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El Cordón, cambiante y siempre el mismo |
Hablar
de "barrio" del Cordón puede extrañar a muchos lectores, dado
que hace muchos años ya que la zona, sobre todo en gran parte de la
franja de 18 de Julio y aledaños que le corresponde, es estrictamente una
prolongación del Centro y cada día que pasa se mimetiza más con él. De
todas maneras, persiste todavía - alejándose por ambos lados de la gran
avenida - un Cordón que conserva sin claudicaciones su carácter
esencial. La
antigua zona del Cardal, que así se llamaba comienzos del 800, fue en un
principio una suerte de tierra de nadie ubicada en seguida de trasponerse
los "ejidos" de la vieja ciudad amurallada. De todos modos las
primeras edificaciones existieron desde aquellos momentos, ya estando
entonces delineado como camino hacia el interior la actual 18 de Julio.
Los avatares posteriores de la Independencia - con derrumbe de las
murallas originales y guerra grande incluidos – determinaron el temprano
destino del Cordón como zona poblada, casi antesala o satélite del
cercanísimo Montevideo. De
esos tiempos idos, las crónicas evocan la cruz de piedra que estaba
ubicada a la altura de lo que es hoy la Universidad, la que durante muchos
años resultó punto de referencia de quienes por allí pasaban; era nada
menos que un tradicional "crucero" traído de Galicia y que
todavía se conserva en un costado de la fachada de la iglesia del Cordón. La
zona resultó, ya a partir de la primera mitad de la pasada centuria, una
de las de mayor crecimiento en la llamada "ciudad nueva".
Teniendo a "18" como columna vertebral, se fué desplegando
hacia el río o hacia el norte, la edificación de un solo piso de
entonces. Eran casas frugales en sus líneas, siguiendo la impronta
colonial, con ventanas de rejas, grandes patios internos abiertos, un
aljibe (todavía, si sabemos mirar a nuestro alrededor cuando caminamos
por las calles cordonenses, podemos encontrar algún ejemplar edilicio de
aquella etapa, sin reformas que lo hayan vuelto irreconocible). Pero
en aquel entonces había allí campo, quintas, como la que ocupaba -con
ciertas partes arboladas y zoológico incluido- unas tres o cuatro
manzanas, mas o menos entre las actuales calles Constituyente, Martínez
Trueba, Canelones y Salto. Como tantos otros establecimientos de ese tipo
de entonces -en éste caso con particular fama- su desaparición se
precipitó con el trazado de nuevas calles, caso de Soriano, que
atravesaron el predio como preludio a su fraccionamiento inevitable.
Aunque parezca raro, todavía subsiste el portón de entrada y un muy
pequeño terreno, último resto de lo que fue: es en la escondida calle
denominada Bernabé Rivera, donde encontraremos una puerta de hierro con
un sol presidiéndola, y si miramos por las hendijas apreciaremos un jardín
grande, vestigio de la antigua quinta. Las
diversas épocas-empujes edilicios fueron dándole al Cordón los dos
aspectos que los caracterizan: heterogeneidad y rasgos definidos. Es
decir, fue mutando de manera proteica su apariencia, sin perder por ello
la personalidad. Sin embargo, a pesar de las muchas transformaciones, gran
parte del barrio en las calles mas recoletas y menos transitadas sobre
todo, sigue estando conformado por esas casas Las
mismas pueden ser de una o dos plantas, con patios de claraboya y techos
altos, con zaguán y balcones de hierro o mármol. Este modelo se definió
alrededor de 1880, a partir de parámetros que con adaptaciones de mero
detalle venían desde la etapa colonial, y a partir de esa fecha -con
variantes de mayor o menor lujo, con uno o dos pisos– subsistió sin
cambios esenciales hasta bien entrada la década del veinte. Y de ese período
de más o menos cuarenta años data todavía hoy gran parte del Cordón,
al punto que, urbanísticamente, su perfil sigue estando signado por ese
entrañable estilo popular, fruto en general de constructores o del gusto
de los propietarios, más que de posibles corrientes arquitectónicas. Quienes,
por vivir o trabajar allí, tienen trato frecuente con la extensa geografía
de ese antiguo barrio, pueden dar fe de un curioso hecho: basta caminar
unas cuadras - no por "18", ni por Colonia ni por Mercedes - y
será inevitable el encuentro con un par de monjitas, o con un fraile
capuchino de barba y sandalias, o con el buen padre Vidal, párroco de la
iglesia del Cordón - infatigable en su labor social - que Esto,
no común en otros lugares de Montevideo, tiene su explicación en la
cantidad de templos católicos que abarca en un radio de pocas manzanas,
que son mas de siete incluyendo parroquias y capillas, así como otros
tantos colegios y congregaciones religiosas. Son todos elementos que le
otorgan al Cordón un toque peculiarísimo, mas cercano a otras realidades
latinoamericanas y mas distante del tono "laicista" del resto de
nuestra ciudad. Otro
elemento definitorio que posee es el área estudiantil, que alguien
denominó alguna vez como el "pequeño quartier latin
montevideano". La concentración del edificio central universitario
(con la Facultad de Derecho), de la Biblioteca Nacional, de la vieja sede
de "preparatorios" por el lado de atrás, del Liceo Francés, y
de las cercanas facultades de Ciencias Económicas y Humanidades,
posibilitan este clima, generando a ciertas horas un desplazarse
bullanguero de estudiantes. Ciertos boliches, como "La Cumparsita"
o el café "Sportman", se convierten entonces en escenario de
discusiones políticas, de encuentros de estudio, de lecturas solitarias
ante un examen. Entre
las muchas curiosidades de este barrio rico en historia, una todavía
vigente tiene que ver con el caserón que hace proa en la intersección de
Vázquez y Barrios Amorín. Para empezar, se trata de una mansión de esas
que fueron usuales en el Pueblo de los Pocitos, pero que no "pega ni
pegó" nunca en el sitio preciso donde fue construida. Se impone, con
su alto mirador, a los cercanos edificios mucho más modernos. Leyendas
diversas se tejen sobre la casona, incluyendo un crimen que allí pudo
haberse cometido hace décadas. Lo cierto es que el inmueble está en
sucesión hace veinte años, y desde hace mucho más de dos lustros ha
sido ocupado por mucha gente sin vivienda (al igual que gran parte de la
manzana, o pera, por la forma triangular que tiene), en la cual no sólo
una casa se encuentra al borde de la ruina. De sus viejos fastos ya queda muy poco. A través de añares sus lujosas puertas se vendieron o colaboraron al fuego en el invierno - tal vez encendido en el medio del patio central del caserón - y tampoco le quedan ventanas. Sin embargo su mole se yergue, habiendo superado incluso el último "boom" de la construcción que no dejó de echarle el ojo, como vigía del Cordón en perenne mirar hacia la Aguada. |
Alejandro
Michelena
"Rincones de Montevideo"
Editorial Arca - Montevideo - 1988
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