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Julio Ricci: un narrador original y un extraño personaje |
Era distante y hasta frío, pero vehemente y cordial, y al mismo tiempo enigmático. Con su aire de profesor centroeuropeo –que agudizaba con los cortes de pelo de estilo germánico de los años 30- a contrapelo de su apellido de origen italiano, transitaba en los años setenta las aulas del Instituto de Profesores donde sus clases de Lingüística se caracterizaban por una rara profundidad conceptual que no eludía lo problemático, matizada por una contagiosa inquietud intelectual. Pero en realidad Julio Ricci fue genuinamente uruguayo. Un hijo de aquella clase media montevideana que se afianzó con el batllismo de los años veinte. Aprovechó los aires culturales cosmopolitas del país en sus tiempos formativos, y agudizó su vocación universalista con una larga temporada de estudios en Europa, aunque centrados no en Francia –como había sido lo habitual hasta su generación- sino en los países nórdicos. Atípico también fue el tiempo de ese |
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periplo, realizado en los años sesenta, lo que lo mantuvo al margen de las polarizaciones que se adueñaron del acontecer cultural del país, para retornar cuando éste entraba en el cono de sombra del autoritarismo y se encaminaba hacia una larga dictadura. Autor de una obra narrativa original, intensa, profunda y definida, conformada por varios volúmenes de cuentos, debió aguardar muchos años el reconocimiento crítico, que de todas maneras nunca fue unánime. La crítica uruguaya Norah Giraldi –atenta estudiosa de su obra- considera a Ricci: “un heredero del naturalismo y del realismo (Zola, Maupassant, Flaubert, Dostoievski), corregido por la exasperación de lo sobresaliente en lo absurdo y en lo paradójico (Gogol, Lagerkvist) y por la tentación de la alegoría (casi siempre a partir de motivos de origen kafkiano, como el hombre-insecto, enajenado por la burocracia y por la jerarquía)”.
Los
escenarios de Ricci son claramente montevideanos. Pero están muy lejos
de los de un Mario Benedetti u otros narradores urbanos; son calles,
esquinas y cafés desoladamente expresionistas, que tanto pueden ser de
una ciudad rioplatense como de una del centro de Europa. El lenguaje de
sus personajes es coloquial y por lo tanto el hablado en Buenos Aires y
Montevideo, aunque esos hablantes podrían bien pertenecer a Praga o
Berlín, o tal vez a Trieste y su condición de encrucijada de culturas.
Un aire de cosmopolitismo imanta estos relatos, caracterizados por un
existencialismo pesimista que a veces bordea el nihilismo. Libros como
Los maniáticos, El grongo, Ocho modelos de felicidad, Cuentos
civilizados, Los mareados, Cuentos de fe y esperanza y Los
perseverantes conforman la parábola de una muy valiosa producción
cuentística que dio comienzo en el año 1973 y continuó hasta el año
1993, poco antes de su muerte. |
Alejandro
Michelena
alemichelena@gmail.com
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