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Días del Patrimonio con tronar de tamboriles |
Homenaje a tres diosas de ébano Alejandro Michelena |
Este año los Días del Patrimonio estarán dedicados a una de las esencias culturales más genuinas de nuestro país: la relacionada con el Candombe como sonido raigal nuestro. Y en ese contexto, las figuras emblemáticas que se van a homenajear son nada menos que las tres artistas que —cada una a su modo— encarnaron el espíritu afrouruguayo a través de lo artístico: Lágrima Ríos, Rosa Luna y Marta Gularte. La señora Lágrima Ríos fue quien le dio voz al ritmo del Candombe. Excelente cantante, comenzó con el bolero pero su aspiración era la de llegar a cantar tangos. Y lo hizo de la mejor manera, ya que se transformó en una de las voces más estimables del género en el Río de la Plata. Pero nunca dejó el Candombe, que encontró en ella su tono y su fraseo más adecuados, como encontró en Romeo Gavioli el músico que le daría elaboración orquestal. Lágrima tiene el mérito de haber sacado el sonar de tambores de los límites estrechos del conventillo y la esquina del sur, haciéndolo pasear —gracias a su magnífico canto— por las noches brillantes de la calle Corrientes y la calle San José, en aquellos cabarets glamorosos que hoy conocemos por las viejas películas argentinas. En el baile la acompañaron dos figuras que iban a dar que hablar: Canela, que todavía no se decidía a dejar del todo las maracas y abrazar para siempre el tamboril, y una vedette esplendorosa, de belleza deslumbrante, que se llamaba Marta Gularte. Ella es, precisamente, la segunda homenajeada por los Días del Patrimonio en este año. Marta no fue la primera vedette de Candombe; la que abrió el fuego fue la Negra Johnson, que también provenía del cabaret. Estos centros nocturnos generaron una estética basada en la coreografía, que giraba en torno a ritmos de moda en la época como el mambo. En tal estética se inspiró el cine musical de Hollywood, y la misma tuvo su diosa encarnada que se llamó Carmen Miranda. La Johnson sacó la coreografía a la calle y la unió a las comparsas, pero Marta Gularte —con su encanto y magnetismo— tornó habitual y deseada la figura de la vedette bailando y desfilando junto a los personajes clásicos. Y al pasar de los años, se transformó en emblema y arquetipo no sólo del Carnaval sino de toda una forma de ser montevideana. Fue además, al igual que Lágrima Ríos, una luchadora constante en pro de la causa de los afrouruguayos. Por su parte Rosa Luna, la tercera homenajeada patrimonial, tuvo el mérito de darle mayor desparpajo al rol de la vedette, e incluso hasta cierto humor. Mientras que Marta se percibía algo distante en medio de su paso sensual y rutilante que agitaba corazones masculinos, Rosa constantemente prodigaba besos y sonrisas a diestra y siniestra. Ambas se complementaban en última instancia, y marcaron el rumbo de dos modelos de ser vedette de comparsa. Las hermanaba la fuerte personalidad y la brillantez del baile. El Candombe como identidad El característico tam tam de los tambores llegó al Río de la Plata con el arribo de los primeros esclavos. Estos trajeron los sonidos africanos, que se fueron adaptando a la nueva realidad. Los tambores se tornaron en tamboriles, fabricándose los instrumentos con barricas vacías —de esas que se usaban para el transporte de diferentes productos alimenticios— a las que se dejaba el fondo abierto cerrándose arriba con un trozo de lonja bien tensado. Las barricas tenían varios tamaños; fue así que nacieron los diferentes tipos de tamboril: chico, repique y grande. Esta circunstancia puntual enriqueció el registro sonoro de los toques. Los esclavos de todas las familias "de pro" rioplatenses se reunían los domingos. Los amos les concedían esa licencia para su recreación, pero muchos destinaban esas horas a realizar —soterradamente— rituales religiosos traídos del otro lado del océano. En tales ceremonias, realizadas extramuros —en Montevideo por el Cubo del Sur, y en Buenos Aires en algún barracón del entonces suburbano barrio de Montserrat— los tamboriles eran los protagonistas. Francisco Acuña de Figueroa, autor del Himno Nacional y además el poeta más conocido en las primeras décadas del siglo XIX, dejó testimonio en varias crónicas de estas "fiestas de negros" (así se les llamaba) en las que a menudo participaba. Se realizaban durante todo el año, pero había algunas especiales que se denominaron "llamadas". Los personajes y su evolución El Candombe generó sus propios personajes: la Mama Vieja, el Gramillero y el Escobero, son algunos de ellos. Algunos morenos se ataviaban con ropa vieja prestada para la ocasión. Y en sus evoluciones al son de los tamboriles parodiaban los gestos y maneras de los amos. Pero hubo otros personajes que se han perdido. Por ejemplo: el Rey y la Reina, que aparecían de manera especial en la LLamada del Día de Reyes. Estos "soberanos", que eran coronados con gran pompa, visitaban a las autoridades y éstas debían recibirlos. Durante la presidencia de Frutos Rivera, éste abrió las puertas del Fuerte (ubicado en donde más tarde se construyó la plaza Zabala), que era el recinto de gobierno, al Rey y la Reina de la Llamada, a quienes agasajó como si fueran grandes dignatarios. Raíces africanas del tango No hay que olvidar que la música urbana por excelencia de las ciudades del plata tiene en su origen y conserva en su estructura melódica rasgos del candombe. Hasta en el nombre. Tan-gó llamaban los negros a la cita colonial de extramuros que tenía tanto de ritual y religiosa. Pero no sólo eso: remontándose a los tangos más antiguos —de Arolas para atrás— se descubren los ritmos y compases que evocan el sonar reiterativo de los tamboriles. Por cierto: el tango, producto de un formidable y fecundo sincretismo musical, tiene además mucho de la milonga y de aires italianos, al tiempo que en su evolución fue incorporando muchas otras influencias. Pero seguramente no sería tan mágico su ritmo y su compás, de no haber tenido en la génesis lo africano. |
Alejandro Michelena
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