Las opciones televisivas que tenemos en
el presente, en lo que hace a programas que vienen del exterior,
fluctúan entre los superproducciones cargadas de oropeles varios y
decididamente alienantes, pasando por la recreación de personajes
históricos, y culminando en diversas variantes del documental.
Lo que más resalta en esta gama es la por lo menos manifiesto intención
de los últimos en el sentido de acercarse a realidades de orden social y
económico, y el evidente ocultamiento de las mismas a todo nivel de los
primeros. La posibilidad intermedia, curiosamente unifica las
características de las otras dos, procurando la imposible armonía de
hermanar lo inconciliable.
No nos vamos a detener en "Hotel" o en "Dinastía", aunque encuadran
perfectamente en la primera categoría de productos realizados sin
escatimar costos, con alguna figura más o menos conocida o con su pasado
de esplendor, teniendo en algunos casos por detrás un reconocido
"best-seller" de librerías. El primero continúa con sus edulcoradas
intrigas que tienen como escenario un gran hotel de lujo, donde las
peores apetencias se esconden detrás del buen porte, el lindo cuerpo, el
mucho dinero; para sus personajes no se concibe otro mundo que la fiesta
perenne entre luces titilantes, pisos mullidamente alfombrados, ausencia
de verdaderos problemas y de mínimos escrúpulos. "Dinastía" no deja de
glorificar, en última instancia, a los demasiado ricos, que no disimulan
en la serie la turbia naturaleza de sus "negocios" y sin embargo viven
felices, saludables y plenos, levantando siempre su copa rebosante junto
a la calidez de la inmensa estufa a leña como vivas encarnaciones del
sistema de vida norteamericano (en los capítulos más recientes, la
suerte en el amor del veterano protagonista se ve amenazada —oh ironía
involuntaria, propiciada por la lentitud con que nos vienen llegando las
entregas— nada más y nada menos que por el mismísimo Rock Hudson, quien
le disputa seriamente a Linda Evans...).
Nos interesan aquí dos nuevas teleseries, que aportan interesantes
elementos novedosos en el esquema demasiado trillado de las producciones
televisivas de lujo, de carácter digestivo y pasatista. Estos cambios no
son casuales, más bien responden a una mezcla de nostalgia y
cosmopolitismo que sintonizaría mejor hoy por hoy con el "gran público"
(léase: el norteamericano medio), que el formal nacionalismo con cierto
olor reaganiano, que impregnaba por ejemplo las propuestas masificantes
anteriormente nombradas y otras tantas de finales de los setenta y
principios de los ochenta.
Por un lado tenemos a "Pecados" —Teledoce, los lunes, a las 22 hs.—
donde vemos a una constelación estelar de nombres valiosos, como Gene
Kelly, Capucine, Giancarlo Gianini y otros, sirviéndole de adorno a Joan
Collins. Aquí, la mala de "Dinastía" encarna a modelo a quien los nazis,
durante la ocupación en Francia cuando era niña, le matan a su madre
deportando a sus hermanos a una segura muerte; ella tendrá en adelante
dos móviles en su vida: la venganza, y la ambición de poder y dinero. La
serie recrea a los efectos un París estereotipado, partiendo en el
"racconto" de unos años cincuenta de tarjeta postal o de revista
femenina (en el que, por momentos, no se cuida un detalle tan decisivo
como el modelo de los automóviles que pasan cerca de los personajes en
las escenas callejeras). De todos modos, la preocupación de los
hacedores de "Pecados" no es precisamente la fidelidad historicista,
sino el incitar en un telespectador ingenuo la identificación con un
mundo glamoroso, de paseos románticos por el Sena, de condes malvados
pero multimillonarios, de sexo presentado en la imagen como pasión
arrebatadora en hoteles de lujo, de artes mezcladas con brillos de la
alta costura (esta última, en un estilo entre Cocó Chanel y Christian
Dior). Se trata de aprovechar la concreta insatisfacción del que está
frente a la pantalla chica, con sus problemas económicos y sus limitadas
probabilidades de cambio efectivo, para envolverlo en una droga semanal
y evasiva que le aporte esa cuota de romance, erotismo, viajes
imposibles y poder económico que no posee ni poseerá jamás.
Esto es algo que merece recalcarse: "Pecados" utiliza deliberadamente
-en algunos tramos con innegable maestría- elementos que promueven la
identificación sicológica, e incluso manipula con aquellos otros que
llevan a convencer a un televidente común que está viendo en su TV algo
de calidad y que esos personajes tienen altos intereses "artísticos",
que mueven en ambientes que se relacionan con el arte. A los efectos de
lograr todo esto, los realizadores han apelado nada menos que al "kitsch",
o sea, a ese estilo de medio pelo que simula ser otra cosa,
revistiéndose de los brillos que convencionalmente se le atribuyen a lo
que suele considerarse "arte" (que es, siempre, una acumulación
equilibrada de lugares comunes al respecto). Lo que se logra es una
receta formidable para los intereses de una "fábrica de sueños" que
agotado el negocio cinematográfico busca lograr suculentas ganancias en
el ámbito televisivo, y que tiene la ventaja de atrapar inmensas
multitudes —generalmente de clase media— con enormes carencias en su
situación social, en su cultura personal, en su visión del mundo, como
para satisfacerse con estos productos seudo-estetizantes, que se parecen
mucho ciertamente a aquellos paisajes de bazar que solían colocarse en
el living simulando virtuosismo y vaga actualidad.
Un caso algo distinto es el de "Tres amigas". (Canal 4, miércoles,
21.30). Es también una superproducción hecha para la pequeña pantalla.
Igualmente despliega su acción por distintos escenarios internacionales,
de preferencia —como en el caso anterior las tan mistificadas París y
Nueva York. Se parece además en la tendencia al escenario turístico (Notre
Dame por todos lados), en lo complaciente de la música, en el planteo
conservador de folletín romántico implícito en esa historia de tres
alumnas de colegio aristocrático en la campiña francesa, una de las
cuales tendrá una hija que las amigas ayudan a mantener desde lejos y
que andando el tiempo se convierte en estrella del cine "porno". Pero
entre las ridiculeces, idas y venidas de los planes de venganza de la
joven Lili —símbolo sexual y obsesa en la búsqueda de su madre que no
conoce— en las tres amigas que ya no lo son tanto al pasar de los años,
es posible encontrar buenas tomas y encuadres, momentos de actuación
convincente, refinamientos varios de los que "Pecados" carece por
completo (a pesar de las luminarias que secundan a la Collins; ¡cómo se
nota que la crisis llegó también para ellos!!
Entonces, "Tres amigas" se puede ver como un producto bien hecho, con
personajes que son tales sicológica y dramáticamente, con una estructura
y un ritmo convincentes. En lo que es similar a "Pecados" es en el
objetivo —apuntando las baterías tal vez hacia un público algo más
conocedor o sensible— de evasión por medio de algunos estereotipos
identificatorios. Aquí estos están dados de modo más sutil, pero son
palpables en el ambiente de supuesto gran mundo" en el que se mueve toda
la acción; incluso Lili, el personaje previsiblemente "marginal" en lo
social de la serie, se desliza con sospechosa comodidad en ese dorado
ámbito.
Un creíble Mussolini
Lo encarna George Scott. Es un notable trabajo interpretativo de un gran
actor que tiene en su haber la recreación de varias figuras ya
históricas. La teleserie es fiel a los diferentes acontecimientos que
pautaron la peripecia del dictador fascista, y reconstruye con
detallismo los escenarios y ambientaciones de época. Pero tal vez lo más
polémico de este "Mussolini" radique en la entonación con la que se
resalta la vida privada del Duce —familia, amante— en desmedro de los
procesos político-sociales que son los que en definitiva explican el
peculiar enfoque totalitario que dominó a Italia durante dos décadas y
sus porqués.
Decíamos al comienzo de la nota que esta serie amalgama documento y dato
histórico con elementos de ocultación de las realidades de aquel
entonces, no por carencia de fidelidad de tipo formal a la historia del
hombre público, sino por esa omisión en cuanto a ubicación de los hechos
en un concreto entramado social y económico (Canal 10, martes, 21.30).
La aventura humana
Tal es el nombre de un nuevo aporte de origen hispánico, que va por la
misma sintonía, los jueves a las 21.30. Concebido a través del
documental, busca mostrar en cada entrega diferentes lugares del ancho
mundo y su gente, con manifiesta preferencia por los grandes cruces de
culturas que son actualmente las megalópolis.
Así fue que vimos, hace dos semanas, un retrato de Bombay, gran ciudad
de la India, que resultó pobre por io demasiado parcial. La imagen y el
relator se perdieron en algunos ejemplos demasiado particulares y no del
todo representativos —caso del cura español que mantiene allí
orfelinatos— perdiendo la oportunidad de ahondar más aún en el complejo
y múltiple espíritu hindú reflejado en síntesis en la urbe. Los
televidentes que hayan visto en cine "Calcuta" de Louis Malle, estarán
de acuerdo en que, en la inevitable comparación, surge de inmediato la
pobreza de la propuesta española, que se quedó en la superficie del
tema.
Todo lo contrario sucedió, a nuestro criterio, en lo que tiene que ver
con la segunda entrega. Allí, con buena imagen, economía de medios,
capacidad de síntesis, bien seleccionadas entrevistas, se llegó a uno de
los posibles abordajes a otro complejo universo como es el de Nueva York.
Alberto Oliveras y sus colaboradores eligieron el mejor camino: dejaron
de lado la pretensión de abarcar las decenas de posibles realidades
neoyorkinas, limitándose con fecunda certeza al testimonio de artistas
plásticos españoles de diversa valía y postura que han elegido esa
ciudad y complementándolo con una recorrida alucinante por la sordidez
del tren subterráneo y de la noche en los barrios peligrosos. La intensa
vida nocturna de Nueva York estuvo simbolizada en el lujoso contrapunto
entre una boite de super-moda y el característico salón de baile al que
asisten los veteranos a moverse al ritmo de la nostalgia con temas de
hace treinta o cuarenta años.
En este último caso, también poseemos una pauta comparativa, —que juega
en la demanda, favorablemente, para el capítulo reseñado de "La aventura
humana"— y fue aquel lamentable intento de televisar la ciudad de los
rascacielos que comandó el inefable Branáa. Mucho más conocemos de Nueva
York en el ejemplo que nos ocupa, con su limitación de tiempo y de
escenarios, con su acento crítico, que a través de aquella pretenciosa y
superficial, enloquecida cabalgata por todas las obviedades previsibles,
que era además exasperadamente a-crítica.
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