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"Animal de palabras", de Carlos Martínez Moreno, Ed. Arca, 1987, 138 págs.
 

Impecable madurez de un narrador
Crítica literaria de Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 
 

Desde hace un tiempo circulan en nuestro medio, en ediciones nacionales, los dos últimos libros de Carlos Martínez Moreno. Se trata de la controvertida novela "El color que el infierno me escondiera" (aparecida) en México en 1981 y dada a la imprenta aquí por Monte Sexto), y del volumen de cuentos que hoy nos ocupa, que es de Arca. De por si es un hecho estimulante, casi un acto de justicia cultural, el que un escritor que prácticamente había desaparecido por años de las librerías montevideanas —por censura en parte y también por agotamiento de sus títulos de los sesenta— vuelva ahora a través de los dos géneros literarios en que se destacó.

Martínez Moreno, que murió en México en 1986 sin haber podido retornar ai Uruguay que había abandonado cerca de diez años antes para exiliarse, es uno de los narradores más logrados de esa promoción de los cuarenta que integran en este plano también José Pedro Díaz, Mario Arregui, el mismo tan frecuentado Benedetti. Más allá de esto, descolló por su múltiple inquietud y aporte intelectual, tanto en sus tiempos de riguroso critico de teatro, como en su labor ensayística, o en sus recordados editoriales periodísticos, aparte de ser en cuanto abogado uno de ios mejores penalistas que tuvo el país.

Este libro, "Animal de palabras", reúne nueve cuentos de su última producción, cuatro de los cuales se han editado antes ("Benegas veo" en la revista "Crisis"; "La máscara", ganador del Concurso de cuentos de la Universidad de Puebla, en "Cuadernos de Marcha"; "Los pieles rojas" y "Los candelabros", que incluyera en su última novela como capítulos). El resto es estrictamente inédito, siendo su lectura un interesante acercamiento al proceso de escritura del autor durante la última década.

La primera impresión que se obtiene de la lectura de estos relatos, es la permanencia de un rigor conceptual y de una voluntad de estilo que le dieron perfil a la obra anterior de Martínez Moreno. Están presentes sus temas recurrentes, como por ejemplo los vinculados a su larga experiencia de abogado; también su particular humor, que supo de momentos corrosivos, aunque un tanto más matizado que en el pasado. El lenguaje sigue siendo elaborado, preciso, a veces minucioso, pero hay una búsqueda de la sencillez en el decir, o más bien de una mayor síntesis y claridad, esa que el escritor explicitaba entre sus metas en un reportaje de 1974.

Sin duda el cuento más logrado, el mejor a nuestro criterio, es el premiado "La máscara", donde a partir de una historia que le contara Clara Silva recrea una mundo en lenta decadencia, con solteronas de barrio antiguo que reciben en cada carnaval la inquietante visita de un conjunto de "máscaras", una de las cuales les apostrofa sin ambajes por sus deseos secretos más inconfesables. Es un ámbito —el que atestigua el desmoronarse sin prisa de una familia patricia en los años veinte— muy afin al permanente mundo creativo del narrador, y tiene mucho que ver con su novela "Con las primeras luces".

No podía faltar en este conjunto lo vivido por el país en los años setenta y hasta hace muy poco. Como tema central, en "Los pieles rojas" y "Los candelabros", donde los personajes —el veterano maestro que encuentra a su nieta herida en el Jardín mientras su hija anda escapada y su yerno preso, y la presa política que se enfrenta a la lógica fría pero estéril de la represión con el arma tenue de sus fantasías— son vistos con inusual piedad por un escritor que ha sabido ser implacable con sus creaturas. Como dato, que aparece iluminando toda una zona del cuento, por ejemplo en "La escalera de mármol".

Con los cambios indicados, de todas maneras Carlos Martínez Moreno vuelve a reencontrarse con sus lectores —a más de diez años de su último titulo accesible por aquí— permaneciendo fiel tanto a su destacada lucidez intelectual como a su preocupación estilística. La variación se da tal vez en que ni la primera agobia (como sucedía en alguno de sus relatos de los comienzos) la necesaria vitalidad narrativa, ni la segunda, que oficiaba muchas veces como cualidad defensiva frente a la anterior, bordea el adorno (lo que también se daba a menudo). Puede hablarse entonces, en referencia a Animal de palabras, de la impecable madurez de un narrador.
 


 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

Crítica literaria publicada, originalmente, en "La Hora" (Montevideo), el 30 de mayo de 1987

 

Texto cedido por el autor en formato papel de diario. Escaneado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 9 de abril de 2013.