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Entre la evasión y el documento
por Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 
 
 

Las opciones televisivas que tenemos en el presente, en lo que hace a programas que vienen del exterior, fluctúan entre los superproducciones cargadas de oropeles varios y decididamente alienantes, pasando por la recreación de personajes históricos, y culminando en diversas variantes del documental.

Lo que más resalta en esta gama es la por lo menos manifiesto intención de los últimos en el sentido de acercarse a realidades de orden social y económico, y el evidente ocultamiento de las mismas a todo nivel de los primeros. La posibilidad intermedia, curiosamente unifica las características de las otras dos, procurando la imposible armonía de hermanar lo inconciliable.



No nos vamos a detener en "Hotel" o en "Dinastía", aunque encuadran perfectamente en la primera categoría de productos realizados sin escatimar costos, con alguna figura más o menos conocida o con su pasado de esplendor, teniendo en algunos casos por detrás un reconocido "best-seller" de librerías. El primero continúa con sus edulcoradas intrigas que tienen como escenario un gran hotel de lujo, donde las peores apetencias se esconden detrás del buen porte, el lindo cuerpo, el mucho dinero; para sus personajes no se concibe otro mundo que la fiesta perenne entre luces titilantes, pisos mullidamente alfombrados, ausencia de verdaderos problemas y de mínimos escrúpulos. "Dinastía" no deja de glorificar, en última instancia, a los demasiado ricos, que no disimulan en la serie la turbia naturaleza de sus "negocios" y sin embargo viven felices, saludables y plenos, levantando siempre su copa rebosante junto a la calidez de la inmensa estufa a leña como vivas encarnaciones del sistema de vida norteamericano (en los capítulos más recientes, la suerte en el amor del veterano protagonista se ve amenazada —oh ironía involuntaria, propiciada por la lentitud con que nos vienen llegando las entregas— nada más y nada menos que por el mismísimo Rock Hudson, quien le disputa seriamente a Linda Evans...).

Nos interesan aquí dos nuevas teleseries, que aportan interesantes elementos novedosos en el esquema demasiado trillado de las producciones televisivas de lujo, de carácter digestivo y pasatista. Estos cambios no son casuales, más bien responden a una mezcla de nostalgia y cosmopolitismo que sintonizaría mejor hoy por hoy con el "gran público" (léase: el norteamericano medio), que el formal nacionalismo con cierto olor reaganiano, que impregnaba por ejemplo las propuestas masificantes anteriormente nombradas y otras tantas de finales de los setenta y principios de los ochenta.

Por un lado tenemos a "Pecados" —Teledoce, los lunes, a las 22 hs.— donde vemos a una constelación estelar de nombres valiosos, como Gene Kelly, Capucine, Giancarlo Gianini y otros, sirviéndole de adorno a Joan Collins. Aquí, la mala de "Dinastía" encarna a modelo a quien los nazis, durante la ocupación en Francia cuando era niña, le matan a su madre deportando a sus hermanos a una segura muerte; ella tendrá en adelante dos móviles en su vida: la venganza, y la ambición de poder y dinero. La serie recrea a los efectos un París estereotipado, partiendo en el "racconto" de unos años cincuenta de tarjeta postal o de revista femenina (en el que, por momentos, no se cuida un detalle tan decisivo como el modelo de los automóviles que pasan cerca de los personajes en las escenas callejeras). De todos modos, la preocupación de los hacedores de "Pecados" no es precisamente la fidelidad historicista, sino el incitar en un telespectador ingenuo la identificación con un mundo glamoroso, de paseos románticos por el Sena, de condes malvados pero multimillonarios, de sexo presentado en la imagen como pasión arrebatadora en hoteles de lujo, de artes mezcladas con brillos de la alta costura (esta última, en un estilo entre Cocó Chanel y Christian Dior). Se trata de aprovechar la concreta insatisfacción del que está frente a la pantalla chica, con sus problemas económicos y sus limitadas probabilidades de cambio efectivo, para envolverlo en una droga semanal y evasiva que le aporte esa cuota de romance, erotismo, viajes imposibles y poder económico que no posee ni poseerá jamás.

Esto es algo que merece recalcarse: "Pecados" utiliza deliberadamente -en algunos tramos con innegable maestría- elementos que promueven la identificación sicológica, e incluso manipula con aquellos otros que llevan a convencer a un televidente común que está viendo en su TV algo de calidad y que esos personajes tienen altos intereses "artísticos", que mueven en ambientes que se relacionan con el arte. A los efectos de lograr todo esto, los realizadores han apelado nada menos que al "kitsch", o sea, a ese estilo de medio pelo que simula ser otra cosa, revistiéndose de los brillos que convencionalmente se le atribuyen a lo que suele considerarse "arte" (que es, siempre, una acumulación equilibrada de lugares comunes al respecto). Lo que se logra es una receta formidable para los intereses de una "fábrica de sueños" que agotado el negocio cinematográfico busca lograr suculentas ganancias en el ámbito televisivo, y que tiene la ventaja de atrapar inmensas multitudes —generalmente de clase media— con enormes carencias en su situación social, en su cultura personal, en su visión del mundo, como para satisfacerse con estos productos seudo-estetizantes, que se parecen mucho ciertamente a aquellos paisajes de bazar que solían colocarse en el living simulando virtuosismo y vaga actualidad.

Un caso algo distinto es el de "Tres amigas". (Canal 4, miércoles, 21.30). Es también una superproducción hecha para la pequeña pantalla. Igualmente despliega su acción por distintos escenarios internacionales, de preferencia —como en el caso anterior las tan mistificadas París y Nueva York. Se parece además en la tendencia al escenario turístico (Notre Dame por todos lados), en lo complaciente de la música, en el planteo conservador de folletín romántico implícito en esa historia de tres alumnas de colegio aristocrático en la campiña francesa, una de las cuales tendrá una hija que las amigas ayudan a mantener desde lejos y que andando el tiempo se convierte en estrella del cine "porno". Pero entre las ridiculeces, idas y venidas de los planes de venganza de la joven Lili —símbolo sexual y obsesa en la búsqueda de su madre que no conoce— en las tres amigas que ya no lo son tanto al pasar de los años, es posible encontrar buenas tomas y encuadres, momentos de actuación convincente, refinamientos varios de los que "Pecados" carece por completo (a pesar de las luminarias que secundan a la Collins; ¡cómo se nota que la crisis llegó también para ellos!!

Entonces, "Tres amigas" se puede ver como un producto bien hecho, con personajes que son tales sicológica y dramáticamente, con una estructura y un ritmo convincentes. En lo que es similar a "Pecados" es en el objetivo —apuntando las baterías tal vez hacia un público algo más conocedor o sensible— de evasión por medio de algunos estereotipos identificatorios. Aquí estos están dados de modo más sutil, pero son palpables en el ambiente de supuesto gran mundo" en el que se mueve toda la acción; incluso Lili, el personaje previsiblemente "marginal" en lo social de la serie, se desliza con sospechosa comodidad en ese dorado ámbito.

Un creíble Mussolini

Lo encarna George Scott. Es un notable trabajo interpretativo de un gran actor que tiene en su haber la recreación de varias figuras ya históricas. La teleserie es fiel a los diferentes acontecimientos que pautaron la peripecia del dictador fascista, y reconstruye con detallismo los escenarios y ambientaciones de época. Pero tal vez lo más polémico de este "Mussolini" radique en la entonación con la que se resalta la vida privada del Duce —familia, amante— en desmedro de los procesos político-sociales que son los que en definitiva explican el peculiar enfoque totalitario que dominó a Italia durante dos décadas y sus porqués.

Decíamos al comienzo de la nota que esta serie amalgama documento y dato histórico con elementos de ocultación de las realidades de aquel entonces, no por carencia de fidelidad de tipo formal a la historia del hombre público, sino por esa omisión en cuanto a ubicación de los hechos en un concreto entramado social y económico (Canal 10, martes, 21.30).

La aventura humana

Tal es el nombre de un nuevo aporte de origen hispánico, que va por la misma sintonía, los jueves a las 21.30. Concebido a través del documental, busca mostrar en cada entrega diferentes lugares del ancho mundo y su gente, con manifiesta preferencia por los grandes cruces de culturas que son actualmente las megalópolis.

Así fue que vimos, hace dos semanas, un retrato de Bombay, gran ciudad de la India, que resultó pobre por io demasiado parcial. La imagen y el relator se perdieron en algunos ejemplos demasiado particulares y no del todo representativos —caso del cura español que mantiene allí orfelinatos— perdiendo la oportunidad de ahondar más aún en el complejo y múltiple espíritu hindú reflejado en síntesis en la urbe. Los televidentes que hayan visto en cine "Calcuta" de Louis Malle, estarán de acuerdo en que, en la inevitable comparación, surge de inmediato la pobreza de la propuesta española, que se quedó en la superficie del tema.

Todo lo contrario sucedió, a nuestro criterio, en lo que tiene que ver con la segunda entrega. Allí, con buena imagen, economía de medios, capacidad de síntesis, bien seleccionadas entrevistas, se llegó a uno de los posibles abordajes a otro complejo universo como es el de Nueva York. Alberto Oliveras y sus colaboradores eligieron el mejor camino: dejaron de lado la pretensión de abarcar las decenas de posibles realidades neoyorkinas, limitándose con fecunda certeza al testimonio de artistas plásticos españoles de diversa valía y postura que han elegido esa ciudad y complementándolo con una recorrida alucinante por la sordidez del tren subterráneo y de la noche en los barrios peligrosos. La intensa vida nocturna de Nueva York estuvo simbolizada en el lujoso contrapunto entre una boite de super-moda y el característico salón de baile al que asisten los veteranos a moverse al ritmo de la nostalgia con temas de hace treinta o cuarenta años.

En este último caso, también poseemos una pauta comparativa, —que juega en la demanda, favorablemente, para el capítulo reseñado de "La aventura humana"— y fue aquel lamentable intento de televisar la ciudad de los rascacielos que comandó el inefable Branáa. Mucho más conocemos de Nueva York en el ejemplo que nos ocupa, con su limitación de tiempo y de escenarios, con su acento crítico, que a través de aquella pretenciosa y superficial, enloquecida cabalgata por todas las obviedades previsibles, que era además exasperadamente a-crítica.
 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

Texto publicado, originalmente, en "La Hora" (Montevideo), 6 de setiembre de 1986

 

Cedido por el autor en formato papel de diario. Escaneado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 18 de junio de 2013.
 

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