Un nuevo libro de Legido significa, a esta altura, un
acontecimiento literario. Por la trayectoria del autor, desde
sus primeras poesías, pasando por su Montevideo al sur
-que incluye el poema que da titulo al conjunto, tal vez uno de
los más interesantes de esos primeros años sesenta en la veta
coloquial -y también por la agudeza costumbrista manifestada en
su teatro, o por su novela La máquina de gorjear (una de
las mejores de esa década del 70), hasta llegar a sus más
recientes cuentos y poemas. Además de todo esto, que no es poco,
Juan Carlos Legido es conocido en el medio como profesor de
Historia del Arte.
Sobre fines del año que pasó, se dio a la imprenta este Aviso
a los navegantes, donde el escritor reúne relatos bastante
diferentes, pero logra sin embargo imprimirle al conjunto cierta
unidad y un clima afín, sólo explicables por el trabajo
estilístico de fondo al que -lo sospechamos- fueron sometidos
estos textos. En lo temático, a diferencia de su anterior
volumen del 84, El naufragio de la ballena (Ediciones de
la Banda Oriental), cuyos personajes tenían todos que ver con la
costa de Rocha y su micro mundo, aquí se ubican tanto en las
cercanías de la Troya homérica, en el Montevideo de la
dictadura, el París novecentista que todavía se alteraba con el
caso Dreyfus, aquel Uruguay hoy mitológico de los radioteatros,
y también por supuesto ese universo particular y evocativo de la
costa atlántica. |
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Juan Carlos Legido |
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De todos estos cuentos, particularmente preferimos a Sweet Georgia
Brown, nostálgica y sabrosa evocación de una ciudad todavía “verde y
con tranvías” (al decir de los versos de Mario Benedetti), donde el jazz
era aún un género musical de aceptación popular y la radiotelefonía
vivía su hora mejor. Desde la óptica del sobreviviente -desde la atalaya
de la no adaptación a un presente que le es ajeno- el personaje que
narra, al que suponemos rodeado de discos de jazz clásico, en un viejo
apartamento y algo ermitaño, evoca para un interlocutor que se le parece
una añeja historia de su época de pubertad, la de Susana Castroviejo,
alias "Sweet Georgia Brown", que gracias a novios primero y amantes
después logra trabajar en radio -meta soñada por muchas jovencitas de
barrio de entonces- y luego cantar jazz en varias emisoras, preludio de
sus éxitos en la vecina orilla y de un viaje a Nueva York donde se
perdería de vista. Con estos elementos Legido reconstruye, con precisión
y sin caer en lugares comunes, con licita nostalgia, apelando a todas
las armas que le da el manejo con soltura del estilo, aquel Uruguay
alegre y confiado de hace cincuenta años, al que mira con simpatía
cómplice pero también con certera ironía, planeando por sobre lodo el
cuento un deliberado acento critico y no complaciente.
Por otro lado, hay que destacar, en El canotier amarillo, el
conocimiento profundo de la época y del ambiente espiritual parisién, no
extraños en alguien como este autor, que ha apreciado a París desde la
perspectiva de estudioso de las artes y la cultura. En Briseida,
la inusitada vitalidad que se puede lograr a partir de la variación de
un fragmento homérico. En Avisos a los navegantes la
consolidación de esa literatura de costa marítima, incuestionablemente
uruguaya y róchense -con sus claves, su particular sabor, su mitología
apropiada- que es tal vez uno de los mayores aportes originales de este
narrador a la literatura nacional.
Los cuentos en general nos parecen todos parejos en su elaboración,
decantados lo suficiente, evidenciando la madurez de Juan Carlos Legido
en el género. Su pericia de escritor se nota especialmente en un relato
de efecto, como es Grupo de familia con gato, donde además de
enfrentar al lector sin concesiones al espectáculo de una vejez patética
y con mucho de impúdica, lo va conduciendo a un final que aunque
sospechado impacta.
Recomendamos estos Avisos a los navegantes donde un narrador en
su plenitud de recursos invita a redescubrir el goce de la lectura en su
esencialidad, contando historias de manera limpia y sin rebuscamientos,
logrando una corriente de sintonía, de complicidad vital con el lector
que no suele ser común en nuestro agrisado y demasiado compuesto
ambiente literario.
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