La escultura como presencia cotidiana: tres ejemplos |
En todas las grandes ciudades, a partir del medioevo, la escultura en los espacios públicos volvió a tener la importancia y significación que había logrado –desde el punto de vista simbólico- en la antigüedad clásica. Esto se agudizó en los siglos que siguieron, en un proceso acompasado a la secularización de la sociedad y del propio medio urbano. Pero un nuevo cambio se operó a finales del siglo XIX, cuando la mera escultura ornamental iba poco a poco a dar paso a la presencia del arte de las formas ocupando por sí, por su valor intrínseco más allá de los asuntos tratados, los ámbitos de la ciudad. Montevideo no fue ajena a este proceso, y en la centuria pasada vio pobladas sus plazas, parques y rincones con manifestaciones un nivel estatutario caracterizado por una calidad y libertad creativa que la han destacado en el concierto latinoamericano (sobre todo en el período que va de comienzos del siglo a los cincuenta). Vamos a dejar de lado
aquí los ejemplos más conocidos -como La
Carreta y La Diligencia de
Belloni, o El Gaucho de Zorrilla
de San Martín- para acercarnos a otros no menos significativos como
interrelación “arte-espacio”. En el Parque Batlle, en
su costado sobre Avenida Italia y Ricaldoni, está el monumento titulado Al Maestro, de Bernabé Michelena. Conocido popularmente como La maestra,
es un ejemplo privilegiado de diálogo entre el lugar y la piedra.
Construido en una pequeña elevación -en un cruce de senderos- es de
piedra granítica y está formado por una gran figura emblemática, una
mujer con sus brazos abiertos en cruz y su mirada en la lejanía; por detrás
hay bajorrelieves que aluden a diversos pasos e instancias de la enseñanza.
Todo el conjunto posee una armonía volumétrica y una perspectiva que no
desentonan con las arboledas circundantes y no rompen tan abruptamente la
visión del paisaje. Por la calle Canelones,
a la altura de Minas, desde lo alto de la iglesia de los Capuchinos otea
las claraboyas de una parte del barrio del Cordón el estilizado San
Antonio con el niño del escultor Severino Pose. Excelente nuestra de
integración de una obra moderna a un contexto arquitectónico más
conservador, llama la atención al curioso que levante la cabeza por la
serenidad que emana de la limpieza de sus líneas. En el Parque Rodó un escultor más contemporáneo, Armando González, dejó la simple y querible alegoría de la Niña de la Paloma, solucionándola a partir de una impecable síntesis. Estos son apenas tres ejemplos muy estimables del arte escultórico integrado a los espacios urbanos. Hay muchísimos otros, más modestos -junto con algunos que podrían también destacarse, como El Obrero Urbano de la plaza del Reducto, del primer artista nombrado- diseminados en plazas, parques y jardines de la ciudad. El común denominador es el buen nivel promedio -en calidad de trabajo y de diálogo con el contexto- de la estatuaria con la cual nos topamos a cada paso en Montevideo. |
Alejandro
Michelena
Esta crónica es la adaptación de parte sustancial de un capítulo del libro Otras latitudes de Montevideo (Arca, 1996).
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