profundiza lo debido. A ese solitario a
varias puntas -porque vive solo, por su edad y por su condición de
extranjero- le falta hondura existencial, esa carnadura agónica que
haría de él un personaje apasionante. El relato de Loustaunau no lo
trabaja (aunque nos da elementos suficientes como para adivinar lo que
podría haber sido), no lo redondea, no lo hace vivir del todo. Y esto es
una falla que le quita a una novela interesante una dimensión mayor.
El elemento de erudición, fundamental en este texto, se torna por
momentos excesivo, llegando a agobiar en más de un trecho la innegable
capacidad de contar que tiene este escritor. Porque si algo prueba este
libro es la presencia de un verdadero narrador, dado que pese a los
reparos apuntados logra mantener la atención del lector.
Hay, por otra parte, hallazgos no comunes en nuestro medio literario,
como los "graffiti" colocados al margen de algunas páginas o el
deliberado uso de la letra "negrita" como destaque visual que apuntala
el sentido. Estos son elementos que tienen que ver con esa perspectiva
cultural cosmopolita que la novela deja ver en el autor.
En cuanto al logro, no es total a nuestro modo de ver -como se desprende
de todo lo anterior- pero teniendo en cuenta que estamos ante un
novelista nuevo y con apenas treinta años, y partiendo de la base que la
novela como género ha sido promedialmente tarea lograda al borde o
después de los cuarenta, podemos asegurar que Fernando Loustaunau está
bien encaminado en su oficio. |