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Críticas y comentarios de libros por Alejandro Michelena |
Un rico universo narrativo |
Cuentos completos, de Abelardo Castillo. Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2003, 461 págs. |
En los últimos años se ha multiplicado la tendencia a la edición, en un solo y voluminoso tomo, de los cuentos completos de escritores reconocidos. Esta modalidad –que no responde tanto a las genuinas apetencias de los lectores como a estrategias de marketing– tiene una gran ventaja y una considerable desventaja. La primera: poder disponer de la obra completa en el género de un determinado autor que nos interesa, con la consecuente posibilidad de leerla en su proceso y evolución. La segunda: el inevitable desnivel que tendrá el conjunto, porque en él conviven los mejores relatos junto a los medianos; por más que el autor se encargue del cuidado de la edición, por más que corrija y mejore, el desnivel siempre se da. Estas reflexiones se pueden aplicar a la reciente publicación de los Cuentos Completos del argentino Abelardo Castillo, en volumen subtitulado: Los mundos reales. Este narrador es obsesivo en su autocrítica, y ha venido perfeccionando parcialmente, en sucesivas ediciones, sus relatos. En este caso trabajó una vez más sobre toda su producción cuentística, haciéndolo casi con la dedicación de un orfebre. Y el resultado, a pesar de su reconocido oficio y veteranía en el arte de armar historias, no deja de tener igualmente los problemas antes apuntados. Castillo no es sólo un narrador. Ha sido por años promotor y difusor del género en el que mejor se mueve (sin negar, por otra parte, los valores de sus novelas y piezas teatrales). Lo ha hecho a través de revistas sucesivas que lo tuvieron como orientador. Desde El Grillo de papel (1959-60), pasando por esa propuesta imprescindible que fue El escarabajo de oro (1961-74), y culminando en El ornitorrinco (1977-86), junto a un grupo calificado de narradores y críticos colaboró a potenciar el interés por el relato breve en la región. Más todavía: podríamos afirmar que la segunda de estas publicaciones fue de las mejores en su estilo dedicada al género en Latinoamérica, compartiendo los créditos con su par mexicana El Cuento, que llevaba adelante otro narrador singular, Edmundo Valadés. Con El ornitorrinco además, el grupo conformado en torno a Castillo por las narradoras Liliana Heker y Silvia Iparraguirre, junto a Vicente Battista y Humberto Costantini, entre otros, ensayó eficaces estrategias intelectuales para “decir lo indecible” en medio de la terrible etapa de la dictadura militar. Volviendo al autor en su condición de cuentista. Este libro nos permite acercarnos al buen manejo de sus recursos expresivos ya en sus primeros relatos. Por ejemplo: los prejuicios provincianos y las fantasías de ciertos adolescentes, móvil de la acción dramática en La madre de Ernesto, llevan a un final bien logrado, con moraleja pero sin moralina; Conejo es un acercamiento a la visión –peculiar pero lúcida– que tiene de su entorno un niño carente de afecto; El marica aborda con sensibilidad el tema del homosexualismo en un entorno adolescente compulsivamente machista; y en Also sprach el señor Núñez , la desmesura, el absurdo y el humor negro se combinan para darle fuerza al día de ira de un por demás rutinario oficinista. Avanzando en el volumen, se puede destacar el tratamiento de la crueldad en la inquietante historia titulada Patrón, donde una joven mujer se venga sin piedad del viejo estanciero que la ha utilizado como una cosa en su afán de tener un heredero. O el tópico caricaturesco y absurdo de Una estufa para Matías Goldoni. O la irrupción de lo fantástico surgiendo de los laberintos de la mente en Las panteras y el templo. Por distintas razones, Noche para el negro Griffiths y Triste le ville, son cuentos especialmente destacables. El primero, por la creación de un personaje perdurable, el negro Griffiths, un músico de jazz fracasado –que toca en cantinas de Barracas o del Dock– que sin embargo tiene fugaces momentos de genialidad. Y Triste le ville hace que el lector vaya poco a poco dándose cuenta de la índole irremediable del extraño pueblo al que llega el protagonista, luego de usar un billete de tren destinado a otro encontrado en el piso de la estación Constitución. En relatos como Carpe Diem o El decurión, el autor aplica la técnica de hacer surgir lo extraordinario en medio de lo cotidiano (la cita con la amante ya fallecida en un caso, y en el otro los indicios de una inexplicable doble vida). Por los cuentos mencionados y por algunos otros, se justifica la lectura de este libro algo extenso. El lector por su parte sabrá hacer su selección personal. |
Alejandro
Michelena
Esta nota crítica apareció en el semanario Brecha, el 30 de abril de
2004
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