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En la Ciudad Vieja: un rincón parisién |
En
una urbe ecléctica como supo ser en otras épocas Montevideo, la Plaza
Zabala fue un "rincón francés". Construida en el predio que en
la época colonial ocupara el fuerte o residencia del gobernador, fue proyectada
como calco exacto de una plaza parisién por el arquitecto paisajista
Carlos Thays (que tanta obra verde dejó en ambas capitales platenses).
Dado que el edificio del fuerte sobrevivió largamente a la independencia,
el lineamiento del solar no se pudo ajustar al trazado de calles característico
de la Ciudad Vieja, quedando la plaza ubicada en diagonal en relación al
resto de las manzanas. Ese hecho permitió que los edificios de los ángulos
de la plaza la cierren como si estuviera amurallada, al estilo de tantas
similares europeas, generándose un ámbito especial en lo visual y
sonoro. Una
reja la circunda por los cuatro costados, y enormes árboles –donde no
faltan pinos, algunos gomeros y palmeras– se alzan en su entorno. No
ostenta los clásicos cuatro canteros dividiéndola, ya que Thays le
imprimió un estilo diferente y más moderno en su época. El monumento a
Bruno Mauricio de Zabala ocupa el centro, pero ello no perturba la
saludable asimetría del conjunto. En
uno de sus costados se ubica el también afrancesado Palacio Taranco
(concebido por los arquitectos franceses Girault y Chifflot), cuyo jardín
–bastante amplio y arbolado– actúa como prolongación de la plaza. Como
no podía ser de otro modo, las sucesivas depredaciones edilicias fueron
cambiando –para mal– el entorno arquitectónico de la Circunvalación
Durango, o sea la calle que rodea la plaza. Sin embargo se conservan
algunos sectores con especial encanto. Por ejemplo: el que
integran, hacia el lado de
Rincón, el reciclado inmueble que ocupa el Discount Bank y el notable
edificio Del Fuerte (al que en algún tramo de los años setenta le
podaron bárbaramente las molduras). Ese costado de la Plaza Zabala es hoy
por hoy un caso privilegiado y de alta calificación arquitectónica en lo
que hace a espacios urbanos en Montevideo. Vale la pena ir a la Plaza Zabala, pero no únicamente de paso sino con el tiempo suficiente para recorrerla una y otra vez, morosamente, deteniéndose ante el viejo bebedero de hace más de un siglo (que ya no funciona) o sentándose en ese banco de hierro que todavía se conserva. Habrán hecho lo mismo tantos jóvenes enamorados de antaño en tardes soleadas; él, de "rancho de paja", bastón y bigotito, y ella con sombrero, sombrilla y vestido rozando el piso. |
Alejandro Michelena
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