El Santuario Nacional: mojón ciudadano
Peculiar historia de algo más que un templo
Santuario Nacional del Sagrado Corazón de Jesús en el barrio Cerrito de la Victoria de Montevideo |
La determinación de construir una iglesia en la cumbre del Cerrito data del siglo XIX, concretamente del año 1889. Fue a propósito de la Primera Asamblea Católica que se consideró propicia la iniciativa, como una manera de mostrar —en tiempos de edificaciones bajas, cuando desde todo Montevideo se apreciaba nítidamente esta elevación— la fe religiosa en todo su esplendor, quizá como un antídoto contra la acelerada laicidad que desde hacía unos años se extendía a nivel del Estado y también de lo que hoy se denomina la “sociedad civil”. Pero la piedra fundamental del futuro templo fue colocada recién en 1919, ganando el concurso para la obra un arquitecto que también era sacerdote: Ernesto Vespiniani. La idea original era revestir el edificio de mármol blanco, y el estilo general del proyecto imita sin disimulos a la legendaria iglesia construida promediado el siglo XIX en la colina de Montmartre, en París. Ese templo, el clásico Sacre Coeur, tuvo la peculiaridad de haber sido financiado a partir de una colecta popular en forma exclusiva. A poco de elevado de manera majestuosa, se corrió el rumor que un grupo de anarquistas aspiraba a dinamitarlo como acción propagandística. De su modesto e inconcluso émulo local no se puede decir lo mismo, más allá que durante el larguísimo proceso de su construcción se realizaron varias colectas con el propósito de volcar ese dinero en la obra (y a ningún ácrata se le ocurrió planear un atentado en la cumbre del Cerrito). De manera efectiva la construcción dio comienzo en 1926, bajo la dirección de los arquitectos Elzeario Boix y Horacio Terra Arocena. Estos fueron en aquellos años los constructores oficiosos más activos de iglesias católicas, conventos de monjas y colegios confesionales. Nunca se pudo lograr dinero para el lujo final de los mármoles, y se inauguró el Santuario recién en 1939 luciendo para siempre su fachada de ladrillo visto. Es paradojal, pero esa peculiaridad le fue otorgando con el tiempo un sello personal y propio, que lo vuelve único. Todavía por los años cincuenta, el templo inconcluso fue escenario de grandes ceremonias religiosas, como por ejemplo las vinculadas al Año Eucarístico Internacional. A esa leve cumbre llegaban fieles de todo el país, y un ejército de monaguillos acompañaba las vicisitudes del rito solemne que presidía el entonces arzobispo de Montevideo don Antonio María Barbieri. Algunos rasgos característicos Muchos vecinos no saben que el Santuario de Nuestro Corazón de Jesús - tal es su nombre oficial—constituye el punto más alto de la capital. Su cúpula supera por varios metros a la Fortaleza del Cerro. Ésta se eleva a 110 metros sobre el nivel del mar, mientras que el edificio color terracota que nos ocupa alcanza los 114. Aún al presente, a pesar de la construcción en altura, se le divisa desde cualquier punto; por los accesos a la capital, viniendo de Santiago Vázquez, desde el este mucho antes de ingresar a Camino Carrasco, y desde muchos barrios bastante alejados de su ubicación. Las escaleras de caracol que conducen a la altura de sus torrecillas, tienen cada una de ellas 150 escalones, y su planta se extiende sobre 9 mil metros cuadrados. Si bien la intención original fue imitar al Sacre Coeur parisién, como ya dijimos, el resultado fue un tanto diferente, pues para muchos conocedores se asemeja más a la basílica bizantina de Santa Sofía —que hoy es mezquita musulmana— en Estambul. Desde el punto de vista de un estricto criterio arquitectónico, el templo es un anacronismo por su estilo recargado, solemne y hasta rimbombante. Mucho más si tenemos en cuenta que es contemporáneo de las experiencias de iglesias vanguardistas encaradas por el gran arquitecto Le Corbusier. Estrictamente, el perfil del Santuario del Cerrito es el de un eclecticismo que bordea lo híbrido. Sin embargo, luego de tantos años de tenerlo en nuestro horizonte cotidiano, los montevideanos no podríamos prescindir de ese punto de referencia que marca su monolítica presencia. En las noches, por otra parte, tiene ahora una muy adecuada iluminación que realza su misterio. El agudo deterioro y su freno A la altura de los años ochenta, el inconcluso edificio mostraba graves signos de deterioro. El padre José María Gomendio, integrante de la orden de los Sacramentinos que desde hace décadas se encarga de esa iglesia, asumió la tarea de conseguir fondos para iniciar con urgencia obras de refacción del recinto. Lo que había que modificar era mucho. el piso seguía siendo de cemento, las galerías altas carecían de barandas, la humedad en aumento había hecho caer grandes trozos del revoque interior. La seguridad del lugar llegó a ser tan precaria —virtualmente inexistente— hasta llegar al colmo que las dos grandes campanas de bronce que llamaban a misa fueron robadas por desconocidos que subieron a las torres escalando los caños del desagüe de los techos. Lo más increíble es que nadie los vio descender cargando los objetos, y menos se percataron de su huida portando elementos tan sospechosos. Un nuevo párroco, el padre Blas Mazzaferro, aceleró el proceso de recuperación de ese clásico ámbito de culto. Se proyectó un plan de trabajo que contó con la aprobación de la Comisión del Patrimonio Artístico y Cultural de la Nación. Y fue el arquitecto Eduardo Escuder Ameztoy quien ideó el recurso para restaurar la parte exterior del Santuario sin que éste perdiera su color ya tradicional: fue mediante los coponímeros acrílicos, un plástico habitualmente utilizado en Europa para esos menesteres, que se logró la impermeabilización de toda su superficie sin desvirtuar sus características. Estas obras comenzaron concretamente en 1983, y tuvieron —en lo que hace a la cúpula— la experimentada asesoría del Ingeniero Eladio Dieste, una autoridad indiscutida en la materia. Hubo además una Comisión de Obra que integraron Raúl Arce, Antonio Navarro, y el docente de UTU Miguel Capuchini. Por cierto que lo sustancial y primario fue la acción emprendida por fuera por el arquitecto Escuder. Pero hubo aportes significativos dentro, como el novedoso piso de monolítico con la decoración del tipo “mosaico veneciano” realizada por un artesano de la calidad reconocida de Rodolfo Visca, cuyo motivo incluye el pan, el cáliz, y las palabras pronunciadas por Jesucristo en la última cena. |
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crónica de Alejandro
Michelena
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