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Introducción a muestra de literatura uruguaya |
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Toda antología literaria es necesariamente relativa y arbitraria. Lo primero, porque más allá de la ecuanimidad e inteligencia en el criterio utilizado para estructurarla, siempre será posible comprobar ausencias y presencias debidas al gusto o disgusto de los compiladores, no compartidas por lectores y críticos de manera unánime. Y toda antología es arbitraria desde el momento que hay que elegir un lapso de tiempo que la defina y límite, sobre el cual también surgirán cuestionamientos de manera inevitable. El trabajo que encaramos con Adolfo Guidali para la revista Vericuetos no es –no pretendemos que sea- una antología; es apenas una muestra de la Literatura Uruguaya desde los ochenta hasta el presente. Elegimos como punto de arranque el año 1980 del siglo pasado por dos motivos fundados. En primer lugar por su significación histórica para todos los uruguayos, al concretarse en el mes de noviembre del mismo el Plebiscito que convocado por la dictadura cívico-militar que tiranizaba el país desde el 73 recibió el No de la ciudadanía a su pretensión de perpetuarse en el poder, generando la posibilidad de un proceso de recuperación democrática que de otra forma hubiera sido, en el mejor de los casos, mucho más lento y dificultoso. Pero además en ese momento comenzó a resurgir la actividad cultural que había decaído en el lustro anterior por razones explicables, dando lugar a fenómenos como el desarrollo de un canto popular cuestionador del estado de cosas y no por ello menos creativo, la diversidad y calidad de propuestas teatrales, la creatividad en las artes plásticas; en lo literario: la aparición de buenas revistas juveniles, de nuevas y pujantes editoriales, la vigencia de la poesía y la eclosión de una narrativa vinculada directa o indirectamente a la realidad de entonces. |
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En ese marco, en ese escenario propicio comenzará a manifestarse una nueva promoción de escritores. La que de manera infeliz algún crítico denominó del silencio, cuando en realidad no fueron nada silenciosos. Lejos de la perspectiva de poetas y narradores algo mayores, que habían comenzado dificultosamente en el crepuscular segundo lustro de los años setenta (éste sí un período de obligado silencio y monólogo oficial sin otras voces), les tocará desarrollarse y desplegarse en pleno período de recuperación democrática. La muestra que presentamos arranca con este grupo de escritores, pero al tener la pretensión de llegar hasta el presente incorpora –siguiendo en la demanda el esquema sugerido para la cronología de las generaciones por Julián Marías, quien se inspiraba a su vez en Ortega y Gasset- dos nuevas camadas: la de los años noventa, que coincidió con el Neoliberalismo en lo político social y económico y el Posmodernismo en materia estética, y la que podríamos denominar Generación de la crisis del 2002. Al tratarse de una muestra para un formato dossier naturalmente debimos contar con la obvia limitación de páginas, sin el aire que da el libro, lo que nos obligó a una mayor concentración e implicó como resultado una selección más acotada. Y por cierto: quedaron por el camino autores que habrían formado parte en buena ley de una propuesta más amplia. Algo que singulariza a los escritores surgidos luego del año 80, a todos ellos, más allá de los caminos estéticos y creativos –que son muy diversos- es el hecho de pertenecer definitivamente a un ámbito cultural signado por lo audiovisual, las nuevas tecnologías de comunicación, la a veces dramática inserción en un mundo cultural globalizado, y en muchos casos la no contradictoria reafirmación de identidades a variado nivel. El rasgo que para el crítico Luis Gregorich marcó a fuego a la generación literaria argentina de 1955 –la influencia de los medios de comunicación en su visión del mundo y consecuentemente en sus obras- en las promociones uruguayas de los últimos veinte años del siglo pasado y lo que va de éste se ha vuelto un elemento radical y definitivo. El período arranca con la irrupción en el país de la televisión color, y al poco tiempo se instaló el fenómeno del video, y muy poco después los Cd a los que siguieron los Dvd; lo audiovisual irrumpiendo como nunca en la vida cotidiana y en la formación de las mentalidades. Son además contemporáneos del repliegue de la prensa escrita, del protagonismo cultural de la radio y de la aparición de las computadoras destronando a las clásicas máquinas de escribir. Y en mitad de los noventa llega Internet; en poco tiempo el correo electrónico sustituye al correo análogo por su alcance e inmediatez; todos los códigos de información y comunicación se transforman. Este proceso inevitablemente marcó de muchas maneras a los poetas y narradores que integran esta muestra. En algunos casos lo percibimos en las temáticas, pero sobre todo está claro en el lenguaje y estrategias comunicativas. Y si bien en la saludable diversidad de las propuestas encontramos creadores que parecen alejados de las consecuencias de los cambios ocurridos a nivel tecnológico y sus repercusiones, incluso en ellos se descubre alguna marca de los nuevos paradigmas. En lo literario, las influencias nutricias para este variado conjunto de poetas y narradores son naturalmente diversas. No se percibe entre ellos ni siquiera el aparente consenso por mayoría (donde siempre importaron los disensos, los caminos personales) que en otras etapas galvanizaba a los jóvenes que se iniciaban en las letras. Aunque entre los poetas sí vale la pena marcar la significativa aparición –en aquel augural 1980- de un libro considerado por la crítica como un parte aguas en la poesía uruguaya de aquellos años: Apalabrar, de Salvador Puig. Tal vez sea éste el único referente que aglutine entusiasmos comunes entre algunos de los poetas que incluimos. Y quizá, hasta cierto punto al menos, por contraposición Mario Benedetti puede haber operado como el anti modelo para la mayoría de los narradores y poetas que aquí aparecen. Para redondear esta nota introductoria vale la pena, aunque sea en ligeras pinceladas, bosquejar el perfil de todos los autores que a través del dossier ponemos a consideración de los lectores de Vericuetos. Elegimos para su ubicación un ordenamiento posible entre otros: el orden alfabético a partir del nombre de pila. Pero vayamos a los poetas, que son mayoría: Agamenón Castrillón, que desarticula y repotencia las palabras y recrea climas de pago chico. Alex Piperno, experimentando y volando a su aire a través de la prosa poética. Alicia Preza, con un verso contenido y sugerente de gran potencia lírica. Alvaro Ojeda, indudable poeta mayor, equilibrando la profundidad conceptual y el ritmo. Andrea Estevan, intensa y apasionada a través de un decir intransferible. Andrés Echevarría, poniendo su sabiduría poética en el objetivo de recuperar formas clásicas para un decir actual. Claudia Magliano, una potente voz desde lo femenino hacia lo universal. Daniel Cristaldo, genuino en su camino surreal y afirmado en sus recursos. Daniel Vidal, con un decir que incorpora el humor y la crítica. Diego Rodríguez Cubelli, retomando en clave elegíaca moderna la clásica oración por la muerte paterna. Eduardo Roland, homenajeando a un maestro en versos y encare poético afines. Elbio Chitaro, con un verso libre y bien estructurado evocando la muerte paterna en un marco de referencias evangélicas. Enrique Bacci, talento y búsquedas en lograda escritura. Gustavo Wojciechowski, quien como orfebre de las palabras las ilumina sin que pierdan su aura cotidiana. Pero también están: Horacio Mayer, olvidado gran poeta –de obra escasa pero iluminada- que siendo de otra generación publicó sobre fin del pasado siglo. Ingrid Tempel, también de la generación del anterior, muestra una voz soterrada pero intensa, con lograda forma y un matiz reflexivo. Isabel Barreiro, con un decir poético potente, que recrea desde los dramas modernos la intemporal voz del salmista. Isabel de la Fuente, moviéndose desde lo introspectivo hacia el deseo amoroso a través del largo aliento del poema. Juan Manuel Sánchez Puntigliano, con auténtico espíritu transgresor en bien logrados versos. Jorge Pignataro, que en forma contenida, con adecuado lirismo, trabaja la evocación nostálgica en un escenario provinciano. Juan Pablo Pedemonte, deleitándose con el ritmo y sonido de las palabras en una insinuación a lo barroco. Julio Inverso, auténtico maldito de los noventa y hoy fundamentado autor de culto. Lalo Barrubia y sus versos de larga respiración desmenuzando –con ironía y humor negro, pero también dolor- la condición existencial de la mujer más allá y más acá de los estereotipos complacientes. Laura Chalar, con voz madura y contenida, retratando poéticamente lugares de su ciudad. Laura Inés Martínez Coronel, con despliegue elegíaco y poderosa imaginación al servicio de una poesía convincente. Y siguen otros: Luis Bravo –con innegable maestría- recorre y recrea en lograda poesía la casa de la infancia. Luis Pereira Severo demuestra una vez más su capacidad para lo erótico tratado con humor y acertadas referencias culturales. Mariela Nigro, poeta de rigurosa estructuración y lirismo hondo. Melisa Machado indagando en lo sicológico profundo con rotunda poesía. Mónica Marchesky creando con pericia y buenos recursos un sutil clima fantástico. Nidia Di Giorgio Médicis, en la búsqueda de mundos imaginarios con estilo propio. Roberto Mascaró, con una obra siempre en crecimiento, variación e intensidad, explorando incesantemente nuevos rumbos. Sandra Míguez, estructura y fuerza equilibradas y potenciadas por la intensidad. Silvia Guerra desplegando sabiduría poética en sugerente texto que convoca arquetipos centrales de la cultura universal. Silvia Martínez Coronel evidenciando sus buenos recursos en el género. Suleika Ibáñez con su maestría y su peculiar mundo literario. Sylvia Riestra delineando en poema de largo aliento una convincente metáfora acerca de tópicos universales como la inocencia y el sacrificio. Los narradores están representados en esta muestra en número menor, pero con sostenida calidad. Adolfo Guidali, quien aparte de ser corresponsable de esta selección debe integrarla necesariamente al ser uno de los escritores más completos del período, sobre todo como novelista pero también en sus relatos cortos. Andrea Blanqué, con ya larga experiencia en el oficio de narrar –como cuentista y novelista- con lograda mirada crítica en lo social y cultural, y creíbles personajes. Cecilia Ríos, con poca obra édita, pero suficiente para valorar su logrado oficio, y su versatilidad y sabiduría para contar historias. Horacio Cavallo ha sabido reflejar en su obra, con veracidad, las pequeñas y grandes aventuras de la vida cotidiana. Ignacio Martínez, narrador versátil, representado aquí por su mejor relato para jóvenes. Inés Bortagaray despliega su potencia y habilidad en relato de iniciación en el oficio periodístico que se conecta –en clave no dramática- con los testimonios y la memoria a construir del pasado reciente. Por su parte, Lilián Hirigoyen teje con elegancia una peripecia de pareja en un ámbito mediterráneo con reminisencias clásicas. Marcia Collazo representa la fuerza y el logro de la narración histórica solvente. Nelson González Casaravilla nos sumerge en una atmósfera de suspenso de raigambre kafkiana. Pablo Dobrinin, con un logrado oficio narrativo en el género –poco frecuentado en las letras uruguayas- de la ciencia ficción. Pablo Silva Olazábal traza, con minucia minimalista, las obsesiones del personaje en torno a su mascota y a su amor menguante. Paola Gallo bosqueja con soltura una parábola acerca de los símbolos y la sustancia que representan. Sofía Rosa ensaya una fragmentaria recreación de sensaciones y experiencias de infancia. Sofi Riccero se mueve cómoda en medio de un texto denso y barroco, cargado de alusiones culturales, oscilando entre lo narrativo y lo poético. Lo del comienzo: esta es una muestra de la Literatura Uruguaya de los últimos treinta años, que sin tener pretensión abarcativa nos atrevemos a asegurar que es lo suficientemente representativa. Y más allá de los méritos que puedan señalársele, viene a llenar un vacío de larga data en cuanto a la presencia en París y en Europa –como colectivo- de todo el corpus literario producido en el Uruguay. Nota: Este ensayo introductorio acompañó la Muestra de poetas y narradores uruguayos de los últimos treinta años –seleccionada por el mismo autor- publicada en París, en noviembre del año 2014, en la revista Vericuetos que allí se edita. |
Alejandro Michelena
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