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Conversando con Enrique Estrázulas, a propósito de su reciente novela Los manuscritos del Caimán |
“El tirano es humano como todos, no es un marciano...” por Alejandro Michelena |
Enrique Estrázulas ya era un poeta reconocido cuando a principios de los años setenta apareció su primer novela, Pepe Corvina (de la cual se acaba de lanzar la última reedición hace apenas unos meses), donde comienza una saga narrativa vinculada a Punta Carretas y a otros puntos emblemáticos de la costa platense montevideana y uruguaya. Ahora, luego de años de silencio literario, Estrázulas reaparece con una novela algo diferente, Los manuscritos del Caimán, centrada en la historia de un dictador latinoamericano. A propósito del libro, mantuvimos con su autor una extensa charla en un frío atardecer, mientras Buenos Aires soportaba su habitual rutina de embotellamientos, multitudes de retorno a sus casas, piqueteros, cafés y pizzerías repletos, gente durmiendo en los umbrales, colas en los teatros de Corrientes. Una novela atípica ¿Cómo ubicás Los
manuscritos del Caimán en el concierto de tu obra narrativa? Como una obra atípica, muy distinta a las anteriores. Creo que tiene que ver con mi paciencia política de observador en relación con las dictaduras latinoamericanas, pero también con mi condición de viajero. En el personaje central, el Caimán, hay varias personalidades; porque todos los hombres somos siempre mucha gente a la vez. ¿Por qué los tiranos deben resultar simplemente bellacos, pequeños monstruos? El tirano es humano como todos, no es un marciano. Por todo esto, si analizamos en profundidad el tema de las dictaduras, debemos tener en cuenta en primer lugar que los autores de las mismas son humanos, que el factor humano es decisivo porque los dictadores son como nosotros. Esto es así en dictaduras muy distintas: la que sufrió Argentina, la que asoló Chile; incluso es aplicable esto que digo a Cuba en lo que tiene de dictadura estalinista, más allá de su postura antiimperialista y de haber sido crucificada por el imperialismo. ¿En qué medida tu experiencia cubana,
como diplomático, te aportó elementos para la creación de esta novela? La vivencia caribeña, no solamente cubana, tuvo mucho que ver. La novela se me ocurrió en Antigua y Barbuda, Islas Vírgenes británicas, que me dieron una idea del Caribe que es histórica pero que la percibí con el viento, con el aire. Entendí que hacía dos siglos que había dictaduras en el Caribe, y por ende en América Latina. Pero el tema de la dictadura, si bien es uno de los puntos esenciales de la novela no es el único. También Los manuscritos del Caimán es una historia de amor. ¿Se puede interpretar que en tu novela
coexisten una reflexión sobre el poder y otra sobre el erotismo? Para muchos poderosos -y los dictadores sí que lo son- a veces el sexo tiene que ver con la eyaculación pero no con el amor. Los dictadores tienen casi siempre un problema sexual, porque son capaces de copular pero no de amar. Si observamos bien a los mandamases a cualquier nivel, comprobaremos sus limitaciones humanas. ¿Tuviste en cuenta para Los
manuscritos... los antecedentes novelísticos de otros autores
latinoamericanos que han tomado el tema del dictador? Las tuve en cuenta desde el punto de vista experimental, pero no desde el punto de vista de la inspiración. ¿Para vos, qué incluye la novela como género? Estoy totalmente convencido que la novela es un género imperialista. Abarca al cuento, al teatro, a la poesía, incluso al ensayo y a la teoría. La atracción literaria por las dictaduras Ha sido larga la relación de la novelística
de nuestro continente con el drama de las tiranías... Se trata de un tema que atrae enormemente a los escritores desde hace casi un siglo y medio. El escritor siempre golpea en el sótano del tirano para saber más cosas. Porque un demócrata está a la vista, pero un tirano es mucho más interesante para un escritor porque tiene zonas que no se pueden captar, ni sospechar. Mi personaje, Román, personifica al escritor interesado en la dictadura. Él es un periodista o un escritor que admira al tirano desde el punto de vista de su trastienda. Román está obnubilado por el Caimán, pero al mismo tiempo desprecia su tiranía. En él, además, la influencia de su amante Casandra, hija del tirano, es enorme y poderosa. ¿El Caimán es un arquetipo del dictador? Estoy seguro que mi personaje es un arquetipo, pero no un prototipo. Porque la tiranía es tan singular como la democracia. Siempre cada tiranía genera sus características propias. ¿A pesar de su peripecia esencialmente
caribeña, tu novela tiene un ancla en el Río de la Plata y en Montevideo
particularmente? Tiene mucho que ver con Montevideo. Entre otras cosas porque mi novela se inspira en un gran periodista uruguayo, Carlos María Gutiérrez. La temática que abarca es la del propio Carlos María Gutiérrez, y por eso dedico el libro a su memoria. El me enseñó lo que era cabalmente un reportaje. ¿Aparte del Caimán, hay en la novela
otros personajes que ayudan a hilar la trama del poder absoluto ? Sí, en efecto. Es el caso del consejero Nicolás, que representa a todos esos hombres sin personalidad que rodean a los dictadores, que de alguna manera quisieran parecérseles. Gente como él terminan enamorándose del tirano... En este caso, el Caimán es quien tiene la fuerza y la energía, y a su alrededor están los adulones y ayudadores, hombres débiles sin excepción. ¿Considerás al Caimán un personaje trágico? Me da la impresión que es tragicómico. Son ciertos sus dramas; ciertos y trágicos sus crímenes. Y es bien cierto el amor por su hija Casandra. El amor por su hija es un ingrediente fundamental en la vida del Caimán, y esto no es algo extraño en las dictaduras. Si nos remontamos al pasado tenemos a Rosas y el amor por su hija Manuelita, a Trujillo y a Stroessner les pasaba lo mismo. |
Alejandro Michelena
Reportaje publicado en el mensuario Periscopio, en la primavera de 2004
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